El uno al otro
—Hay mucha información.
—Sí, pero hay un problema. Toda la información que está aquí no ha sido verificada. Todo está inconcluso y lleno de teorías que solo dificulta más la situación. Es evidente que los dos estamos infectados, pero lo que aún no comprendo bien es el por qué tus síntomas son tan diferentes a los míos. Tus episodios no son tan frecuentes, pero tienden a ser aleatorios. Esa primera noche que dormimos juntos en la casa, tu no presentaste ningún episodio.
—Sí ocurrió.
—¿Ocurrió?
—Sí, pero fue tolerable. La verdad es que no sentía sed, sino unas ganas de sentir tu piel y deleitarme con tu olor. Tu calor calmó mis síntomas, y por eso pude dormir cómodamente.
—He leído que las hembras suelen sentirse atraídas por ese supuesto olor que desprenden los machos, pero según tengo entendido, ellos mismos lo provocan. No tengo el control de eso, de hecho, ni siquiera puedo saber en qué momento sucede. Lo único que me alerta de que algo no anda bien, es que a través de mis ojos puedo notar tu temperatura corporal elevada, y esta se centra en tu pecho y más abajo de tu ombligo.
—¿Cómo que a través de tus ojos?
—Puedo ver en infrarrojos cuando estoy a punto de sufrir un episodio. La primera vez que tomé de ti, me ocurrió algo parecido, aunque tiende a verse más rojo cuando tu piel hace fricción con la mía.
—O sea, ¿puedes notar cuando estoy excitada?
—Pues sí. Aunque no es difícil darse cuenta sin ello. Casi todo el tiempo que estás al lado mío tu rostro y tus orejas te delatan. Incluso si tienes una blusa y no estás usando sostén, puede notarse cómo te pones.
—¿Me estás llamando pervertida?
—Sí — contestó sin titubear.
—Vaya, eso es magnífico.
—A mi no me molesta que lo seas. Siempre y cuando estés dispuesta a comer de la comida que calientas.
—S-sigamos al tema más importante — desvié la mirada.
—Eres muy linda.
—Me estás haciendo sentir muy incómoda.
—¿Por decirte la verdad?
Lo miré de vuelta y negué con la cabeza.
—No quiero traer malos recuerdos, pero otra de las cosas que me llama mucho la atención es la reacción que tuviste con mi hermano. Me contaste que sentías unas fuertes náuseas cuando trataba de tocarte. ¿Sentías algo más?
—No podía tolerar su nauseabundo olor. Mi estómago se retorcía.
—Leí que hay hembras que son monógamas. No sé si tenga algo que ver, pues en ningún momento aparece que las hembras presenten este tipo de conducta o síntomas cuando se acerca otro macho a ellas. Quisiera tener una respuesta a todas estas incógnitas, pero ya que no la tenemos, solo nos queda crear nuestras propias teorías.
—¿Alguien más conoce este “lugar secreto”?
—Este pequeño centro de investigación solo nosotros y mi papá, que en paz descanse, lo conocemos. Para todos este lugar está clausurado. No lo han demolido porque tengo una orden donde prohíbo que alguien se atreva a poner un pie aquí. Aunque de por sí, nadie se atreve a entrar. Para más decirte, ni mi familia se atreve a tener contacto físico conmigo o de estar en el mismo lugar que yo estoy. Lo evitan a toda costa. No recuerdo cuándo fue la última vez que abracé a mi mamá o vi a alguno de mis familiares por parte de madre. Ninguno de ellos saben exactamente qué me ocurre, pero mi hermano se puso a crear rumores de que quien me toque puede contagiarse de una enfermedad mortal. Me he ido acostumbrando a estar prácticamente solo. Quienes únicamente tenían contacto físico conmigo eran las prepagos y mi papá. Ellas no conocían mi situación, por lo que les daba igual, siempre y cuando les pagara adecuadamente. Con ellas supe que era incapaz de contagiar a alguien más solo por tocarlas o tener sexo.
—Debió ser muy difícil para ti. Ahora no estás solo. Estamos en el mismo barco.
—No creas que me siento muy orgulloso de ello. Jamás hubiera querido contagiarte.
—¿No eres tú el mismo que dice que todo ocurre por un propósito? Tal vez aún no conocemos ese propósito, pero la esperanza es lo último que se pierde. Incluso si no podemos volver a la normalidad, no estaremos solos, porque nos tendremos el uno para el otro, ¿no?
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