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4. Alicia - "Rescate"

La noche ha caído sobre Arkos y aún no tengo señales de Carlos. Estimo haberle marcado más de veinte veces, pero no ha contestado ninguna de mis llamadas. 

Tengo un mal presentimiento.

Pensar que podría estar en el Sector G poco después de haber ocurrido un atentado terrorista me pone los pelos de punta. Es sabido por todos que los gobernadores sospechan que el G concentra a los grupos terroristas más peligrosos del país y, debido a ello, la tensión entre los opositores y la Cúpula es constante, aunque el poder de los gobernadores es mil veces superior. Por más que los terroristas y criminales del G consiguieran un gran arsenal para un conflicto directo, no tendrían oportunidad alguna contra el gobierno.

El atentado de hoy fue un error indiscutible. Lo único que provocará es que los líderes de la nación excluirán todavía más a los habitantes del Sector G. Según informaron en televisión, el Cuerpo de Protección ya sobrevuela y registra la zona, y no quiero imaginar qué podría pasar si descubren a Carlos en una posible área terrorista después de un atentado. Esta vez no lo perdonarán como si nada.

¿Le habrá sucedido algo malo en el Sector G?

Podría haber muerto. Es una posibilidad un tanto exagerada, pero no imposible si considero que cualquier cosa puede pasar en el G. Cada vez que Carlos se droga o se embriaga, se vuelve prepotente y molesto. He aprendido a lidiar con sus malas actitudes durante el transcurso de nuestra relación, pero la gente del G no cuenta con mi paciencia; ha llegado golpeado y malherido a Athenia en más de diez ocasiones.

Desciendo por las escaleras de mi casa en dirección a la puerta principal, decidida a visitar la mansión Scott e ir en busca de mi prometido. Ruego en mis adentros que esté ahí. Quizá llegó a casa hace horas y cayó dormido apenas entró en su habitación.

Me obligo a creer que eso sucedió.

Llego a la estancia de mi hogar, está vacía. Mi padre se halla en su estudio, mi madre se encuentra en Libertad junto a mis hermanos en un partido de fútbol virtual y Marta, nuestra criada, está en la cocina. Ella es más una madre para mí de lo que ha sido mi progenitora.

Las mujeres en nuestro país tenemos permitido acceder a un empleo o carrera cuando nuestro hijo más reciente cumple los siete años. No podemos trabajar o ingresar a la universidad antes que eso. Mi madre comenzó a trabajar en la empresa familiar un día después de mi séptimo cumpleaños; no quiso esperar más. Desde entonces, Marta se convirtió en mi figura materna más próxima. Mamá estaba enterada, pero nunca mostró preocupación al respecto. Si ahora es tan cercana a mí se debe solamente a mi futuro matrimonio con Carlos y la alianza entre su familia y la nuestra. 

La libertad de mi madre duró poco. Cuatro años después nacieron mis hermanos gemelos: Antonio y Simón. Mamá tuvo que renunciar a su empleo y ocuparse de lleno a las obligaciones del hogar. Los gemelos cumplirán los siete años en un mes, por lo que la libertad de mi madre será restaurada. No obstante, ella no quiere volver a trabajar. Solía estar llena de vida hace años, pero su energía se apagó debido a los problemas con mi padre.

Las cosas entre ambos no están bien. Su matrimonio sigue en pie solo por la precaria situación económica que atraviesa la familia y porque los gemelos aún no son tan grandes como para entender lo que conlleva e implica un divorcio.     

No culpo a mis padres por no tener la capacidad para remediar su matrimonio. Sus libertades les fueron arrebatadas cuando eran muy jóvenes, y nunca pudieron disfrutar de los verdaderos placeres de la vida como es debido...

Y yo tampoco podré.

Para mi sorpresa, mi padre me aborda en la puerta principal antes de salir. Viste un traje elegante de color negro que combina a la perfección con su piel pálida y con su barba oscura.

—¿Adónde vas? —pregunta.

—A la mansión Scott, voy en busca de Carlos.

—Voy contigo. Jugaré al póquer con Abraham y los demás. 

Abraham Scott, padre de Carlos y gobernador del país, ofrece partidas de póquer una vez al mes. Solo los gobernadores y sus amigos de confianza son invitados a participar. Mi padre es uno de los selectos afortunados. Él invierte gran parte de su tiempo intentando impresionar a su exclusivo círculo de amigos, en el que los lujos y el poder son lo más importante para ellos.

