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Sello escarlata

Capítulo 25

Faltando 20 minutos para que acabara el turno, Cristiano me habló y me dijo:

—Los niños permanecerán en el patio, ¿verdad?

—Sí, porque quedamos en que abriría el regalo antes del final de tu turno.

—Okay, si quieres hacerlo ahora, sí.
—Si quieres, lo hacemos aquí; no es necesario ir a la sala —continuó el chico—. Excelente, estoy preparado. Son dos regalos, uno de mi padre y otro de Hormiga.

—Lo sé, Cristiano. Soy consciente de ello. ¿Te parece si abres primero el mediano y luego el pequeño?

—Sí —asistió el chico.

El regalo estaba cubierto de cinta canela, color café grisácea y triste; no había ningún tipo de adorno. Al verlo, Cristiano dijo con risas sarcásticas:

—No nos vaya a salir con una bomba. Te pido que no le digas nada a Fabiola todavía.

Asistí con la cabeza. Cristiano fue quitando poco a poco la cinta canela. Al llegar a la última capa, la arrebató de un solo jalón. Mínimo esa caja tenía tres capas y Cristiano no parecía nada ansioso por abrirla, pues lo hacía con lentitud. Al abrirla, se encontró una carta y comenzó a leérmela en voz alta. Me impresionaba la confianza que me tenía en ese momento. Sus ojos firmes en el papel y con una voz casi en un susurro, me dijo:

—Es una carta de mi padre. Tiene su letra y su firma. La hizo él mismo, de eso puedo estar seguro.

—¿Qué dice? —pregunté.

A lo que el chico comenzó:

—Hola, Cristiano. Sé que en esta carta encontrarás varias respuestas. Tengo que decirte el motivo por el que tu madre nos abandonó. Tengo que contarte dónde estoy y qué he estado haciendo en los últimos meses. Tengo que contarte qué es lo que te espera. Primero que nada, quiero decirte feliz cumpleaños. Me hubiera gustado haberte mandado la nota el día exacto, pero un regalo de parte de tu padre sé que  no es suficiente para curar mis ausencias. Puedo decirte que te quiero y te extraño.

Escuchar al chico decir las palabras "te quiero y te extraño" de boca de su padre me hizo pensar si Ernesto no era tan malo como nosotros creíamos. Hacíamos maroma y teatro para atraparlo, y teníamos a Cristiano, pero parecía que, a pesar de ser un sicario, en el fondo del corazón el narco tenía un corazón noble y sincero, pues podría sincerarse con su hijo.

—Sé que en este momento no entenderás muchas cosas. Me odias porque no te saqué de Carmelita. Pero si te hubiera sacado en ese momento, ahorita estarías muerto.

Las palabras de Cristiano me dejaron helado. Aunque era una sola palabra la que salía de su boca, era firme y concisa. ¿En qué riesgos tendría que encontrarse su padre para decirle tal cosa, que si lo hubiera sacado en ese momento estaría muerto?

—Si en este momento —continuó el chico— estuvieras conmigo, estarías un paso más cerca de asumir el lugar que te toca. La verdad, ahorita no me atrevo a moverte ni a sacarte a ningún lado. El motivo por el que tu madre me abandonó es porque tiene una vida complicada y tenía metas por seguir. No la juzgo por ello, yo fui un maldito con ella; la golpeaba, maltrataba y abusaba demasiado, y tú lo sabes porque lo llegaste a ver. Sin embargo, tenía una vida que continuar. En este momento, estoy seguro que se encuentra en Barcelona, para ser más exactos, en España, por si quieres ir a buscarla en cuanto salgas de Renacer. También quiero contarte que tiene otro esposo y otros dos hijos, y estoy seguro que Ernesto se encuentra con ella.

Las palabras de mi padre me dejaron sorprendido. Justamente por este tiempo había estado pensando en mi hermano Ernesto, pensando en que tal vez al cumplir 18 podría estar con él, y la verdad no se encontraba tan lejos, era España, y yo podría irme a vivir con él. Lo pensé por un segundo.

—Tu madre es feliz —continuó el chico—, es abogada y ayuda a una fundación. Le paso dinero de vez en cuando, todavía lo hago. No vive como testigo protegido, pero ya no seguimos en contacto y tampoco la odio, no quiero matarla ni hacerle ningún daño. Te lo digo por si quieres una salida o una escapatoria. Sé que se te hace raro, pero te lo digo para que huyas de mí y seas feliz, hijo mío. En esta caja deposito documentos, papeles, una visa y una nueva identidad para que puedas cruzar el país sin ningún problema. Pero hay otra carta, la cual, si decides usar, seré el padre más orgulloso. Es un teléfono, si marcas a ese número, estarás dispuesto a ocupar el puesto que te toca. Yo saldré de las sombras y seremos felices.

