10. Aaron - "Una peligrosa decisión" (¡Capítulo inédito!)
Este es el primer capítulo inédito de la nueva versión de Prohibidos. ¡Espero que les guste!
* * * * *
Son cerca de las tres de la madrugada: llegó la hora de regresar a casa. Mis padres han de estar preocupados por mí, ni hablar de Caroline. Se supone que debería estar en medio del resguardo de las cuatro paredes de mi habitación en Libertad, no en casa de un desconocido que es buscado por el Cuerpo de Protección.
—Ya es hora de irme —anuncio.
William y Max miran a David con recelo.
—Tranquilos, no nos delatará —asegura David—. O... ¿sí?
Sostiene mi mirada, lo que me pone nervioso. Me resulta difícil mirarlo a la cara sin sentir un extraño cosquilleo en el estómago y una incomodidad que me avergüenza.
Dudo ser capaz de delatarlos después del golpe de realidad que me dio David. Sé mucho ahora del mundo que me rodea, tanto que estoy en peligro. De ir con los protectores y contarles lo que pasó, fácilmente descubrirán que sé más de lo que debería.
—Pueden confiar en mí. —Les esbozo una débil sonrisa con pesadumbre de fondo.
Será difícil regresar a Libertad. ¿Cómo podré dormir sin pensar en todas las cosas impactantes que me ha revelado David? ¿Cómo conciliar el sueño con el rostro de un extraño dominando mis pensamientos?
No puedo evitar ver a David con cierta curiosidad. Estuve a punto de besarlo hace horas, a un parpadeo de cometer el peor error de mi vida. De hacerlo, habría cruzado la línea de lo permitido y no podría regresar al lado seguro. Temo que, si sobrepaso mis límites, seré incapaz de resignarme a la vida que me tocó o de aceptar la intervención que aguarda por mí.
Si bien esta noche descubrí lo que soy en realidad, no tendría el valor de elegir una vida como la que escogió David. Aunque La Cura no me hará feliz, huir tampoco me entregará el bienestar que necesito. Sopesando ambas posibilidades, entre escapar o cumplir las órdenes y designios de las autoridades, resulta obvia la mejor opción.
William y Max se despiden de mí con un apretón de manos. El de Max es suave y amigable; el de William, en cambio, es duro y hostil. Él no confía en mí, pero no lo culpo. Yo ni siquiera confío en David. Cada uno tiene razones para temerle al otro.
—Creo que ya no puedo retenerte por más tiempo —dice David cuando nota que William y Max están ensimismados en una conversación sobre la redada.
—Ya fue suficiente por hoy, secuestrador. —Mi tono es una mezcla de burla y regaño.
David agacha la cabeza.
—Sobre eso, quiero pedirte disculpas otra vez. —No se atreve a verme a la cara—. Sé que no debí hacerte pasar un susto como ese.
—Por supuesto que no debiste. No puedes secuestrar a la gente como si nada.
—Lo sé, yo...
—Sin embargo, te debo las gracias —lo interrumpo—. De no ser por ti, nunca habría descubierto tanto sobre el mundo que me rodea.
David sonríe. Puedo adivinar que hay una pizca de tristeza en su sonrisa, tal como en la mía.
—Aún hay mucho que debes saber —dice—. Si quieres más respuestas, no dudes en contactarme.
Esperaba que ofreciera algo como eso. La verdad es que me gustaría saber todo aquello que desconozco del mundo y la sociedad arkana, pero estar cerca de él es un riesgo que podría resultar fatal para ambos. Si los protectores lo encuentran, no dudarán en dispararle como a Michael o hacerle lo mismo que a Andrew.
Y yo, por mi parte, no quiero acabar como ellos.
—Creo que lo mejor será no volver a vernos. —Me tiembla la voz—. Fue un placer conocerte, David.
No puedo distinguir su expresión. No sé si me mira con pena, confusión o desinterés.
—¿Vas a dejar que te sometan a La Cura? —pregunta—. ¿Vas a permitir que te cambien como si fueras un simple objeto?
—¿Qué otra opción tengo? —Alzo la voz sin importar que William y Max me escuchen—. ¿Vivir la vida que llevas tú? ¿Tapar mi rostro, ser perseguido por protectores y esquivar balas? Lo siento, eso no es vida en mi opinión.
—¿Qué has dicho? —interviene William. Max se para frente a él para detenerlo.
—Lo que oíste. Si una vida como la de ustedes es la única opción para salvarme de La Cura, definitivamente me dejaré someter a la intervención. Prefiero eso a vivir entre las sombras del país.