Salimos de casa y nos encaminamos a la mansión Scott, ubicada al final de la avenida y en los límites de la villa. Athenia es tan pacífica que podemos caminar por las calles en plena noche sin miedo, y está protegida por muros de seguridad electrificados y custodiados por guardias armados hasta los dientes. Gente muy poderosa vive en estas calles.     

Nunca me he sentido parte de ellos.

Si bien mi casa es lujosa, la mansión Scott es una especie de palacio preguerra en comparación. La construcción está rodeada por altos muros electrificados similares a los que rodean los límites de Athenia. Hay cámaras inteligentes de vigilancia en cada rincón y guardias de seguridad por todas partes.

¿Qué está pasando? Hay mucha más seguridad en la mansión que hace días.

—Arroja una piedra sobre la mansión y verás como un rayo láser la desintegrará al instante —bromea papá, tan sorprendido como yo.

—¿Por qué aumentaron la seguridad? Estuve aquí el martes y todo seguía igual que siempre.

—Debe ser por el atentado terrorista del Congreso —deduce—. No puedo esperar para ver cómo incrementarán la seguridad de la Cúpula. 

El atentado, por supuesto.

Un movimiento terrorista está alzándose. Si el gobierno no logra detenerlos a tiempo, estos asaltarán las casas de los gobernantes. Pensarlo me eriza la piel porque muy pronto la mansión Scott será mi hogar.

Llegamos a la puerta principal. La voz robótica del sistema identificador dactilar de la entrada inicia el procedimiento de siempre.

Toque el identificador —ordena el mecanismo, y hago lo que indica—. Usuario reconocido: Alicia Robles. Acceso autorizado. Puede pasar.

Mi padre repite el proceso. La puerta blindada y metálica se abre de forma automática para ambos. Dos guardias nos reciben en la entrada y nos conducen a las puertas principales de la mansión, en donde otro par de uniformados está de pie. Tanta seguridad me incomoda.

El ama de llaves nos recibe en el interior de la mansión apenas ingresamos.

—Buenas noches, señor y señorita Robles.

—Buenas noches, Sara —saluda papá—. ¿Se encuentra Abraham en casa?

—Llegará en unos minutos. Algunos de los invitados ya están esperándolo en la sala de juegos. ¿Le gustaría que lo lleve a ella?

—No es necesario, conozco el camino. 

Mi padre se aleja por uno de los pasillos. Sara y yo quedamos a solas.

—Sara, ¿sabe si Carlos está en la mansión? —le pregunto en voz baja.

—No lo he visto por aquí —responde ella en susurros—. Puedo ir a verificar a su habitación si lo desea.

—No se moleste, yo iré. Gracias.

Me adentro en el elevador. Llevo un dedo al panel táctil situado junto a las puertas, toco el indicador del cuarto piso y el cubículo me conduce al pasillo de habitaciones de la familia Scott. Camino hacia el cuarto de Carlos con la ilusa esperanza de encontrarlo dentro. La puerta de la habitación también posee un identificador dactilar.

Usuario reconocido: Alicia Robles. Acceso autorizado. Puede pasar.

Soy la única persona además de Sara en tener acceso a la habitación de Carlos, su mayor refugio. En una de las paredes hay fotografías en 3D de su infancia, de su adolescencia y hasta el presente. En la mayoría de las fotos aparezco junto a él. Fui su fiel compañía y escape de la absorbente realidad en la que crecimos. Él lloraba sobre mi hombro con frecuencia, abrumado por la presión y por el vacío que sentía por ser hijo de un gobernador y un futuro líder del país.

Arkos es una poliarquía liderada por hombres, cada uno de ellos cumple una función específica. Como los puestos en la gobernación son hereditarios, los hijos de los gobernadores son instruidos desde niños para efectuar su cargo correspondiente a futuro. El padre de Carlos es el vocero de gobierno: su función consiste en ser la imagen y la voz de los líderes. Tiene gran influencia en la toma de decisiones en la Cúpula. En el futuro, cuando él muera o ya no esté capacitado para seguir a cargo, Carlos tomará su lugar.

Tal como imaginaba, mi prometido no está en su habitación. Quiero creer que se encuentra en Libertad o en cualquier otro lugar lejano al Sector G. Me siento sobre su cama —en la que hemos compartido uno que otro momento íntimo— y saco mi teléfono celular del bolsillo.

—Llamar a Carlos —ordeno. El teléfono detecta el comando.

Lo siento, Alicia. La persona que intentas contactar no tiene su teléfono móvil encendido —anuncia la voz inteligente del dispositivo—. Vuelve a intentarlo en unos minutos.

