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¿Tú me haces sentir especial?

Capítulo 3

Fuertes estruendos sonaron en la puerta, y de la nada la voz de Jazz me regresó a la realidad.

—Mau —dijo con voz áspera—, ¿qué vamos a hacer?

Fueron las palabras punzantes de Jazz las que me sacaron de este trance en que el tiempo parecía detenerse.

—Estás loco, no sabemos quiénes son. —Ya escuchaste, es la policía. —¿Y si algo nos pasa? Tenemos niños —dijo él colocándose detrás de la puerta y a punto de tocar.

Ya que tenía la llave al lado de su pierna, la tomó, colocó la chapa y con unos cuantos giros, abrió la puerta.

—Disculpa. Buenas noches —dijo una voz ronca de un hombre con traje de policía y capucha.

—¿La casa hogar Renacer, si es ésta? —dijo Mau con la voz más frágil que le he escuchado.

—Baja al chico —le ordenó a otro de sus compañeros volteando a la camioneta negra custodiada por dos policías más.

—Perdón. Bajen al chico —dijo Jazz.

—¿Qué chico? —dije yo al unísono, más desconcertado que ella.

—Un traslado. ¿No les notificaron? —dijo él , mirando al suelo sin importarle nuestras caras de incredulidad.

El policía ordenó a su compañero:

—Bájenlo, por favor.

El otro policía continuó jalando al chico del brazo y lo bajó con una facilidad que parecía un muñeco de trapo.

Vestía ropa negra. Era un adolescente. Traía algo de ropa. El cabello castaño, ojos cafés, tez blanca, y unas cejas muy pronunciadas.

—¿Puede firmar el ingreso? —me ordenó el policía.

—Claro, un placer —agregué.

Y así, sin más, el policía cruzó el umbral de la cochera, y yo procedí a cerrar.

Cuando nos dimos cuenta, el chico estaba recargado atrás de la puerta aún cerrada, y poco después apareció Rafa.

—Era un ingreso —dijo como si fuera cualquier cosa.

—¿Y ahora qué hacemos? —dijo Jazz—. Yo no he recibido niños.

—Yo tampoco, y creo que nunca lo había hecho. Llévalo a dormir. Ni siquiera sabemos si habrá comido.

—Okay, lo redacté en el chat de cuidadores. Chico, ¿cómo te llamas? —pregunté.

—Cristiano —contestó con una voz que parecía helada como el hielo.

—¿Cuántos años tienes? —pregunté.

—17 —respondió.

—Te puedes recargar en la pared. Necesito tomarte una foto. Descubre tu rostro y baja la sudadera, por favor —procedí y tomé la foto.

Siendo las 12, la subí. Nadie contestó.

A lo que solo dije:

—Bueno, todos a dormir. Se ha acabado el show. Voy con las niñas —agregó Jazz—. Oye, ven, sígueme —ordené, dirigiendo mi mirada de nuevo al chico.

—¿Has comido? —pregunté. Él asintió con un ligero toque de cabeza.

—Vamos a buscar cuál será tu cama —y así, sin más, lo guié por las escaleras, y todos los niños volvieron a dormir.

Cristiano 

S

i algo me gustaba de las procuradurías chicas como esta estatal era que todo se escuchaba. Dieron las seis, dieron las siete, y no me trasladaban. Me habían dicho que tenía lugar en esa casa hogar, pero las horas pasaron y nada.

—¿Te vas? —pregunté.

—Sí —contestó ella con la mirada triste, como si no quisiera.

—Falta que nos envíen un oficio, por eso no te han trasladado —dijo tranquilizándome.

—Sí, tranquilo. Deberías dormir un poco en el sofá que está afuera. No te podemos trasladar de la oficina de Procuraduría aun Renacer será un buen lugar y tal vez solo pases un par de horas aquí, y el lunes te lleven a Renacer —dijo ella.

—Trataré de que el oficio llegue antes de que sea domingo —dijo con tono enojado—. Cristiano, sé que no estás conforme con esto, pero es lo mejor para ti. Lo sé, y siempre contarás con Daniel y conmigo. Tenlo en cuenta. Nos vemos el lunes. Si puedo, te iré a visitar a Renacer. Por favor, compórtate y me cuentas cómo te adaptas.

