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Capitulo 13

La habitación estaba envuelta en un silencio pesado, solo interrumpido por el suave murmullo de la brisa que se colaba por la ventana. Mei y Bakugo yacían juntos, sus cuerpos entrelazados bajo las sábanas, pero la intimidad del momento comenzó a desvanecerse lentamente. Con cada latido de su corazón, la euforia del alcohol que había embriagado a Mei se desvanecía, dejando espacio para una inquietante claridad que la envolvía como una sombra.

Poco a poco, la realidad comenzó a asomarse en su mente. Se dio cuenta de lo que había sucedido, de la intensidad de sus acciones, y un torbellino de emociones la invadió. El calor que había sentido momentos antes se transformó en una mezcla de confusión, arrepentimiento y vulnerabilidad. Se sintió atrapada en un remolino de pensamientos, cada uno más abrumador que el anterior. Sin saber qué hacer con esos sentimientos, se levantó de la cama con un movimiento abrupto, buscando refugio en la ducha.

El agua caliente la envolvió, y mientras las gotas caían sobre su piel, Mei sintió que su mente se nublaba aún más. Se apoyó contra la pared, dejando que el agua le lavara no solo el cuerpo, sino también las dudas que la atormentaban. Sin embargo, no podía escapar de lo que había hecho, de la conexión que había compartido con Bakugo. La imagen de sus labios sobre los de él, la pasión desbordante, se mezclaba con un creciente sentimiento de culpa que la ahogaba. ¿Cómo había permitido que las cosas llegaran tan lejos? ¿Qué significaba todo esto?

Cuando finalmente salió de la ducha, se encontró con Bakugo en la habitación, que la miraba con una mezcla de expectación y cautela. No intercambiaron palabras; el silencio entre ellos era denso, cargado de lo que no se decía. Mei se vistió rápidamente, sintiendo la tela de su ropa como un recordatorio de la realidad que había vuelto con fuerza. Cada prenda que se ponía parecía pesar más, como si cada una llevara consigo el peso de su arrepentimiento.

—Te llevaré a casa —dijo Bakugo, su voz grave rompiendo el silencio, pero sin la habitual brusquedad. Había un tono de preocupación en su mirada, como si quisiera asegurarse de que ella estuviera bien.

Mei se detuvo un momento, sintiendo un nudo en el estómago. —No, gracias. Puedo irme por mi cuenta —respondió, tratando de sonar firme, aunque su voz temblaba ligeramente. La decisión de rechazar su oferta la llenó de una mezcla de alivio y tristeza, como si se estuviera alejando de algo que realmente deseaba.

Bakugo la miró, una chispa de frustración cruzando su rostro, pero decidió no insistir. Había una tensión en el aire, una comprensión tácita de que ambos necesitaban espacio para procesar lo que había ocurrido.

—Está bien —dijo finalmente, resignado—. Te esperaré aquí hasta que consigas un taxi.

Mei asintió, sintiendo que el alivio se entrelazaba con la culpa. Se dirigió a la puerta, y antes de salir, se volvió hacia él, encontrando su mirada intensa. En ese momento, hubo un destello de conexión, pero también una profunda tristeza. ¿Cómo podían seguir adelante sin hablar de lo que había pasado? La incertidumbre la envolvía, y en su pecho crecía un sentimiento de pérdida.

Mientras Mei esperaba en la calle, el aire fresco la golpeó, y la realidad la envolvió como una manta pesada. Se sentó en un banco, sintiendo cómo la noche se deslizaba lentamente hacia el amanecer. La luna aún brillaba, pero el cielo comenzaba a despejarse, prometiendo un nuevo día que traería consigo nuevas preguntas y emociones. El arrepentimiento la consumía, y cada latido de su corazón parecía recordarle la decisión de esa noche, un eco de lo que había hecho.

Finalmente, un taxi se detuvo frente a ella, y Mei se levantó, sintiendo una mezcla de gratitud y tristeza. Se subió al vehículo, y antes de que el conductor arrancara, miró hacia atrás, donde Bakugo aún estaba de pie, vigilante. Sus miradas se encontraron una vez más, y en ese instante, Mei supo que, aunque no pudieran verbalizarlo, su historia había tomado un giro inesperado y profundo. La culpa la seguía como una sombra, y el peso de lo que había sucedido la acompañaría incluso en el camino de regreso a casa.

(...)

Mei tuvo la suerte de que, tras el operativo de rescate con los niños huérfanos, se le otorgaron tres días libres. Al principio, pensó que sería una oportunidad perfecta para relajarse y desconectar, pero pronto se dio cuenta de que esos días se convertirían en un refugio, una forma de escapar de la realidad que la atormentaba.