¡Demonios! Voy a matarlo.

Le envío un mensaje de voz.

—Carlos, estoy en tu casa. ¿Dónde estás? Regresa apenas escuches esto. Te advierto que si no estás muerto, yo misma te mataré cuando estés de vuelta.

Al salir de la habitación, me topo con la señora Scott en el pasillo. Luce tan elegante y jovial como de costumbre; viste ropas costosas y trae maquillaje sutil. No hay arrugas ni marcas de edad en su cara. Se ha sometido a tantas cirugías faciales y corporales que no se ve como una mujer que bordea los cuarenta años.

—¡Alicia! Te estaba buscando. —Me sonríe. No veo imperfecciones en su rostro al hacerlo—. ¿Dónde está Carlos? Sara me dijo que llegaste sin él.

—Así es, él... —Pienso en alguna mentira convincente—. Él está de compras en Libertad. Acabamos de hablar por teléfono. Me dijo que viene en camino, y ya sabe lo terrible que es el tráfico terrestre a esta hora.

Por más que intento sonar convincente, puedo adivinar que ella no se traga mi mentira. Conoce a su hijo como a la palma de su mano, sin embargo, prefiere vivir engañada. Sabe de todos los problemas de Carlos, pero es demasiado obstinada para hacer algo al respecto.

—¡Y que lo digas! —Emite una risa forzada—. De no ser por el aeromóvil, me tomaría años regresar a casa desde el hospital. A propósito, ¿cómo te encuentras para el día de las reproducciones sexuales? ¿Preparada?

¿Preparada? No lo estoy, pero no voy a confesárselo. Por una parte, quiero que el día de las reproducciones obligatorias llegue cuanto antes, para acabar de una vez con la eterna espera del momento en que mi libertad sea sepultada y no tener que preocuparme tanto del futuro o esperar una oportunidad que venga a cambiarlo todo. 

Por otro lado, espero que ese día nunca llegue.

—Estoy lista para cumplir con mi deber civil —miento. Esbozo una sonrisa.

—No sabes lo feliz que me hace oírlo. —Ella me sonríe también—. Ya eres parte de esta familia, Alicia. No puedo esperar a que mi nieto esté entre nosotros. ¡Serás la mejor madre del mundo!

Mis ojos se cristalizan al pensar en mi futuro bebé. ¿Podré ser la madre que aquella criatura necesitará? ¿Podré quererlo incluso si fui obligada a concebirlo? Aunque me negara a pensar en que podría ser una mala madre, la posibilidad siempre estará.

Me aterra pensar que podría ser como Casandra Scott o como mi propia madre.

—Señora Scott, si no le importa, llamaré a Carlos de nuevo.

—Adelante, no te quito más tiempo —dice—. Y ya sabes: si necesitas consejos, apoyo o información sobre el día de reproducciones sexuales, aquí estaré para ti.

—Muchas gracias.

La señora Scott entra en su cuarto y yo me encamino de regreso al elevador con intención de salir a los jardines traseros de la mansión. Necesito un poco de aire fresco.

Enel exterior, me siento sobre una de las fuentes de agua situadas en medio delextenso y bien cuidado jardín. Algunas gotas heladas salpican sobre mi cabello,pero no me importa mojarme.

A mi alrededor hay árboles, plantas artificiales, cámaras de vigilancia y guardias de seguridad. Algunos me ven y sonríen al pasar, otros ignoran por completo mi presencia. Están ensimismados en cumplir su propósito: proteger la mansión. 

Olvido por un momento lo que sucede en mi vida y lo único que hago es mirar el cielo. Intento captar alguna estrella más allá del halo de luz proveniente de Libertad, pero es complicado. Incluso la luna es difícil de ver con la iluminación de la gran ciudad.

Diviso solo una estrella. Algunos mitos de la sociedad pasada aseguraban que las estrellas podían cumplir anhelos inmateriales, siempre y cuando fueran deseados con todas las fuerzas posibles. Si bien soy un poco escéptica al respecto, nunca está de más intentar.

Cierro los ojos y pronuncio las palabras en mi mente:

"Deseo ser feliz".

Mi teléfono vibra en mis manos minutos después de pedir el deseo. Se trata de una llamada de Carlos. Bajo su nombre, las palabras "llamada privada" aparecen en la pantalla. ¿Cómo ha hecho eso?

—¡Por fin! —exclamo al contestar—. ¿Dónde diablos te metiste?

