9. Aaron - "Revelaciones"
David dejó de llorar, pero sigue abrazándome sin ánimos de alejarse. Llevamos más de una hora tumbados en el suelo sin soltarnos. No es como si yo quisiera apartarme ahora; a decir verdad, su contacto me reconforta.
Es la primera vez que tengo una proximidad extensa con otro hombre, y probablemente la última. Experimentar esta conexión con una persona de mi sexo se siente tan excitante y prohibido a la vez que no puedo hacer más que dejarme llevar por la situación y entregarme a ella en total rendición.
Resulta irónico que nos abracemos, porque sentía que lo odiaba hace unashoras. Si bien no empezamos de la mejor forma, ahora veo las cosas de un mododiferente. Siento que él no es malo. Renunció a su familia y a una vidaestable por amor. Luchó contra un sistema estructurado por ser fiel a sussentimientos y prefirió ser él mismo que matar una parte suya.
Una persona así no puede ser mala. Más bien, es admirable.
—¿Te sientes mejor? —le pregunto.
David levanta su rostro para verme a los ojos. Está recostado sobre mi pecho. Sus brazos rodean mi espalda; su cara luce hinchada y enrojecida a causa de las lágrimas.
De un segundo a otro, se pone de pie con incomodidad.
—Disculpa, no debí abrazarte. Sé que no te gusta mi contacto. —Se niega a sostener mi mirada.
—No te preocupes. —Esbozo una media sonrisa—. Necesitabas contención.
Cientos de colibríes robóticos revolotean en mi estómago de un lado a otro, y un bochorno exorbitante recorre mi cuerpo de la cabeza a los pies. David no parece sentirse de la misma manera: luce frío, distante y ofuscado.
Abrió una vieja herida. Todo indica que costará volver a cerrarla.
—¿Estás bien? —Me aproximo un poco a él, pero retrocede.
—No te acerques, por favor.
—¿Que no me acerque? Estuvimos abrazados por tanto tiempo que apenas sentía las piernas. ¿Qué pasa?
Él dirige la mirada hacia la imagen de las montañas nevadas. Se pierde en ella como si una parte suya hubiese abandonado la habitación y se hubiera transportado a las montañas en cuestión.
—Yo... creo que deberías irte —masculla al salir del trance.
Trato de asimilar sus palabras sin desbordarme de ira.
—¿Irme?
—Es lo mejor. No estoy bien, necesito un tiempo a solas.
—¿Quién crees que eres? —No puedo evitar irritarme—. ¿Piensas que puedes traerme aquí a la fuerza, mostrarme unos cuantos recuerdos impactantes que cambian mi percepción de la realidad y dejarme ir como si nada hubiera pasado? ¡Vaya forma estúpida que tienes de hacer las cosas, imbécil!
David ríe tan fuerte que, por un momento, parece olvidar que lloró a mares durante más de una hora.
—Y ahora te ríes —resoplo—. Eres el sujeto más extraño e insoportable de todo Arkos.
—¿Yo? Mira quién lo dice. —No para de reír.
—¿Podemos hablar en serio? Creo que hay mucho que debes contarme, tengo más dudas que antes.
Su sonrisa vuelve a esfumarse.
—Está bien, puedes quedarte —suspira—. Hay mucho de qué hablar, pero ¿puedo pedirte algo antes de iniciar?
—¿Qué?
—¿Me permites abrazarte otra vez?
No lo entiendo. Juro que no lo hago, pero no puedo resistirme a él.
Su tono es tan dulce y suplicante que no podría negarme a aceptar.
Esbozo una débil sonrisa como asentimiento y él se acerca a abrazarme. Permanezco inmóvil por unos segundos, aún no sé cómo reaccionar ante él.
El último abrazo extenso y cariñoso que compartí con alguien del mismo sexo fue con Carlos. Recuerdo que lo encontré llorando en el baño de la preparatoria hace unos años, demasiado agobiado por su estricta rutina de futuro gobernador. Lo abracé del mismo modo en que lo hice con David: tumbados en el suelo y escondidos como criminales.
Carlos y yo compartimos muchos momentos íntimos "anormales". Él lo sabe tan bien como yo. No siente atracción por otros hombres, pero sé que no es del todo normal. Aun así, nuestros abrazos no se sentían como el que comparto ahora.
El abrazo con David conecta nuestras almas de forma indescriptible. No encuentro la palabra adecuada para expresar cómo se siente.
Sin pensar con claridad, envuelvo mis brazos alrededor de su cuello. Siento su respiración junto a mi oído, lo que provoca un cosquilleo excitante en mi estómago. Él reposa su cara sobre mi hombro y no hago esfuerzo alguno por apartarlo. Me siento tan desorbitado que apenas recuerdo el mundo real. No somos más que cuerpos que se tocan en la oscuridad como si no hubiera prohibiciones de por medio.
David quita su rostro de mi hombro y me mira a los ojos. Está nervioso, o eso veo. Nuestros labios tiemblan, nuestras respiraciones son jadeantes.
