Ian
Todo aparentaba ir bien durante el embarazo, al menos por los primeros tres meses. Al cuarto mes, el doctor que ha monitoreado el embarazo de cerca, notó que nuestro bebé estaba desarrollándose extremadamente rápido en su vientre. En los ultrasonidos, el tamaño era comparado a un bebé de ocho meses. La barriga de Zaira había crecido por obvias razones, cada día se notaba más su embarazo. Estaba constantemente con dolores de espalda y de pies, hambrienta, pálida, mareada, con náuseas y vómitos. Me ha contagiado la mala barriga. Lo que me tranquiliza es saber que entre todo, la carga y el dolor ha sido compartido conmigo.
Mi papá y el médico no han estado de acuerdo en lo que está sucediendo, opinan que lo mejor es interrumpir el embarazo, por la misma situación de que está afectando la salud de Zaira. En lo que lleva de meses, han tenido que realizarle dos transfusiones de sangre. Para combatir los malestares y a espaldas de mí padre y el doctor, la he inducido a ingerir el doble de la sangre que antes lograba ingerir, pues me he dado cuenta de que eso es lo que le ha ayudado a combatir los malestares y darle color. Tal parece que a nuestro hijo le gusta mucho, porque cada vez que ella la toma, comienza a darle muchas patadas.
Han sido meses extenuantes, llenos de mucha angustia, temor y preocupaciones, pero a pesar de todo eso, los dos confiamos el uno del otro, y nos mantenemos en la misma postura de sobrepasar toda esta tormenta juntos. Aparte de todo lo malo, estoy feliz con el hecho de estar esperando un hijo con una mujer tan maravillosa y fuerte como Zaira. Cada día me enamoro más de su forma de ser y de actuar. Los días de soledad, amargura y tristeza se desvanecieron por completo. Con ella puedo ser yo mismo, sin necesidad de fingir. Es inevitable no admirarla en todos los aspectos. Aunque haya sido tan pronto, no me arrepiento en lo absoluto.
Hoy habíamos estado temprano en el laboratorio, pero cuando salimos decidimos emprender un viaje al centro comercial para comprar algunas cositas para nuestro hijo Ian, pero todo se vio interrumpido por sus fuertes dolores y contracciones. Supe que algo no estaba bien, no solo por sus quejas, sino por haber sido testigo de que rompió fuente estando en medio de la tienda. No podía explicarme cómo había sido posible, pues apenas estaba cumpliendo el quinto mes de gestación.
La llevé lo más rápido que pude al laboratorio, haciéndole una llamada al doctor para que la asistiera. Lucía muy pálida, adolorida y débil. Me estaba sintiendo con dolores en el estómago también, especialmente con extrañas punzadas pélvicas. La ansiedad me estaba carcomiendo vivo. No quería despegarme ni un solo instante de ella. Quería aliviar sus dolores, ayudarle de alguna manera, pero la impotencia de no poder hacerlo, solo me hacía sentir peor.
El ginecólogo llegó apresurado, tomando todas las medidas pertinentes y examinando a Zaira. Según él, estaba en labor de parto. Tampoco tenía una explicación del por qué o cómo era posible, pero no era el momento para pensar en ello, sino de actuar. Fueron largas horas encerrados en esa asfixiante habitación, donde solo se oían los gritos de Zaira, acompañado de sus fuertes agarres. Estaba consciente de que no tenía forma de apaciguar su dolor, pero quise apoyarla en ese momento tan difícil, haciéndole notar mi presencia, secundando todo lo que el doctor le pedía y secando el sudor de su frente y pecho.
Esas largas horas fueron recompensadas con la llegada de nuestro hijo. Todo para mí cambió en ese momento de verlo, mis ojos se cristalizaron en una fracción de segundo. Había tratado de soportarlo todo con tal de demostrarle fortaleza, pero fue inevitable no sentirme conmovido. Era la primera vez que contemplaba algo tan hermoso, divino, y pequeño. No era una monstruosidad como mi padre le hacía llamar, al contrario, era un pedacito de perfección. Nuestro hijo, a pesar de haber sido prematuro, según el punto de vista del médico, era un niño sano que aparentaba haber nacido sin ninguna complicación o problemas como pronosticaban.
A diferencia de otros bebés, sus ojos se abrieron de repente, estando engullido entre los brazos de Zaira, algo que a todos nos sorprendió. Sus ojos eran idénticos a los míos; tan verdes como si de dos aceitunas se tratara. Su piel era trigueña blanca como la de su mamá. Sus ojos resplandecían por las luces, aunque en sí poseían un brillo peculiar. Se notaba curioso, pues pareciera saquear el cuarto con la mirada. Sé que era imposible que ese fuera el caso, pero daba la impresión de ser así.
No esperábamos su llegada tan pronto, pero sin duda alguna, vino a sorprendernos de la mejor manera. La felicidad se adueñó por completo de nosotros. La calidez de ese abrazo de tres nos llenó el alma. En este momento siento que puedo contra todo, siempre y cuando los tenga a ellos a mi lado. Haré todo lo que esté en mis manos para ser el mejor padre y hombre que pueda existir.
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