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Un falso amor de hermanos

Capítulo 42

Eran las 3. Me fue imposible cerrar las cosas con Mauro, nada tenía solución. Entre él y yo, ni siquiera las palabras. No me permitía hablar durante la mañana, el resto de la tarde, y mientras los niños no estaban, todo era ausencia y lejanía. Mientras los niños estaban en taekwondo, él se encontraba en el almacén arreglando cosas. Fue imposible verlo. Yo fui a consolar a Camila a la sala; se encontraba recargada en la pared, con la cabeza cerca del enchufe de la luz. Su silla recargada hacia la pared me hacía pensar en su dolor.

—¿Ya hablaste con él? —su pregunta me tomó por sorpresa.

No le contesté.

—¿Cuándo piensas hacerlo? No van a tener más tiempo disponible. Si no lo haces ahora, las cosas empeorarán, lo sabes, ¿verdad?

Asentí con la cabeza.

—Quisiera entender qué les pasa a sus amores del pasado —dijo la chica—. No dejan de volver y de venir como fantasmas.— Si Catherine y yo tuviéramos un poco de la suerte que ustedes tienen en este momento, no tendría por qué estarme lamentando —dijo Camila con algo sonoro de dolor en su voz.

—¿La extrañas? —le pregunté.

—La verdad es que sí, con gusto. Y mucho más de lo que quisiera. Quisiera saber cómo está en este momento. No sé si me enamoré de ella, pero sabes, mi necesidad de saber si está bien se ha comido . Saber si se encuentra bien, si la han tratado bien… Lo sé.

¿Por qué sería que ahora, ambos a punto de terminar el turno, no podíamos arreglar las cosas que amábamos?

—¿Te has vuelto loco? —las palabras me sacaron de mi pensamiento—. ¿Me estás diciendo que estuviste saliendo con un tipo… con un tipo que trabaja en Renacer? —¿Y que te vas a meter ahí para sacar a Cristiano? —Si tú ya tenías esta información desde el principio, ¿por qué no me la informaste? ¿Acaso qué esperabas?

—Llevo tiempo saliendo con el tipo, pero hace varios días me dijo que conoce a la directora de Renacer y que era psicólogo. Yo lo conocí antes de todo, jefe.

—¿Lo conociste como uno de los tipos con los que te acuestas? —Entienda. Puedo ir a Renacer en busca de Cristiano, usando su recomendación y sacarlo de ahí.

—. No sé… Yo te necesito aquí, Carlos, no te puedes ir a meter a Renacer. —Es una oportunidad. Aprovechemonos de este tipo, aprovechemos esta oportunidad, coincidencia del destino, lo que sea.— Si no hacemos algo, puede que cambien de opinión o hagan cualquier cosa. Me informaron que salió de viaje porque su casa está en fumigación, y si no se presenta un momento idóneo como lo es este, Cristiano está afuera, viajando a un rancho.

—Tú no deberías servir de algo. Debemos ir por él,

—pero la mejor forma es que yo vaya, lo saque, me gane la confianza y lo saque sin armar una balacera para que usted no termine con más cosas en la cabeza.

Él asistió y de la nada dijo:

—Todo está bien, está bien, hazlo. No considero que sea conveniente que te metas a Renacer, pero algo sí es cierto: sacarlo sin tener que ir a matar a alguien debe ser la mejor opción por ahora.

Asistí. Erika se encontraba a su lado con un pantalón de jeans y una camisa negra.

—Por tu parte, dijo  —volteando a la mujer—, necesito que vuelvas a México, mantén la fachada y activa el negocio pronto. Uno de mis mejores hombres te llevará a nuevas mujeres.

—¿Qué pasó con Tadeo? —nos preguntó a ambos.

—Del hombre que enamoraba mujeres y las terminaba metiendo en el cartel, secuestrándolas, diciéndoles que les íbamos a dar una mejor vida… En tal caso, lo único que ocasiona era que la cosa fuera diferente.

Sin embargo, Erika dijo:

—Mujeres de las que trabajaban con nosotros ya no hay. En la última redada, la policía las capturó a todas.

—¿O sea que no tengo mujeres para dar entretención? —preguntó Ernesto.

