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13. Aaron - "Al borde de la muerte" (¡Capítulo inédito!)

47 DÍAS PARA LA REPRODUCCIÓN OBLIGATORIA

* * *

Ha pasado un mes desde que conocí a David. Un mes desde que mi vida cambió por completo.

Tal como decidí aquella noche que corrí a buscarlo después de despedirnos, lo vi ocasionalmente durante los treinta días. Nos reuníamos cerca de la estación de metro de Esperanza, íbamos a su casa y solo salíamos de ella para volver a la estación. No hacíamos más que conversar en medio de la estancia con la misma imagen de las montañas nevadas en cada oportunidad, pero a su lado me sentía en un lugar diferente y lejano a Arkos.

Las cosas que los rebeldes le permiten contar a David son bastante limitadas. Como no soy de confianza absoluta para ellos, él no ha podido revelarme lo que más quisiera saber. Por suerte, eso dejó de importarme hace días. Nuestras conversaciones dejaron de basarse en verdades impresionantes y se convirtieron en intercambios de palabras que me llenan de sentimientos que no puedo describir ni entender con claridad.

Aunque me cueste aceptarlo, me siento atraído por David. No se lo dije, y él finge no darse cuenta, quizá para no incomodarme. 

A pesar de ello, ambos sabemos que existe algo entre nosotros...

Sin embargo, las reproducciones obligatorias y La Cura siguen siendo mis prioridades. Él no me ha preguntado al respecto, pero sabe que es así. Parte de la suerte de amistad que hemos forjado consiste en respetar lo que el otro elige decir y no presionarnos a hablar más de lo que estimamos conveniente. Es mejor de esta manera, pasar de ese límite implicaría dejar de vernos en secreto.

Hoy, como cada semana, volveré a verlo, pero primero debo lidiar con Caroline.

Las cosas entre nosotros han empeorado en el último tiempo. Ella tiene la certeza de que algo está mal conmigo. Por más que me esmero en negarlo, se ha convencido de que tiene razón. Es una suerte que solo quede un mes y medio para el día de las reproducciones sexuales obligatorias. Pronto no tendré necesidad de seguir mintiendo.

Caroline y yo miramos una película preguerra en la pantalla gigante de su estancia. Este es su pasatiempo favorito. Tal como la mayoría de los civiles, ella siente una gran admiración por los objetos de las sociedades pasadas, al extremo de que puede mirar veinte veces cada película preguerra que suben a la red multimedia aprobada por el gobierno. La película que vemos ahora se llama "Noches de plomo". Fue lanzada, según señala el archivo de información, en el año 2090. Trata de lo oscura que era la sociedad pasada a la nuestra y contiene imágenes que supuestamente lo comprueban.

Sé que esas imágenes son falsas, David me lo ha confirmado. Él me contó que la mayoría de las películas preguerra no lo son en realidad; las crean aquí, en Arkos. Todas contienen mensajes subliminales que incitan el amor por el gobierno y por un mundo que dista mucho de ser bueno. Esto, por supuesto, no lo sabe la población en general.

David me dijo también que los grupos de expedición al exterior encuentran un sinfín de películas, de libros y de objetos preguerra, más de los que dicen hallar. Por desgracia, destruyen todo lo que no creen apropiado para ser exhibido a la población. Mantienen y restauran solo lo que no despierte el espíritu rebelde del pueblo.

Ahora entiendo por qué no sentía la misma admiración por los objetos preguerra que tenemos disponibles. Tal vez, en el fondo, presentía que algo no estaba bien con ellos. En realidad, casi nada está bien en nuestro país. David me ha hablado tanto de la sociedad anterior a la nuestra que me quedó claro que vivimos en una mentira descomunal.

—¿Puedes creer que en la sociedad pasada la gente vivía en una absoluta anarquía? —me pregunta Caroline—. ¿Te imaginas cómo sería si viviéramos como ellos? Me estremezco de pensarlo.

