
25. Alicia & Aaron - "Nuevos comienzos"
ALICIA
Estoy de vuelta en el que será mi hogar desde ahora: la deplorable celda de la Prisión de Libertad. Es una suerte que haya sido designada al mismo lugar que antes, porque me estoy acostumbrando a estas cuatro paredes raídas. El botón de suicidio se vuelve más y más tentador con el correr de las horas y, al parecer, presionarlo será la mejor decisión. Concebir un bebé en estas condiciones debería ser un crimen contra la humanidad.
Me recuesto sobre mi dura cama de la esquina y abrazo mis piernas. Llorar se ha vuelto algo que no he podido dejar de hacer.Nunca vi el futuro tan oscuro ni tan poco prometedor como ahora. ¿Cómo permití que las cosas acabaran de esta manera? ¿Cómo dejé que Carlos y su padre arruinaran mi vida?
Debí huir con Max cuando tuve la oportunidad. Debí haber corrido junto a él cuando escapó en Nueva Madrid, no regresar a Libertad a la misma vida miserable de siempre. Tuve en mis manos la posibilidad de no volver atrás, pero renuncié a ella cuando decidí quedarme de pie junto al aeromóvil. Me arrepiento de tomar dicha decisión. Desearía encontrar el modo de salir de este lugar, correr lejos de la prisión y nunca regresar.
Las luces blanquecinas de la habitación son encendidas. El bombillo de luz roja vuelve a titilar.
—Tienes visitas —anuncia un protector en el intercomunicador del techo.
¿Visitas? ¿A medianoche?
La puerta se abre. Dos protectores conducen dentro a Caroline.
—¿Eres tú, Caroline? —pregunto con el entrecejo hundido mientras me incorporo—. ¿Qué haces aquí?
—Tienen cinco minutos —dice uno de los protectores antes de abandonar la habitación.
Caroline me escudriña de arriba abajo con una mueca de disgusto. Resisto el impulso de lanzarme a sus brazos en busca de consuelo, porque su mirada me expresa que está disfrutando verme desahuciada.
—Vaya, Alicia. —Ella ríe y mueve la cabeza de un lado a otro—. Te ves horrenda.
—¿Por qué te dejaron entrar a estas alturas de la noche? —demando, molesta.
—Carlos tiene más influencia de la que creías, querida. —Me sonríe—. Un par de movimientos y puede conseguir lo que se le antoje.
—¿Carlos? ¿Qué vienes a hacer aquí? No entiendo nada.
—Seré breve. Alicia, estoy embarazada de Carlos.
Me estremezco de los pies a la cabeza.
—Bromeas, ¿cierto? —Ruego que no sea verdad.
—Te gustaría que así fuera, ¿no? —Vuelve a reír—. No, Alicia. No estoy bromeando. Estoy embarazada de Carlos y nos casaremos pronto.
—No es cierto. —Fuerzo una risa que suena nerviosa—. Te conozco, Caroline, sé que bromeas. Tu sentido del humor sigue siendo igual de ácido.
—Allá tú si lo crees o no. Solo vine a contarte las maravillosas noticias de primera fuente. Carlos insistió en que aguardase un par de semanas para anunciártelo, pero no pude esperar más. Ya sabes cuán impaciente soy.
La seguridad en su forma de hablar me confirma que dice la verdad.
—Creí que éramos amigas. —Siento ganas de llorar.
—Pobre. —Ríe con más diversión que antes—. Nunca lo fuimos, Alicia. Solo pretendía ser tu amiga porque Aaron deseaba que lo fuéramos y, como él se convirtió en un asqueroso ser que se revuelca con otros hombres, no tengo motivos para fingir nuestra amistado para seguir ocultando mi relación con Carlos.
—Así que ya sabes lo de Aaron —espeto entre dientes.
—Ya denuncié a ese malnacido con los protectores —confiesa Caroline—. Y como tú estás presa, no tendré más impedimentos para ser feliz con Carlos. Te engañamos desde hace mucho tiempo, amiguita. Nos acostábamos en frente de tus narices y nunca te diste cuenta.
Siento que me falta el aire. No puede ser verdad. La que creía una amiga se acostó en secreto con mi exprometido. La que creía una eterna enamorada de Aaron lo ha denunciado con los protectores.
—Eres un monstruo —afirmo entre lágrimas.
—Y tú una tonta. Te pudrirás aquí por relacionarte con terroristas.
Motivada por mi ira, tomo la decisión de oprimir el botón de suicidio. Moriré al hacerlo, pero Caroline morirá también.