—No. Rápido, antes de que te vayas a , Renacer. Necesito que te movilices otra vez, o le pidas que empiece a capturar más gente. A la vez, me encuentres a un hombre que esté dispuesto a hacerlo. Necesitamos que nuestros pescadores estén más atentos que nunca. Llamé al tal Tadeo y me informó que tenía tres mujeres con las que salía al mismo tiempo. Ya había estado trabajando desde que el patrón desapareció para juntarle un gran ganado. Pues sospechaba que cuando regresara necesitaría trabajo. A la vez, también dijo que iba a meter a uno de sus primos a hacer el mismo trabajo: enamorarlas, convencerlas, creer que la vida era bonita, después llevarlas a México y que Erika las entrenara para que entretuvieran a los hombres.

—También necesito —dijo Ernesto mirando a Erika—, ya hablé con el abogado.

—¿Qué pasó? ¿Qué necesitas que haga? —dijo Erika.

—Necesito que le digas al abogado tus requerimientos, le pongas en papel y empieces a pelear por Cristiano.  y lo liberes.

—¿A qué se refiere? —dijo la mujer en automático.

—Sí. Vas a pelear por tu hermano legalmente, vas a negar rotundamente tener algún vínculo conmigo y vas a usar el restaurante y el bar que tenemos como fachada para demostrar solvencia económica. El abogado, por su parte, hará lo posible para ayudarte a fingir esa farsa. Tenemos dos planes: o sale legalmente, pero en un proceso más lento que me impediría hacer una gran batalla, o sale con hormiga y él mismo lo saca. Eso sí, Hormiga —repitió viéndome a mí—, no deseo que mates a nadie ni enfrentes a nadie. No deseo que se arme una balacera en Renacer; como sea, hay niños, y uno de esos niños podría ser mi hijo. No quiero que el karma se me regrese, ni con Alex ni con Cristiano. Tiene que salir limpio, sin la menor sospecha. ¿Quedó claro?

Mi padre se había vuelto loco. Primero, el hecho de regresar para seguirme manteniendo bajo las sombras era algo que no deseaba, y ahora necesitaba que fuera la niñera del niño. Maldita sea. No odiaba a Cristiano, pero la verdad era que no  conocíamos  otra. La verdad era que yo andaba en mi mundo. Muchas veces me preguntaba si mi padre era digno de mantener a sus hijos separados. Yo fui la primera, después Ernesto, y después Cristiano. Todo se salió del esquema cuando llegué. Todos esperaban el macho heredero, pero cuando se dieron cuenta que tenían a la hija de cuerpo bonito pero que según ellos no tenía cerebro… treinta, veinte, y una mujer de quince que empezó a tener a sus hijos a corta edad. Esa era la historia. Esa era la lejanía del tiempo. El eco de nuestras voces era algo que sabíamos. La verdad, si hubiera sido hombre, hubiera estado feliz. Anhelaba, mejor que nadie, manejar este negocio. Pero también me gustaba estar en el bar, manejar a mis mujeres. Aunque sí, la verdad es que es muy aburrido. Me gustaría que se reconociera lo que hacemos, que se reconociera que somos un elemento importante, no solo somos muñequitas bonitas.

Fui con el abogado como mi padre me pidió. Este me dijo que había solicitado una audiencia y que tendría una cita con Cristiano. Wow. Ver a una persona que apenas conocía y miraba en Navidad, y decirle que ahora me había nacido el amor y que iría por él, era algo un poco complicado.

Pero Erika también tenía sus sueños. Erika deseaba viajar, Erika deseaba tener su casa y manejar su propia plaza. Erika era feliz cuando de eso se trataba, pero en el fondo soñaba con tener hijos, ser una mujer normal, común y corriente. Pero no, no se podía.

—Dime cuándo lo verás —dijo Hormiga, interrumpiendo mis pensamientos.

—Lo más probable es que mañana. Yo entro a Renacer en un rato —dijo él.

—Suerte con eso. Sabes que él no quiere huir —le informé—. Y, ¿acaso crees que contigo se irá tan fácil? Cristiano tiene su vida y nadie se arrepiente de eso.

—Yo creo que los tres hemos hecho nuestras vidas. A ver cuándo vas a meterte con una de las mujeres —le dije.

—Sabes que yo no

—lo sé, y sabes que eres parte de la familia, y que si a mí se me valorara un poco más, haría todo lo posible para pelear contigo.— Ese nivel tú lo mereces más que yo. —Yo quiero el puesto en el cartel, pero seamos sinceros.

