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Capitulo 12

Las horas en la fiesta fueron fluyendo, y la música vibrante llenaba el aire con ritmos contagiosos, mientras las risas y los gritos de alegría se entrelazaban con el sonido de los vasos chocando. Las luces parpadeantes iluminaban el ambiente, creando un aura festiva que hacía que todos se sintieran más vivos. A medida que la noche avanzaba, el alcohol corría sin parar, y los amigos se dejaban llevar por el ambiente, algunos dispersándose por la pista de baile, mientras otros se agrupaban en rincones oscuros, riendo y compartiendo secretos.

Mei, sintiendo el efecto del alcohol en su cuerpo, decidió que necesitaba un respiro. Con la cabeza dando vueltas y el estómago revuelto, se dirigió hacia la salida, buscando un poco de aire fresco que despejara sus pensamientos. Sin embargo, al abrir la puerta, se encontró con un hombre desconocido que la miraba con una sonrisa que la hizo sentir incómoda y vulnerable.

—Hey, bonita, ¿dónde vas tan sola? —preguntó él, acercándose demasiado, su aliento cargado de alcohol.

Mei frunció el ceño, intentando mantener la calma a pesar de la incomodidad que le generaba su presencia invasiva.

—No es asunto tuyo, déjame en paz —respondió, tratando de pasar a su lado, pero el hombre se interpuso en su camino, como una sombra que no la dejaba escapar. Eso la irritó.

—Vamos, no seas así. Te puedo llevar a un lugar más divertido —insistió, alargando su mano hacia ella, como si pudiera arrastrarla a su voluntad.

El corazón de Mei comenzó a latir con fuerza, la adrenalina corriendo por sus venas. A pesar de sus negativas, él seguía insistiendo, acercándose más, y en ese momento, la sensación de vulnerabilidad la invadió, haciéndola sentir atrapada en una trampa de la que no podía escapar. Realmente su personalidad era tal que en una situación en la que ella viera a una mujer pasando por lo mismo, hubiera intervenido sin dudar para darle una lección a aquel sujeto; pero por algún motivo se sentía congelada, invadida.

Era una ansiedad que no había experimentado hace tiempo.

Ser tocada por alguien que no quería.

Pero de repente, una voz firme y autoritaria interrumpió la situación.

—Bastardo —expresó Bakugo, que había aparecido de la nada tomando con fuerza el brazo del hombre que quería rodear a Mei, su mirada feroz fija en el hombre como un depredador acechando a su presa. Cuando hizo que este la soltara, lo lanzó del brazo con fuerza hacia la pared, como si tratara de un pequeño niño a comparación de él que era imponente.

El hombre chocó contra esa pared, soltando una queja y maldición ante el dolor que eso le provocó.

Mei sintió un alivio inmediato al ver a Bakugo, su figura imponente iluminada por las luces de la fiesta. Él se plantó frente a ella, dejándola detrás de él mientras encaraba al hombre.

—No tienes derecho a tocarla. Lárgate —ordenó, su voz llena de autoridad y determinación, como si el simple hecho de hablar pudiera deshacer la amenaza en el aire.

El desconocido, sorprendido por la intervención, retrocedió un paso, mordiéndose el labio en señal de frustración, su actitud desafiante comenzando a desvanecerse.

—¿Y tú quién te crees? —replicó, intentando mantener su actitud desafiante, pero su confianza se tambaleaba mientras trataba de recomponerse.

Bakugo no se inmutó, su mirada se volvió más intensa, casi incendiaria.

—Si no te largas ahora, te arrepentirás —amenazó, acercándose un poco más, su postura lista para actuar si era necesario.

El hombre, sintiendo la tensión palpable en el aire, finalmente decidió dar un paso atrás, murmurando algo inaudible antes de alejarse, dejando a Mei y Bakugo en un silencio cargado.

Bakugo se volvió hacia ella, su expresión suavizándose un poco, aunque todavía había un destello de preocupación en sus ojos que ocultaba bajo un ceño fruncido. Había notado el desespero que esa situación había generado en Mei puesto que cuando había aprovechado el disturbio para escapar de Azu; fue a la salida para tomar aire, encontrándose con esa situación.