Los días pasaron, pero en lugar de encontrar alivio, Mei se sumió en un mar de ansiedad y remordimientos. Cada mañana se despertaba con el peso de lo ocurrido, como si un yugo invisible la aplastara. La imagen de Bakugo, su mirada intensa y su cercanía, la perseguía constantemente. Cada vez que intentaba recordar la conexión que habían compartido, un profundo desprecio hacia sí misma la invadía. ¿Cómo había permitido que las cosas llegaran tan lejos? ¿Qué había hecho? Esa pregunta resonaba en su mente como un eco doloroso.

La sensación de desasosiego se convirtió en su compañera constante, y se encontró evitando incluso a Azu, su amiga más cercana. Nunca antes había ignorado a Azu; su amistad era un pilar en su vida, un refugio seguro. Pero en esos momentos, la idea de enfrentarla, de ver su preocupación reflejada en sus ojos, se tornaba insoportable. Mei se sentía atrapada en un ciclo de vergüenza que no podía romper.

Cada vez que Azu la llamaba o le enviaba un mensaje, la ansiedad crecía dentro de ella como un monstruo insaciable. Ignoraba las llamadas, dejaba los mensajes sin respuesta, y se encerraba en su habitación, donde la oscuridad se convertía en su única compañía. No podía soportar la idea de tener que explicar lo que había sucedido, de abrirse sobre sus sentimientos confusos y el torbellino emocional que la consumía.

Los días se convirtieron en una mezcla de insomnio y pensamientos repetitivos. Mei se pasaba horas mirando por la ventana, observando el mundo pasar sin ella. La vida continuaba afuera, mientras ella se sentía atrapada en un laberinto de desdicha. Las risas de los niños, los ecos de la alegría que había sentido durante el rescate, se desvanecían en su mente, reemplazados por la sombra de su decisión.

Cada vez que se miraba en el espejo, la persona que le devolvía la mirada parecía un extraño. La Mei que había sido antes, llena de energía y pasión, se había desvanecido, dejando solo a una versión de sí misma que luchaba por encontrar sentido en todo lo que había hecho. La angustia se convirtió en su rutina, y la soledad la abrazaba con fuerza, como un manto pesado que no podía quitarse.

Finalmente, en un intento de escapar de sus pensamientos, decidió salir a caminar. El aire fresco la golpeó, pero en lugar de aliviar su ansiedad, solo intensificó su desasosiego. Se sintió como un fantasma vagando por las calles, incapaz de conectarse con el mundo que la rodeaba. La sensación de haber cruzado una línea que nunca debió cruzar la seguía, y cada paso la acercaba más a la realidad que había estado evitando.

Mei sabía que, tarde o temprano, tendría que enfrentar lo que había sucedido con Bakugo. Sabía que no podía seguir huyendo, pero en ese momento, la idea de hacerlo la llenaba de terror. Así que continuó su camino, perdida en sus pensamientos, sintiendo que cada día libre se convertía en una prisión de su propia creación.

Mientras Mei caminaba, sumida en sus pensamientos, de repente se encontró con Azu. La amiga avanzaba hacia ella con una expresión de preocupación que rápidamente se tornó en molestia. Mei sintió un escalofrío recorrer su espalda; la idea de que Azu pudiera saber lo que había sucedido con Bakugo la asaltó como un rayo. Se detuvo, temiendo el momento en que sus ojos se encontrarían.

—¡Mei! —exclamó Azu, acercándose con paso decidido—. ¿Por qué me has estado ignorando?

Mei sintió que el aire se le escapaba. Azu la sostuvo de los hombros con fuerza, y en ese instante, la mirada de su amiga se tornó profunda, indagadora.

—Mei... ¡Estás más pálida y delgada de lo normal!

Mei bajó la mirada, confundida. Sus ojos comenzaron a picarle, llenándose de lágrimas que amenazaban con desbordarse. La culpa la envolvía como una sombra oscura, recordándole constantemente lo que había hecho en aquella noche de borrachera con Bakugo, un hecho que sabía que destrozaría a Azu.

—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó, intentando desviar la atención de su vulnerabilidad. La voz le temblaba, y el nudo en su garganta se hacía más fuerte, como si cada palabra que intentaba pronunciar se quedara atorada, incapaz de salir.

—Obviamente vine a verte —respondió Azu, su tono lleno de preocupación—. No pude hacerlo antes porque he tenido mucho más trabajo desde que desapareciste. Pero te he estado buscando. ¿Estás enferma?

La pregunta la golpeó con fuerza. Mei sintió que el peso de su secreto se hacía aún más insoportable. Era como si cada palabra de Azu la empujara a un abismo del que no sabía si podría salir. Con un suspiro entrecortado, Mei finalmente murmuró:

—Solo... me siento mal.