—Erika —dijo Carlos, levantando una ceja—, ¿quién va a querer a un sicario gay? —Es como decir, ¿quién va a querer a una mujer? Creo que no valemos nada, que no podemos manejar un arma.

—Pues sí, lo entiendo, pero según ellos tampoco tengo la hombría —dijo Carlos.

—Tú tienes todo lo que quieras tener. Tal vez no seas hombre macho plateado —dijo Erika, riéndose—, pero tienes la apariencia. Eso, ante ellos, importa. Lo que hagas o donde metas tu trasero ya no les importa.

Carlos rio un poco ante mis palabras.

—Tengo que ir a Renacer —dijo, poniéndose un piercing, una coleta y dejando imprevisto sus tatuajes, la característica normal de siempre y formal.

Si hubiera ido hoy, sabía que tenían retratos hablados, pero esperaba no ser reconocido. Por suerte, el destino se quiso poner de su parte y no lo reconoció nadie, excepto el la nota que le dejó con los tulipanes. La reacción, lo frío de su sudor, el rostro pálido y a punto de caerse al verlo, me hacía pensar que Cristiano aún sentía algo por mi. En automático, salió de la oficina y el hombre de lentes lo siguió. En ese momento pensé: *Rafael tenía razón, Cristiano ya tenía a alguien más*.

Su cercanía cuando salieron del baño era algo que no me esperaba. Intercambiaron unas palabras con Cristiano y otras con Gastón, pero yo me la pasaba observando al chico. Poco después de terminar el turno, salí de Renacer junto con Gastón. El ambiente era raro, sentía algo raro; nadie hacía nada, excepto nosotros. Había intentado besar al chico. El beso había sido fuerte, interesante, pero pude sentir el rechazo de su boca. Sabía que las cosas estaban mal con ese tal Mauro, pues se le veían los ojos tristes. Tanto él como el otro, cuando Mauro nos abrió la puerta a mí y a Gastón, se podía notar sus lágrimas, los ojos enrojecidos.

—Él no te merece —le dijo Gastón a Mauro—. Tus lágrimas… él no te merece. El hombre que te hace llorar nunca te ama.

—¿Y tú cómo sabes que lloré por él? —le preguntó Mauro.

—Es obvio: tu rostro, tu figura, tu forma. Su ausencia en este momento… deberían disfrutar que están juntos y que no hay niños. Al contrario, están distantes. ¿Tan rápido se acabó la luna de miel?

—Basta, Gastón. Tú ya tienes con quién vivir la tuya. A mí, déjame vivir.

La conversación se quedó en silencio tras la última frase de Mauro. Gastón lo observó por un momento, como si intentara encontrar las palabras adecuadas, pero al final solo asintió con la cabeza, resignado. Se giró hacia mí, sus ojos reflejaban preocupación y algo más que no pude descifrar del todo.

—Bueno, será mejor que nos vayamos. —Gastón hizo un gesto hacia la puerta, pero algo en la mirada de Mauro me hizo dudar.

—Espera —dije, deteniéndolo con una mano en el brazo—. Mauro, ¿estás seguro de que no necesitas ayuda? Lo que sea que esté pasando entre tú y Cristiano, puedo...

—No —interrumpió Mauro, más brusco de lo que esperaba—. No quiero hablar de eso ahora. Necesito tiempo para pensar, para… —hizo una pausa, luchando por encontrar las palabras correctas—. Solo necesito estar solo un rato.

Sentí la urgencia en su voz, la desesperación oculta bajo su apariencia cansada. Algo en su tono me decía que el tiempo se le acababa, que si no hacía algo pronto, podría perder a Cristiano para siempre. Pero antes de que pudiera insistir, Gastón me tiró suavemente del brazo, indicándome que era hora de irnos.

Salimos  y, una vez en el auto, no pude evitar lanzar una última mirada a la ventana, esperando verlo allí, pero solo vi las cortinas cerrarse lentamente. El viaje de regreso a la ciudad fue silencioso, cada uno perdido en sus propios pensamientos. El plan para sacar a Cristiano de Renacer estaba en marcha, pero sabía que todo dependía de los próximos días, de las decisiones que se tomaran en ese lugar donde convergen tantos destinos rotos.

—Mañana será un día crucial —dijo Gastón, rompiendo el silencio cuando nos acercábamos a la entrada de la ciudad.

