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Capitulo 15

El camión avanzaba a toda velocidad por el camino rural que conducía a las minas. El motor rugía, resonando en el interior de la cabina, pero el sonido solo acentuaba el silencio incómodo entre Mei y Bakugo. La atmósfera era densa, cargada de tensiones no resueltas.

Mei se sentó al lado de Bakugo, sintiendo que el aire se volvía más pesado a medida que avanzaban. La ansiedad la consumía, y no podía evitar recordar la última vez que estuvieron juntos. Aquella noche borracha había sido un torbellino de emociones, un momento que había cambiado todo entre ellos. Ahora, esa cercanía se sentía como un peso, un recordatorio constante de las complicaciones que habían surgido desde entonces.

Miró de reojo a Bakugo. Su expresión era seria y concentrada, como si nada de lo que había pasado importara. La indiferencia que mostraba la irritaba profundamente. La rabia burbujeaba dentro de ella, mezclándose con la ansiedad que la asfixiaba. Cada vez que su brazo rozaba el de Bakugo, un escalofrío le recorría la espalda, y no era solo por el frío del camión.

Mientras el vehículo saltaba por la carretera bacheada, Mei trataba de desviar su mente hacia la misión. Pensaba en los trabajadores atrapados, en la urgencia de la situación, pero la incomodidad de estar tan cerca de Bakugo era abrumadora. La culpa la perseguía, y la ansiedad se intensificaba al recordar a su amiga, quien estaba lidiando con la relación problemática que tenía con él. ¿Cómo podía estar tan cerca de Bakugo sabiendo todo eso?

El silencio se hacía más pesado, y Mei sentía que iba a explotar. La frustración se acumulaba en su pecho. Quería gritar, pero sabía que no podía. En su lugar, se cruzó de brazos, intentando encontrar una forma de calmarse, de dejar de pensar en lo que había pasado entre ellos.

Cada segundo en el camión parecía una eternidad. Mei se sentía atrapada entre sus pensamientos y la realidad. La idea de los trabajadores atrapados en la mina la mantenía alerta, pero el peso de la tensión entre ellos era casi insoportable. La rabia y la ansiedad se entrelazaban en su interior, y deseaba poder canalizar esa energía en algo productivo.

A medida que el camión se acercaba a la mina, Mei respiró hondo, tratando de calmar la tormenta dentro de ella. A pesar de la incomodidad, había una chispa de determinación ardiendo en su interior. No iba a permitir que la ansiedad la dominara.

Concentrándose en la misión, se preparó mentalmente para lo que les esperaba. Sin embargo, al mirar a Bakugo, una conclusión se fue formando en su mente: él era un cretino, inmoral y poco hombre. Para él, este tipo de situaciones no eran nada. Esa idea la llenó de frustración, pero también de claridad. Sabía que debía dejar de lado sus sentimientos y enfocarse en salvar a los trabajadores. Juntos, enfrentarían cualquier desafío que se presentara, a pesar de que su relación seguía siendo un campo de minas emocional.

Finalmente, el camión se detuvo en la base de operaciones, un lugar bullicioso cerca de la mina. El aire estaba cargado de tensión, con militares y científicos trabajando frenéticamente, organizando equipos y revisando planes de rescate. Mei sintió que la adrenalina comenzaba a circular por sus venas mientras salía del vehículo, el frío del exterior contrastando con el calor del interior.

Un grupo de expertos se reunió alrededor de una mesa, donde un mapa detallado de la mina estaba desplegado. Un científico de cabello canoso y expresión grave se acercó, su voz resonando con seriedad.

—La situación es crítica, —comenzó, señalando varias áreas en el mapa—. El gas tóxico que se ha filtrado en la mina es extremadamente peligroso. La exposición prolongada puede causar daños severos en los pulmones y afectar el sistema nervioso de cualquier persona normal. Sin embargo, —dijo, dirigiéndose a Bakugo y Mei—, ustedes tienen habilidades únicas que pueden ser decisivas en esta misión. Bakugo, tu Kosei te permite resistir el gas mejor que otros, mientras que Mei, tu capacidad para controlar el aire será vital para crear corrientes que ayuden a dispersar el gas y facilitar el rescate.