¿Alicia?

Una voz masculina habla desde el otro lado, diferente a la de Carlos.

—¿Quién eres? —pregunto, asustada—. ¿Dónde está Carlos?

Mi nombre es... Cristián —anuncia el sujeto—. Verás, encontré inconsciente al futuro gobernador en medio de una calle del Sector G. Lo traje a mi casa, cargué la batería de su móvil y llamé al último número registrado, que es el tuyo. Creo que deberías venir por él al G, no quiero meterme en problemas.

Debe estar bromeando. No puedo ir al Sector G...

Tampoco dejar a Carlos en casa de un extraño.

¿Sigues ahí? —inquiere Cristián.

—Sí, aquí estoy. Envíame tu ubicación, iré por él.

Acabo de enviarla. Te estaré esperando.

El teléfono emite un sonido apenas recibe la ubicación. Corto la llamada del desconocido y disco el número de la única persona confiable que podría ayudarme: Aaron.

Lo siento, Alicia. Aaron no tiene su teléfono móvil encendido. Vuelve a intentarlo en unos minutos.

Qué extraño. Aaron siempre tiene el móvil encendido.

Tendré que enfrentar esto sola.

Me interno en la mansión y me dirijo a la salida. Finjo mi mejor expresión casual. Si el señor Scott se entera de que Carlos está inconsciente en el Sector G, mi prometido se meterá en graves problemas. Puede que lo encierren en algún sanatorio de Arkos, y lo que menos quisiera en el futuro es tener un esposo ausente.

Por desgracia, me topo con el gobernador Scott en el vestíbulo principal de la mansión.

—Buenas noches, señor Scott. —Inclino la cabeza a modo de saludo.

—Buenas noches, Alicia. Me alegro de verte.

Su voz siempre me ha sonado intimidante. A pesar de que es casi veinte años mayor que yo, luce tan galante y jovial como Carlos. Pensar que tengo en frente a uno de los encargados de hacer cumplir el sistema de reproducción obligatoria me produce un inevitable rechazo. Él será mi suegro en el futuro, y aún no logro confiar del todo en sus discutibles actitudes.

—¿Vas de salida? —pregunta—. Creí que pasarías la noche con Carlos.

—Él está de compras en Libertad, nos encontraremos allí. Señor Scott, ¿podría alguno de sus pilotos llevarme a la ciudad en aeromóvil?

—Claro. José está en la entrada, dile que le he ordenado llevarte a donde quiera que vayas.

—Muchas gracias. —Sonrío con timidez.

El señor Scott es de ese tipo de personas capaces de intimidar solamente con la mirada. Percibo que esconde maldad y ambición bajo su faceta de hombre carismático. Pasar tanto tiempo con esta familia me ha servido para descubrir verdades que los demás habitantes de la nación ni siquiera imaginan.

Recuerdo el atentado de hace horas en el Congreso. Aprovecho el encuentro con el gobernador para preguntar al respecto.

—Señor Scott, quería saber...

—Alicia, ya te he dicho antes que puedes llamarme Abraham —interrumpe—. Tienes la mayoría de edad, y pronto seré tu suegro.

—Disculpe, se... Abraham. Aún no me acostumbro.

—Ya lo harás. —Me sonríe—. ¿Qué es lo que deseas saber?

—Quiero saber sobre el atentado del Congreso.

La expresión cordial de su rostro se esfuma en un parpadeo.

—Todo está bajo control —afirma—. No hay nada de qué preocuparse.

—No quiero sonar pesimista, pero no ocurrían atentados terroristas desde hace más de diez años. Me preocupa que los terroristas vengan más preparados que antes.

—Si pudimos controlarlos entonces, ¿qué te hace pensar que no lo haremos ahora? —Enarca una ceja—. Alicia, nuestro gobierno puede controlarlo todo. Confía en tus gobernadores. Podemos ser un poco duros y crueles en el acto, pero la seguridad de nuestro país es lo primordial para nosotros. Haremos todo lo que esté a nuestro alcance para mantener la paz en la nación, así tengamos que usar la fuerza extrema.

"La fuerza extrema". No me gusta el tono con el que pronuncia esas palabras.

—Si me disculpas, hay un grupo de caballeros esperándome en la sala de juegos —dice con una sonrisa obviamente forzada—. Te veré luego.

Me guiña un ojo y se aleja por el pasillo. Me siento intimidada a más no poder.

Nunca confiaré en él.


* * * * 


—Llévame a Esperanza, por favor.