—Lo sé. Pero hay algo que me preocupa… —respondí, sin apartar la vista de la carretera—. No estoy seguro de que Cristiano esté dispuesto a salir de Renacer. Algo me dice que… que tiene sus propios planes.

Gastón me miró de reojo, su expresión dura, pero comprensiva.

—Por eso es que tenemos que ser inteligentes. No podemos forzarlo, pero tampoco podemos dejar que se quede ahí, no con todo lo que está en juego. Tienes que hablar con él, hacerle entender que está en peligro.

—Lo intentaré —respondí, aunque en el fondo sentía una creciente inseguridad.

Al llegar a mi apartamento, Gastón se despidió con un simple "nos vemos mañana" antes de marcharse. Al entrar, me dejé caer en el sofá, exhausto. Cerré los ojos por un momento, tratando de ordenar mis pensamientos, pero la imagen de Cristiano y Mauro, separados por un abismo que parecía insalvable, no dejaba de rondar en mi mente.

Finalmente, decidí hacer algo que no estaba en mis planes. Tomé mi teléfono y, después de dudar unos segundos, llamé a Erika. La línea sonó varias veces antes de que contestara.

—¿Qué sucede? —su voz sonaba cansada, pero alerta.

—Erika… necesito tu ayuda. Hay algo que debes saber antes de que entremos en Renacer mañana.

Hubo un largo silencio al otro lado de la línea, como si Erika estuviera sopesando lo que fuera a decir.

—Dime —respondió finalmente, con un tono que no dejaba lugar a dudas.

—No sé si Cristiano se va a ir con nosotros… y si no lo hace, todo podría salir mal. Necesito que estés preparada para lo peor.

Erika suspiró, y pude imaginarla pasándose una mano por el cabello, un gesto que hacía cuando estaba nerviosa.

—Lo estaré. Pero Carlos, no podemos fallar. Si esto se sale de control… —Dejó la frase en el aire, pero el mensaje era claro.

—Lo sé. Mañana lo sabremos.

Corté la llamada y me quedé mirando el teléfono por un largo rato. La noche se cernía sobre la ciudad, envolviéndolo todo en una oscuridad opresiva. Mañana, pensé, todo cambiará. De una forma u otra, mañana marcaría el destino de todos los involucrados.

—Los niños no piensan regresar —le dije a Mauro, quien venía de la cochera—. Siguen de vacaciones. De hecho, regresan el lunes.

—Vaya cosas que están pasando... No quiero hablar ahora, solo quiero terminar el turno —respondió Mauro.

—¿Solamente? ¿No quieres hablar?

—No quiero hablar del beso ni de tu cercanía, ni de que Hormiga vino por ti.

—¿Entonces no quieres arreglar nuestra relación? —le cuestioné.

—No es eso. Tú sabes lo que hemos luchado, no lo dudes.

—Entonces escúchame mejor —le pedí, decidido—. Estaba ahí para hablar con el y cuestionarte sobre mi papá y qué hacía aquí, porque literalmente me pude haber desmayado del impacto, y me intentó besar. Es lo mismo que tú con Gastón.—Y ahora resulta que ellos tienen un romance.

—Entonces, ¿por eso te pusiste así?

—No, no me puse así por eso. Me puse así porque me sentí miedoso... me sentí con miedo de que te podía perder en cualquier momento. Después de lo que ha pasado entre tú y yo, no quiero que te vayas.

—Ay, corazón... era lógico —se me ablandó el corazón y ya no pude estar enojado con él—. Escucha, Gastón es pasado. Hormiga también. Y ojalá se enamoran y empiecen a tener su propia vida para que no dejen vivir la nuestra.— Yo te adoro a ti, no tienes por qué sentir miedo.

—Simplemente, cuando los vi así, me dio miedo... ¿qué tal si te perdía o te ibas con él? Era algo que no quería que pasara.

—Lo entiendo, pero no puedes ponerte así, lo sabes, ¿verdad? —le respondí, intentando que entendiera—. Me dio mucho miedo, sentí que podía perderte después de lo que pasó contigo —dijo sentándose en la sala—. Me llené de miedo, no quiero perderte. Contigo di el primer paso, contigo me atreví a hacerlo con alguien, a poner de mi parte, y yo siempre había sido pasivo. —Ahora tomé el mando porque quería hacerte sentir diferente. Tengo miedo de no haberte complacido, y verlo contigo me hizo rabiar, pero no en mal plan. Yo sé que tú tal vez no lo quisiste desear, pero me llené de coraje y de impotencia solo por eso lloré, por el miedo de perderte. No porque crea que me estabas fallando o estabas haciendo algo indebido con él.

