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Sentimientos de lejanía.

Capítulo 15

—¿Dónde está, pues, el niño? Maldita sea, el infierno había decidido ponerse en mi contra de nuevo. Fabiola, aquí en domingo y en mi turno. Dios mío, ¿qué había hecho yo para merecer algo así? Está en la sala, estuvo vomitando toda la noche. La cruda que trae no lo deja continuar. Yasmín y yo teníamos perfectamente claro que ninguna de las dos se toleraba. Sin embargo, le dije:

—Solo dime cómo estaba. No voy a pedirte que mantengas a los niños en orden ni a decirte que Brenda vendrá a verlo más tarde, a la hora de la comida. ¿Y no pudiste escribir eso por mensaje? —pensé—. Claro, Fabiola. ¿Algo más que se te ofrezca?

—No, solo vine por unos documentos y avisarte lo que ya te he dicho. ¿Cómo está Camila? ¿Y cómo está Catherine?

—Están bien. La niña nueva y sus adaptaciones van bien, y Catherine está muerta de risa porque no puede creer que logró que el nuevo se pusiera una borrachera. Así que, como podrás entender, la cosa no va nada mal.

Ya no seguí al costado en la sala; lo estuve vigilando por un buen rato, pues tenía miedo de que terminara deshidratado. El chico tenía un sueño que lo atormentaba, pues de vez en cuando se le escapaba una que otra palabra. Aún mi cerebro no entendía el motivo por el que mi amigo, mi compañero de carrera Mauro, estaba tan clavado con este chico. Sin embargo, en honor a él quise vigilar su sueño. Me había llamado desesperado diciéndome que no soportaba su cercanía. Ahora algo pasaba porque parecía que Renacer era la nueva cuna del amor. Observé a Catherine y a Camila charlar; jugueteaban y se sonreían mutuamente. Algo me decía que algo no olía bien. Esas cuatro parejas que se estaban formando me hacían poner los pelos de punta.

—Camila —me dijo Catherine, llamándome por mi nombre mientras jugueteaba con su cabello—. Lamento no haberte llevado a la fiesta. Tal vez si te hubiera llevado no hubiera sido tan desagradable el encuentro y lo que pasó con Juan. En serio, lo siento.

—No tienes por qué disculparte —le dije—. No podías llevarme bien. Dijiste que soy nueva y te recuerdo que traigo cuatro ruedas. He de confesarte algo.

—Adelante.

—Tengo miedo de que pase el tiempo.

—¿Por qué, Camila?

—Han sido pocos los momentos que he pasado contigo, pero...

—¿Preguntas? —dijo ella con una ceja arqueada—. Me da miedo que empieces a gustarme. Sé muchas cosas de ti. Sé que tu abuela te maltrataba, sé que vivías sola, que te maltrataron y te hicieron daño, robándote la inocencia —dijo ella.

—Sí, sabes muchas cosas y no puedo negar que tus pláticas nocturnas han sido de gran ayuda. Pero yo soy una mujer rebelde, Camila, no soy buena influencia para ti. Si me he acercado a ti es porque siento que necesitas el apoyo de alguien. Siento que eres el polluelo frágil al que debo cuidar. Pero la verdad es que tú también debes alejarte de mí.

Abrí un poco los ojos al pensar esto. ¿Por qué quería que me alejara de ella? Primero me hacía contarle toda mi vida las noches desvelada, luego me contaba sus más feos temores y ahora me salía con una "aléjate de mí". ¿Eres la chica rebelde?

—No.

—Sí —contestó ella—. Si es pregunta, sí lo soy. Soy la chica rebelde que no puede estar contigo, y lo sabes.

—Por favor, no digas eso. ¿Te gustaría que iniciáramos algo ocultándolo en secreto mientras esto pasa en silencio? Si te cachan y te descubren, tal vez te largues para siempre.

—¿Cómo sabes que quiero irme, Camila? Tu deseo, tus palabras, todo lo que escuchas, la música, los audios, las cortadas en tus muñecas. Solamente son una forma de revelarte. Pero, ¿qué mejor manera de revelarte que rompiendo una de las mayores reglas? Ya me habías repetido en varias ocasiones que en Renacer todos se tenían que ver como hermanos. ¿Qué mejor manera de romper esa regla que teniendo una relación secreta?

Se le puso la cara pícara.