Iba a intervenir haciendo valer su deber de héroe, pero viendo que se trataba de Mei pensó que sería más problemático si intervenía teniendo en cuenta la personalidad de la contraria. Aunque grande fue su sorpresa al verla paralizada por el acontecimiento muy al contrario de lo que pensó que sucedería; intervino para evitar que la situación se saliera de sus manos.

—¿Estás bien? —preguntó, su voz más baja y sincera, Mei se sintió extraña por esa pregunta. Es como si estuviera expuesta ahora.

Mei asintió de forma recelosa
Queriendo recomponerse, aunque su corazón seguía latiendo con fuerza, una mezcla de sentimientos confusos burbujeando en su interior.

—Gracias… aunque no era necesario que intervengas. Iba a solucionarlo —respondió, sintiendo una mezcla de gratitud y confusión que quería ocultar, aunque su orgullo la instaba a restarle importancia.

Bakugo la miró con una mezcla de frustración y determinación, sus ojos brillando con una intensidad que hacía que Mei sintiera un escalofrío recorrer su espalda.

—Deja de ser terca por una maldita vez —dijo, su voz resonando con una firmeza que no dejaba lugar a dudas, como si esa simple orden pudiera deshacer todos sus problemas.

Mei frunció el ceño, sintiendo que la indignación comenzaba a burbujear dentro de ella, como un volcán a punto de estallar.

—¿Con qué derecho me dices eso? —replicó, su tono desafiante y su mirada ardiente, como si estuviera dispuesta a enfrentarse a cualquier cosa que se interpusiera entre ella y su orgullo.

Bakugo chasqueó la lengua, un gesto que denotaba su molestia. Por un instante, Mei pensó que daría la vuelta y se marcharía, dejándola sola con sus pensamientos y su creciente frustración. Sin embargo, para su sorpresa, él se quedó a su lado, como una sombra protectora que no tenía intención de desaparecer.

La cercanía de Bakugo comenzó a crear un nerviosismo palpable en Mei. Su presencia era abrumadora, y no sabía si sentirse aliviada o incómoda. La forma en que su figura se destacaba contra la luz tenue de la fiesta le hacía sentir una mezcla extraña de seguridad y ansiedad.

—¿Por qué no te vas? —le preguntó, intentando sonar más segura de lo que realmente se sentía. Su voz, aunque firme, tenía un matiz de vulnerabilidad que no podía ocultar. —No tienes por qué quedarte aquí.

—Porque voy a acompañarte hasta que decidas entrar —respondió él, su tono directo y sin rodeos, como si no hubiera lugar para la discusión. —No quiero que venga otra persona a molestarte.

Mei intentó insistir, su voz un poco más suave, pero aún llena de determinación.

—De verdad, estoy bien. Puedo manejarme sola. Además, la única persona que me molesta ahora eres tú. Lárgate.

Bakugo la ignoró por completo, acomodándose contra la pared con una actitud despreocupada. Se apoyó con una confianza casi desafiante, metiendo sus manos en los bolsillos de su chaqueta, su postura relajada pero con una tensión latente, como un depredador que observa su entorno.

La atmósfera se volvió casi eléctrica, y Mei sintió que su corazón latía más rápido, no solo por la reciente amenaza, sino por la cercanía de Bakugo. La música de la fiesta seguía sonando en el fondo, un murmullo lejano que apenas podía escuchar, mientras el mundo a su alrededor se desvanecía, dejando solo a los dos en su propio espacio.

—No me iré —dijo él, rompiendo el silencio, su voz baja y profunda, como si supiera exactamente lo que ella necesitaba, aunque ella no lo reconociera. —Así que deja de intentar convencerme, cabeza dura.

Mei suspiró, sintiendo una mezcla de frustración y una extraña gratitud. Aunque no le gustara admitirlo, su presencia le brindaba una sensación de seguridad que no había anticipado, como un escudo contra cualquier otra amenaza que pudiera surgir.

Ambos se quedaron un largo rato a solas, sumidos en un silencio que se sentía casi sagrado, como si el universo entero hubiera decidido hacer una pausa solo para ellos. La música de la fiesta se desvanecía en la distancia, un murmullo lejano que apenas llegaba a sus oídos, y por suerte, no había nadie más en ese sector. Era como si el mundo se hubiera detenido, dejando solo a Mei y Bakugo en su pequeño refugio, mientras miraban el cielo estrellado que se extendía sobre ellos como un manto de terciopelo negro, salpicado de luces titilantes que parecían contar historias olvidadas.