De nuevo, le decía con todas las fuerzas de mi corazón. Cristiano era demasiado joven, pero a pesar de todo, podía transmitirle mi paz y mi seguridad.

Cuando los vi tan cerca, me llené de celos y de rabia, y me sentí la persona más estúpida. Yo fui el que tomó el mando y lo toqué, yo lo hice mío. ¿Qué tal si hubiera sido el peor error de mi vida? ¿Qué tal si todo hubiera cambiado? , pensé, con el corazón en la mano. Pero a pesar de todo, algo que andaba bien en nuestra relación era que siempre hablábamos, nunca nos callábamos nada. Siempre estábamos hablando y diciéndonos lo que ocurría.

El chico me acarició la mejilla y me dijo:

—Solo eres tú, y esa persona está en mi pasado, ¿quedó claro?

—Cosa positiva de nuestra relación era que siempre nos comunicamos entre sí, era que nunca dejábamos los problemas para después —dije, tratando de asegurarme de que lo entendiera—. Quiero proponerte algo.

—Dime —dijo Cristiano.

—Quiero que vayas a casa, quiero presentarte a mi mamá. Le puedo decir a Brenda que te voy a sacar, no es algo que se le haga raro.

—¿Cuándo sería?

—Mañana, si quieres ir. Quiero que conozcas a mi hermana y estemos un ratito solos, y después pasemos como una pareja normal... algo así como una especie de reconciliación —propuso Cristiano.

—Sí, de hecho, sí. Por favor, no tengas dudas —intervine, viéndole el rostro—. Con ellos dos aquí, las dudas y los celos estarán a la orden del día, nos están picando y nos quieren retar. Nos van a separar, no dejemos que eso suceda —dije, enroscándome un poco más en el sillón—. Y la cámara no importa, no te estoy besando.

—Hola, par de tortolos —salió Camila entrando a la defensiva—. ¿Qué pasó? ¿Cómo sigues?

—No tan románticos como ustedes. Disfruten de esto y no permitan que sus dudas los separen, por favor —dijo Camila, con una sonrisa forzada.

Camila seguía triste, pero sonreía. Parecía que vernos a nosotros la había motivado y eso me hacía sentir algo pleno.

—Iré a casa de Mauro —Cristiano informó de automático.

—¡Felicidades! —dije con entusiasmo—. Wow, sí que le informas, no nos juzga.

La puerta se abrió, y todos nos reincorporamos. Los niños habían llegado, eran algo así como las 5:40. Al pasar de los 20 minutos, Mauro se fue a su casa.

El sonido de la puerta al cerrarse resonó en la casa, y por un momento, el silencio se adueñó del lugar. Cristiano se quedó quieto, observando la puerta por la que Mauro había salido. Yo, por mi parte, me acerqué lentamente hasta colocarme a su lado, buscando la manera de reconfortarlo.

—No te preocupes —le dije suavemente—, todo va a estar bien.

Cristiano asintió, aunque sus ojos reflejaban una mezcla de incertidumbre y esperanza.

—Es que... —empezó, pero las palabras parecían atrapadas en su garganta—. Tengo miedo de que, al final, las cosas no salgan como esperamos. Que, de alguna forma, todo lo que hemos construido se derrumbe.

—Lo entiendo, pero no podemos vivir con miedo todo el tiempo —respondí, acariciando su brazo—. Lo importante es que ambos estamos dispuestos a luchar por lo que tenemos. Y eso es más fuerte que cualquier obstáculo que pueda aparecer.

Cristiano me miró, y en sus ojos pude ver un brillo que me hizo recordar por qué habíamos llegado hasta aquí. Era un brillo de determinación, de amor puro y sincero.

—Quiero creer eso —dijo finalmente—. Quiero creer que somos lo suficientemente fuertes para enfrentar lo que venga.

—Lo somos —afirmé, sin titubear—. Y vamos a demostrarlo.

—¿Tú estás bien con lo de Catherine? —pregunté.