Estamos sentados en el sofá situado frente a la pantalla, tengo un brazo envuelto alrededor de sus hombros. No puedo evitar sentirme incómodo al mantener este contacto. Me imagino sentado con David de la misma forma mientras vemos una película preguerra de las que el gobierno destruye; sin duda lo disfrutaría más que esto.

Me recuerdo a mí mismo que debo reprimir tales pensamientos inapropiados. Pronto seré otra persona. No puedo arriesgarme a perderlo todo por una atracción que podría matarme.

—El mundo preguerra era espantoso. —Finjo estremecerme—. ¿Te apetece ver otra película? Esta me produce escalofríos.

Caroline emite el comando de voz que apaga la pantalla, se levanta y me mira a los ojos.

—¿Y si mejor hacemos otra cosa? —Me sonríe con picardía.

—Caroline, ya te dije que...

—Lo sé, quieres esperar el gran día —dice en tono sarcástico—. Te lo perdono solo por la tradición.

Esperar el día de las reproducciones sexuales obligatorias y no tener relaciones hasta entonces se ha convertido en una tradición no oficial en la cultura arkana, se supone que demuestra el poder del amor sobre los impulsos físicos. La Cúpula no está de acuerdo con ella, pero no hace nada por impedirla. De cualquier modo, todos nos reproducimos cuando nos corresponde someternos al procedimiento obligatorio.

—¿Acaso no quieres comprobar que nuestro amor es verdadero? —pregunto.

Caroline pone los ojos en blanco.

—¿Quién sabría que violamos la tradición? 

—Tú y yo lo sabríamos —espeto—. Se supone que nuestros sentimientos son más fuertes que los impulsos. De entregarnos al deseo, haríamos justo lo que el gobierno espera de nosotros. No somos animales, Caroline. Podemos amarnos sin cumplir las órdenes de otros.

A pesar de que no la amo, las palabras escapan de mi boca con devoción. Creo en lo que digo. Sé que somos más que cuerpos, mi atracción hacia David es una prueba de ello. Sí que lo he pensado en formas indecorosas, pero nuestra conexión espiritual no se iguala en lo absoluto a los deseos físicos.

Caroline entrecierra los ojos y estudia mi mirada. Se aleja como si me temiera.

—Hablas como un terrorista —susurra con voz gélida.

Me tenso. No me di cuenta de lo despectivo que soné al hablar del gobierno.

—¿Me estás ocultando algo? —demanda—. Desde hace un mes que te comportas de una manera muy extraña. Desapareces algunas tardes, dices cosas raras sobre nuestros líderes... ¿Qué pasa, Aaron?

Caroline se aleja cada vez más. Me escruta con el mismo miedo que el mío al enfrentar a David por primera vez. 

¿Podría confiar en ella y contarle algunas verdades sobre nuestra sociedad? No lo creo. Ella es tan devota a los gobernadores como Carlos. 

Mentir es la mejor opción.

—No pasa nada —afirmo por enésima vez—. Sabes que admiro a nuestros gobernadores y su buen mandato. En cuanto a mis desapariciones, ya te dije que estoy tomando un curso de capacitación informática. No quiero comenzar a trabajar en el Departamento Informático del Hospital General junto a tu padre sin los conocimientos suficientes, además, me servirá para la universidad y...

—Mientes con tal facilidad que no te reconozco, Aaron. —Caroline se levanta exasperada del sillón—. Mi padre me dijo que no estás inscrito en ningún curso informático. De hecho, ni siquiera te has presentado a las clases de orientación universitaria. ¿Qué ocultas? Dime la verdad o iré corriendo a hablar con tus padres.

Trago saliva. Debí imaginar que mi mentira no duraría por mucho. 

Pienso en la mentira de emergencia que planeé hace días junto a David.

