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Advertencia

—¡A mí no me amenaces! ¡Sería incapaz de hacerle daño a Zaira!

—Sí, ya lo has demostrado lo suficiente — subí a Zaira al asiento trasero, pero mi visión cada vez estaba peor.

Joder, no quiero ponerla en riesgo. Necesito llevarla al hospital. No creo que se trate de un episodio.

—¡Llévanos al hospital inmediatamente! — le ordene a Aníbal.

—¿Qué te pasó en los ojos? — cuestionó, tan pronto entró al auto.

—¡Cállate y maneja!

Ella recostó su cabeza en mi pecho y noté que no estaba respirando adecuadamente. Abrí las ventanas para que pudiera respirar aire fresco, pues aún ese olor persistía.

—Tranquila, linda. Ya estamos llegando — removí su cabello hacia la espalda, y acercó su cuerpo al mío.

—Dereck…

Estuvo encima de mí por todo el camino hacia el hospital. Tan pronto llegamos, levanté su cuerpo y, a pesar de que no veía bien, traté de protegerla para que no se me fuera a caer. La atendieron de inmediato tan pronto entramos. Me preguntaron lo que estaba ocurriendo, pero es que ni yo mismo lo sabía. A ella se la llevaron lejos de mí, y me guiaron a llenar toda su información. Aníbal estaba conmigo y me ayudó a llenar lo que no sabía. Él se notaba preocupado y asustado.

—¿Qué hacías en la casa y por qué Zaira está así?

—Te dije que no sé. Estábamos hablando y de repente comenzó a rascarse los ojos y a retroceder hasta que cayó de rodillas en el suelo, pero no me dejaba acercarme o tocarla, por eso no encontraba qué hacer. De la nada salió vomitando y retorciéndose. 

—¿Qué es ese olor tan raro que traes encima?

—¿Olor? ¿Qué olor?

—Es insoportable tu olor. Mantente alejado de mí.

Me mantuve dando vueltas de un lado para otro, mirando cómo las horas pasaban a la velocidad del viento y nadie me daba razones de Zaira. Aníbal salió varias veces a fumar, y yo no me moví de la sala ni un instante. Mi visión se ha ido normalizando, como también esa opresión en el pecho. Cuando escuché la voz del médico llamando a los familiares de Zaira, rápidamente me acerqué a él esperando buenas noticias.

—Le realizamos unas muestras de sangre y orina, también una radiografía del tórax. Ahora mismo está recibiendo oxígeno. Le he administrado medicamentos para tratar los síntomas. Gracias a que actuaron de inmediato, ella se encuentra bastante alerta. Todo indica que en el sistema de la paciente hay una cantidad leve de naftalina. ¿Tiene alguna idea de cómo esto pudo llegar a su sistema?

—Háblame en español. ¿Eso qué es, doctor?

—Las bolas de naftalina son un pesticida que viene en forma sólida, transformándose lentamente en un gas por medio de un proceso llamado sublimación. La exposición a grandes cantidades de naftaleno puede causar dolores de cabeza, náuseas, vómito, diarrea, tos e irritación ocular y de las vías respiratorias. Además, una exposición prolongada puede ocasionar daño al hígado y a los riñones. Por fortuna, la paciente no inhaló una gran cantidad, por lo que estoy seguro que podremos neutralizar los síntomas.

—No entiendo cómo ella ha estado expuesta a esto. Yo he estado casi en todo momento con ella. En mi casa jamás he usado pesticida.

—¿Usted también estuvo expuesto?

—No lo sé, pero yo me siento bien.

—Debemos realizarle unas pruebas para descartar cualquier cosa.

—¿Podré verla, doctor?

—Aún no. La estaremos monitoreando y realizando el tratamiento pertinente para eliminar por completo y a la mayor brevedad el efecto de ese tóxico. Tan pronto le asignen un cuarto, podrá pasar a verla.

—¿Cuándo podrá recuperarse, doctor?

—Puede tomar algunas semanas o días, todo depende.

—Ayúdala, doctor, por favor.

Me senté en la sala de espera, tratando de pensar y atar los cabos sueltos. Es evidente que algo ocurrió mientras no estaba. Jamás he utilizado pesticida en la casa. Aparte de eso, yo he estado con ella todos estos días. ¿No debería estar presentando lo mismo? Esta mañana ella estaba bien, ¿cómo es que de la nada ocurrió esto, y precisamente cuando ese idiota se presentó en la casa? Esto no huele bien. Hablando de olores, mi mente viajó a ese extraño olor que trae encima mi hermano. Ese olor es muy extraño.

Entre tanto pensar y pensar, busqué en internet información relacionada a ese supuesto pesticida. Dicen que el que busca encuentra, y me tomó tiempo, pero el justo para atar los cabos sueltos. Según los artículos que leí, la naftalina tiene un olor poco común, y es un remedio utilizado con frecuencia como ahuyentador casero de murciélagos, pero es altamente tóxico para el ser humano. Es demasiada casualidad, y lo peor de todo es que, si esto fue obra de mi hermano, claramente significa que sus intenciones eran hacerle daño a Zaira. No creo en las casualidades.

Lo vi entrar de nuevo, con las manos en los bolsillos y mirando el reloj que colgaba de la pared. Ha estado fumando mucho, su nivel de estrés está por las nubes.

—¿Hablaste con el doctor? ¿Cómo está Zaira?

—¿Cómo está? ¿Qué estás esperando escuchar? Ah, ya sé. ¿Estás esperando que te diga que está grave, o al borde de la muerte?

—¿Por qué estaría esperando escuchar eso? No es momento para tus estupideces.

—¿Estupideces? Yo te enseñaré lo que son estupideces, infeliz — lo agarré por el cuello de la camisa y lo acribillé contra la pared—. No sé cuál era tu verdadero propósito para hacerle esto, pero veo que lo tenías todo fríamente calculado; te lo advertí, te dije lo que pasaría si descubría que tú has metido la mano en esto.

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