Azu la miró con una mezcla de sorpresa y alarma. Nunca antes había visto a Mei tan vulnerable, tan frágil. La amiga dio un paso hacia adelante, y antes de que Mei pudiera protestar, Azu la abrazó con fuerza. El contacto la envolvió en una calidez inesperada, y las lágrimas que había estado conteniendo comenzaron a fluir, pero su voz seguía atrapada en su interior.

—¿Qué te pasa, Mei? —preguntó Azu, su voz suave y reconfortante—. Nunca te había visto así. Por favor, dime qué está pasando.

Mei sintió que su corazón se rompía un poco más con cada palabra. La culpa la consumía; la sensación de haber traicionado a Azu, de no ser la amiga que siempre había sido, la ahogaba. Sabía cuánto le gustaba a Azu Bakugo, y el hecho de que había compartido algo tan íntimo con él la hacía sentir aún más miserable. En ese momento, todo lo que había estado ocultando se convirtió en un torrente de emociones que no podía contener. Pero al mirar a Azu, el miedo a compartir su verdad la paralizaba aún más.

—No sé...  —susurró, su voz apenas audible entre sollozos—. Me siento tan mal...

Azu la sostuvo más fuerte, como si pudiera absorber todo el dolor que Mei llevaba dentro. En ese abrazo, Mei encontró un pequeño refugio, un destello de esperanza en medio de su tormenta interna. Sabía que tendría que enfrentar lo que había hecho, pero por un instante, en los brazos de su amiga, sintió que quizás no estaba sola en esta lucha. La calidez del abrazo le dio un respiro, aunque el secreto seguía pesando en su corazón, y la lucha por encontrar el valor para hablar seguía siendo un desafío abrumador. La vergüenza y la culpa la mantenían prisionera, y el temor a perder a Azu la mantenía en silencio.

(...)

Azu no se separó de Mei hasta que regresaron al trabajo. Mei había intentado interactuar con su amiga como lo hacía normalmente, pero le resultaba cada vez más difícil. A pesar de que ya no ignoraba a Azu como antes, se mantenía un poco distante, como si una barrera invisible se interpusiera entre ellas. La preocupación en los ojos de Azu era palpable, y aunque Mei se esforzaba por sonreír, sentía que su amiga podía percibir la tormenta que se libraba en su interior. Sin embargo, ver que Azu se sentía más tranquila al tenerla cerca le daba un pequeño respiro, un destello de esperanza en medio de su caos emocional.

Mei había trazado un plan en su mente: fingir que nada había pasado, que todo se quedaría en secreto y que Bakugo simplemente lo tomaría como un revolcón de una noche. Era un plan endeble, pero en su mente era lo único que podía hacer para seguir adelante. Ya era momento de que Mei volviera a la agencia de héroes a trabajar, y ese día se preparó mentalmente para ser lo más fuerte que pudiera. Se repetía a sí misma que evitaría a Bakugo a toda costa, y si llegaba a verlo, actuaría con indiferencia o desagrado, como siempre lo había hecho. Esa idea, aunque frágil, le otorgaba un sentido de control.

Estaba sentada en el comedor que solían frecuentar los héroes de su agencia, un lugar vibrante y lleno de vida. Las paredes estaban adornadas con carteles de sus hazañas, y el aire estaba impregnado de aromas tentadores que hacían que el estómago de Mei rugiera. Compartía una comida con Azu, y en ese momento, se sintió bien. La conversación fluía entre ellas, llena de risas y recuerdos compartidos, y Mei disfrutaba de la compañía de su amiga. No había visto a Bakugo en todo el día, lo que le permitió experimentar una sensación momentánea de alivio. La ansiedad que la había perseguido parecía haberse desvanecido, aunque sabía que era muy temprano para asegurar que estaba bien.

Sin embargo, esa calma se desvaneció rápidamente, como un castillo de naipes derrumbándose. A lo lejos, vio a Bakugo pasar por el comedor. Su corazón casi saltó a su boca, y el mundo pareció detenerse por un instante. El bullicio del lugar se desvaneció en un murmullo distante, y el olor a comida que antes le parecía agradable se convirtió en un asalto a sus sentidos; de repente, le dio náuseas. La ansiedad comenzó a generar arcadas que intentó controlar, pero el esfuerzo fue en vano.

Se llevó una mano a la boca, tratando de sofocar la sensación creciente en su estómago, mientras su mente se llenaba de recuerdos de aquella noche. La culpa y el miedo se entrelazaban en su pecho, y el simple hecho de verlo allí, tan cercano, la hizo sentir como si el suelo se desvaneciera bajo sus pies. Azu, al notar su cambio repentino, giró la cabeza y frunció el ceño, preocupada.