Mei sintió que la responsabilidad pesaba sobre sus hombros, pero también una chispa de determinación. Sabía que juntos podían hacer una diferencia. Miró a Bakugo, cuyo rostro estaba concentrado y decidido. Aunque había tensiones entre ellos, en ese momento, la misión era lo más importante.

El científico continuó, su tono grave reflejando la seriedad del momento.

—Los trabajadores atrapados dentro de la mina cuentan con equipos que les protegen del gas, pero el aire en sus tanques es limitado y no les durará mucho más. Necesitamos actuar con rapidez para sacarlos de allí antes de que se queden sin oxígeno.

Las palabras del científico resonaron en la mente de Mei, intensificando su urgencia por ir. Cada segundo que pasaba era un segundo menos que tenían para salvar a los atrapados.

— ¿Cuál es el plan? —preguntó Mei, intentando mantener la calma mientras su corazón latía con fuerza.

El líder del equipo militar se acercó, compartiendo su estrategia. — Vamos a dividirnos en grupos. Algunos se encargarán de asegurar la entrada y monitorear los niveles de gas, mientras que otros se adentrarán en la mina para localizar a los atrapados. Bakugo, tu habilidad será crucial para despejar obstáculos, y Mei, tu control del aire puede crear corrientes que lleven el gas tóxico lejos de los trabajadores y les permitan respirar mejor mientras los rescatan.

Mei asintió, sintiendo que la tensión se transformaba en acción. Con un último vistazo a Bakugo, quien parecía estar preparándose mentalmente para lo que venía, supo que debían dejar de lado sus diferencias. La misión era lo más importante, y el tiempo se estaba agotando.

Mientras el equipo se preparaba, Mei tomó una respiración profunda, enfocándose en el objetivo. Sabía que, a pesar de las complicaciones personales, tenían que trabajar juntos para salvar vidas. La adrenalina la impulsaba, y estaba lista para enfrentar lo que viniera.

Con el equipo listo, Mei y Bakugo se adentraron en la cueva. Ambos llevaban máscaras que filtraban el aire tóxico, asegurándoles un suministro de oxígeno limpio mientras se sumergían en la penumbra de la mina. La oscuridad era casi palpable, y la única luz que los guiaba provenía de las linternas integradas en sus trajes, que proyectaban un haz tenue sobre las paredes de roca húmeda y resbaladiza.

A medida que avanzaban, el silencio se rompía solo por el eco de sus pasos y el suave murmullo del aire que pasaba a través de sus máscaras. Mei, concentrada, utilizó su quirk para generar una leve corriente de aire, dispersando cualquier posible acumulación de gas tóxico a su alrededor. Sin embargo, la atmósfera se sentía extraña, como si la mina misma respirara con un ritmo inquietante.

De repente, un grito resonó en la distancia: — ¡Cállate! — seguido de un golpe sordo que resonó entre los ecos de murmullos lejanos. Esa voz, cargada de desesperación y frustración, hizo que ambos se detuvieran en seco. Se miraron, conscientes de que algo no estaba bien.

—Eso no suena bien, —murmuró Mei, frunciendo el ceño.

Bakugo asintió, su mirada aguda escaneando la oscuridad. Sin dudarlo, apagaron las linternas, sumiendo el túnel en una penumbra casi total. Sin embargo, a lo lejos, pudieron distinguir la luz parpadeante de las instalaciones internas de la mina, un destello de esperanza en medio de la oscuridad.

Con el corazón latiendo con fuerza, se acercaron sigilosamente hacia la fuente de luz, sus pasos ahora más cautelosos. La combinación de la luz distante y los ecos de la mina creaban una atmósfera tensa, como si cada sombra pudiera esconder un peligro inminente.