—Pues... más o menos, Cristiano. Las cosas están mejor —me contestó Mauro.

Nos dirigimos a la cena. Hoy tocaba hot cakes y leche. Después, me fui a la habitación y, poco después, caí en un profundo sueño.

A la mañana siguiente, Mauro fue el primero en entrar a la habitación. Elizabeth estaba feliz; decía que las cosas estaban menos tensas. En ese momento, sentí un cosquilleo al verlo. Traía un pantalón azul, zapatos azules y una gorra azul. Toda su vestimenta era azul.

—Hola —saludó.

En ese momento, —¿llegó Gastón? — no le contesté.

—Qué bueno porque quiero decirte esto antes de que llegue... permiso, te voy a traer hasta la mañana siguiente —le dije.

—Quería hacer una tarde de películas, tipo pijamada —continuó Mauro—. Dijo que necesitabas relajarte y cuando le mencioné algo sobre una "noche de hombres" con mi familia, no se negó.

No pude evitar sonreír. El tono en que lo dijo me hizo sentir un alivio inesperado.

—O sea que esta noche, al terminar tu turno, dormiré contigo... bueno, en mi casa. Trataremos de ser discretos, porque recuerda que también estarán mis padres —añadió Mauro.

—Te llevaré a cenar y conviviremos.

—Excelente, gracias. Por eso... por haber buscado el lugar. 

En ese momento, Fabiola entró por la puerta. Parecía que sus lindas vacaciones habían terminado.

—Hola —saludó.

—Hola —contestamos.

—Cristiano, ¿puedes venir? La procuraduría, tu abogado y Sara están aquí. ¿Puedes ir a colgar a los niños? —dijo Fabiola, haciendo una señal hacia el patio.

Cristiano entró en la oficina.

—Hola, Daniel.

—Hola, verte dos días seguidos es algo fuera de lo común —contesté.

—¿Podemos discutir esto en un lugar más amplio? —sugirió Fabiola.

—Pues creo que ya somos demasiados en este sitio —dijo Daniel.

—¿Demasiados?,— sí, y hay algo importante que queremos manejar contigo —respondió Gastón.

Entonces recordé por qué no lo había visto antes. Seguramente llegó y se metió directamente a la oficina.

—¿A qué se debe tu emergencia?— Vamos a la sala —insistió Daniel.

Salimos todos y nos dirigimos a la sala, sentándonos y acompañando a Daniel.

—Les pido que me permitan un par de minutos. Nos falta alguien en esta reunión, aparte de la señora Melesio — mencionando a Brenda.

Poco después, entró una mujer con pantalón blanco y blusa color caqui.

—Disculpen, tuve que dar una clase de spinning —dijo la mujer, llegando tarde—. Sabía que la cita era casi a las 10 y ya son las 10:30.

—Disculpen, vamos llegando también. Tuvimos problemas, y nuestra segunda invitada aún no llega —respondió Daniel.

El tiempo parecía congelarse, no era mi aliado esa tarde. Al pasar los minutos, el timbre sonó. Mauro caminó hacia la puerta, la abrió y pasó por la sala. Detrás de él venía una mujer con cabello recogido en una coleta, completamente lacio, piel blanca, ojos cafés y labios carnosos. Llevaba algo así como un vestido, pero también un pantalón.

—Erika... —fue lo primero que dije, parándome del asiento.

—Hola —saludó—. Hola a todos —dijo, dirigiéndose a los presentes.

—Erika de la Fuente —dijo Daniel—, quiere recuperar la custodia de Cristiano.

Daniel continuó:

—Metieron una solicitud de reingreso al hogar.

"Demonios", pensé. "¿Quién se creía que era para regresar?"

— Eso sería como regresar con mi padre.

—No —intervino una mujer—. Papá no está al tanto de lo que yo estoy haciendo, y ahora mucho menos. Yo me alejé de su negocio y él no me ha contactado desde que desapareció. Quiero recuperarte porque deseo que toda la familia esté reunida de nuevo. Con el bar y el pequeño negocio que tengo, podemos salir adelante y, después, sacar a Alex.

—La procuraduría de Guanajuato ordenó que te saquemos para visitas familiares y empecemos el proceso de ingreso a casa, informó Daniel.

—Por favor, eso es estúpido. Sabes que, si lo hacen, ¿quién nos asegura que Erika no está coludida con mi padre? ¡Es como entregarme a él! —grité, sintiendo la ira crecer dentro de mí.