—¿Aún confías en que me pueden trasladar más noche, verdad?

—Sí, así será —afirmó ella mientras ,contestaba mi pregunta—. Es sábado. Te llevarán antes de que sea mañana. Nadie desea trabajar mañana —dijo ella despidiéndose.

Decidí hacerle caso y tomé el sillón que tenía enfrente. Me recosté y cerré los ojos. A lo lejos escuché una voz.

—Joven, despierte. ¿Es usted Cristiano o no? —preguntó

—Sí —le contesté al anciano, algo adormilado.

—Lo buscan. Somos representantes de su procuraduría. Lo trasladaremos ahora mismo a su casa —dijo el anciano.

—Ahora son las 12 —tartamudee viendo el reloj que estaba en la oficina.

—Venga con nosotros —ordenó.

Ya me sabía esto. Un protocolo largo, una camioneta negra. Yo, como si fuera un corderito, tenía que obedecer.

—Y si en lugar de corderito voy a ser el Depredador —pensé mientras me movía hacia la camioneta y me colocaba en el asiento, esperando a que los dos tipos me rodearan y protegieran. No tenía miedo. Era más valiente de lo que yo quería aceptar. Ya esto lo había vivido más de una vez, eran, para ser exactos, seis veces. Ni nervioso ni triste, solo quería saber quién sería mi nueva víctima.

No fue muy complicado deducir que no estaba lejos de la casa. No cruzamos tanto, solo avanzamos un par de calles por la ciudad y de la nada, ya estaba ahí. Me bajé y procedí, colocándome frente a esa puerta blanca, claro, con un enorme letrero iluminado que decía "Renacer: Casa Hogar para Niños y Adolescentes".

No entendía cómo una simple casa en medio de un barrio podría ser tan aclamada. Tal vez porque era de noche no estaba viendo lo lujosa que era, pero a simple vista, lo que mis ojos y la luz de la calle no entendían era ¿por qué le tenían tanto respeto? Si yo lograba manchar y arruinar la reputación de una de las mejores casas hogares, tal vez así dejarían de estar con mi padre.

Me sumergí en mis pensamientos hasta que los toquidos de la policía me volvieron a traer.

—No abren. ¿Qué hacemos, compañero? —se preguntaban uno a otro.

—¿Regresar a dónde, a DIF? —exclamó el otro.

—No hay nadie ahorita —pronunció diciendo—. No digas tonterías.

—Okay entonces…

—Procede a tumbar esa puerta si es necesario —dijo uno. A mi parecer, no debió decir eso, pues al tipo no se le ocurrió otra cosa más que gritar—. ¡Abran esa puerta!

Yo miraba estupefacto al piso, mientras el tipo seguía ardiendo y diciendo—. ¡Ábreme esa puerta! —sin preguntarse ni siquiera qué habría pasado. Tal vez estaban dormidos y este señor deseaba hacerme mi entrada triunfal.

Al cabo de unos minutos se escuchó el sonido de unas llaves y un llavero, y me ordenó que volviera a subir a la camioneta.

—Por favor, ya me había bajado —pero como siempre, tratando de dar la nota y demostrar quién tiene poder aquí, me coloqué en el asiento, bajé el vidrio y vi cómo la puerta se abrió. De ahí se alcanzó a ver un hombre abrirla. Un hombre, no mayor entre 28 o 30 años, con lentes, chanclas y una gorra.

Dialogaron unas cuantas palabras y luego otro de los policías jaló de mi cuerpo para bajarme. Lo primero que hice fue analizar al tipo, mientras este cerraba la puerta y yo me recargaba en ella. No hizo nada, los policías se retiraron y agregó:

—Entonces, ¿cómo te llamas? ¿Cuántos años tienes?

—Cristiano —contesté—, y tengo 17.