José, chofer y piloto de la familia Scott, realiza unos cuantos ajustes en el aeromóvil antes de despegar.

—¿A Esperanza? —inquiere, ceñudo—. Con todo respeto, ¿no cree que es tarde para viajar tan lejos a solas?

—No te preocupes, tengo amigos esperándome. —Intento sonar convincente—. Carlos también estará. Tú sabes: fiesta en la costa, cosas de jóvenes.

—Entiendo. —José sonríe y eleva el aeromóvil.

Abandonamos los campos cercanos a Athenia y sobrevolamos Libertad. La Gran Ciudad se ve mucho más impresionante desde las alturas que en tierra. Las luces de los edificios y de los rascacielos lo iluminan todo en cientos de colores brillantes y de neón, y algunas de las edificaciones poseen gigantescas proyecciones holográficas y en 3D que muestran anuncios de empresas, de corporaciones y de productos varios.

Hay algunas aeronaves volando por el cielo nocturno. A diferencia del día, la noche arkana es colorida y pintoresca. No obstante, con las decenas de patrullas protectoras que vigilan, que controlan y que recorren las calles, casi nadie sale de sus casas por la noche. El último toque de queda fue revocado hace siete años y, como nadie quiere uno nuevo, la gente en nuestro país opta por salir en secreto o en situaciones de extrema urgencia.

Esta es una situación urgente. Tengo que ir por Carlos antes de que se meta en el peor embrollo de su vida.

Desde las alturas de Libertad puedo verlo todo: las casas de los suburbios, los edificios alrededor del Central Park —inspirado en aquel parque de la nación preguerra llamada Estados Unidos, y una de las pocas áreas de la ciudad con árboles reales en gran cantidad—, la torre Arkana, el Hospital General, la aterradora prisión de Libertad y muchos otros puntos clave de la ciudad, así como la edificación que más destaca entre todas: la Cúpula.

La casa de gobierno de la nación se alza en elcentro de la capital. Su estructura y su arquitectura son las más complejas einnovadoras de Arkos, y la construcción es tan grande que podría caber unainnumerable cantidad de casas en su terreno. La seguridad del lugar esexagerada en comparación con la mansión Scott: drones de vigilancia vuelan deun lado a otro, asentamientos militares de los protectores rodean las entradasy una torre de control vigila y controla cada espacio desde las alturas. 

No hay modo de hacer caer la Cúpula.

No hay modo de que los terroristas puedan vencer a los gobernadores.

José aplica mayor velocidad al salir del espacio aéreo de Libertad.

—Estaremos en Esperanza en media hora —anuncia.

Contemplo por la ventana cada una de las ciudades a nuestros pies: Andrómeda, Nueva Madrid, Unión... En diferentes circunstancias, este sería un viaje fantástico, pero estoy demasiado tensa para disfrutarlo.

¿Cómo llegaré al G? Si bien cuento con la ubicación que me envió Cristián, no me atrevo a ir sola. Podría pedirle a José que me lleve hasta el sector, pero me delataría con Abraham al regresar a la mansión. No puedo correr más riesgos de los que ya estoy corriendo.

Diviso el mar a la distancia. Nos acercamos a Esperanza. A diferencia de Libertad y de otras grandes ciudades, no hay rascacielos ahí. Los edificios son pequeños, las casas son sencillas y las calles carecen de iluminación en exceso. No suelo recorrer dicha ciudad. Las pocas veces que la he visitado han sido en compañía de Aaron, quien ama Esperanza de una forma inefable.

—¿En dónde quiere aterrizar? —me pregunta José.

—En el borde costero.

Descendemos cerca del muelle. La costa de Esperanza no es tan navegada o explotada como las bahías de Nueva Dubái o de Cenit, en donde el mar es la mayor atracción turística y la gente rica sale por las noches sin miedo a los protectores.

—Ya puedes irte, José —le digo al bajar del aeromóvil—. Llamaré a mis amigos y les pediré que pasen por mí.

—¿Está segura? ¿No prefiere que me quede con usted hasta que ellos lleguen?

—No es necesario, se encuentran cerca. —Sonrío lo mejor que puedo para persuadirlo.

—Bien. —Me mira a ojos entrecerrados—. Si presenta algún contratiempo, no dude en llamarme.

—Lo haré. Muchas gracias.

El aeromóvil se aleja por el cielo nocturno y quedo a solas en medio del balneario. Hay algunas personas alrededor, pero pronto se habrán ido. Todos los locales están cerrando y apenas hay cámaras de vigilancia aquí en comparación con el resto de las ciudades del país.