Apesar de que él es un extraño al que conocí hace pocas horas y cuya vida correriesgo en todo lugar y momento, nada parece importarme ahora...
Porque nunca me sentí más vivo.
Acerco mis labios a los suyos, sorprendido de lo que hago. No me reconozco. Es como si un nuevo Aaron cobrara vida: uno libre y dispuesto a saltar desde el más alto precipicio a lo que sea que se halle en el fondo.
Nuestras bocas están a solo un par de centímetros de distancia. Ambos respiramos con dificultad, ansiosos por entregarnos sin privación en un primer beso.
Pero cuando nuestras bocas estaban a punto de unirse, él vuelve a apartarse de mí.
—No puedo hacerlo —declara una vez alcanza una lejanía prudente.
Y ahora, siento exactamente lo que ha de sentir Caroline cada vez que me niego a amarla: el rechazo está clavando mi corazón como una daga afilada.
Fui un tonto. ¿Qué me hizo pensar que mostraría interés en mí cuando tiene toda una historia de amor reciente e intensa detrás? En cierto modo, lo entiendo. La herida que generó la muerte de Michael en su corazón no ha cicatrizado, y revivir tantos recuerdos suyos no ayuda en lo absoluto.
—Perdóname —implora con tristeza en la voz—. No debería, yo...
—No te preocupes. —Fuerzo voz despreocupada—. No debí dejarme llevar así. ¿Sabes qué? Creo que sí debería irme.
—¡No! Por favor, quédate...
—Querías que me fuera hace minutos —le recuerdo—. No te entiendo.
Él solo ruega con la mirada, y vuelve a lanzar sus brazos sobre mí. Y yo, iluso e inocente, vuelvo a permitírselo.
No sé si podré evitar su contacto otra vez.
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🚫
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—Michael era un rebelde.
Me siento junto a David frente a la imagen de las montañas nevadas y de dos tazas de café que descansan sobre una mesita de cristal. No tenemos más luz que la proveniente de la pantalla gigante.
—¿Un rebelde?
—Un rebelde —repite—. Hay un gran movimiento revolucionario entre nosotros, Aaron. Se ha formado desde mucho antes de que tú y yo naciéramos, y cada día aumenta su fuerza.
Ahora es oficial: sí existen concentraciones rebeldes en el país. La confirmación me aterra y alegra a la vez. Me aterra porque es algo peligroso, pero me alegra porque es esperanzador.
—¿Cómo te enteraste de que Michael formaba parte del movimiento? —inquiero, intrigado. Quiero saberlo todo.
La expresión de David se torna triste y sombría. Hablar de Michael significa echar sal en sus heridas.
—No supe que Michael era un rebelde hasta que me rescató en el quirófano —contesta—. Sabía que él actuaba extraño los últimos meses, pero nunca imaginé que se debía a que estaba involucrado en movimientos prohibidos.
Entiendo lo que debió sentir al enterarse. Ha de ser la misma combinación de miedo y esperanza que siento ahora.
—¿Qué buscan los rebeldes? —No puedo evitar sonar asustado al preguntarlo.
—¿Acaso debo responder esa pregunta? —David ríe con desgano—. Solo analiza la sociedad en la que vivimos, Aaron. Todo es una mentira.
—Explícate, por favor. —Me estremezco.
—Por dónde empezar... Creo que lo primero que debes saber es que la enfermedad prohibida es una farsa, aunque eso ya lo adivinaste. Lo que nos caracteriza ni siquiera lleva por nombre la palabra "enfermedad".
—¿Y cuál es la palabra?
Él sostiene mi mirada antes de hablar.
—Homosexualidad —responde en tono revelador.
La palabra se oye tan prohibida que me daría miedo pronunciarla.
Tantos nuevos conceptos y verdades me están mareando. ¿Qué viene en el futuro ahora que sé lo que soy en realidad?
—¿Sabías que en la sociedad preguerra había miles y miles de homosexuales? —pregunta David. Hay melancolía en su voz.
—No.
—Éramos muchos, Aaron. Cientos en cada lugar del mundo.
—¿Hablas en serio?
—La homosexualidad se volvió totalmente aceptable en el mundo a fines del siglo XXI —cuenta—. Los homosexuales vivían en libertad en ese entonces. La humanidad era más tolerante, la discriminación había dejado de ser tan común y las diferencias no eran tan marcadas como ahora o hace siglos.
Oír de tal sociedad enciende una chispa en mis adentros. Pensar en un mundo sin La Cura me llena de ilusión.
—¿En qué momento cambió todo? —pregunto, aunque imagino la respuesta.
El semblante de David se vuelve a endurecer.
—Como has de saber, la Gran Guerra Bacteriológica cambió todo —contesta—. Cuando Rusia y Estados Unidos se atacaron el uno al otro con armas biológicas, la situación escapó de su control. Liberaron una infinidad de virus letales que se esparcieron por el mundo con tal rapidez que, en solo un par de años, la población ya se encontraba reducida casi en su totalidad.
Me estremezco al oírlo hablar de las muertes. Pienso en las miles y miles de familias que perecieron tras la catástrofe y mi corazón se oprime.