Me pidió que me colocara para una foto. Me pidió que lo siguiera. Caminé por su amplia cochera. Al lado había un cuarto con el título de "Salón de tareas" y al frente una puerta que se abría en dos partes, la cual daba acceso gracias a una rampa. De un lado, una pared blanca, un pizarrón, avisos y reconocimientos. Del otro lado, justo en la esquina, una puerta con el letrero de "Dirección" y justo al lado otra puerta con el letrero "Enfermería", seguido de otras dos más con "Almacén de ropa y alimentos". Seguido de un escritorio con una puerta al fondo. Me quedé un poco admirado. Era un lugar pequeño pero acomodado, claro, sin contar con unas cuantas cámaras que había en cada área. Después estaba la sala, con una pantalla colocada en la parte de arriba. Al terminar la sala, abría paso otra rampa y enfrente unos lavados.

—Cristiano, ¿verdad? —me interrumpió la voz del chico que me había acompañado desde que llegué—. Mira, sube las escaleras, ahí será tu habitación. Ahí duermen los niños, y yo soy su cuidador, Mau.

Fue entonces cuando pude observar a este chico más a detalle. De tez morena, cabello negro, 28 años si no me equivocaba, llevaba lentes, joven y amable. Continuó:

—Cualquier cosa que necesites, no dudes en pedírmelo.

"Gracias," asistí. "Si quieres quedarte en esta cama, mañana veremos lo de tu ropa y lo demás. Ahora, descansa, ya es tarde."

A las siete suena mi alarma y bajo las escaleras para hacer el desayuno.

—Quesadillas —dijo Jazz al verme bajar.

—Perfecto —me coloqué a su lado, al otro lado de la barra—. ¿Y qué tal está?

—¿Quién?

—Pues Cristiano.

—Durmió bien anoche. Es bastante mayor de 17, su caso es todo un misterio —agregó ella—. Porque, Mau, ¿no has visto el grupo? 

—No, me voy levantando.

—Ah, pues te pongo al tanto. Cuando Brenda vio la foto comentó que lo mantuviéramos vigilado. Dijo muy poco, que era un chico difícil y que había sufrido mucho, y que cualquier cosa rara le informáramos.

—Qué raro. ¿Por qué tanta especificación para un simple niño?

—A eso voy. La entrada con policía regional, el horario de llegada y ahora esto... No es coincidencia.

—Bueno, ya después lo descubriremos. Confía, debe ser un muchacho solo eso: simple, sencillo —dijo Jazz— hasta que él muestre el cobre.

Mau era tan parecido a mí: familias, cuestión social, valores, todo. Mi familia firmaba que yo iba a terminar con él, pero la universidad todavía quedaba clara. Era un hombre dedicado, clavado en lo suyo, no quería distracciones y mucho menos una mujer. Al final, se convirtió en mi compañero. Aunque claro, no puedo negar que siempre fue muy hermético con su vida privada. Nunca lo llegamos a ver con una novia, no permitía hablar de su vida privada, y aunque era mi mejor amigo, o más bien uno de los más cercanos, nunca llegué a verlo con alguien más. Siempre creí que le gustaba la soledad, o tal vez no; solamente que no había encontrado a la persona indicada. Ojalá un día la encuentre.

—Jazz, ¿te fuiste? Perdón, ¿me decías?

—¿En qué pensabas?

—En nada —contestó con una sonrisa tímida—. ¿Y la universidad? ¿Qué harás? ¿Seguirás?

 Cristiano 

No sabes que el mío es mi favorito, no lo mates por favor.

—No, claro que no lo harás tú. Yo, por favor, no lo he alimentado y cuidado desde pequeño...

—Pues a ver si así aprendes que al patrón no se le desobedece.

—Por favor, es mi pequeño, lo he criado.

—Vamos, y los hombres no lloran, por favor, papá.

—Mejor escoge: lo matas o un dedo tuyo.

—No, por favor —volvió a suplicar entre lloriqueos.

—Entonces, ¿pistola o cuchillo? Vamos, que no tengo tu tiempo.

—Cuchillo —contesté—. Vamos, apuñálalo, atraviesa la piel y disfruta de su sangre. Vamos, mete el cuchillo.

—No, no, no, no, no mi conejo, no.