Mientras se movían, los murmullos se volvían más claros, llenos de emociones crudas. Mei sentía que la tensión se acumulaba en el aire, y a pesar de la incertidumbre, sabían que debían actuar con rapidez y cuidado; cada segundo contaba en su misión de rescate.

Con cada paso, la luz se hacía más brillante, y el sonido de voces se intensificaba. Mei y Bakugo intercambiaron una última mirada, listos para enfrentar lo que les esperaba en la penumbra de la mina.

Al llegar a la fuente de luz, Mei y Bakugo encontraron un pequeño saliente en la roca que les ofrecía un escondite estratégico. Se agacharon detrás de unas rocas, asegurándose de que su presencia no fuera detectada. Desde allí, podían observar la escena que se desarrollaba frente a ellos.

A medida que sus ojos se ajustaban a la luz, pudieron distinguir a un grupo de hombres arrodillados en el suelo, con expresiones de miedo y desesperación en sus rostros. Por sus equipos desgastados y vestimentas polvorientas, parecían ser los trabajadores de la mina, atrapados y vulnerables. Frente a ellos, cinco hombres armados se mantenían en pie, vigilantes y con una actitud amenazante, sus armas brillando bajo la luz tenue.

—Esto no pinta bien, —susurró Bakugo, su mirada fija en la escena. —Malditos bastardos... —Su voz era baja pero cargada de rabia, reflejando su frustración.

Mei asintió, sintiendo cómo la tensión aumentaba en su pecho. —Necesitamos un plan. No podemos lanzarnos sin saber qué están haciendo.

Su mente trabajaba rápidamente, analizando cada movimiento de los hombres armados.

Mientras observaban, los hombres armados hacían preguntas a los trabajadores, exigiendo respuestas sobre algo que claramente no estaban dispuestos a revelar. La tensión en el aire era palpable, como una cuerda estirada a punto de romperse.

—Si logramos distraerlos, podríamos sacar a los trabajadores, —sugirió Mei, su voz apenas un susurro, pero llena de determinación.

Bakugo frunció el ceño, sus ojos centelleando con una mezcla de ira y estrategia. —Podría hacer una explosión controlada para desorientarlos. Pero primero tenemos que asegurarnos de que esos imbéciles no lastimen a los trabajadores.

Su tono era brusco, reflejando su falta de simpatía por los captores, pero también su deseo de actuar.

La situación se tornaba más crítica. Uno de los hombres armados levantó su voz, amenazando con consecuencias severas, haciendo que los trabajadores se encogieran aún más. Mei sintió que no podían esperar más.

—Es ahora o nunca, —dijo Mei, decidida, su mirada fija en los hombres armados.

En ese preciso instante, una serie de explosiones resonaron en el sector, sacudiendo el suelo y llenando el aire de polvo y fragmentos voladores. Las detonaciones, como un trueno repentino, sorprendieron a los captores, quienes se giraron rápidamente, confundidos, tratando de discernir el origen del estruendo. Sus rostros se tornaron de incredulidad a alarma, pero la confusión fue efímera.

Sin embargo, no tuvieron tiempo para reaccionar. De entre el humo y el polvo, como un rayo veloz surcando la tormenta, apareció Mei. Las explosiones habían funcionado como un señuelo magistral, creando una cortina de caos que desorientó a los hombres armados. Aprovechando la distracción, Mei se lanzó hacia adelante, su figura esbelta y ágil moviéndose con una gracia felina.

Con cada paso, su cuerpo se deslizaba como una sombra en la penumbra. La adrenalina corría por sus venas, y su mente estaba enfocada en la tarea que tenía ante ella. Cuando estuvo lo suficientemente cerca, su ataque se desató con la precisión de un depredador. Con un giro rápido de cadera, lanzó una patada lateral que impactó con fuerza en la cabeza del primer hombre, el sonido del golpe resonando en el aire mientras él caía al suelo, inconsciente, sin haber tenido tiempo de reaccionar.