Corro lo más rápido que puedo hacia el botón y lo presiono una y otra vez. Por más que lo presiono, nada extraño sucede. Los ventiladores se mantienen abiertos y los tubos metálicos por los que debería ingresar el gas letal no desprenden absolutamente nada. Los protectores debieron desactivar el botón antes de permitir que Caroline ingresara en la celda.
Frustrada, corro en su dirección para golpearla, pero los protectores regresan de inmediato y me profieren una descarga eléctrica que me lanza al suelo.
—Adiós, amiguita. —Caroline se encamina hacia la puerta—. Nos vemos en unos años más, si es que sobrevives.
Es lo último que dice antes de abandonar la habitación y llevarse consigo lo poco que me quedaba de dignidad.
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AARON
El Cuerpo de Protección nos ha trasladado a David y a mí al Hospital General de Libertad. Nos aplicarán la Cura en unos cuantos minutos.
Estamos sentados sobre camillas en un salón de luces blancas. Múltiples protectores nos apuntan con sus armas desde los extremos. David se encuentra a solo unos centímetros de mí, puedo notar que tiene miedo, pero sabe ocultarlo mejor que yo.
Dos enfermeras y un médico vestido de blanco entran al cuarto. Las enfermeras traen bandejas metálicas con un par de jeringas sobre ellas. El líquido en su interior es verdoso, tal como el que vi en los recuerdos de David.
—Tranquilo —dice él al advertir mi rostro cargado de pánico—. Esa no es La Cura.
—Exacto, no lo es —coincide el médico. Su voz suena amortiguada debido a su mascarilla—. Este es un antídoto previo que evitará que la fuerte dosis de La Cura los mate.
Lo último me produce escalofríos. De fallar el procedimiento, La Cura podría acabar con nosotros.
No despego mi mirada de David mientras inyectan el contenido de las jeringas en nuestros brazos.
—Todo estará bien, precioso —afirma—. Todo estará bien.
Intenta decir algo más, pero sus palabras son interrumpidas por un temblor en la habitación. Oigo un fuerte estruendo proveniente desde alguna parte del hospital. Una voz masculina anuncia a través de los intercomunicadores que el recinto ha entrado en estado de emergencia. La mayoría de los protectores abandonan la sala y corren en búsqueda de la fuente del impacto que ha provocado tanto caos.
Aprovechando la confusión de los presentes, David se pone de pie, embiste a uno de los protectores que se quedó a vigilarnos, le arrebata su arma y le dispara tanto a él como al otro protector que decidió quedarse. Las enfermeras huyen despavoridamente de la sala; mientras tanto, el doctor enmascarado toma una de las armas de los protectores caídos para apuntarla hacia David.
En un acto desesperado por salvarlo, agarro un bisturí de uno de los muebles del cuarto y lo clavo en el estómago del doctor. El hombre cae entre alaridos de agonía, la sangre tiñe su traje blanco de hospital. No puedo creer lo que acabo de hacer: herí a un ser humano. Me he convertido en lo que más odiaba. Por salvar a uno de los míos, puse en riesgo la vida de otro. ¿Qué no es eso lo que acaba de hacer David? Ha disparado a los protectores sin pudor, todo por asegurar nuestra huida.
No quiero convertirme en esto.
—¡Vámonos de aquí! —me grita David. No logro moverme.
Ante mi inmovilidad, él toma mi mano y me conduce por los pasillos del hospital. Sin vacilación alguna, dispara a los guardias de seguridad que aparecen frente a nosotros. Los pasillos están repletos de civiles y de funcionarios que huyen como las enfermeras que nos aplicaron las inyecciones.
David y yo corremos a toda velocidad hacia una de las salidas de emergencia. Él la abre. Al descender por la escalera metálica del exterior, descubro que el lugar que recibió el impacto explosivo fue el Departamento de Reproducciones.
—¿A dónde vamos? —pregunto, agitado.
—Nos esperan en un callejón cercano —responde David, también jadeando. Todo indica que los rebeldes y él tenían resuelto qué hacer en caso de ser atrapados.
Corremos con una gran cantidad de gente inocente a nuestro alrededor. La culpa me corroe. Si los rebeldes son capaces de atacar un establecimiento público para rescatar a uno de los suyos, no quiero pensar en qué serían capaces de hacer para derrocar al gobierno.
Tal vez, huir con ellos no es una buena idea.
David se detiene en un callejón situado en medio de dos grandes edificios. Allí hay un aeromóvil en cuyo interior se encuentran Kora y Max.
—¿Ustedes provocaron esa explosión? —demando apenas entro.
—No tuvimos opción —admite Kora—. Era eso o que ustedes fueran curados.