El chico se retorcía en la cama, parecía tener una pesadilla. Al escucharlo hablar, solo decía que no. Fue ahí cuando uno de los pequeños se acercó a tocarlo y vio que estaba caliente, sudoroso y temblando sin ninguna otra cosa que lo cubriera. Así que, a toda prisa, fue a buscar a Mau.

El padre de Cristiano estaba prófugo de la justicia desde hace 3 años. Cristiano era un chico muy noble y bueno a pesar de que tenía demasiado trauma a causa de este hombre. Era un niño honesto, decente, deportista y, por qué no, algo bailarín. Su padre era conocido por ser un hombre fanático de las armas, fanático de las cacerías y los buenos carros. Le gustaba mucho la cacería, era un macho típico mexicano, según lo que decían sus propias mujeres y amantes que había tenido. Era mujeriego y se murmuraba que tenía varios hijos regados, aparte de los ya reconocidos. Tenía varias identidades, varias cuentas en el extranjero y gozaba de darles el privilegio a sus hijos de tener casas propias, tenerles una cuenta abierta y dejarlos que vivieran su vida y se independizaran a cortas edades.

—¿Qué quieres decir con la universidad?

—Pues si la seguirás haciendo. Me ofrece la maestría y presentaré pronto mi carta de liberación del servicio. Ya terminamos y estamos por titularnos. Me ofrece las maestrías, pero sigo sin decidir a dónde agarrarme.

—Ojalá lo decidas pronto. Son las 8:20, deberíamos bajar a los niños.

—Okay, para allá voy.

—Mau —dijo la voz procedente de las escaleras—. El chico nuevo parece tener fiebre, está sudoroso y está gritando "no" y "no" mientras duerme y se retuerce en su cama. Algo le pasa.

—He intentado despertarlo, pero no ocurre nada.

—Está bien, sube, ahora voy.

—Será mejor que vayas —agregó Jazz—. No lo conocemos, no sabemos si está enfermo o algo así.

Subí a toda prisa las escaleras. El chico parecía exhausto, permanecía desnudo, con un bóxer color negro, sin ninguna cobija que lo tapara, y temblaba. 

Su voz era tenue y lejana, su cuerpo se retorcía, parecía tener una pesadilla. Estaba sudoroso y sus únicas palabras eran "no, por favor, no, por favor, no me mates, no me obligues a hacerlo". Este chico estaba atormentado. Traté de tocarlo para despertarlo y fue ahí que me di cuenta, entre las gotas de sudor, que no solo sufría, sino que lloraba en sus sueños. Temblaba y tenía fiebre. Procedí a moverlo, tratando de que hiciera algo, tratando de que tuviera algún efecto y despertara lo más rápido posible. El pobre chico sufría. Lo moví, le hablé por su nombre. Estaba volteado de lado y parecía no oírme, pero lo moví y grité fuerte:

—¡Cristiano!

Fue ahí cuando abrió los ojos, se colocó de frente a mí. Yo estaba parado. No dijo nada más, solo me observó y volvió a cerrar los ojos, y comenzó lo que nadie se esperaba: una convulsión.

En Renacer, normalmente, había cursos de primeros auxilios. Nos decían qué hacer cuando la gente se ahoga. En este caso, sabía perfectamente que debía esperar a que pasara la convulsión y no meter nada en la boca. 

Aunque claro, las miradas expectantes y los gritos de Cristiano ya se habían hecho presentes en la habitación, y los niños habían empezado a destaparse. Decidí ponerle una cobija al chico y le ordené a uno de los mayores que los bajara a todos con Jazz a la cocina para que no lo vieran así. Él procedió y todo siguió igual. Se fueron todos y yo volteé a ver al chico. La convulsión había pasado, pero sabía que por la fiebre había posibilidades de que volviera a suceder. Así que decidí llevarlo al agua y bañarlo con agua fría para mantenerlo a salvo. 

