Capítulo extra: David - "Hasta el fin de mis días"
17 AÑOS.
Él es mi todo.
Michael y yo nos encontramos dentro de la cámara de realidad virtual de su casa. Estas son tan costosas que no cualquiera puede adquirirlas, pero, a pesar de ello, los arkanos las compramos para proyectar fantasías visuales que quizá nunca se harán realidad.
La habitación tiene pantallas gigantes en las paredes, en el techo y sobre el suelo. Cuando la cámara está apagada, las paredes lucen como simples telas negras y, cuando se encienden, parece no haber bordes ni muros. Aunque no podemos ir más allá de los límites del cuarto, podemos imaginar que nos hallamos en un espacio diferente. La cámara simula los olores, la temperatura y muchos otros aspectos que entregan una sorprendente ilusión de realidad.
La vida parece simple en el interior de la cámara de realidad virtual, pero no todo es paz entre Michael y yo. Se aproxima el día de las reproducciones sexuales obligatorias y eso significa que tendremos que renunciar a nuestro amor y olvidar lo que sentimos el uno por el otro.
Hemos llorado juntos desde hace tiempo. Nuestra relación ha cambiado tanto que ya no es la misma del principio. Michael se volvió frío y distante, y no sé si es porque lo nuestro acabará pronto o porque me oculta algo. Actúa extraño, se ha vuelto fornido y esconde secretos que se niega a contarme.
Como sea, no debería preocuparme en este momento. Dejo de lado mis inquietudes y me dispongo a gozar un par de horas detranquilidad junto a mi amado.
Nos encontramos en el claro de un valle virtual libre de contaminación, sentados sobre una manta junto a una canasta de frutas coloridas y un par de hamburguesas de carne no artificial. Las frutas y la carne huelen tan bien que me apena que no sean más que emulaciones, y el ambiente es tan pacífico que deseo poder volverlo real y pasar mis días aquí, junto a Michael, incluso si no estamos solos en el claro. Muchas familias celebran días de campo a unos cuantos metros de distancia. Niños corren de un lado a otro, aves reales vuelan por el cielo y una brisa sin toxicidad revuelve el cabello de los presentes.
Lo más maravilloso es que Michael y yo nos besamos y a nadie le importa. Esta es nuestra propia utopía, una que anhelo con todo mi corazón.
—¿Qué tal si cambiamos a un ambiente un poco más solitario? —propone Michael con mirada sugerente.
Pongo los ojos en blanco y me río.
—¿Qué quieres ahora? ¿Cita en un café de París o en algún bosque de la Patagonia?
—Quiero el paisaje de las montañas nevadas.
Su paisaje favorito.
Tomo el control de la cámara, deslizo un dedo por la pantalla táctil del dispositivo y busco el paisaje virtual que él tanto ama. En cuestión de segundos, el ambiente cambia y nos transportamos hacia lo alto de una montaña. Hace frío, así que ajusto la temperatura de la cámara y la dejo un poco más baja de lo normal para no perder la sensación de estar en un lugar helado.
—¿Por qué amas tanto este lugar? —le pregunto a Michael. Él medita unos segundos a ojos cerrados.
—Porque no existe lugar más libre en el mundo que lo alto de una montaña —responde después de un rato—. Aquí todo es soledad, brisa, silencio y calma. En el mar hay olas y estruendo. En el bosque hay insectos y animales, ni hablar de la ciudad. Aquí, en cambio, no hay nada. Solo somos tú y yo perdidos en lo alto de la Tierra.
Me gusta su forma de ver el mundo. Todas las piezas del rompecabezas llamado "vida" parecen encajar cada vez que habla.
De pronto, Michael lleva las manos a la cara para ocultarse de mí. Lo obligo a descubrirse el rostro y noto lágrimas en sus ojos.
—¿Qué ocurre? —Limpio sus mejillas con mis manos.
—Tú sabes. —Se lanza a mis brazos con urgencia.
Lo contengo como a un niño. En ocasiones, Michael pierde la seriedad adquirida y vuelve a ser el chico frágil del que me enamoré.
—Todo estará bien —prometo—. Pronto La Cura te ayudará a olvidar el dolor.
—¿Cómo puedes hablar de esa manera? —Se levanta de golpe—. ¡No quiero olvidarte, David! ¡No quiero y nunca querré!
—¿Qué pretendes que hagamos? —Sueno enojado, pero no lo estoy. En realidad, me siento destrozado—. ¿Qué opción tenemos?
Michael duda por tantos segundos que tengo la certeza de que propondrá algo arriesgado.
—Podemos escapar —susurra como si alguien pudiera escucharnos.
—¿Escapar? —Se me acelera el corazón.
—Conozco un modo de hacerlo. Si estás dispuesto, huiremos juntos y dejaremos todo atrás. ¿Qué dices?
Su oferta es tan sorprendente que me deja anonadado. ¿Cómo lograremos escapar? ¿Existe en realidad una forma de burlar el sistema y huir?
Si existe, creo que lo mejor será intentarlo, porque no quiero olvidar a Michael. No quiero olvidar su risa, tampoco su llanto. No quiero olvidar la forma en que bosteza al despertar o el modo en que arruga el rostro al enojarse. No quiero olvidar su expresión de añoranza al contemplar el cielo ni todas las memorias que hemos construido juntos en nuestras noches de ensueño.
No permitiré que me arrebaten su recuerdo.
—Huyamos —asiento.
Michael sonríe, pero sus ojos se empapan de lágrimas otra vez. Nos besamos con pasión y nos acogemos el uno al otro en nuestros brazos.
—Huiremos si prometes que me amarás para siempre —exijo.
—Hasta el fin de mis días.
Y ahora, nada en el mundo importa excepto amarnos con locura.
* * * *
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