—Te acabo de decir que te quiero cuidar y tú me sales con esto. ¿Y qué te pasa si yo no quiero que me cuides? Han sido pocas semanas, pero puedo decir que siento algo que se conoce como amor a primera vista. Quiero enamorarme de ti, quiero que entremos a julio y todo termine lo más rápido posible.

En algo tenía razón, estábamos por entrar a junio. Todo era un cambio, un resonar. Pero algo me dijo:

—Está bien, intentemos que te enamores de mí. Solo te digo que si te decepcionas, yo no me hago responsable de nada.

—Excelente, gracias.

Aún así, sabía en qué me metía. La chica depresiva era demasiada cosa. Se cortaba, se hacía daño, armaba escándalos en las puertas y se golpeaba a sí misma. Había estado tan solo una semana para verla hacer varias dietas. También sabía que había robado dinero de una tarjeta. Había hecho muchas cosas y las cuidadoras la odiaban. Pero yo, sin embargo, sabía que había algo en ella y tal vez con amor se podía resolver.

La comida llegó y todo se hizo un frenesí. Llegó la que todos estudiaban como Brenda, la que había conocido la tarde anterior después del ataque de Juan. Sin más, quise detenerme, pero no pude y seguí esperando a ver qué pasaba expectante. Llamaron a Cristiano, nadie dijo nada. Él se encerró en la oficina y de la nada el tiempo se hizo absorto. Catherine empezó a temblar y yo seguía sintiéndome como la persona extraña que sentía una atracción física por la chica de cabellos rizados y enredados, a la que todos llamaban la loca depresiva.

Cristiano

Yasmín me dijo que la directora, la presidenta del patronato de la que todos me habían hablado, estaba aquí. ¿Acaso el destino jugaba conmigo? De la nada comencé a temblar como aquella persona que sabe que su agonía es su inicio y su final. Había tres cosas que sabía: que haber tomado y mis etapas de rebeldía de las etapas anteriores no habían hecho más que perjudicarme. En este preciso momento me entró el pánico, el pánico por el que nada de lo que he cambiado haya servido de algo, el pánico que a causa de mi comportamiento actual las pláticas de Mauro no hayan servido de nada. Sin embargo, respiré, estaba dispuesto a rogarle a esa mujer que me dejara quedarme en su casa, estaba dispuesto a rogarle una y otra vez que me amara, que me diera un hogar, que no me dejara solo, que no fuera como los demás que le tenían miedo a mi padre y me enviaban de vuelta a él a la primera amenaza.

Pero también entendía a la mujer, no podía pedirle nada pues ella ya había recibido audios, amenazas y quién sabe cuánta cosa más de mi padre. Yo no era nadie, solo un mocoso al que nadie quería cuidar. Sin embargo, en mi mente quise hacer el intento. Si decidía sacarme, iba a hacer lo posible para que no lo hiciera. Si me pedía que me fuera, le iba a rogar que no lo hiciera. Si tenía que hacer una pataleta, iba a usar todas mis armas con tal de no abandonar la casa hogar Renacer. Quién lo hubiera dicho, pero en serio tenía mil motivos. El primero eran estos niños y defenderlos del tema del buzón de Rafael. El segundo era esa chica nueva que no podía mover las piernas y que por algún motivo yo quería proteger a cada segundo. Y el tercero y más importante, no sé si tendría el valor para alejarme de Mauro. No lo quería cerca, quería saber si lo que escuché era cierto. Rogaba porque el tiempo pasara volando porque sabía que si esto era verdad no podía decírselo a Mauro ahora, pues me saldría con un simple "escuchaste mal, eres un niño comparado conmigo". Tenía que tener mínimo la edad legal para enfrentarlo, tenía que tener mínimo los 18. Faltaban unos pocos meses y yo rogaba porque no me sacaran de aquí, mínimo quería hacer mi confesión a Mauro. No me quería ir, no me quería alejar de él, eso era obvio.

Pronto, la mujer de unos 54 años, vestida, maquillada y con un cabello castaño, piel blanca, se paró enfrente mío. Me tendió la mano y me dijo:

—Mucho gusto, Cristiano. Será mejor que vengas a la oficina.

Comencé a temblar y volví a pasar a esa oficina tan infernal que me ponía de nervios, pues de ahí habían salido las peores noticias que había escuchado.