—No quería arruinar la sorpresa, pero ya que insistes en desconfiar de mí, creo que tendré que decirte la verdad. —Tomo aire antes de seguir—: Alicia y yo estamos preparando una gran fiesta de celebración para las reproducciones obligatorias.

—¿Una fiesta? —Se le ilumina el rostro.

—Será en el salón de eventos de Athenia —miento—. Los gastos correrán por cuenta de Alicia.

La verdad es que apenas he hablado con mi mejor amiga. Como decidí pedirle a Max que no le contara sobre mi primer encuentro con David, Alicia no se ha enterado de que también tengo cercanía con un rebelde. Parte de contárselo sería revelarle la verdad sobre la falsa enfermedad prohibida, y no lo creo necesario. Mi orientación sexual será convertida muy pronto, no tiene caso hablarle de ella y arriesgarme más de la cuenta si seré diferente en cuestión de semanas.

Según afirmó David hace días, Max no se ha reunido con Alicia. Hablan por teléfono de vez en cuando, pero no pasan de conversaciones de medianoche que, si bien son riesgosas, no resultan un peligro tan extremo como el que corro yo al reunirme en secreto con David.

Sé que si enfrento a Alicia y le digo lo que sé, ella verá en mis ojos que no le habré dicho lo que realmente escondo, y no quiero arriesgarme a obtener su rechazo.

—¡Debiste decirme que están organizando una fiesta! —regaña Caroline—. ¡Podría haberlos ayudado! Ahora mismo llamaré a Alicia para...

—¡No! —La detengo—. Si se entera de que te arruiné la sorpresa, se enfadará conmigo. Por tu parte, finge que no te he dicho nada y muéstrate sorprendida el día de la fiesta, ¿sí? Tenemos grandes sorpresas preparadas.

Caroline vuelve a mirarme con recelo, pero acaba asintiendo y me besa como si nada. La incomodidad me domina apenas junta su boca a la mía. 

Como cada día desde que lo conocí, cierro los ojos e imagino que es David quien me besa en lugar de mi prometida.

* * * * 

Esta tarde veré a David. Como ahora cuento con la excusa de la falsa fiesta que organizo con Alicia, no fue difícil huir de Caroline para emprender un nuevo viaje. 

Ir a Esperanza, abordar el automóvil de David y dirigirnos a su casa del G se ha vuelto una hermosa costumbre que, tristemente, pronto llegará a su fin. En lo que reste para las reproducciones obligatorias, exprimiré cada segundo que me quede en compañía de aquella persona a la que no debería ver. Sé que me juego la vida en cada andanza, pero ya no puedo dar marcha atrás. 

Como he hecho con todo lo demás, dejaré que sean las reproducciones y el destino quienes decidan por mí.

Me encuentro en la estación de metro de Libertad. No está muy concurrida esta tarde. Al contrario de tranquilizarme, hallarla tan vacía me pone nervioso. En cualquier momento podría ser atrapado por el Cuerpo de Protección con tan pocas personas y con la facilidad de ser grabado por las cámaras.

Abordo el metro de siempre y me siento en la mitad del vagón. Sentarme al final, como acostumbraba, sería sospechoso, mientras que sentarme al principio me dejaría muy expuesto a las cámaras de vigilancia. La mitad es lo más seguro por ahora.

Una mujer de unos cincuenta y tantos años se sienta frente a mí, no despega los dedos de su teléfono móvil. Hay un hombre sentado casi al final del vagón. Los tres somos los únicos que viajan a Esperanza en este metro.

El viaje inicia. Como en cada trayecto, dirijo la mirada al televisor del techo. El Canal Oficial de Arkos transmite los preparativos del Cuerpo Médico para las reproducciones obligatorias. Restan menos de dos meses para la ocasión y aún no me siento preparado. Dudo que pueda estarlo. Mis reuniones con David solo dificultan que acepte lo que se avecina.