La brisa suave acariciaba sus rostros, trayendo consigo el aroma fresco de la noche. Mei comenzó a sentir cómo la embriaguez del alcohol la envolvía, como una manta cálida que la hacía sentir liviana y despreocupada. Sin darse cuenta, se recostó contra la misma pared que Bakugo, su cuerpo buscando la estabilidad que necesitaba. La textura fría de la pared contrastaba con el calor de su piel, y su mente comenzó a perderse en la inmensidad del cielo, donde las estrellas danzaban en un vaivén hipnótico.

—Gracias —murmuró finalmente, rompiendo el silencio que los envolvía. Su voz era un susurro, casi un secreto. Bakugo la miró de reojo, su expresión afilada pero atenta, como un depredador que sopesaba cada palabra antes de actuar.

—¿Por qué? —preguntó él, con un tono que mezclaba curiosidad y desdén, como si no entendiera del todo por qué le debía gratitud. Sus ojos, intensos y penetrantes, buscaban la verdad detrás de su agradecimiento.

—Gracias por haber salvado a los niños —continuó Mei, su voz temblando ligeramente, casi como si el peso de sus palabras la abrumara. —Y por cumplir tu promesa.

Bakugo desvió la mirada hacia las estrellas, su rostro iluminado por la tenue luz que provenía de arriba, creando sombras que acentuaban su mandíbula marcada y su expresión afilada.

—Cumplía con mi deber —respondió, su tono directo, pero había un matiz de algo más profundo en su voz, una fragilidad escondida que solo se revelaba en momentos como este. —Esos niños no tenían la culpa de nada. No debieron pasar por lo que les sucedió.

Las palabras resonaron en el aire entre ellos, y Mei sintió una punzada de melancolía que se instaló en su pecho. La nostalgia comenzó a envolverla, y gracias al efecto del alcohol, los recuerdos de su pasado comenzaron a fluir como un río desbordado. Imágenes de momentos felices y tristes se entrelazaban en su mente, llenándola de una sensación agridulce que la hizo hablar más de lo habitual.

—A veces, pienso en lo frágil que es todo —dijo, dejando que sus pensamientos se deslizaran hacia fuera, como hojas llevadas por el viento. —Recuerdo cuando era niña, cómo solía mirar las estrellas y soñar con un futuro brillante, sin saber lo que vendría.

Bakugo la escuchó en silencio, su mirada fija en el horizonte, pero ella podía sentir su atención, como un hilo invisible que los conectaba.

—Es extraño, ¿no? —continuó, su voz ahora más suave, casi un susurro. —La vida puede cambiar en un instante. A veces, desearía poder volver a esos días simples, donde las preocupaciones eran solo sombras lejanas.

Él, aunque no respondía con palabras, su presencia a su lado le daba a Mei un extraño consuelo. La conexión entre ellos parecía crecer, tejida por el hilo de sus historias compartidas, aunque nunca las hubieran contado del todo.

—No sé si alguna vez podré dejar atrás esos recuerdos —susurró, sintiendo cómo la tristeza se aferraba a su pecho como una sombra persistente. —Pero me alegra que haya personas como tú que luchan por los que no pueden defenderse.

Él rubio la miró de reojo nuevamente, y aunque su expresión seguía siendo seria, había un destello de comprensión en sus ojos. En ese instante, se dio cuenta de que Mei no solo era una compañera, sino un reflejo de todo lo que había perdido y deseado.

La noche continuó envolviéndolos en su abrazo, mientras los recuerdos y las emociones danzaban en el aire, creando un momento que, aunque efímero, se sentía eterno. La atmósfera estaba cargada de una tensión palpable, como si el universo mismo estuviera conteniendo el aliento, esperando lo que vendría a continuación.

El héroe  miró a la joven mientras hablaba, y notó cómo su expresión estaba marcada por toques de tristeza. Había algo en su mirada que le resultaba familiar, un eco de emociones que resonaban en lo más profundo de su ser. Esa sensación de déjà vu lo invadió, como si Mei le recordara a alguien de su pasado, a alguien que aún no estaba listo para mencionar.

El silencio entre ellos se volvió denso, y, como si el alcohol lo impulsara, Bakugo sintió un extraño deseo de acercarse más a ella. Sin pensarlo dos veces, dio un paso en su dirección, sintiendo que el espacio entre ellos se encogía.