Lo agarré y lo ayudé a caminar, recargándose en mi pecho. Literalmente lo tuve que cargar y lo arrastré. Era un chico liviano, parecía no haber comido en bastante tiempo, así que no me pesó mucho. Por su espalda tenía algunos rasguños, algunas cicatrices, como si lo hubieran apuñalado, y algunas quemaduras. Seguramente este chico había sufrido demasiado en sus vidas anteriores. Lo dejé sentado en el suelo y traté de dejarlo mojarse, quitándole el bóxer negro, tratando de aliviar un poco su agonía y tratar de que quedara desnudo para que sintiera el calor del frío, pero él logró sentirme tratando de moverlo y mojarlo con mis manos. Se movió asustado y me dijo: 

—¿Qué haces?

—Intento mojarte —repliqué—. Estabas temblando y tenías fiebre, te dio una convulsión. ¿Sufres de esto?

—Sí, tengo medicamento para esto, pero hace mucho que no me pasa.

—¿Te pasa cuando...?

—¿Cuando qué? —Se quedó callado—. Cuando me acuerdo de quién.

—¿No te pienso contestar? —replicó—. No te conozco.

"Tengo que hacer que te baje la fiebre, así que por favor, deja que continúe. Tienes que mojarte, bañarte con agua fría y lograr estabilizarte, sino las cosas se pondrán raras y es mi responsabilidad cuidarte. Soy el cuidador, recuerda."

De la nada lo tenía de frente. Se sentía tan débil y sentado en el piso, que supongo que no tenía ganas de replicar, así que sin más, asintió con la cabeza y cerró los ojos, dejando que el agua lo siguiera mojando.

Eran evidentes sus cicatrices, las que tenía en el bóxer y las que estoy seguro tenía más abajo, porque había más marcas de las que el bóxer largo alcanzaba a cubrir. Tenía varias marcas en su estómago, ¿acaso lo habían…?

"Mutilado o le habían hecho algún daño. Había quemaduras y varias cosas más, pero no quise preguntar, no cuestioné. Solamente le dije:

—Seguiré mojándote hasta que baje, ¿okay?

Asintió sin decir nada más y yo no sabía qué más decir.

Al pasar de los minutos, Cristiano ya tenía una toalla secándose el pelo, una blusa blanca ligera y un short gris, y estaba sentado en su cama.

—Hola, he vuelto. Los niños ya desayunaron. Pero tranquilo, te daremos de comer. Te traje un ibuprofeno y te traigo un paracetamol, después de la convulsión debemos controlar la fiebre.

Él asintió sin decir nada más y me dijo:

—Gracias por bañarme. Hace mucho que no pasaba esto.

—Se ve que has sufrido, ¿verdad?

—¿Por qué lo dices? ¿Mis marcas y mis pesadillas?

—Dices que solamente pasa cuando las tienes.

—Disculpa, pero no eres mi familia, entonces no pretendo hablar de esto. Y sé que eres psicólogo, pero no quiero terapia de tu parte.

—Claro, Cristiano, pero podríamos ser amigos y podrías contarme si algo debes saber. Es que la Casa Renacer debe estar al tanto para poder ayudarte, de las convulsiones y de todo lo que te pase. Me dijiste que... ¿qué ha pasado antes?

—Sí, antes batallaba para dormir —contestó el chico cabizbajo—. Me daban medicamento, pero hace como un año, en la última casa hogar, pararon y ya no me dieron más. Aparte, no es nada neurológico. Normalmente me enfermo cuando dejo de comer o cuando algo me atormenta o cuando las pesadillas vuelven, pero estoy bien. Nunca fueron controladas, debes creer que la convulsión debió ser parte de la fiebre.

—Y tienes razón, ¿dormiste bien aquí?

—No, y pasaste buena noche —replicó el cuidador.

—Sí, la verdad es que sí, chanclas, y baja a comer.

Bajé las escaleras viendo la casa a toda prisa. No me había percatado de que era más grande de lo que pensé. Los niños estaban sentados en la cocina. Yo me senté y coloqué, y fue ahí cuando una de las cuidadoras me acercó uno de los platos.

—Hola —murmuró mientras me lo entregaba en la mano—. Soy Jazz, cuido con Mau los fines de semana. Yo cuido niñas. Pero ambos estamos a cargo. Si necesitas algo, no dudes en pedirlo.