Sacudo la cabeza y concentro la mirada en lo que se ve tras los cristales. El metro se mueve con tal velocidad que no distingo nada más que líneas que parecen correr junto al vagón. Pienso en lo bien que podría esconderme en los túneles junto a David en caso de que tengamos que hacerlo. ¿Quién nos descubriría? Los metros se mueven tan rápido que nadie podría detectarnos. Seríamos una línea difusa que se pierde en fracciones de segundo. Estaríamos protegidos para siempre en la oscuridad y la soledad de un túnel, lejos de los protectores y de una cura que no deja de aterrarme.

Vuelvo a regañarme por pensar en una vida junto a David. El futuro a su lado sería un incansable escape de la muerte. A pesar de ello, no soy capaz de dejar de imaginar opciones imposibles. Puedo mentirle sobre lo que quiero y sobre lo que siento, pero no soy capaz de mentirme a mí mismo.

No quiero la Cura, pero tampoco el peligro. Solo quiero vivir en paz.

El metro se detiene de manera abrupta en la estación de Nueva Madrid. No deberíamos detenernos hasta llegar a Esperanza. 

Algo anda mal.

Un grupo de protectores corre por los andenes destinados a trenes que se dirigen a las demás ciudades. Se acercan con prisa al que lleva a Esperanza. Están a solo unos pasos de donde me encuentro.

Mi corazón se acelera, mis manos tiritan sin control. Están aquí por mi causa. Debieron descubrir mi extraña relación de amistad con David.

Las puertas del vagón se abren para los protectores. El sonido de sus botas pesadas sobre el suelo metálico me eriza la piel. Ellos caminan con lentitud, como si estuvieran acechando. Intento mostrarme lo más sereno posible; incluso el temblor de mi cuerpo podría delatarme.

Uno de los protectores clava sus ojos en los míos y me sonríe de forma aterradora. Agacho la mirada antes de volverme loco y de gritar a viva voz que lo que han de saber sobre mi relación con David es absolutamente cierto.

El grupo de protectores se detiene entre mi asiento y el de la mujer. No caben dudas de que me descubrieron.

—Nuestras disculpas, ciudadanos —dice el que al parecer es el protector al mando. Turna su mirada imponente entre la mujer y yo—. Lamentamos interrumpir su viaje: hemos recibido una denuncia sobre un posible terrorista a bordo de este metro.

Estoy al borde del llanto solo por el pánico. Preparo mis piernas para ponerlas en movimiento. No tengo oportunidad de escapar, pero no quiero ir a prisión sin antes haber luchado al menos por un par de segundos.

El protector al mando desenfunda una pistola. Creo que no tendré oportunidad de correr, tampoco de luchar.

Cierro los ojos y espero el disparo que le dará fin a mi vida.

—Francis Vaslok, quedas arrestado por traición —dice el protector.

Abro mis ojos y advierto que apunta su arma hacia el hombre que está sentado casi al final del vagón.

No tengo tiempo para sentirme aliviado. El llanto y los gritos de súplica del sujeto resuenan por todo el metro.

—¡No soy un rebelde, créanme! —exclama—. ¡Por favor, no me hagan daño!

Acaba de delatarse: se refirió a sí mismo como un rebelde y no como un terrorista.

Los protectores corren en su dirección con armas desenfundadas y aturdidores eléctricos. La mujer y yo nos miramos con rostros cargados de miedo.

Oigo el ruido electrizante de un aturdidor en una potencia que no había escuchado antes. Cuando me atrevo a mirar al fondo, descubro que el hombre acusado de ser rebelde se retuerce en el suelo con humo emanando de su cuerpo. Me estremezco al imaginar el dolor que debe sentir el rebelde por causa de la electrocución. Podría ser yo quien se retorciera y se quemara por dentro contra el suelo metálico del metro.

Protectores arrastran al hombre hacia la salida del vagón. El olor del humo incrementa mi terror; el temblor de mi cuerpo no se detiene. Puedo apostar que he palidecido al máximo.

El protector al mando me sonríe.