—¡Han atacado una institución pública llena de personas inocentes!
—Fue una explosión superficial —defiende Max—. Su único fin era distraer a los protectores y proporcionales una vía de escape a David y a ti. Ya verás que repararán la pared destruida en cuestión de semanas. Enfócate en lo bueno, Aaron: estás a salvo.
Decido callarme. Estoy demasiado exhausto y adolorido como para discutir. Aún siento los golpes de los protectores.
—Todo estará bien, precioso —susurra David en mi oído—. Te lo prometí antes y lo seguiré haciendo.
—¿Qué pasará ahora? —pregunto a quien sea que pueda responder.
—Iremos en busca de Alicia. —Kora enciende el aeromóvil.
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ALICIA
Mis ojos arden a causa del llanto. Mi sufrimiento es tal que, por enésima vez, el botón de suicidio atrae mi dedo como un imán. No sé si ya funciona o no, quizá lo inhabilitan cuando hay otras personas en la celda, o tal vez nunca ha servido. Puede que lo instalaran para nada más que provocarme pensamientos suicidas y darme una puñalada de desilusión una vez que reúna el valor para presionarlo y no pase nada.
No sabré si sirve hasta probarlo. Tengo que hacerlo. De no morir, seré obligada a concebir un bebé que me será arrebatado. No quiero ser madre, pero tampoco soportaré que me quiten a mi primogénito y que lo alejen de mí. La muerte suena como una mejor opción. A pesar de contar con algunas semanas para considerarlo, no encuentro motivos para hacerlo. Lo he perdido todo.
Volveré a intentarlo. Pulsaré el botón.
Estiro mi mano. Estoy a punto de presionarlo, pero me detengo al ver que la luz roja ubicada sobre la puerta vuelve a parpadear. ¿Otra visita? ¿Caroline de nuevo? Quien sea que haya venido, no estoy de ánimos para recibirlo.
Esta vez, las luces de la celda no son encendidas. La puerta se abre y, gracias a la luz del pasillo, logro vislumbrar a un protector. El uniformado se quita el casco y noto que se trata de un chico delgado, rubio y de gran estatura que trae una bolsa negra en sus manos.
—¿Alicia? —pregunta él.
—¿Sí?
—¿Me recuerdas?
Ni su voz ni su rostro me son familiares. Niego con la cabeza y retrocedo hasta la pared del fondo.
—Tranquila, no te haré daño —asegura él—. Hablamos hace tiempo en el Centro de Protección de Nueva Madrid. Te entregué un mensaje de Max. ¿Ya lo olvidaste?
—Oh, eres tú. —Lo recuerdo—. ¿Qué estás haciendo aquí?
—Vine a salvarte —susurra—. Ponte esta ropa y sígueme.
El rebelde infiltrado me entrega la bolsa y se dirige al pasillo para vigilar. Mi esperanza vuelve a la vida y me brinda energías para aceptar la nueva oportunidad que me ofrece el destino.
Tomo el contenido de la bolsa: son prendas negras propias de un protector y un casco antibalas que cubrirá mi rostro y mi cabello. Me cambio lo más rápido posible y, al cabo de un par de minutos, me visto por completo como un miembro del Cuerpo de Protección.
—Ya está —anuncio en voz baja a mi posible salvador.
—Bien, ahora tienes que seguirme, actuar normal y guardar silencio. ¿Entendido?
Asiento y abandonamos el cuarto. Recorremos los pasillos de la prisión y nos topamos con algunos protectores y guardias mientras caminamos, a quienes les asiento a modo de saludo. No parece llamarles la atención que yo tenga el casco puesto y mi acompañante no.
—¿Cuál es tu nombre? —le pregunto al rebelde infiltrado.
—Te dije que guardes silencio —regaña—. Mi nombre es Isaac.
—Muchas gracias por esto, Isaac.
Se limita a sonreír como respuesta.
Atravesamos la sección de rebeldes cautivos hasta detenernos frente a un elevador. Isaac posa un dedo sobre un lector de huellas digitales y las puertas se abren. Ingresamos en el cubículo a toda velocidad.
—¡Alto ahí! —exige una voz a la distancia. Me doy la vuelta y observo que un protector corre en nuestra dirección.
Isaac toca el indicador de la última planta hacia arriba. Las puertas del elevador se cierran y nos protegen de las balas que dispara el protector. El elevador asciende con rapidez, no obstante, a poco de llegar a su destino, el ascenso se detiene y las luces son apagadas.
—¡Han desactivado el elevador! —le advierto a Isaac, pero no pierde la calma.