—Siéntate —dijo, volteando hacia el techo como buscando qué palabras decirme. Pero sin dejarla hablar, le dije:

—Disculpe usted, sé que no debí emborracharme, pero le suplico, es más, le imploro que no me saque. No puedo irme de este hogar, no quiero y no debo.

Cuando dije "no debo" una lágrima debió de escapar por mis ojos y de la nada comencé a llorar. Ella se paró y se colocó enfrente mío, poniéndose de rodillas para estar a mi altura.

—¿Quién te dijo que te voy a sacar? —suspiré un poco mientras las lágrimas seguían saliendo—. Mauro y esta mujer eran los únicos que había podido llorar en esta casa. ¿Qué tenía la maldita casa hogar Renacer? Dios mío, ¿qué he tenido un comportamiento pésimo, insultado a Fabiola, soy hijo de un sicario y ayer me fui de fiesta?

—Ayer te fuiste de fiesta, en efecto, y yo te dejé. Entonces, si te emborrachaste, también sería por consecuencia mía. No, yo te abrí las puertas, no me puedo quejar por lo que hayas hecho en ese sitio porque yo misma te mandé a la libertad. Es una consecuencia. Eso sí, supongo que la resaca del día siguiente te enseñará que no debes llegar con tequila a mi casa, porque si no habrá problemas. Y respecto a lo demás, sí, eres un hijo de un narco, pero eso no te define, no define ni tu título ni tu identidad. Venía a conocerte para ver si los rumores de niño rebelde que todo mundo mencionaba, de hijo de sicario, del muchacho que se escapaba de casas eran ciertos. Pero la verdad es que no. Lo único que veo cuando veo tus ojos es una serenidad, una paz y una falta de protección. Necesitas una madre y yo quiero dártela. Necesitas un hogar y aquí lo tienes. ¿No habrá más de lo que quiera hablar?

—Entonces, si no viene a correrme, ¿a qué se debe su visita?

Soltó ella una carcajada.

—Cristiano de la Fuente, yo tengo adolescentes, como pudiste ver, y siempre vengo a hablar con ellos, principalmente cuando son nuevos, sobre sus metas, sus sueños, sus planes, lo que desean, lo que necesitan. ¿Qué quieres tú de mí? Quiero conocerte porque quiero que todo el mundo entienda por qué te acepté. Porque, como entenderás, varios me están atacando. Hay varias amenazas, tu padre me mandó una nota amenazando a mi familia y necesito respaldo. Por eso necesito que la gente entienda que tú no eres malo. Quiero saber qué piensas, qué opinas, qué sueñas. Si te enamoraste, cuéntame de ti. ¿A qué se deben las pesadillas?

—Tengo 17 años —me correspondió el chico—. En agosto cumplo los 18.

—Todo está bien, supongo. Cuando usted se deshaga de mí...

—¿Y quién te dijo que te irás de esta casa cuando seas mayor de edad?

Volví a abrir los ojos un poco.

—No te irás, al menos hasta que tú estudies lo que tengas que estudiar o aprendas lo que tengas que aprender. El camino no será fácil, será el triple de difícil de lo que te estoy hablando ahora. Como te dije, todos nos atacan. Por eso vine a averiguar si tienes el carácter para enfrentarlo. ¿Cuánto tiempo llevas en casas hogar? Ya se me olvidó preguntar.

—Desde finales de mis 14. Entré a la casa hogar cuando tenía 14 años, a la primera en un cateo que le hicieron a mi padre para atraparlo —ella se quedó pensando—. Tres años cambiando de casa, ¿no es agotador?

—La verdad es que sí, pero me ha gustado. La verdad, me escapé de Carmelita porque estaba muy lejos y porque mi padre dijo que le iba a sacar de la última ubicación donde estaba nuestro rancho. Y como nunca fue, quise revelarme.

—Claro, Querétaro —contestó ella—. Después vino estar deambulando en las calles por unos meses y después vino casa del pobre que, como recordará, era una casa donde maltrataban. Y después vinieron más que la verdad no recuerdo sus nombres porque fueron días u horas porque la gente brincaba cada vez que les decían quién era.

—Claro, duraste más en casa del pobre, ¿verdad?

—Sí. Y cuando escapé y me volvieron a agarrar, pues me llevaron a las oficinas y buscando casa me trajeron aquí.

—Okay, Cristiano, quiero entender, ¿cuál es tu sueño?