Sin detenerse y a pesar de los repentinos disparos que iniciaron por parte de los captores, giró sobre sus talones y realizó un salto ágil, aterrizando justo detrás de otro captor. Con un movimiento fluido y casi coreográfico, utilizó su brazo para asestar un golpe directo en la mandíbula del segundo hombre. El impacto fue seco y contundente, resonando como un tambor en la noche, y él se desplomó, aturdido, antes de que pudiera siquiera procesar lo que sucedía.

La rapidez de Mei era casi sobrehumana. Se movía entre los hombres como un torbellino, cada golpe calculado y preciso. Con un giro de su cuerpo, lanzó un puñetazo en el estómago de un tercer hombre, quien se dobló hacia adelante, incapaz de reaccionar ante la fuerza de su ataque. Luego, con una patada baja, derribó a otro captor, haciéndolo caer de espaldas con un ruido sordo, el polvo levantándose a su alrededor.

Finalmente, se enfrentó al último hombre, quien, aturdido por el caos y la pérdida de sus compañeros, apenas pudo levantarse. Mei se abalanzó sobre él, ejecutando un movimiento final con una combinación de un golpe en la cara que lo hizo tambalear y una patada en la rodilla que lo dejó caer al suelo, incapaz de seguir luchando.

Con el polvo comenzando a asentarse y el silencio envolviendo la escena como un manto, Mei se quedó de pie, respirando con fuerza. Sus músculos estaban tensos, pero su mente estaba clara, enfocada. Observó a los hombres caídos a su alrededor, cada uno de ellos derrotado en cuestión de segundos, habiendo transformado una situación crítica en una victoria rápida y contundente.

Los trabajadores, atrapados en la penumbra y el pánico, sintieron un rayo de alivio al ver a Mei, la heroína que había llegado para rescatarlos. La luz tenue de su traje brillaba en la oscuridad, y sus rostros, marcados por la desesperación, se iluminaron con una chispa de esperanza. Sabían que su presencia significaba que la ayuda estaba cerca, aunque el miedo aún dominaba sus corazones.

—¡Estoy aquí para llevarlos a un lugar seguro! —anunció Mei, su voz resonando con firmeza y determinación, como un faro en la tormenta—. Manténganse cerca de mí.

Mientras Mei comenzaba a organizar a los trabajadores, un temblor repentino sacudió el suelo, haciendo que las paredes temblaran ominosamente. En un instante, un gigantesco pedazo de roca se desprendió de la pared, cayendo hacia ella como un proyectil mortal. Mei sintió una punzada de terror al darse cuenta de que no tendría tiempo para esquivarlo.

—¡Debo protegerlos! —pensó, instintivamente intentando cubrirse con los brazos.

Pero justo cuando el impacto parecía inevitable, Bakugo irrumpió en la escena como un rayo. Con un grito contundente que resonó en el aire, saltó frente a ella.

—¡Apártate! —exclamó, su voz llena de urgencia y determinación.

En un instante, Bakugo detonó una explosión que iluminó la oscuridad, dispersando los fragmentos de piedra en todas direcciones. La onda de choque empujó a Mei y a los trabajadores hacia atrás, protegiéndolos de la lluvia de escombros. El sonido ensordecedor de la explosión resonó en sus oídos, y el polvo se elevó a su alrededor, creando un velo gris que dificultaba la visibilidad.

Los trabajadores, aterrados, se lanzaron al suelo, cubriéndose la cabeza mientras el aire se llenaba de polvo y fragmentos voladores. Cuando el caos se calmó, Mei se levantó, sintiendo una mezcla de gratitud y tensión hacia Bakugo. Su mirada era intensa, reconociendo la valentía en su acción, pero también la distancia que existía entre ellos.

—Primero debo ayudar a los trabajadores a escapar —dijo Mei, su voz firme y decidida—. Después vendré a ayudarte.

Bakugo la miró con una expresión dura, su rostro marcado por la adrenalina y la concentración. No había tiempo para palabras amables; la situación era crítica, y ambos sabían que debían actuar rápido.

