Situación de riesgo, parte 1
El ruido de los helicópteros pasando por el cielo, la queja de las personas en ese recinto y el frío de esa mañana quizás no se borren de mi mente jamás. Miré a un costado como mi madre cubría a mi hermana de cuatro años con una frazada que nos habían entregado, habíamos dejado todo atrás para huir de la realidad que estábamos viviendo pero aún no estábamos a salvo.
Una invasión extraterrestre o una guerra nuclear con ataques armados y alta tecnología están involucrados pero todo apuntaba a que este era el fin para nosotros. La TV dejó de transmitir y todos estábamos aislados en el mundo. No sabía si esto ocurría solo en Corea o si había otro lugar del planeta que sufría igual que nosotros.
Los hombres que cumplieron su servicio militar obligatorio estaban forzados a colaborar y como mi padre perteneció a Fuerzas Especiales, siendo uno de los mejores de su generación, tenía la obligación de asistir a la familia del presidente y los ministros protegiendolos del ataque, dejándonos atrás no por decisión.
Entre sus cosas mamá rescató sus piochas e insignias ganadas y nos colocó a todas para identificarnos como familia ante los soldados y tener algún privilegio por ello.
—¿Sabes que te amo mucho cierto?— dijo ella a mi hermana MinJi.
—Si, Omma— mi pequeña hermana se cuestionaba de vez en cuando dónde estaba appa y ninguna de las dos podía responderle.
Un militar se nos acercó y nos pidió que formaramos una fila entre todas las mujeres y niños porque había llegado el camión que nos llevaría al puerto donde había una embarcación que nos ayudara a cruzar la frontera y recibir ayuda del continente amigo que nos esperaba para darnos asilo.
Cuando fue nuestro turno de subir nos detuvieron y los militares a cargo se colocaron a conversar mientras nos manteníamos en desconcierto con las otras familias que estaban tras de nosotras.
—Solo dos cupos— nos habló a las 3 —Vemos que portan insignias de fuerzas especiales y solo por eso les daré la chance de subir a camión pero solo dos— dijo el oficial.
—Ellas dos— Omma bajó a MinJi de sus brazos y la cubrió con la manta —MinJi hazle caso a tu unnie en todo lo que te diga, ¿sí?
—¡No, Omma!— le pedí tomándole las manos —No puedo sola, no puedo con MinJi, ella te necesita a ti— comenzaba a angustiarse.
—Nos encontraremos en el barco o donde sea que lleguemos, tomaré el siguiente camión— sonrió aguantando las lágrimas.
—¿Ya están listas?— el oficial se acercó a nosotras y miré a mi omma por última vez.
No podía dejar que MinJi pasará este momento sin mamá. Sí papá estaba del otro lado estaría feliz de verlas y yo podría tomar el siguiente camión por mi cuenta sin separarlas. Me creía lo suficientemente fuerte para hacer esto sola a mis veinticinco años.
—Si señor, ellas dos— MinJi caminó hacia mi madre y se aferró a su pierna mientras el oficial las guiaba hacia el camión.
Omma se detuvo y corrió hacia mí mientras MinJi era subida con la demás gente en brazos del oficial.
—MinJi te necesita más que a mi, Omma— le acaricié el rostro.
—Toma cariño— se quitó su piocha y me la colocó en la chaqueta y me entregó su manta —.Te veo del otro lado— besó mi frente y corrió hacia el camión para luego cerrarse las puertas.
Caminé hacia el refugió nuevamente mientras la gente se abrazaba entre sí y lloraba. Éramos unas seis mujeres y tres de ellas tenían hijos pequeños que lloraban al igual que ellas.
—Gente, él es el sargento Jung Ho Seok y estará a cargo de ustedes— un oficial dejó a otro hombre el mando y todos se fueron dejando un silencio tras su partida.
Todas miramos al hombre que se mantenía de pie frente a nosotras con una boina negra y su cabello recién cortado.
—Debo serles sincero— se tomó una pausa mientras todas le prestamos atención —. No vendrán más camiones así que debemos hacer el recorrido a pie— entre todas nos miramos sorprendidas y algunas lloraron.
—Somos mujeres y algunas tenemos niños...—dijo una de ellas que sostenía su pequeña niña de unos dos años y a su lado un niño de cinco miraba como la mujer del costado lloraba a mares.
—Ser mujer no es excusa— alcé mi voz —Haremos lo que el oficial Jung nos pida y nos reuniremos con nuestras familias— caminé hacia él y reverencie, él me miró con curiosidad.
—Kang Lia, señor— él vió hacia mi piocha y luego hacia mi rostro —Haré lo necesario para volver a ver a mi appa—expresé con firmeza y temple.
—Todas tomen una mochila y siganme— apuntó la rumba de cosas que había en la entrada.
Todas nos levantamos, tomamos una mochila como nos pidió y seguimos bajo el imperante clima con viento y cierta temperatura fresca. Agradecimos al cielo que el sol nos dejara avanzar unos kilómetros y encontráramos un lugar bueno para poder pasar la noche.
Acampamos en un granero abandonado y nos refugiamos del frío nocturno con una fogata que hizo el oficial Jung para todas. Unas mujeres prepararon sopa que rindió para todas y sus hijitos y aunque hubiera querido repetirme el plato pensé en que debía ceder parte de mi porción de comida al oficial que por alguna razón no había comido.
Me acerqué a él quien estaba recostado contra unos fardos limpiando sus botas y le dejé el pocillo de metal con la sopa y un poco de fideos apoyada sobre el fardo que estaba junto a él.
Caminé de vuelta al grupo y me senté junto a ellas a conversar. Era la más joven de ellas, todas mujeres casadas de cuarenta años en adelante que tenían sus parejas batallando contra la situación actual del país y lloraban por ellos mientras yo pensaba si mi mamá y MinJi habían logrado subirse al barco o si mi papá estaba vivo.