Mientras que William y Max me ven con desagrado, David parece estar a punto de llorar. No debí ser tan duro. Sé que esta no es la vida que a él le gustaría vivir, pero no tienen por qué importarme sus sentimientos. Él no es más que un peligroso desconocido que debo mantener lejos de mí.
—¿Puedes llevarme a Esperanza? —le pido. Toda tristeza en su rostro es reemplazada por ira.
—Vámonos de una maldita vez. —Se encamina hacia un pasillo y me indica que lo siga.
Llegamos a la parte trasera de la casa. El jardín luce igual de destartalado que la fachada. Hay otras casas más allá del muro que rodea el jardín y, según dijo David mientras conversábamos tras la reproducción de recuerdos, dichas construcciones son habitadas por rebeldes. Por fuera lucen como casas deshabitadas y asoladas por el paso del tiempo, pero han de ser tan sorprendentes por dentro como la vivienda a mis espaldas.
David me ordena subir al asiento del acompañante. Me niego a hacerlo.
—Me sentaré en los asientos traseros —espeto—. No me arriesgaré a que me duermas otra vez con el aturdidor.
Con la mínima luz de luna que ilumina el patio, puedo notar que lo he lastimado. Me repito una y otra vez que no debería importarme herirlo, pero se vuelve cada vez más difícil.
—Como quieras. —David resopla y se dispone a encender el automóvil con el comando de voz requerido.
Me acomodo en los asientos traseros. David enciende una tenue luz que nos permite vernos a través del retrovisor. Antes de partir, detiene sus ojos en los míos. Trato de mostrarme lo más severo posible. Siento como si él me hablara con la mirada y me rogara que aceptase volver a verlo en el futuro. Una parte de mí, aquella que disfruta de la adrenalina de lo prohibido y de lo desconocido, quiere con todas sus fuerzas no perder contacto. La parte racional, a diferencia de la anterior, me incita a regresar a casa, a olvidar lo que sucedió esta noche y a prepararme para una vida sin grandes peligros por delante.
David arranca el vehículo. Tras abandonar las calles más destartaladas, llegamos a otras que podrían confundirse con calles de Esperanza. Los rumores malintencionados de Libertad, alimentados por el gobierno y el Cuerpo de Protección, hablan del G como un sitio completamente desahuciado que no debería ser visitado por ningún habitante de las ciudades oficiales del país. Pero aquí, en estas calles alejadas de los límites, las casas son coloridas y de apariencia acogedora. No se asemejan a la elegancia y los colores sobrios de las viviendas en Libertad o las demás ciudades oficiales, en las que los diseños arquitectónicos se guían por la vanguardia incluso en los sectores pobres. Aquí la gente no les teme a los colores.
Pensar que podría haber más personas como David y yo en las calles del G vuelve imposible no sentir una especie de familiaridad con este sector. Es como si perteneciera a él de forma indirecta, junto a muchas otras personas que viven y enfrentan miedos similares a los que me atormentan.
Después de un largo tramo por las pintorescas —y otras tétricas— calles del G, llegamos finalmente a los límites de Esperanza. David conduce hacia la costa, con destino a la estación de metro. Al hallarnos cerca, él estaciona el vehículo en un callejón y me dice que debemos llegar a la estación a pie.
—Es lo mejor —afirma—. Un automóvil no es fácil de esconder, y no sabemos si podría haber protectores cerca de la estación.
Lo más probable es que sí los haya. Solo espero que no me sometan al control de identidad. De hacerlo, mis nervios podrían delatarme y mis falsas explicaciones sobre qué hago a estas alturas de la noche en Esperanza no servirían de nada.
David y yo avanzamos entre la oscuridad de las calles. Nos detenemos en cada esquina para comprobar que no haya patrullas protectoras cerca. Me acerco casi involuntariamente a él mientras caminamos. Él parece darse cuenta, pero no dice nada. Puede que le duela que tengamos que despedirnos, pero apenas nos conocemos. De no ser por lo que somos, no tendríamos ningún tipo de extraña conexión.
La entrada de la estación se hace visible a la distancia. El mar parece rugir y el viento revuelve mi cabello y el de David. Acabo de recordar que dejé en su casa la gorra que traje a nuestro encuentro, pero no me importa. He dejado algo mucho más importante en casa de David: mi verdadero yo.
—Debo apresurarme en regresar, en cualquier momento aparecerán protectores —susurra él.