—Quiero ser militar. Quiero atrapar al mundo, viajar y conocer.

—¿Terminaste la escuela?

—Terminé la secundaria, falta la prueba. No tengo mis documentos.

—Me dijeron que tienes un hermano aquí, y pues él no hay problema. Porque de todas formas es hombre. Podríamos traer a Alex, creo que tiene unos 8 años, ¿cierto?

—Quiero decirte que las cosas se pusieron feas después de los audios, tu padre ha estado mandando mensajes. No es como que le voy a permitir que te lleve con él, pero es prudente que recibas uno de sus mensajes para que vea que estoy dispuesta a cooperar.

—¿Cuál es el plan? ¿Decirle a mi padre "aquí estoy, ven por mí"?

Ella volvió a reír ante mi insinuante pregunta.

—Claro que no, pequeño. Él no te volverá a llevar. Solo es tu padre, quieres hablar, quieres dejar tus mensajes, puedes hacerlo porque Renacer no se va a oponer.

—Okay, entendí.

—Quiero que sepas, Cristiano, que Renacer será tu última casa hogar porque pretendo que te quedes aquí y no escapes. Así que, por favor, de la manera más atenta, desde los 15 años no más casas hogar

—  Espero que te haya dado la experiencia suficiente. Cuentas con Renacer; es tu nuevo hogar ahora. —Sí me disculpas, ¿me podrías dejar a solas? —dijo justo cuando estaba a punto de cruzar el umbral de la puerta.

—Siri, ¿puedo preguntar algo? —Brenda sí contestó ella—. ¿Por qué me recogiste si sabes de quién soy hijo?

—Porque todos son y sé que has llegado a algo en específico. Esta es tu casa, vas a comenzar de nuevo.

Y así, sin más, me retiré de la puerta. Quería entender qué estaba diciendo. El domingo terminó tan rápido como pude; hice ejercicio, vi a Camila y a Catherine coquetear un poco, pero nadie me dijo de la trifulca que se esperaría en la mañana. Normalmente entraba el turno de la noche y no pasaba nada. Mañana, Paloma, desastre total. Pero por algún motivo, esa noche, o más bien esa mañana, no nos auguraba nada bueno. Eran como las 5:30 cuando tocaron a la puerta de la habitación y se escucharon unos pasos provenientes de las escaleras.

—Las niñas —dijo Eli.

Paloma tocaba la puerta con tanta ansiedad que me dieron ganas de gritarle que se callara.

—¿Qué pasa?

—Catherine no deja de cortarse. Traté de detenerla y ya me golpeó —le informó a Elizabeth de inmediato. Elizabeth bajó las escaleras a toda prisa y yo decidí ir a ver, pues de una manera u otra, quédate en mí. Camila era lo más cercano que tenía. Entramos a la habitación donde Elizabeth se percató de mi presencia, pero no dijo nada. Supongo que no me regañaría.

—Espero que estén vestidas porque viene un niño —gritó—. ¿Qué pasó? —preguntó, a lo que Laura contestó—. Es Catherine, tiene un ataque de ansiedad y no ha parado de cortarse.

—¿Qué pasó?

—Encontró sus libros tirados y le llegó un mensaje que no se suponía que ella no tenía acceso a teléfono.

—Paloma, si usted no lo sabe, que es la cuidadora, ¿cómo pretende que yo lo sepa?

Catherine no paraba de temblar con el cuerpo inmóvil y algo tonta. La verdad, no podía entender qué le gustaba a Camila de Catherine. Cuando la chica nueva llegó el primer día, tratamos de hablar, pero había algo en ella que me daba la inquietud de protegerla. Sabía que Camila se convertiría en algo así como la persona favorita del mundo mundial. En el poco tiempo que llevábamos, hablábamos de todo. Ya sabía de mi sueño del servicio militar, ya sabía de lo que anhelaba, ya sabía de mi sueño de ser más allá y también se había percatado de los ojos como miraba a Mauro. Así que ya era una total mentira ocultarle algo. Ya va a cumplir un mes aquí, justo mañana entramos a junio. Todo parece una bonita pesadilla. Estaba desesperada por entrar a la escuela, quería volver a su mundo, quería conocer y volar de nuevo. Extrañaba la terapia, que según ella, la parálisis cerebral le hacía la vida más difícil. Sin embargo, había algo que me decía cada noche de estas cuatro semanas. He hablado con Catherine sobre libros, sobre su vida, sobre su pasado, sobre el daño que sufrió

La verdad es que me gustaba. Odiaba que Catherine estuviera en la misma condición que yo. Una relación prohibida. La única diferencia era que no era de alguien mayor, pero ambos compartíamos la pena de vivir un amor bajo el mismo techo. Vi sus ojos esclarecerse mientras trataba de levantarse. Vi cómo trataba de decir algo, pero no podía. Tenía los ojos tan claros y tan abstractos que me hacía sentir como si fuera un perrito indefenso.