—Para eso habrá investigaciones sucesivas —dijo Daniel, alzando la voz.

—¡Regresarme con mi hermana es regresarme con mi padre! —dije, casi gritando.

El silencio que siguió fue ensordecedor, como si cada palabra anterior hubiera sido una gota de agua que finalmente rompió la represa. Todos en la sala parecían estar conteniendo la respiración, esperando lo inevitable. Erika, con los ojos fijos en mí, dejó caer su fachada de serenidad.

—Cristiano, no es lo que piensas... —intentó decir, pero su voz se quebró.

—¡No me importa lo que digas! —interrumpí, sintiendo la furia hervir en mi pecho—. ¡No volveré a ese infierno, no otra vez!

Sara, que había estado en silencio todo este tiempo, se levantó lentamente, colocándose entre Erika y yo. Su mirada estaba fija en la mía, tratando de calmarme.

—Cristiano, escucha... —comenzó, pero no pude contenerme más.

—¡No quiero escucharlos! ¡No quiero volver a ser una pieza en sus juegos! —grité con toda la fuerza que me quedaba—. ¡Prefiero quedarme aquí, solo, que regresar a ese lugar!

Las lágrimas comenzaron a correr por mi rostro, pero no era de tristeza, era de pura frustración, de rabia acumulada. Erika retrocedió un paso, visiblemente afectada.

—Cristiano... —susurró, pero yo ya no podía oírla.

Todo lo que veía era la imagen de mi padre, de las manos que me habían lastimado una y otra vez. El miedo, la desesperanza, todo volvía como una avalancha que amenazaba con aplastarme.

Sara dio un paso más hacia mí, su rostro lleno de preocupación. Me tomó por los hombros, obligándome a mirarla.

—Cristiano, respira. Estoy aquí, no estás solo. No volverás a ese lugar si no lo quieres, te lo prometo —dijo, su voz firme pero llena de cariño.

Sentí que las paredes se cerraban a mi alrededor, que el aire se hacía cada vez más denso. Pero la mirada de Sara, su voz, me anclaban a la realidad. Poco a poco, el sonido del mundo volvió, y con él, una sensación de agotamiento.

—No... no quiero volver —susurré, apenas consciente de mis propias palabras.

—No lo harás —aseguró  Sara abrazándome con fuerza—. No lo harás.

El silencio en la sala era abrumador, pero en ese momento, supe que no estaba solo. Y, aunque el futuro seguía siendo incierto, había una cosa clara: lucharía con todo lo que tenía para no regresar al pasado que tanto dolor me había causado.

La reunión con Cristiano no terminaba y ya era la una. Todo estaba raro, el ambiente era pesado. Yo jugaba con los niños cuando, de repente, él salió llorando, seguido de una mujer que no conocía. Cristiano azotó la puerta y le gritó a la mujer:

—¿Podemos hablar?

Se volvió hacia ella, con el rostro enrojecido por la furia y el dolor.

—¿Por qué no aceptas que este es un plan de ustedes? Este es un plan estúpido, un plan que tú planeaste. Me estás usando de nuevo como ficha de ajedrez. Nunca convivimos, Erika. Soy tu tercer hermano. Tú estabas en México, y ahora resulta que te nace el amor de hermandad y que quieres venir por mí y sacarme. ¿Por qué no aceptas que mi padre te obligó a hacer un proceso legal para luchar por mi custodia? Porque, es lógico, como es un matón, jamás se lo darán a él. ¿Por qué no aceptas que jamás te importé? ¿Por qué no aceptas que no quieres hacerte cargo, que solo me quieres para entregarme a los brazos de Ernesto? ¿Crees que soy estúpido? En serio, ¿crees que voy a creer en un falso amor de hermanos? Primero llega Hormiga de la nada y ahora tú. No seas estúpida. No creerás que me voy a tragar este cuento. No creerás que te voy a amar de la nada y que voy a decirte que sí, que me voy contigo, y que me lleves a México para luego llevarme a una casa de seguridad, obligarme a matar y hacerme cargo del apellido. Por favor.

Erika, con calma tensa, respondió:

—Está bien, sí, es un plan de papá. No tengo nada más que decirte. Pero lo está haciendo porque quiere que estés con él. Ya basta, Cristiano. Solo asúmelo, prometo que si lo asumes, no tendrás nada que ver. Tanto Carlos como yo nos haremos cargo de todo.