—No tienes nada que temer —dice—. Le daremos a ese terrorista lo que se merece.

Asiento en silencio. Tengo náuseas, el mundo me da vueltas. En cualquier momento me desplomaré como el hombre electrocutado.

—Les pido que no le revelen a nadie lo sucedido —musita el protector a la mujer y a mí. Su tono de voz es una tétrica combinación de carisma y de frialdad—. Será de gran ayuda que mantengan esto en secreto. No queremos que la población crea que la cantidad de terroristas está creciendo.

Vuelvo a asentir, incapaz de articular palabra. La mirada siniestra de los protectores me intimida tanto como sus falsas sonrisas. La petición confirma lo que asegura David: cada día hay más rebeldes.

—Les recuerdo que no deben preocuparse de nada —agrega el protector—. Estamos trabajando encarecidamente en eliminar el terrorismo en Arkos. Que tengan un buen día.

Los protectores nos sonríen una vez más y abandonan el metro. La mujer tiembla tanto como yo. Ella tampoco puede decir nada. El miedo nos ha incapacitado y nos redujo a hormigas indefensas frente al Cuerpo de Protección.

El metro vuelve a andar hacia Esperanza. Mantengo la mirada fija en el suelo, ensimismado en respirar y en volver a la vida. Alzo mis piernas sobre el asiento, las abrazo con fuerza y lloro. Pude ser yo quien acabara como el hombre de los asientos finales. Me he reunido tantas veces con David que parece una broma que el Cuerpo de Protección no me haya descubierto. Estoy tentando a la suerte y jugando con mi vida como si tuviera la certeza de que nada malo va a pasar.

Es imposible no recordar a mi antiguo vecino después de lo ocurrido. La noche que fueron por él, mis padres estaban dormidos. Tal vez todos en la calle dormían a excepción de Andrew, de su amigo y de mí. Recuerdo las luces rojas iluminando su jardín trasero y el mío. El césped parecía un mar de sangre y los amantes prohibidos bañados con la luz rojiza no sabían adónde escapar. El pánico los paralizó. Ahora sé lo que debieron sentir.

Al oír los pasos de mis padres en el pasillo, corrí a tumbarme sobre mi cama y fingí que dormía. Luego de que se marcharan, corrí hacia la ventana y husmeé sin miedo. La curiosidad por saber qué pasaría con Andrew y con Ben fue más fuerte que cualquier otra cosa.

Desearía haber estado dormido para no ver lo que sucedió después. Dudo poder olvidarlo algún día.

* * * * *

El metro se detiene en la estación de Esperanza. Ahora que recuperamos la movilidad, la mujer y yo caminamos a paso rápido hacia las puertas del vagón. Subimos la escalera con la misma velocidad, como si hubiera protectores persiguiéndonos con aturdidores o con armas en mano.

El sol del atardecer nubla mi visión en la superficie. La otra pasajera y yo respiramos entre jadeos, incapaces de decir algo. Tras un asentimiento, nos damos la vuelta y nos encaminamos en direcciones diferentes. Solo entre nosotros quedará el recuerdo de una nueva manifestación del poder de los protectores. Solo entre nosotros permanecerá imborrable la traumática electrocución de un rebelde que, tal vez, solo aspiraba a una vida mejor. No dejo de pensar en que pude haber sido yo el que cayera esta tarde.

Alzo la cabeza y permito que mi mirada se pierda en el cielo. Detengo mis pasos para sopesar qué hacer. Lo más racional es regresar a la estación, tomar un metro hacia Libertad y aprovechar la nueva oportunidad que me entrega la vida. La otra opción es caminar hasta el callejón donde suelo reunirme con David, subir a su automóvil y refugiarme en mi amigo prohibido para tratar de olvidar la horrorosa experiencia que viví en la estación.

Y tal como he hecho desde hace un mes, decido ignorar todo el peligro, dejarme llevar por mis impulsos y elegir a David.

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