—Catherine —arremetió Elizabeth—, se te advirtió muchas veces que debes moderar tu carácter. Te vas a ir de esta casa y lo sabes. Has hecho demasiado desastre. Te van a trasladar. Te has cortado, te has bañado, tuvieron que llamar a una enfermera para que te suturaron las heridas. ¿No te parece suficiente?

—Sí, mi cambio es la maldita condena que necesito para poder decirme que se acabó mi tiempo en este momento. Usted no es nadie para opinar, solo es una mujer que me ha hecho demasiado daño y no le importa lo suficiente.

—¿Qué dices? La única persona que te aguanta es la chica nueva y en todo afecto es porque no te conoce —le respondió otra de las adolescentes.

La mañana transcurrió. Todos se fueron a la escuela: los de prepa, los de primaria, pero Catherine no se levantó de la cama. Catherine decidió no moverse y Camila y yo seguíamos estancados y discutiendo en media sala.

—¿Me puedes explicar qué diablos te pasa? —le dije con cara de enojo.

—¿Qué qué me pasa? Pues, ¿no escuchas lo que me estás diciendo? Me estás diciendo que nadie tuvo la decencia de escuchar a Catherine cuando se estaba cortando. Lo que oíste es que le había llegado un mensaje. Ni siquiera supieron si la atacaron. Pobrecita, me ha contado mucho de su vida. Saber con ojos ciegos, ella se autolesiona el cuerpo, Camila. No lo merezco. Solo espero que cuando crezcamos tengamos a alguien que nos apoye. Yo sabía de Catherine, de su vida, su sueño de ser actriz. Algo me lo demostraba, algo me hacía sentirlo

Mauro

En lo personal, mis fines de semana eran aburridos, sino familiares. Desde que mi madre había entendido que no me iba a pasar, ya no se empeñaba en invitar a la tía Marta, pues ella seguía diciendo que yo era algo así como el afeminado de la familia, y la verdad, a mi madre cada día le toleraba menos la idea de soportarla. Hice ejercicio, salí al cine, hice las cosas que debería hacer en un fin de semana, pero maldita sea la hora en la que se me ocurrió revisar el teléfono. No había entrado al chat de Renacer; no entro al menos que tenga algo importante que reportar. Pero malditos fueron mis dedos que me llevaron hasta ese momento. Por un lado, tenía mensajes de Elizabeth diciendo que Catherine tendría actitudes horrorosas y eso significaba que no iría a la escuela. Y adivina, pasó por mi mente: ¿quién la va a tener que sacar de la habitación? Pues yo. Volví a contestarme a mí mismo: soportar a esa niña y sus berrinches. Pero lo que me dejó helado era aquel mensaje de Yasmín que me hacía sentir las cosas tan raras. Tenía ganas de ir a gritar, tenía ganas de ir a averiguar qué malditos estaban pasando. ¿Por qué Cristiano se había puesto ebrio? Los mensajes de Yasmín se repetían en mi cabeza como el eco: "Cristiano vomitó en la sala. Cristiano llegó en estado de ebriedad", una y otra y otra vez, hasta que me cansé. ¿Por qué había tomado? ¿Acaso cuando le pedí que se alejara de mí lo había puesto tan mal? ¿Había sido el causante? ¿Tendría algo que ver con sus pesadillas? Caminé hacia la salida para manejar hacia Renacer. Tomé el transporte, toqué la puerta. Elizabeth me dio la bienvenida y, como ya era de esperarse, me echó la siguiente ceremonia:

—Está en su habitación encerrada. Cristiano, después de su ataque de borrachera, ya se encuentra bien.

Llegué. Cristiano estaba sentado frente a Camila en el sillón. Cuando me vio, una sonrisa tímida se dibujó. Los observé a ambos. Cristiano tocaba la pierna de Camila. No dije nada, solo caminé hacia la cocina para después regresar y dije:

—Hola chicos, ¿qué tal su mañana?