—Arkos fue creado mucho antes de la Guerra Bacteriológica —revela David—. Los presidentes de las naciones poderosas sabían que un conflicto inmenso se avecinaba, así que tomaron precauciones. ¿Sabías que, en un principio, Arkos solía ser un refugio subterráneo?
—Nunca oí sobre ello.
—Fue el único modo de resguardar a la humanidad tras la catástrofe. El aire y las aves transmitían virus y bacterias desde los demás continentes, por lo que vivir en el exterior no era seguro para nadie.
Al imaginar a nuestros antepasados viviendo entre las sombras, sin ver la luz del día, me siento un poco afortunado de contar con grandes espacios en la superficie. No soportaría vivir más atrapado de lo que ya estoy.
—¿Cuándo se volvió seguro el exterior? —pregunto. Mi sed de información aumenta tanto como mi asombro.
—Cuando crearon el cielo artificial —responde David—. Nuestro cielo no solo proyecta la ilusión de un cielo real, sino que, además, es una especie de pantalla protectora que filtra las partículas limpias de oxígeno que pasan a través de ella.
—Eso es...
—Increíble, ¿no?
—¿Y por qué esconden la verdad sobre nuestro cielo? —Frunzo el ceño—. ¿Qué razón tendrían para hacerlo?
—Porque la pantalla artificial podría fallar en cualquier momento —responde David en voz susurrante—. El gobierno no quiere que la población viva con más miedo del que ya tiene. Un pueblo confiado y seguro es un pueblo controlable. ¿Qué razones tendrías para rebelarte si todo en tu vida es color de rosa?
Muchas cosas comienzan a tener sentido: nos esconden información para mantenernos tranquilos y sumisos.
—Nunca imaginé que esta nación escondería tantos secretos. —Me conmociono por las impactantes revelaciones.
—Y aún hay mucho que debes saber, como la realidad sobre la reproducción obligatoria, La Cura y lo que pasó con el resto del mundo tras la Guerra. Hay tantas cosas de qué hablar que nos tomaría meses finalizar.
Antes de pedirle que me cuente lo que sabe, el sonido de una voz robótica nos sobresalta. Se trata del sistema identificador de la puerta principal, el que anuncia que hay un visitante en la entrada.
—Ve a mi habitación —farfulla David—. Quédate ahí y no hagas ruido alguno.
Me apresuro en subir las escaleras y, tras hallarme nuevamente en su cuarto, oigo el sonido de la puerta principal en movimiento. Voces agitadas alcanzan mi audición desde la estancia. No sé quiénes son los visitantes, pero si David los dejó pasar es porque han de ser personas de confianza para él.
Transcurren varios minutos de espera, en los que merodeo por la habitación para distraerme. Descubro una mesita de noche junto a la cama, abro su cajón y encuentro mi teléfono móvil en el interior. Estaba tan perdido en David que olvidé por completo el aparato.
Está apagado. Él debió apagarlo sin que se autodestruyera. Lo enciendo: tengo diez llamadas perdidas, siete mensajes de texto y cinco mensajes de voz. Las llamadas corresponden a los números de mi padre, de mi madre, de Caroline y de Alicia. El primer mensaje de voz es de mi amiga.
—Aaron, llámame cuando escuches este mensaje. Tengo mucho que contarte.
Suena tan urgida y aterrada que la llamo al instante.
Escucho el tono de llamada de su teléfono... en la estancia de David.
¿Qué demonios? ¿Acaso Alicia está aquí?
Salgo de la habitación y bajo las escaleras con rapidez. No veo a Alicia en la estancia, pero sí a un chico moreno con el móvil de mi amiga en sus manos.
—¿Quién rayos eres? ¿Por qué tienes el móvil de Alicia?
Un chico de tez oscura y brazos gruesos lo acompaña. Ambos me miran con el ceño hundido.
—¿Se lo robaste? —Sigo insistiendo, pero no recibo respuesta—. ¡Explícate!
David se para entre el desconocido y yo.
—Relájate, Aaron —pide—. Y no seas ridículo. De ser robado, el teléfono se habría autodestruido en el instante que escapó de las manos de Alicia.
—El mío no se autodestruyó cuando lo tomaste —refuto—. ¿Pueden explicarme qué está pasando?
—Para empezar, mi nombre es Maximiliano, pero puedes llamarme Max. —Se presenta uno de los visitantes—. Este de aquí es William.
William alza el mentón a modo de saludo, se cruza de brazos y me ve con mirada desafiante.
Una vez que nos presentamos, Max relata lo ocurrido desde que encontró a Carlos en las calles del G hasta que escapó junto a William para llegar aquí.
Quedo pasmado. El destino sabe cómo jugar sus cartas. Ahora, no solo yo estoy involucrado con rebeldes: Alicia también.
Mi vida es más inestable ahora de lo que era ayer. Desde hoy, sé cosas que muy pocas personas saben, conozco verdades que me ponen en peligro y mi futuro es tan incierto que cualquier cosa podría pasar desde este momento.
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