—¿Y crees que me lo voy a creer? —dijo Cristiano con sarcasmo—. Ustedes solo quieren usarme, así que sí, haré todo lo posible para que tu proceso legal con trampas no termine cediendo y me den a ustedes. Quiero irme lejos. Yo no soy eso. No tengo el descaro de fingir un falso amor de hermanos solo por el deseo de complacer a Ernesto.

—Y tú, ¿crees que no me cuesta? Yo sí te quiero. ¿Acaso se te olvida quién jugaba contigo, quién evitó que papá te golpeara, quién evitó que cuando te acostaste con el primer hombre, papá no te descubriera? ¿Qué pasaba cuando ibas al burdel a preguntarle a mis chicas qué sentían cuando estaban con hombres? ¿Acaso se te olvidó que la mayoría de veces que Hormiga te dejó, tú te refugiaste en México, diciéndole a papá que yo te estaba enseñando del negocio y te quedabas horas en el burdel? Yo te protegía cada vez. Cuando él se enteró que eras gay y cuando se enteró de lo que tenías con Hormiga, quiso golpearte y acribillarte y casi matarte. Y yo me interpuse

—Porque creía que no le ibas a dar un nieto. Hasta que se te ocurrió decirle que eras bisexual y te dejó en paz. Así que no, no es un falso amor de hermanos. En parte lo hago para que mi padre no venga a hacer una matanza y te saque, y en otra parte lo hago para evitar que se derrame más sangre. Y por otra parte lo hago porque sé que si lo complazco, puede que me reconozcan más fácil en el cartel. Llegó la hora de que reconozcan lo que somos las mujeres. Pero él es el único que puede ayudarme. Además, ¿acaso quieres ver una balacera, asesinatos, en el trabajo del hombre al que amas ¿Mauro ve cómo nos observas?

En ese momento, no pude evitar intervenir. Disculpen, dije, tratando de mantener la calma.

—Hola, Erika,— mucho gusto, cuñado —dijo la mujer con sarcasmo—. Se te nota y sé que él trabaja aquí. Además, Carlos me tiene demasiado enterada. Así que tú dirás: ¿cooperas o dejas que papá haga lo que se le dé su maldita gana? — Va a venir por ti. Me está mandando a mí porque quiere sacarte de buena manera y por vías legales. Pero tiene a Hormiga aquí para sacarte de la manera violenta, si es necesario. Los dos estamos intentando que sea de la manera más cordial. Hormiga planea ganarse la confianza de esta gente. Pero si ninguno de los dos funciona, tú ya sabes de lo que Ernesto de la Fuente es capaz.

— Así que dime: ¿te quieres dejar convencer por este falso amor de hermanos o dejar que Ernesto tome armas y haga lo que le dé su maldita gana de una vez por todas?

Mauro me miraba, y de nuevo a él. Todo era un desastre. Los dos entendíamos.

—No les pido que se separen —continuó la mujer—. Pero saben que esto es demasiado complicado y tendrán que elegir un bando. Si tú quieres a mi hermano, tendrás que aceptar que tiene responsabilidades. ¿Estarías dispuesto a entrar en ese mundo por Cristiano? Podemos llevarte, secuestrarte, mientras el trabaja yo no protegerte.— Pero eso sí, tendrías que dejar todo para proteger a Cristiano y sobre todo entrar en ese mundo.

—¿Estás loca? —le respondí—. ¿Le estás proponiendo a un psicólogo que se convierta en sicario? — Si él te ama, te va a perseguir. —No dicen que el amor todo lo puede. —Si yo quiero que tú te aferres a este falso amor de hermanos, ¿quién no va a querer que Mauro te persiga y sea tu marido? Le puedo decir a papá que es tu noviecito. Claro, él tendría que entrar a nuestro mundo de pudrición.

Sus palabras me dejaron helado. ¿Cómo era posible que fuera tan cínica de decir todo esto y de invitarlo al negocio? Pero ahora, más que nunca, estaba claro que debía mover las fichas. No me iría con mi padre, eso era algo cierto, pero también sabía que con Ernesto no se podía jugar. La decisión estaba en el aire, y el peso de la traición y el peligro se cernía sobre nosotros.

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