Nos escondemos tras un letrero situado frente a la estación. Tengo a David tan cerca que me pongo nervioso. Me surgen bobas imaginaciones sobre besarlo, pero las intento reprimir. De no controlar estos impulsos irracionales, en cualquier momento cometeré un error del que nunca podré perdonarme.
—Adiós, David. —Las palabras duelen—. Gracias por traerme.
No debería agradecerle. Me llevó a la fuerza a su casa; lo mínimo que podía hacer era traerme de regreso. No obstante, lo que siento por él es gratitud. Me reveló un mundo que nunca esperé descubrir y me regaló un poco de libertad antes de entregar mi vida a la causa común de la nación.
—Adiós —dice, sin moverse.
Tal vez espera a que diga algo más, pero guardo silencio. No sé qué decir. Cientos de dudas me paralizan. A pesar de que he tomado la decisión de no volver a verlo, sé que, en el fondo, no olvidaré con facilidad lo que pasó entre nosotros.
Ante mi silencio, David resopla, se da la vuelta y corre hacia las calles que atravesamos hace minutos.
Se va.
Se aleja junto con la verdad de lo que soy.
Apenas me doy cuenta de que desciendo las escaleras de la entrada a la estación. Todo está iluminado con luz amarillenta. Estoy a solas. Siento frío.
Para mi buena —o mala— suerte, un metro se acerca.
Las puertas se abren automáticamente para mí. Estoy entre la deriva de lo incierto y lo real. Lo incierto es lo que pasará conmigo tras el día de las reproducciones obligatorias, la Cura y mi vida junto a Caroline. Lo real es lo que David dice que somos. Y le creo. Siempre supe que no estaba enfermo, pero no tenía cómo probarlo; salvo por los foros de la red negra que no creía confiables. Ahora, en cambio, sé que los intranautas no mentían. Sé que todos tienen razón en algo: lo que soy no se debe a una enfermedad.
David se ha ido. Eso también es real. No volveré a sentirme tan vivo como hace horas, porque puse una barrera entre nosotros sin siquiera darle la oportunidad de conocerme a fondo. Lo dejé ir, y me dejé ir también.
Honestamente, no es lo que quería en realidad: es lo que mi sentido común me obligó a hacer. Lo que mi corazón quiere es conocerlo en profundidad, dejarme deleitar por las mil verdades que conoce sobre el mundo real y mantener esa conexión espiritual que nunca logré experimentar con Caroline.
El metro está a punto de cerrar sus puertas y regresar a Libertad.
Es ahora o nunca. Debo subir...
Pero mis piernas no se mueven hacia adelante: retroceden. Primero lento, luego con determinación.
Me doy la vuelta y subo las escaleras con rapidez.
Corro de regreso a David.
Corro de regreso hacia mi libertad.
El viento que viene del océano aumenta mi adrenalina y me entrega la fuerza necesaria para correr. No sé el motivo de mis lágrimas, solo caen. Se secan con el frío de la noche y la velocidad con la que me desplazo por las calles que recorrí junto a David.
Lo busco en los alrededores, pero no lo veo. Me desespero. ¿Y si ya va en camino al G? ¿Qué haré en ese caso?
Sé que podría volver a contactarlo mediante la red negra, pero mis piernas siguen moviéndose en su búsqueda. Grito su nombre sin importar que llame la atención de los habitantes de las casas cercanas o las patrullas protectoras que podrían estar cerca. Lo llamo hasta que mi garganta y mi corazón arden.
Cuando estoy a punto de perder las esperanzas, veo que corre hacia mí. Me detengo sin saber qué hacer. Debo verme desastroso entre las lágrimas y la desesperación.
David se acerca y me observa con expresión preocupada.
—¿Estás bien? —inquiere, agitado—. ¿Qué te sucede?
No digo nada.
Lanzo mis brazos a su cuello y lo abrazo tan fuerte como puedo. Aunque no puedo ver su rostro, sé que lo he tomado por sorpresa.
—No te alejes, por favor —ruego entre lágrimas y jadeos—. No te alejes.
Él no dice nada. Segundos después, siento sus brazos rodearme. Me aprieta con la misma fuerza que hace horas, pero esta vez se siente diferente: ambos nos necesitamos ahora.
Casi perdiendo la noción de la realidad, y yendo en contra de mis principios, tomo una peligrosa decisión: volveré a verlo tantas veces como pueda antes de las reproducciones obligatorias.
* * * * * *
¡Muchas gracias por leer! Espero que les haya gustado el capítulo.
Abrazooooos <3 —Matt.
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