Cada una de ellas se fue retirando de la fogata para ir a descansar mientras que yo me quedé a contemplar las pocas llamas que salían del leño que permanecía encendido hasta que el oficial Jung vertió sobre el agua y lo apagó.
—Es tarde, ve a descansar— caminó de vuelta a su fardo y yo lo miré.
—¿Disfrutó su cena?— me paré de mi lugar y lo miré girarse viendo hacia mí unos segundos y siguió su camino.
A la mañana siguiente seguimos nuestro camino sin parar y habían muchas mujeres que estaban agotadas de llevar sus mochilas y sus hijos dormidos a cuestas así que como pude tomé algunas mochilas adentrándome a continuar el camino ayudando a las demás mujeres.
El sargento Jung me vió al final de la caravana de mujeres que lo seguíamos y se detuvo para tomar dos de los bolsos que cargaba.
—No te sobre explotes por ayudar a otros, tienes que mantenerte fuerte— me dijo y tomó los bolsos avanzando al inicio guiando el camino nuevamente.
A mis veintidós años no toleraba ver a la gente sufrir y pretendía seguir estudiando enfermería luego de que este sufrimiento terminara, se lo había prometido a mi padre antes de ya no vernos más.
—¿Cuándo llegaremos al puerto? Este camino parece eterno— se quejó una de las mujeres —¡Necesitamos descansar, no somos animales!
El sargento Jung se detuvo y miró al grupo con un semblante molesto y se acercó a la mujer que se quejaba y miró a su hijo quien iba en brazos de ella.
—Si quiere que su hijo y usted se mantengan con vida debería ser más cortés y solicitar un descanso con educación— se orillo miró a las demás mujeres entre ellas a mi —. Srta Kang, organice a las mujeres y busquen un lugar donde descansar— todas al escuchar eso bajamos las mochilas mientras lo vimos caminar y perderse en la hierba.
—Creo que entre esos árboles está bien— apunté y las mujeres caminaron junto a sus cosas hacia donde yo les decía sin quejarse.
Yo caminé tras la huella del oficial entre la hierba y a escondidas lo vi sentado en el piso con sus manos cubriendo su cara, dejó su boina a un costado y se limpió las lágrimas. Aquella imagen me dejó marcada y volvió al grupo de mujeres algo molesta.
—Creo que deberían ser más respetuosas con el Sr. Jung— todas estábamos sentadas comiendo fruta que había encontrado una de las mujeres, manzanas verdes y naturales.
—A él no le importamos, nos trata como hombres fuertes cargándose con estas cosas— se quejó una de ellas.
—¿No es una mujer fuerte?— la miré. Usar honoríficos en una situación como esta frente a mujeres mayores que se comportan como adolescentes engreídas me caía mal —. Fuiste capaz de dar a luz a dos niños y te quejas del peso de una mochila a cuestas—.
—¡No seas grosera niñita!— me alzó la voz otra de las mujeres —.Recuerda que eres menor que todas nosotras—.
—Al menos soy mil veces más cordial que ustedes— la miré a los ojos —. El que el mundo se esté acabado no les quita que dejen de ser humanos emocionales— miré a lo lejos acercándose al Sr.Jung.
—Él al igual que nosotras está lejos de su familia para cuidarnos. Al igual que sus hombres hacen lo mismo por mujeres como nosotras así que tengan un poco de consideración— me mostré hostil pero es que no aguantaba el estrés que llevaba encima y lo descorazonadas que eran esas mujeres.
—¿Qué sucede?— El Sr. Jung se acercó a nosotras alarmado por nuestros gritos.
—Lo que sucede oficial es que la muchachita aquí está enamorada de usted— todas las mujeres se rieron y yo me levanté del círculo para alejarme del montón de niñatas que se burlaban.
Caminé sin rumbo un momento hasta encontrar una piedra para ver la puesta de sol. Me sentía molesta y hastiada de la situación que estaba viviendo; llevaba días sin ducharme, tenía un dolor de espalda horrible y no sabía si menstruaría bajo todo este estrés.
Vi a lo lejos la estela de humo de la fogata que el sargento Jung debía estar haciendo para las malagradecidas de esas mujeres y yo, en medio de mi frustración sentí deseos de llorar.
Por mi mente pasaron todas las veces que me quise declarar a mi compañero de universidad y no lo hice porque me daba vergüenza, ahora lo haría pero no sé si él sigue vivo. Me arrepentí de no abrazar fuerte a mi padre la última vez que lo vi o sentarme a pintar princesas con MinJi, estaba sola en el medio de la nada con mujeres mayores insolentes y sus hijos llorones.
—No debes alejarte tanto del grupo, Lia— su voz me hizo dar un brinco y sequé mis lágrimas.
—Lo siento — me bajé de la roca y miré hacia el suelo con vergüenza.
—Ho Seok— respondió él —Dime Ho Seok— miré sus botas con polvo y rocío de la hierba.
—Lo que dijeron las mujeres allá...— levanté mi rostro y lo miré avergonzada.
—No te preocupes por eso. Comprendo el estrés que estamos pasando todos y lo cansadas que pueden estar pero no tengo otros recursos. Necesito llevarlas hasta el puerto para que encuentren refugio— miró el cielo y colocó su manos en su cintura.
— Lamento que sean groseras con usted
—Lamento no poder hacer más por ellas— miró hacia la estela de humo. —Hay que regresar, vamos— se dio la media vuelta y caminó por la huella que había hecho y lo seguí.
Capítulo escrito por: NewHopeland
Qué planteamiento más interesante, amo la trama
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