—¿Estás bien, Mei? —preguntó, su voz llena de un tono suave y reconfortante, como si intentara alcanzar la parte más vulnerable de su amiga.

Mei forzó una sonrisa, aunque sabía que era débil y poco convincente. —Sí, solo... un poco de malestar. Creo que comí demasiado rápido —respondió, intentando que su voz sonara despreocupada.

Azu la miró con desconfianza, sus ojos escrutadores buscando cualquier atisbo de verdad detrás de la fachada de Mei. Sin embargo, no insistió, y eso le dio a Mei un pequeño alivio. Sabía que su amiga podía notar que había algo más, pero no podía permitirse abrir esa puerta. Tenía que mantener las apariencias, al menos por ahora. Mientras trataba de respirar profundamente y calmar sus nervios, su mirada se desvió hacia Bakugo, que estaba en la fila de la comida, ajeno a su tormenta interna.

El bullicio del comedor se sentía ensordecedor, y cada risa y conversación le parecía un recordatorio de su secreto oculto. Mei se esforzó por concentrarse en Azu, en la conversación que intentaban mantener, pero el peso de su culpa la mantenía atrapada en un ciclo de ansiedad que parecía no tener fin. Su corazón latía con fuerza, y a medida que Bakugo se acercaba, la sensación de pánico crecía dentro de ella, como una ola imparable que amenazaba con arrastrarla.

La ansiedad de Mei fue tal que no pudo soportar estar ni un segundo más en ese lugar. Sin poder contenerse, se levantó bruscamente de la mesa, casi huyendo, y con un hilo de voz murmuró que iba al baño, dejando a Azu sola, sorprendida y preocupada. Mientras se apresuraba a salir del comedor, no se dio cuenta de que, a lo lejos, la mirada de Bakugo estaba clavada en ella. Su expresión era un enigma, pero había algo en su rostro que sugería molestia, como si el hecho de que Mei huyera de él le jodiera profundamente. Esa chispa de desagrado en su mirada la siguió incluso mientras ella se alejaba, intensificando su sensación de pánico.

Una vez en el baño, Mei se apresuró a entrar en uno de los compartimientos. La puerta se cerró tras ella con un golpe sordo, y en ese instante, la presión que había estado acumulando en su interior estalló. Se arrodilló junto al retrete, el frío azulejo contra su piel un contraste doloroso con el calor que la invadía. En cuestión de segundos, vomitó todo lo que había comido. Cada arcada era un reflejo de su angustia, de la culpa que la devoraba desde adentro, como si cada bocado que había ingerido se convirtiera en un recordatorio brutal de su desdicha.

Después de vaciar su estómago, Mei se dejó caer contra la pared fría del compartimiento, sintiendo cómo las lágrimas comenzaban a deslizarse por sus mejillas. Lloraba en silencio, un llanto desgarrador que resonaba solo en su interior. Pensaba en lo mucho que se arrepentía de lo que había hecho, en la noche que había cambiado todo y en cómo esa decisión la había llevado a un callejón sin salida. La culpa la ahogaba, y en ese momento, no sabía qué hacer. La idea de irse de la agencia por algo así parecía un precio demasiado alto. Esa agencia era una de las mejores, un lugar donde los héroes destacaban, y la oportunidad de estar allí era casi única. Irse significaría renunciar a su sueño de ser una heroína reconocida, un sueño que había alimentado durante tanto tiempo.

Mientras las lágrimas caían, su mente era un caos. Se preguntaba a sí misma qué haría para salir de este problema. ¿Podría simplemente olvidar lo que había sucedido? ¿Podría seguir adelante como si nada hubiera pasado? La idea de enfrentar a Bakugo nuevamente le provocaba un escalofrío, y la posibilidad de que Azu descubriera la verdad la aterraba aún más. Mei se sentía atrapada, como si estuviera en una red de mentiras que se apretaba más y más a su alrededor.

Las imágenes de esa noche volvían a su mente, cada detalle grabado a fuego en su memoria. Se preguntaba si podría seguir trabajando junto a Bakugo, si podría mirarlo a los ojos sin que la culpa la consumiera. La molestia que había percibido en su mirada la seguía atormentando. ¿Por qué le molestaba tanto que ella se alejara? Las preguntas se agolpaban en su mente, cada una más inquietante que la anterior. Mientras el llanto se calmaba lentamente, Mei supo que necesitaba encontrar una manera de manejarlo, de salir de este laberinto emocional. Pero, ¿cómo podría hacerlo sin perder todo lo que había trabajado tan duro por conseguir?

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