Mei, al notar su movimiento, giró su rostro hacia él, sus ojos llenos de una vulnerabilidad que la hacía aún más hermosa. En ese instante, unas lágrimas comenzaron a deslizarse por sus mejillas, vestigios de los recuerdos que la atormentaban. La tristeza en su rostro era palpable, y Bakugo sintió una punzada en su pecho, una necesidad urgente de hacer algo, de aliviar su dolor.

Sin previo aviso, y movido por una mezcla de instinto y deseo, el rubio se inclinó hacia ella y la besó. Fue un gesto impulsivo sin tomar en cuenta para nada las consecuencias que esto podría traer, pero cargado de la intensidad de todo lo que no habían dicho. Sus labios se encontraron con suavidad, y en ese contacto, el mundo exterior se desvaneció.

Mei se quedó sorprendida, sus ojos abiertos por un momento antes de cerrarse, dejando que la emoción la envolviera. Las lágrimas continuaron cayendo, pero en ese beso, había una promesa silenciosa, un refugio en medio de la tormenta de sus recuerdos. Bakugo, sintiendo la calidez de su piel, se dio cuenta de que, a pesar de todas las dificultades, había algo en ese momento que los unía de una manera que nunca había anticipado.

(...)

La noche avanzaba, y la conexión entre Bakugo y Mei se intensificaba con cada segundo que pasaba. Después del beso, un fuego ardía en sus corazones, un deseo que no podían ignorar. Sin pensar en las consecuencias, Bakugo tomó la mano de Mei, sus dedos entrelazándose con fuerza, y la llevó hacia un motel cercano, un refugio discreto donde podrían escapar del mundo exterior.

Al llegar, la tensión entre ellos era palpable, casi eléctrica. Entraron en la habitación de forma desesperada, como si cada segundo fuera un regalo que no podían desperdiciar. La puerta se cerró tras ellos con un golpe sordo, y en ese instante, el bullicio del mundo exterior se desvaneció, dejándolos solos en su burbuja de deseo.

Las luces tenues del motel iluminaban el espacio con un brillo suave, creando un ambiente íntimo y acogedor. Bakugo no perdió tiempo; se acercó a Mei, sus labios volviendo a encontrarse en un beso ardiente que parecía consumirlos. Cada roce de sus labios era como un chispazo, encendiendo una llama que había estado latente entre ellos.

La necesidad por el otro se hizo palpable, como un hambre insaciable que los devoraba. Sus manos se movían con prisa, despojándose de la ropa como si cada prenda fuera un obstáculo que debían eliminar. La tela caía al suelo, olvidada, mientras sus cuerpos se acercaban más y más, el calor de sus pieles fusionándose en una danza frenética.

Bakugo la empujó suavemente contra la pared, su cuerpo presionando el de ella, atrapándola en un abrazo que la hacía sentir segura y deseada. Sus labios nunca se separaron de los de Mei, cada beso era profundo y lleno de urgencia, como si intentaran capturar cada instante, cada latido. Las manos de Bakugo exploraban su espalda, sus dedos recorriendo la curva de su cintura, mientras Mei se arqueaba hacia él, deseando más, anhelando cada toque.

Mei, perdida en el momento, sintió cómo la calidez del rubio la envolvía, su piel ardiente contra la suya. Cada caricia era un fuego que se encendía en su interior, haciendo que su corazón latiera con fuerza, resonando en sus oídos. La desesperación y el deseo se entrelazaban, creando una danza apasionada que los consumía por completo.

—No puedo… —susurró Mei entre besos, su voz temblando de emoción y deseo.

Bakugo la miró a los ojos, sus iris rojizos brillando con una intensidad que la hizo sentir viva. —No hay nada que desee más que esto...  —respondió, su voz grave y cargada de anhelo.

Bakugo la levantó con fuerza, sus labios nunca alejándose de los de ella, mientras la llevaba hacia la cama. La sensación de su cuerpo contra el de ella era intoxicante, y Mei se entregó por completo, deseando explorar cada rincón de su ser. El mundo exterior había desaparecido, y en ese pequeño refugio, solo existían ellos dos, unidos por un deseo incontrolable y la necesidad de estar juntos.

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