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Lujuria

Ninguno de los dos perdimos tiempo. Es como si hubiéramos esperado estar a solas para hacer esto. En otras circunstancias estaría avergonzada por haberme desnudado frente a él, pero esta vez nada de eso me importaba. Él quitó su camisa, dejando su abdomen y pectorales tonificados al descubierto. La boca se me hizo agua al contemplarlo totalmente desnudo. No puedo creer que todo eso pudiera ocultarse debajo de esa ropa. 

Me vi arrastrada por las piernas al borde de la cama y las abrió de par en par. Relamió sus labios recorriendo con la mirada cada centímetro de mi cuerpo desnudo. Mis muslos tuvieron la dicha de experimentar el calor de sus labios y lengua. Su recorrido no solo se centró en ellas, sino que también se aproximaba lentamente a mis labios, tentándome y haciéndome desear con todas mis fuerzas que me devorara con la misma intensidad pronto. 

Me sentía flotando con esa única forma de hurgar mi interior con sus grandes dedos y lengua. Lo hacía tan brusco, rápido y profundo que me vi en la obligación de ahogar mis gemidos en mi mano. Su estimulación era en el preciso lugar que ardía y quemaba, en el mismo donde anhelaba tener su gran miembro erecto y palpitante.

Disfrutaba de torturarme porque sabiendo que estaba a punto de explotar en sus dedos, los retiró para frotar la punta de su pene en mi clítoris intermitentemente. No sabía cuán perverso y malvado podía llegar a ser, pero me encanta.

De mi garganta se escapó un fuerte gemido, fue tan inesperado su empujón que no tuve tiempo de taparme la boca. Sé que debía controlar mi voz, pero en ese momento simplemente no pude. Estaba tan expuesta en el borde, con mis piernas tan abiertas que su excavación era profunda y precisa. Levanté mi blusa y la llevé a la boca, la mordí muy fuerte en el intento de luchar conmigo misma. 

Con una perversa y satisfactoria sonrisa, presionó mis piernas por mis muslos, viéndome en la obligación de curvar la espalda. Él permanecía de pie en la orilla de la cama, pero ahora una de sus piernas la subió, golpeando esa zona tan sensible con más rudeza. El aire acumulado por la postura salían expulsados, pero ni siquiera eso podría avergonzarme. La presión jugaba con mi poca cordura. 

Estaba totalmente entregada al placer, que cada postura solo me volvía más sensible. Tenía la sensación de que el vapor emanaba por todos los poros de mi piel. Nunca me sentí de esta manera con un hombre. Era como si nuestros cuerpos hubieran sido creados el uno para el otro. Ellos conectaban a la perfección, pero también nuestras miradas. El calor solo se intensificaba cada segundo que transcurría. 

Hundía su pene en mis profundidades, rascando ese hormigueo situado en mis paredes. Sus choques me transmitían electricidad por todo el cuerpo. Su pelvis chocaba rudamente en mis nalgas, provocando un sonido muy placentero que endurecía mis pezones, los cuales él ya tenía presos en sus grandes manos.

El vaivén y presión de sus estocadas me obligaban a sujetarme del respaldo de la cama. Mi vagina lo recibía con tanto gusto y deseo que, en ocasiones lo contraía intencionalmente para oírlo gruñir y arañarme la espalda. 

Me recosté boca abajo debido al calambre que tenía en mis piernas por el tiempo en que estuvimos haciéndolo en distintas posturas. Él lo vio como luz verde. Lo tenía en mi espalda, con todo su peso sobre mí, a su merced, entregada completamente a su maliciosa forma de envolverme y hacerme gemir. Esta vez podía deleitarme con su exquisito olor en el aire, en las sábanas y en mi cuerpo. 

Agarró mis manos, presionándolas contra mi espalda baja y recostando su cuerpo sobre ellas. Su pene permanecía en mi interior quieto, pero palpitando como nunca. Removió mi cabello hacia la espalda, devorando de lleno mi cuello hacia mi nuca. Su respiración en mi oído solo erizaba mi piel hasta más no poder. 

—Me encantas— olfateó mi cuello, para por último depositar un suave beso en el. 

La habitación, el ambiente, el aire, se percibía muy húmedo y cómodo. Estaba lejos de acabar. No era difícil saberlo, pues sus empujones volvieron al ataque, cada vez eran más fuertes, sin control alguno, pero sumamente precisos. La ropa de cama se percibía húmeda, por mis fluidos y por el sudor de nuestros cuerpos. 

—Tengo tanta sed de ti — su inesperado gruñido vino acompañado de un pequeño pinchazo a la altura de mi clavícula. 

Una electricidad se regó por mi espalda, mientras que una especie de hormigueo se situó en mis pies, pero fue esparciéndose por todo mi cuerpo, multiplicando las pulsaciones y contracciones en mi interior. Lo miré por arriba del hombro atontada, sus colmillos estaban clavados en mi piel, pero no sentía dolor alguno. Se apartó, observando fijamente las lágrimas que se deslizaron de esos cuatro círculos que había provocado con su mordida y relamió sus labios, aun sin salir de mí. Sus ojos brillaban con lujuria y deseo. No sé en qué momento, pero sus ojos negros se han vuelto mi debilidad. 

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