Estoy sola, y tengo frío. Tengo miedo.

Carlos va a pagar por esto.

Camino por las calles en busca de alguna estación de transporte público. Debí pedirle a José que me dejara en una. Es una suerte que no haya traído un bolso conmigo, o sería blanco fácil para los ladrones. Lo único que traigo es mi teléfono móvil.

Miro en todas direcciones al caminar. No he visto a nadie con actitud sospechosa, pero la paranoia siempre está presente. Una aeronave aparece en el cielo, porta un cartel informativo con un mensaje de letras fluorescentes:

"77 DÍAS PARA LA REPRODUCCIÓN OBLIGATORIA".

Genial, como si necesitara que me lo recuerden.

La adrenalina de caminar por calles solitarias en plena noche me ayuda a pasar el frío. Siento bastante miedo, pero me armo del valor suficiente para seguir adelante.

Llego finalmente a la estación de transporte. Abordo el primer taxi terrestre que encuentro en el lugar, ruego pasar desapercibida.

—Hola —saluda la conductora. Su nombre es Vanessa, o así lo informa su placa de identificación. Luce de unos cuarenta y tantos años; su cara inspira cierta confianza—. ¿Destino?

Por su rostro inexpresivo, sin una pizca de asombro, infiero que ella no me ha reconocido. No sabe que pronto seré Alicia Scott. Podré revelar mi destino sin miedo a ser delatada.

Acerco mi teléfono al dispositivo GPS del automóvil, el que debería reconocer y registrar al instante la ubicación que me envió Cristián desde el Sector G.

Ubicación no detectada —anuncia la voz femenina del dispositivo.

No puede ser. Lo olvidé por completo: el Sector G no figura en los sistemas legales de ubicación.

—¿Adónde te diriges? —inquiere la conductora.

—Yo... verá, yo... voy al Sector G.

—Lo siento, no puedo llevarte —espeta de inmediato—. Ningún medio de transporte legal va hasta allá.

—Por favor, es una emergencia. —Le ruego con la mirada—. Puedo pagarle mucho dinero si decide llevarme.

—Perdón, no puedo hacerlo.

—Le pagaré mil dólares —ofrezco en un acto de desesperación.

Los ojos de la mujer se abren al máximo.

—Está bien —dice, luego de mucho pensarlo—, pero págame ahora mismo.

Acerco el teléfono al dispositivo de pago. Selecciono el monto acordado y presiono "VALIDAR TRANSACCIÓN". Me apena haber gastado tanto dinero de mi cuenta, más con la precaria situación económica en la que se halla mi familia; pero lo más importante ahora es rescatar a Carlos.

Los libros virtuales de historia cuentan que, en la sociedad antigua, el mundo usaba billetes de papel y monedas de metal, y había cientos de variedades en el mundo. En Arkos el dinero es completamente electrónico y el dólar es nuestra única moneda. Los sistemas de seguridad bancaria en línea son más seguros de lo que solían ser hace siglos, por lo que no hay necesidad de usar dinero físico. Los criminales más inteligentes y peligrosos de la nación son los únicos que pueden hackear cuentas virtuales.     

Los teléfonos móviles personales son el principal sistema de pago, y estos no pueden ser hurtados, ya que son tan inteligentes que se auto-destruyen ante un robo y desactivan todas las cuentas temporalmente hasta que obtienes otro teléfono. Es mucho más seguro así a usar billetes y monedas reales.

Vanessa arranca el automóvil. Todo se vuelve oscuro y solitario a medida que avanzamos por la ciudad en dirección al G.

—Podría ser despedida por esto —gruñe la conductora—. Debes tener un motivo más que urgente para ir al G. No luces como una chica de ese lugar.

Es una suerte que ella no me reconozca. Como todavía no me caso con Carlos, no soy tan conocida como él. Le he pedido que ordenase proteger mi identidad de la prensa y la población y, hasta ahora, lo ha hecho de maravilla. Aunque mi nombre ya suena en varias ciudades del país, mi aspecto sigue siendo desconocido para muchos.

—¿Qué le hace pensar que no soy del G? —Finjo expresión ofendida.

—Es cosa de ver la ropa que traes puesta. —Vanessa ríe con sorna—. Seguro eres una niña rica de Libertad, Andrómeda o Nueva Dubái.

Guardosilencio. De cualquier modo, ella tiene razón. No soy más que una chica deAthenia con mejor suerte que los civiles de los sectores pobres del país.Incluso con una familia al borde de la quiebra, seré la esposa de un gobernadory formaré parte de una de las dinastías más poderosas de Arkos.