Detrás de ellos, una sombra se alzaba entre el polvo. Un villano de imponente figura emergió, su cuerpo parecía estar formado por rocas y tierra, como si la misma naturaleza lo hubiera esculpido. Su piel marrón terroso se mezclaba con el entorno, mientras que sus ojos, de un verde intenso y penetrante, brillaban con una ferocidad inquietante, como dos faros en la oscuridad.

Mei sintió el peso de la inminente confrontación, pero sabía que su prioridad eran los trabajadores.

—¡Vamos! —instó a los demás, su voz resonando con autoridad—. ¡Sigan mi voz y corran hacia la salida!

Mientras los trabajadores comenzaban a moverse, Bakugo se preparó para enfrentar a la criatura, su mirada fija en el enemigo que se acercaba. La tensión en el aire era palpable, y el sonido de las piedras crujientes bajo los pies del villano resonaba como un ominoso presagio.

Los trabajadores, guiados por Mei, avanzaban rápidamente hacia el umbral de la cueva, donde la luz del exterior prometía la seguridad. El corazón de Mei latía con fuerza, sabiendo que estaban tan cerca de la libertad. Sin embargo, justo cuando estaban a punto de cruzar, un estruendo resonó en la cueva. Un muro de roca se alzó repentinamente, bloqueando su camino y sellando la salida.

—¡No! —exclamó Mei, su voz llena de molestia mientras se detenía, mirando el obstáculo que les impedía escapar.

Antes de que pudiera formular un plan, un golpe duro la sorprendió en el estómago, dejándola sin aliento. Se tambaleó hacia atrás y, antes de que pudiera recuperar el equilibrio, un segundo golpe la alcanzó en el rostro, como si una patada invisible la hubiera empujado con fuerza. La máscara de oxígeno que llevaba puesta se deslizó de su cara, cayendo al suelo y dejándola vulnerable.

Bakugo, que estaba luchando contra el hombre golem, escuchó el estruendo en dirección a Mei. Su corazón se aceleró al ver que algo iba mal. Al girarse, notó el pálido rostro de Mei y la ausencia de su máscara, lo que la dejaba expuesta al gas tóxico que comenzaba a llenar el aire. La preocupación se transformó rápidamente en irritación.

—¡Maldita sea! —murmuró Bakugo, apretando los dientes mientras intentaba avanzar hacia ella. Pero el golem, implacable, levantó un enorme bloque de tierra, bloqueando su camino. Cada intento de Bakugo por acercarse era frustrado por el monstruo de piedra, que lanzaba rocas y creaba obstáculos que lo mantenían a raya.

La rabia burbujeaba dentro de él. No podía soportar la idea de que Mei estuviera en problemas, luchando sola contra un enemigo invisible mientras él estaba atrapado en una batalla inútil. Cada explosión que liberaba apenas lograba hacer retroceder al golem, que parecía disfrutar del desafío.

Después de todo no podía usar el máximo de su potencial debido a que estaban en un espacio reducido.

—¡Déjame pasar! —gritó Bakugo, su voz resonando con furia mientras esquivaba los proyectiles. La impotencia lo consumía; sabía que debía proteger a Mei, pero el golem no le daba tregua.

Mientras tanto, Mei luchaba por mantenerse consciente. El aire en la cueva se volvía más pesado, y cada respiración se sentía como un esfuerzo monumental. La oscuridad a su alrededor parecía cobrar vida, y la sensación de ser observada la envolvía. Sin su máscara, el peligro era inminente, y la idea de un enemigo oculto se hacía más fuerte en su mente.

Con un esfuerzo sobrehumano, Mei buscó el origen de los ataques invisibles, intentando encontrar una manera de defenderse. La angustia la invadía, pero también una determinación renovada. No podía rendirse.

Bakugo, atrapado en su propia batalla, sentía la frustración crecer dentro de él. Cada vez que intentaba avanzar hacia Mei, el golem lo mantenía a raya, lanzando rocas y creando barreras de tierra. La preocupación por ella lo consumía, y su deseo de protegerla se intensificaba con cada segundo que pasaba.

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