Capitulo 4
Sus ojos amanecieron en una cueva oscura, húmeda.
Cada fibra de su cuerpo dolía ante el simple acto de llenar sus pulmones e inspirar, y la percepción de su entorno se le antojaba movible y mareante. Aún podía percibir la humedad de la torrencial lluvia de la noche adherida en sus huesos, y entonces recordó, buscando desesperadamente con la mirada a su mitad. Hallándole tumbado y cuidadosamente tapado con una raída manta a tan sólo unos pocos palmos de él. El ligero movimiento del torso de Aspros al inflar el pecho con cada respiración le sosegó los latidos de su propio corazón.
Aspros seguía allí...
Aspros seguía con él.
Lentamente la fiebre que aún le drenaba la claridad de pensamiento le permitió recordar cómo Aspros trató de alejarle del Santuario en medio de una noche sin luna, cubierta por un denso manto de agua que caía con insolencia sobre su gemelo mientras él andaba a trompicones agarrado a su cuerpo. La encapuchada capa que le avalaba la inexistencia pesaba sobre sus ansias de vivir. Conseguir llegar a Rodorio había sido la única baza disponible. La única jugada que les permitiría buscar ayuda para quién allí no era nadie.
La suerte no les acompañó en sus apresurados pasos. En su lugar se presentaron los guardias del Santuario y sus inadmisibles ansias de cumplir con unas órdenes que esa noche podrían haber sido obviadas.
Aspros perdió pie en sus intentos de protegerle a él, y ambos se fundieron con el movedizo barro de una alta ladera. La torsión de un tobillo dificultó aún más la consecución de su quimera, y el dolor que comenzó a asentarse en el pecho de Aspros confirmaba que el baño de helada lluvia le estaba acelerando los síntomas de su misma afección.
Acceder a una solidaria gruta aparecida frente a sus tomadas visiones fue su última salvación antes que Aspros cayera inconsciente por la devastadora fiebre. Fue entonces cuando su corazón se asfixió de terror y su determinación nació de su necesidad más profunda.
Su gemelo necesitaba ayuda, y ésta le urgía más que a él...
Llegar a Sagitario, sin más carta de presentación que su inexistencia atada a la humillación amarrada sobre su rostro, fue su única salvación.
Había observado a Sísifo desde las bambalinas de su clandestinidad. Le había percibido noble...Sagitario no juzgaría, o a ésa intuición necesitó rezar.
Defteros no recordaba nada más...quizás todo había sido fruto de un sueño causado por la extrema hipertermia que sufría, pero al intentar incorporarse para rozar a su hermano, comprobarlo vivo y a salvo, una mano respetuosa le convidó a tumbarse de nuevo.
Inspiró con libertad toda la esperanza que pudo. Con demasiada libertad para quién el simple acto de respirar hedía a condena. Su maldito rostro lucía descubierto, y no existió tiempo suficiente para esconderlo bajo la protección de un brazo lleno de raspones en proceso de cicatrización.
El acto de protección fue instintivo. Dolorosamente primario.
La expresión de terror que tomó su enrojecida mirada esquivó la claridad de unos ojos nobles, buscando con prisas la máscara que debía anularle ante todos...
Ante nadie.
- Está ahí...- La voz de Sísifo se le antojó más dulce que un bálsamo. La carencia de juicios en sus palabras, un fino hilo con el que coser esperanza.- No te dejaba respirar. Te la quité...
- ¿Y Aspros? - El desesperado balbuceo con el que Defteros habló heló el corazón de Sagitario, quién con infinita tristeza y dolor sonrió.
- Se recuperará...y tú también lo harás...
Defteros no vio nada más. La oscuridad acudió nuevamente a velar su agotada y enferma mirada.
Pero Aspros respiraba...y al menor, ya no le importó nada más.
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