Seré Alicia Scott.

A muchas mujeres les gustaría estar en mi lugar...

Por mi parte, todo lo que quiero es una vida diferente.

Nos alejamos de los límites de Esperanza. La carretera por la que viajamos no está pavimentada; nos movemos por un camino de tierra. Un letrero de advertencia lleno de insultos y garabatos hechos con aerosol de neón se alza a un costado del camino:

"PRECAUCIÓN: SECTOR G A CINCO KILÓMETROS DE DISTANCIA"

Muerdo mis labios con tanta fuerza que podría herirlos. Me repito una y otra vez que esto es una pésima idea, pero ya es tarde para retractarse.    

Luces provenientes de lo que parece ser una ciudad iluminan el cielo a la distancia: estamos llegando al G. No sabía que tenían iluminación en las calles; saberlo me relaja un poco. Una valla metálica se extiende al final del camino, y en medio de esta se halla un agujero que deduzco es una entrada. Más allá de la valla veo edificios y construcciones destartaladas que parecen estar al borde del derrumbe. Las calles lucen sucias, hay basura amontonada en algunos rincones y vagabundos que rodean fogatas encendidas en barriles metálicos. Hay postes de luz pálida en ciertos tramos de las calles, pero en vez de iluminar y de ofrecer un ambiente menos lúgubre, brindan al entorno un aspecto aterrador.

—Hasta aquí llego —anuncia Vanessa.

—¿Qué? Se supone que debe dejarme en el lugar que le pedí, para eso le pagué —le recuerdo, asustada.

—Me pediste que te trajera al G y eso es lo que hice.

—No puede dejarme aquí, quién sabe lo que podría pasarme. Por favor, lléveme a la ubicación exacta que indica el teléfono.

—Tu teléfono no detecta la ubicación, niña. Aquí te dejo.

—¡No puede hacerme esto! Le daré más dinero si eso es lo que quiere. —Acerco mi teléfono al dispositivo de pago para que ella note que mi oferta va en serio.

—No entraré ahí. O bajas por tu cuenta o te obligaré a bajar.

Mi orgullo supera al miedo.

—No crea que esto quedará así —amenazo—. Voy a denunciarla con las autoridades.

—Veremos quién tiene más problemas. —Ella ríe—: Yo por negarme a entrar al G o tú por sobornarme para que lo haga.

Bajo del automóvil, rendida. Ahora no solo estoy en medio de un lugar espeluznante: ni siquiera sé a dónde ir.


* * * * 


Marco el número de Carlos en mi teléfono.

—¿Dónde estás? —pregunta Cristián, el desconocido que cuida a mi futuro esposo.

—Estoy en las afueras del Sector G. No sé dónde vives. ¿Podrías venir por mí?

Creí haberte enviado la ubicación.

—Lo hiciste, pero mi teléfono no la detecta.

Rayos —resopla—. Creo que pasé por alto que tu teléfono no está modificado.

—¿Modificado?

Eso no importa ahora. ¿En cuál de las entradas te encuentras?

—¿Hay más de una? —pregunto. Oigo su risa en el auricular—. ¿Qué es tan gracioso?

Nada, olvídalo. Solo dime qué ves.

—Déjame ver... —Busco alguna referencia—. Veo un edificio partido por la mitad a la distancia, otro intacto con letreros de neón a medio encender y...

Quédate donde estás —interrumpe—, iré por ti enseguida.

—¡Espera!

Cristián corta la llamada. Desearía que no lo hubiera hecho, me siento insegura en estos momentos. Puedo defenderme sola, pero los nervios podrían jugarme una mala pasada en un lugar tan tétrico como este.

Un grupo de hombres me mira a la distancia. Murmuran y ríen sin despegar sus ojos de mí.

Mi miedo crece y crece. Si bien deseo que Cristián me encuentre cuanto antes, no sé por qué espero su llegada. ¿Qué me hace pensar que es confiable? ¿Cómo saber si rescató a Carlos y no lo secuestró en realidad? Quizá todo es parte de una trampa o de una emboscada. Estoy metida en un gran lío y no tengo idea de cómo salir de él.

Urgida por oír la voz de un ser querido, llamo una vez más a Aaron.

Otra vez, su teléfono móvil figura como apagado. ¿Estará bien?

—Aaron, llámame cuando escuches esto —susurro en un mensaje de voz—. Tengo mucho que contarte.

