Descargué toda esa presión en su pecho. Hasta sentía vergüenza y pena de haberme quebrado de esa forma delante de él y de humedecer su camisa. Cuando pude calmarme un poco, retomé la postura en el asiento.

—No sabía que estaban casados.

—Yo le dije que la única manera de que yo tomara la decisión de venir con él, sería que me demostrara que realmente las cosas iban en serio. Me pidió matrimonio y nos casamos en Puerto Rico a escondidas de todos. Él no quiso que les dijera a nadie sobre esto. Según él, porque su mamá se iba a molestar si se enteraba que no fue invitada a la boda. Nuestra relación iba bien, o eso aparentaba. ¿Es posible que el amor se acabe de un día para otro? ¿Qué hice mal? ¿En qué fallé? Si más no pude dar.

—No estás perdiendo nada que valga la pena. Muchas veces lo damos todo por alguien que no haría lo mismo por nosotros. No debes sentirte mal, lo que debe reconfortarte es el hecho de que lo diste todo, pero quien falló fue él. Mi hermano no sabe el tesoro que acaba de perder, porque es un chiquillo inmaduro, que no reconoce el valor de las cosas. Prefiere dejarse llevar por el orgullo y esos celos retorcidos que tiene hacia mí. Ya ves que no le importó pisotear tus sentimientos con tal de defenderse y justificarse. Sé que debe ser difícil para ti abrirte de esa forma a mí, porque obviamente soy su hermano, pero quiero que sepas que no patrocino ese comportamiento y tampoco pienso justificar las malas acciones de Aníbal. Somos hermanos y lleva mi sangre, pero no por eso pienso irme de su parte, mucho menos aplaudirle que haya jugado contigo. En cierto modo, debo agradecerle por haber sido tan idiota.

—¿Te estás alegrando por lo que me hizo?

—Veamos el lado positivo; es mejor darse cuenta de las cosas, que vivir una vida engañada, infeliz y llena de mentiras. Ahora duele, por supuesto que debe dolerte, pero no fuiste tú quien perdió. Eres joven, hermosa y ahora libre, puedes encontrar un mejor partido que ese idiota. Tal vez, alguien mayor que tú...

—Claro, para tener que decirle que deberá aceptar que su novia esté frotando su cuerpo sobre otro hombre — murmuré para mí, pero él pareció escucharme, porque en sus labios se ensanchó una sonrisa—. ¿Y tú de qué te ríes?

—No seré hipócrita ni mentiroso, porque eso no es lo mío, pero sí, me alegro en parte de lo que pasó. No de la forma que te enteraste, pero sí de que las cosas entre ustedes se hayan acabado.

—¿Cómo puedes alegrarte del mal ajeno?

—Supongo que soy una rata muy egoísta. Como dicen por ahí: «lo que uno pierde otro lo gana».

—Pues no me interesa que nadie gane nada. Ya tuve suficiente con esto. No vuelvo a caer en más mentiras.

—Eres muy lenta para algunas cosas. Mi hermano te engañó, te mintió y te lastimó, pero no todos somos iguales. Bueno, al menos hablo por mí.

—Tu eres peor.

—¿Peor? ¿Por qué?

—Eres un mujeriego y un descarado.

—Ay, el calabacín frotadín llamándome a mí descarado. Qué irónica es la vida.

—No estoy de ánimo para tus burlas.

—¿Has pensado en dónde te vas a quedar esta noche?

—Voy a regresar a Puerto Rico hoy mismo.

—¿Qué?

—No quiero estar más aquí.

—Tú no puedes irte.

—¿Según quién?

—Según yo.