—Tendremos que salir por la puertecilla de emergencias del elevador y escalar hasta el último piso. —Enciende la linterna de su arma y la apunta hacia arriba—. Max y los demás nos estarán esperando en la azotea.
Mi corazón se acelera al oír sobre Max. Él ha venido a salvarme. No podía esperar menos.
Isaac me levanta hacia la puertecilla, la abro de un solo golpe. Con cierta dificultad, logro llegar al techo del elevador y me aferro a uno de los cables de acero que lo sostienen. Isaac salta y me alcanza con una admirable agilidad. Ahora, ambos nos encontramos de pie sobre la parte superior del elevador. Estamos a solo unos cuantos metros de lo más alto, por lo que no tardaremos tanto en alcanzar la última planta de la prisión.
Isaac es el primero en escalar agarrándose de las cuerdas de acero. Una vez que alcanza las últimas puertas metálicas, adhiere un pequeño objeto en ellas y regresa al tejado del elevador a toda velocidad.
—¡Brazos a la cabeza! —vocifera.
Hago lo que me ordena y una pequeña explosión destruye las últimas puertas. Isaac escala de nuevo, yo lo sigo. Me cuesta fijar mis pies en la pared, pero logro hacerlo. Al hallarme a solo unos cuantos centímetros de llegar al final, el elevador es reactivado. La cuerda de acero comienza a descender y me arrastra con ella.
—¡Suelta la cuerda, Alicia!
Isaac me extiende una mano. La tomo sin dudar, y él me levanta con fuerza. Una vez arriba, ambos rodamos por el suelo de la última planta.
—Estuvo cerca. —Es lo único que la adrenalina me permite decir.
Nos ponemos de pie y corremos por el pasillo hacia la escalera de salida a la azotea. Oigo pasos cercanos apenas pisamos el primer peldaño. Miro hacia atrás y descubro que un par de protectores han doblado una esquina, ellos nos disparan de inmediato. Isaac toma una pistola de su cinturón para atacar en respuesta; se me eriza la piel al notar que una bala me roza el brazo y que otra impacta en una de las piernas de mi acompañante, quien cae por la escalera. Desciendo unos cuantos peldaños para ir en su ayuda a pesar de la veintena de protectores que aparecen a la distancia.
—¡Huye, Alicia! —me grita Isaac—. ¡Estaré bien!
Antes de poder emitir alguna negación, una bala impacta en la cabeza de Isaac. Su sangre empapa el suelo a su alrededor.
Ha muerto.
No sé cómo reaccionar. Recibo un disparo contra mi casco antibalas, el cual me hace caer sentada y me regresa a la realidad. Me apresuro en ponerme de pie para subir las escaleras y abrir la puerta de salida.
Tal como prometió Isaac, Max está esperándome en la azotea.
—¡Corre! —vocifero, desesperada.
—¿Dónde está Isaac? —pregunta él.
—Está muerto. —Se me quiebra la voz—. ¡Tenemos que irnos ya!
Max asiente con tristeza y toma mi mano. Corremos juntos por la azotea y abordamos un aeromóvil que nos aguarda en el borde, en donde me quito el casco antibalas. Veo a Aaron en los asientos traseros y a David y a Kora en los del frente.
—¡Aaron, estás bien! —exclamo al acomodarme junto a él. Kora ya ha alzado el vuelo—. Caroline vino y me dijo que te delató con los protectores, pensé que te habían encerrado...
—¿Caroline hizo qué? —interrumpe. Se ve indignado.
Le explico lo que pasó con ella hace unas horas. Aaron no dice nada, solo se limita a cerrar los ojos y a agachar la cabeza. Será difícil asimilar la nueva faceta de la que un día fue nuestra gran amiga. Los protectores se reúnen en la azotea de la prisión y disparan hacia el aeromóvil, pero no les sirve de nada. Ya estamos lejos del edificio.
Durante el vuelo, les cuento a mis acompañantes lo que sucedió con Isaac. Todos guardamos un silencio de respeto por su muerte. Nos alejamos por el cielo nocturno con el recuerdo de otra vida arrebatada por el Cuerpo de Protección.
A pesar de la tristeza que me provoca el fallecimiento del rebelde infiltrado, no puedo evitar sentirme aliviada por el nuevo camino que emprenderé junto a Aaron.
Desde hoy, hemos dejado de ser títeres del tirano gobierno arkano. Dejamos de esperar la sentencia de un futuro que no nos haría felices, y ya no somos el par de jóvenes indefensos que tanto anhelaban lo prohibido.
Desde hoy, somos fugitivos.
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