Una voz masculina irrumpe en el silencio de las afueras del G.

—¿Qué hace una chica tan linda como tú en el Sector G?

Uno de los hombres que se burlaba a la distancia se acerca a mí con determinación. Es alto y fornido, viste ropas y botas negras y tiene tatuajes 3D en un brazo y guantes de cuero en cada mano. Otros dos hombres caminan a sus espaldas, ambos de aspecto similar. Los tres se aproximan a mí como depredadores acechando una presa.

Intento retroceder y alejarme de ellos, pero tres hombres más me rodean por detrás.

Estoy acorralada.

—Parece que tiene miedo. —El hombre de los tatuajes se burla de mí. Sus acompañantes ríen con él—. Tranquila, no te haremos daño. A menos que nos des razones para hacerlo.

—Aléjense de mí —exijo a viva voz y me pongo en guardia.

—¿O qué? —desafía uno de los hombres—. ¿Llamarás a tus queridos protectores? Me temo que no vendrán a salvarte.

Me estremezco. El sujeto de los tatuajes acerca su nariz a mi cuello.

—Hueles tan bien —susurra.

Un hedor repugnante a licor y a cigarrillo invade mis fosas nasales. Siento la bilis subiendo por mi garganta y la ira hirviendo mi sangre.

Hace un par de años, durante la instrucción de Carlos para ser gobernador, me inscribí en las clases de defensa personal para principiantes en el Cuerpo de Protección, en las que aprendí a reaccionar con éxito a situaciones de extremo peligro. Mi instructor solía decirme que, en caso de ser rodeada por terroristas o asaltantes, lo mejor que podía hacer era evitar la resistencia y no intentar nada apresurado hasta tener la oportunidad adecuada para atacar o para escapar.

No hago movimiento alguno. A duras penas respiro. Dejo que el hombre de los tatuajes acaricie mi cara y acerque su nariz a escasos centímetros de la mía. Finjo una sensual sonrisa y clavo mis ojos en los suyos.

—No había notado lo atractivo que eras. —Me esfuerzo en adularlo a pesar del asco que siento.

—Creo que no se hará la difícil —anuncia el hombre al resto del grupo. Desvía la mirada hacia sus acompañantes—. Tendremos una noche muy divertida...

Al advertir que baja la guardia, golpeo su entrepierna con mi rodilla. Él se agacha adolorido al instante, y aprovecho su nuevo descuido para darle un rodillazo en el rostro. El hombre cae sobre la tierra con el rostro ensangrentado. Uno de sus acompañantes se acerca a mí para intentar embestirme, pero esquivo sus manos con agilidad y repito la maniobra: golpeo su entrepierna y cara con la mayor de mis fuerzas. Lo hago caer tal como su amigo.

La furia es evidente en los rostros de mis oponentes, pero no tengo miedo.

Puedo con ellos.

No dejaré que me toquen.

Al arremeter contra el tercero, algo metálico golpea mi cabeza por detrás con tanta fuerza que podría romperme el cráneo.

Caigo al suelo. El dolor de la contusión se torna insoportable, me cuesta permanecer despierta. Uno de los hombres me agarra de las muñecas y los demás tocan cada parte de mi cuerpo por sobre y debajo de la ropa. No tengo fuerzas suficientes para resistirme. Las pocas energías que me restan las uso para gritar y para rogar por auxilio, pero una mano enguantada cubre mi boca y me dificulta incluso respirar.

Las lágrimas nublan mi visión. Nunca pasó por mi cabeza que experimentaría algo tan grotesco como esto.

Van a abusar de mí.

Cuando ya estoy resignada a lo que sucederá, un extraño entra en escena. Apenas puedo ver sus rasgos en medio de la oscuridad del ambiente y con la inestabilidad de mi cerebro.

Un ruido eléctrico zumba en mis oídos. Lo único que logro ver es que mis asaltantes caen al suelo.

Tras acabar con el grupo de hombres, el desconocido me extiende una mano. La tomo. No logro ver su rostro con nitidez.

—¿Puedes caminar? —inquiere. Su voz me resulta familiar.

Caigo al instante en que intento ponerme de pie, aún aturdida por el golpe de hace minutos. El chico me toma en sus brazos, lo que me incomoda y me alivia al mismo tiempo.

—¿Quién eres? —pregunto en respuesta. Me esfuerzo por ver su rostro entre tanta penumbra y nebulosidad.

—Soy Cristián.

Es lo último que oigo antes de que todo se vaya a negro.

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