Me sirvieron dos quesadillas y un licuado. Era ilógico, el reconocimiento que tenía no había nada interesante en este lugar y todo se jugaban, compadecerse y entenderme era aburrido, tonto, y lo mejor, no había nada bueno. No podía entender por qué la consideraban una de las mejores casas.

Me tenía que ir, y lo mejor, era rápido, tenía que huir de esta casa hogar.

El fin de semana continuó con normalidad. Los niños se fueron a la iglesia y el resto de la casa se quedó viendo la tele. No podía entender por qué esta casa era tan especial. Al menos hasta que vi por las escaleras bajar a Mauro, algo enojado.

—No, Rafael —decía en tono alterado. No supongo que le contestaba a un chico que venía detrás de él, era un chico de tez morena, musculoso, fuerte, ojos negros y cabello negro—. Ya te dije que no. No vas a salir más. No saldrás esta noche.

—¿Por qué, Mau, por favor? —Tu aliento a alcohol de la noche anterior no te dice algo? Hay reportes en el grupo de que el viernes llegaste oliendo a alcohol y pretendes que yo te cubra diciendo que te dejé salir este domingo. Además, es domingo, mañana tienes escuela.

—Por favor, una fiesta, y fue un error. Hice mis cosas, por favor. Necesito salir.

—Ya has salido suficiente. Las fiestas no te han parecido suficientes en los últimos días.

—Por favor.

—Ya te lo dije, Rafael, no vas a salir esta noche. Es decisión de los cuidadores y lo tengo estrictamente prohibido, por favor, entiende.

—Lo que tengo que decir es que Renacer les dé libertades no quiere decir que sea suficiente y que abuses de ellas. Lo que hiciste la otra noche de llegar oliendo a alcohol es demasiado. Como para perdonarlo.

—Pues llamaré a Brenda y a ver si ella piensa lo mismo que tú.

Oliendo a alcohol. Así que los adultos, o más bien los mayores, tenían algunos privilegios interesantes. Fiestas.

El chico, que por lo que había escuchado se llamaba Rafael, fue y se sentó al lado de la sala, a lo que otra chica se acercó. Una chica de cabello negro y tez morena también.

—¿Qué te pasa? —dijo ella con algo de tono rudo.

—Mauro no me deja salir, dice que el alcohol y que el aliento y que no sé qué.

—¿Cómo quieres? Él se dio cuenta y todos los cuidadores se dieron cuenta por el grupo de que llegaste oliendo así. No pidas salir, todos vieron y te descubrieron.

—No sé, pero quiero salir.

—Basta, hermano, sabes cómo son las cosas.

—¿Y tú, por qué estás enojada? —preguntó él.

—El internet no funciona en mi teléfono. Cada día está más estrellado mi celular y no tengo dinero para repararlo.

Mis ojos brillaron, tenían acceso a tecnología, fiestas. Ahora entendía por qué la Casa Renacer era tan conocida.

Después de la comida, Mauro decidió sacar a los chicos al patio. Les brindó churros y pasaron una tarde agradable. Yo miraba a la distancia, recargado en la pared, como él los cuidaba. Cuando otro, al que todos llamaban Juan, decidió quitarle sus churros a uno aún más pequeño, como de 10 años.

—¡Dame mis churros en este instante!

—No, Juan, no. Son míos, me los regalaron y no te los puedo dar. Aparte, tú ya te comiste los tuyos.

El chico llamado Juan procedió a empujar al más pequeño y cayó, y casi estuvo a punto de golpearse en la rampa, a lo que un chico de cabello chino y tez morena entró al rescate.

—Juan, suéltalo —le dijo él, el chico de cabello chino.

—No te me acerques —le dijo el otro al que llamaban Juan, dándole un aventón. Mientras tanto, el otro de pelo chino se acercó y lo sostuvo por la mano, colocándolo de espalda en el piso y colocando su rodilla encima.

—¡Rubén! —gritó Mauro, bajando la rampa de la cocina—. Déjalo, ese cabrón no me avienta de nuevo.