—Pues después de lo de Catherine, no sé qué decirte —me dijo Camila—. Sé que los mensajes fueron de alguien que le hace bullying y le dijo cosas hirientes.

—Okay, lo veré. Gracias por informar. ¿Y tú, nada? ¿Todo bien? —me dijo Cristiano con una voz seca y fría que me partió. ¿Qué le pasaba? ¿Por qué me hablaba tan seco, tan frío? Siempre era el chico entusiasta que al llegar me saludaba con un abrazo por la espalda, y ahora me tenía sin nada. Me hablaba como si le aburriera el síndrome de adolescente, pero él no era así conmigo. ¿Por qué me afectaba la actitud desalentadora de Cristiano? No tenía motivos, no debía afectarme si me hablaba bonito o no. Era un niño, solo un niño.

La mañana transcurrió con facilidad, pero a diferencia de las otras mañanas, esta Cristiano no me pidió jugar en mi teléfono a la hora de comer. En el almuerzo y darles el refugio, lo llamé:

—Cristiano, ven, ¿quieres fruta? —pregunté.

—Voy, Mauro, ahorita —con una voz aguda que casi me dolió. Para él siempre era "Mao", "el chico Mau" o "chico", nunca era Mauro. Dios mío, ¿qué estaba pasando?

—¿Quieres tirar unos tiros? —volví a invitar a Cristiano mientras Camila se dirigía a ver a Catherine.

—No, gracias. Voy a ir a la sala a dormir.

Sabía que había que resolver esto antes de que llegaran las 2 de la tarde porque, si los niños llegaban, iba a ser imposible hablar con él. Así que decidí seguirlo.

—Cristiano, desde que llegaste aquí, o más bien desde que yo estoy aquí cubriendo la incapacidad, tú siempre hablabas conmigo por las tardes o mientras tenía tiempo libre en lo que llegaban tus compañeros. Jugabas, charlabas conmigo, dormías. Yo sé muchas cosas de tu vida, como lo de tu hermano, lo de tu papá, lo de las pesadillas, lo del conejo...

—Mauro, ¿te puedes callar? No terminaste de contarme lo del conejo. ¿Me puedes decir por qué no me hablas? ¿Por qué no estás aquí?

—¿No me pediste que me alejara de ti para que justamente esos malentendidos del tiempo que pasábamos juntos no se hicieran más grandes? Es justo lo que estoy haciendo. Tú eres cuidador y yo un niño.

Sus palabras me rompieron en dos cachitos. ¿Por qué desde el rancho estaba tan raro? ¿Por qué? ¿Y por qué yo tenía tanta necesidad de que hablara conmigo? Pero de la nada, en lugar de eso, grité ofuscado, aprovechando que Fabiola se encontraba encerrada en su oficina nuevamente:

—¡Me puedes explicar, maldito niño, quién te crees!

Cristiano abrió los ojos como platos.

—No te puedo sacar de mi cabeza. Te pedí que te alejaras de mí porque no quiero que piensen que estás enamorado del mayor que tienes enfrente de ti. Aún tienes 17 años. No quiero perder mi trabajo, pero por algún motivo necesito de tus charlas, de tu tiempo, de tus abrazos por la espalda y de tus jueguecitos a correr por la casa.

Cristiano parecía sorprendido y, al mismo tiempo, resopló. Iba a decir algo, pero lo callé haciéndole un gesto con la mano.

—¿Quién te crees para irte a emborrachar? ¿Quién te crees para perder la confianza que te hemos dado? ¿Quién te crees? ¿Sabes lo que pudo haberte pasado si no hubiera estado alguien o te hubiera encontrado alguien? ¿Tu padre? Si te hubieran estado siguiendo, yo te habría perdido y entiende, no quiero perderte.

Sus ojos se hicieron más grandes que antes y, así sin más, soltó un chillido.

—Si no te he hablado es porque me siento avergonzado por la borrachera que me puse. Lo hice para olvidar.

—¿Olvidar qué? —pregunté.

—Olvidar la maldita conversación que escuché que tenías. Olvidarme de ti. Olvidarme del fuego que me haces sentir. Entiende, no quiero fallarte, no quiero decepcionarte, pero sobre todo no quiero enamorarme.

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