—Rubén no te aventó —murmuró—. Claro que sí. Quítale el pie de encima, por favor, y déjalo que se levante del piso —intervino el psicólogo.

Rubén aceptó y se levantó, el otro chico con paso ágil se levantó y dijo:

—Ese maldito cerdo no vuelve a colocarse encima de mí.

Y arremetió contra Rubén hasta el punto de golpearlo, lo agarró desprevenido con su puño contra su cara. Así que lo tenía sometido, no intentaba quitárselo de encima, pues el chico chino estaba postrado, y el otro se encontraba hincado encima de su espalda. Podía sentir la mirada del cuidador que quería intervenir.

Pero al mismo tiempo, uno de los pequeños se peleaba y uno se había caído, y Jazz se encargaba de mantener al resto bajo control, pero no conseguían nada. Simplemente parecía que todo se había ido al carajo, era como si temieran que Juan se pusiera peor. Yo sabía que el chico chino era bueno y que arremetía contra él por reglas y por no lastimarlo, sobre todo y por experiencia. Yo ya conocía perfectamente que los cuidadores no podían tocar, pero entonces vi que el chico llamado Juan dirige sus manos al cuello del chino.

Esto hizo que la sangre me hirviera, pues si algo me molesta son los estúpidos que atacan por la espalda. Así que decidí entrar, al ver que Mauro no lograba quitar a Juan, sólo lo hacía con palabras, tratando de convencerlo, y el hecho de que no lo quitara con sus manos me estaba volviendo loco. Jazz estaba ocupada con los otros niños, así que decidí entrar. Lo arremetí y se lo quité al otro chico de encima del chico chino, aplicando una llave y lo sometí de nuevo, y le dije:

—A los pequeños y a los defensores no se les puede abusar.

Todos se quedaron pasmados por mis técnicas de defensa. Mauro trataba de controlar los llantos y gritos de los 16 niños que tenía bajo su cargo. Jazz cuidaba a la más pequeña y los demás trataban de controlar la situación. No sé por qué sabía que Mauro no iba a entrar, pero como no arremetía contra él, decidí entrar yo.

—Cristiano, suéltalo —ordenó Mauro.

—¿Le estás aplicando llaves? —Perdón, pensaba que no ibas a entrar. —Lo iba a hacer—dijo Mauro pero pensaba hablar con él, no someterle una llave con violencia directa. La violencia no siempre es la solución —me dijo Mauro

Wow. Pues mira, este niño, tendrá que aprender que a los indefensos y niñitos no se les toca. Proteger a los débiles es algo bueno —me dijo Mauro mientras soltaba al chico.

La tarde transcurrió y a las 6 volvieron a tocar el timbre, entrando una cuidadora de pelo canoso y la que dormirá de noche —dijo Mauro. Le entregó el reporte y lo que ha pasado: peleas y cómo el chico nuevo tuvo que defender a Rubén —dijo, una mujer flaca y canosa, me vio, y me dijo—. Okay, eres tú nuestra nueva adquisición. —Me analizó de arriba abajo—. Yo soy Elizabeth y cuido a los niños de noche. Será un gusto. Espero que te sientas cómodo aquí adentro.

Mauro tomó sus cosas y se me acercó colocándose de frente.

—Gracias, pero no debiste meterte en la pelea. Yo me voy y te veo el fin que sigue. Debes portarte bien. Sé que tienes mucho dolor, pero si necesitas con quién hablar, aquí estaré siempre. La violencia nunca es la solución. Por favor, no te metas en problemas, sí. No uses tu fuerza contra los más pequeños.

Había estado conociendo a personas que cuidan niños y son asistentes sociales, pero no había encontrado con uno como este, un chico de 28 años o menos, de lentes, cabello negro, piel morena y cuerpo fornido. No tan gordo, pero sí tenía un cuerpo bonito. No era el primero que intentaba compadecerse de mí, pero con él no sé, me daba una vibra de querer entenderme, y sus ojos me transmitían una serenidad y una paz que me envolvían. La vibra cuando estaba cerca de él era diferente, única y especial. Su mirada inocente y de "quiero ayudar" proyectaba algo más, algo que me hacía sentir especial.

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