—Oh, por Dios, su padre le estaba dando dos opciones de vida. ¿Cuál elegiría Cristiano?

—Pero eso sí, si decides tomar la visa, largarte y cambiar de identidad, te convertirás en mi peor enemigo por traicionar a tu sangre. Te perseguiré por el mundo entero si es necesario, hasta matarte.

Las palabras de Cristiano me dejaron helado.

—También te mando las escrituras de una casa y las llaves de una caja fuerte en un banco. Ahí encontrarás todo lo que quieras para hacerte líder. Lo demás es historia por ahora. Quiero que mantengas contigo este reloj, que recuerdes de quién eres hijo, y por más que pase el tiempo, no se te olvide de dónde vienes. Espero que cuando llegue el momento puedas elegir el camino si decides salir de Renacer. Te ama, tu padre.

Cristiano hizo una pausa y se congeló sin decir nada. Parecía triste, tímido, pero a la vez confundido. No me dijo nada al respecto, solo continuó:

—Quiero ver el de Hormiga.

A diferencia del regalo de su padre, éste no venía tan envuelto. Cristiano lo miró con curiosidad y, con manos temblorosas, comenzó a abrirlo. Al retirar el papel, se encontró con una caja pequeña, de un color azul desvaído. La abrió con cuidado, revelando un contenido que lo dejó perplejo.

—¿Qué es? —pregunté, intentando captar su reacción.

Cristiano sacó un objeto de la caja y lo sostuvo a la luz. Era una medalla de plata con una inscripción en latín. La giró varias veces, tratando de descifrar el mensaje grabado en ella. Al lado de la medalla, había una nota escrita a mano. Cristiano la desdobló y comenzó a leer en voz alta:

—"Para Cristiano: Esta medalla pertenece a ti   representa demasiado Tú sabes bien los motivos por los que la tengo no se quemó puse todo de mi parte para que continuara bajo mi resguardo es un recuerdo latente de lo que significas para mí la inscripción en latín la mandé a hacer hace poco representa la fuerza y honor. Espero que la lleves contigo y recuerdes siempre quién eres. Atentamente, Hormiga."

Cristiano levantó la vista de la nota, visiblemente conmovido. La sinceridad en las palabras de Hormiga parecía tocar una fibra sensible en él.

—No sabía que Hormiga tenía un lado tan... sentimental —comenté.

Cristiano asintió en silencio, aún procesando el significado de ambos regalos. Tenía dos caminos claros frente a él, cada uno con sus propios riesgos y recompensas. La decisión que tomara cambiaría su vida para siempre.

—¿Qué piensas hacer? —le pregunté con cautela.

Cristiano me miró con una mezcla de determinación y duda.

—No lo sé todavía. Necesito tiempo para pensar. Ambos caminos son difíciles, pero uno de ellos me dará la libertad que siempre he deseado, aunque eso signifique enfrentar a mi padre.

Lo entendí. No presioné más. Sabía que necesitaba espacio para reflexionar y tomar la decisión correcta. Cristiano guardó los regalos cuidadosamente, cerró las cajas y se levantó.

—Gracias por estar aquí conmigo —dijo, con una sinceridad que rara vez mostraba—. Significa mucho.

—Siempre estaré aquí para ti, Cristiano. Pase lo que pase.

Aunque sabía que era poco el tiempo que nos quedaba, la curiosidad me engañaba y casi me podía matar como un puñal. Decidí preguntar. Y fue así como me animé, diciéndole:

—¿Qué significa para ti la medalla? ¿Para qué te la mandó

El día que hicieron el cateo para agarrar a mi padre?

— El día del cateo como distracción para huir, provocó un incendio. Ese día le rogué a Hormiga que huyera conmigo, como ya te había contado. Yo creía que había muerto en ese incendio. Huyó con mi padre. La verdad, creía que había muerto, pues mientras mi padre huía cayó al piso desmayado  claro, también pensé en huir con Hormiga y mi padre pero por el incendio me distraje en el incendio se habrían perdido cosas como mis juguetes, mis sueños, mi caballo, mis libros, pertenencias personales, incluida esa medalla.

—Yo amo a los caballos —continuó—. Me encantan las carreras y todo lo que tiene que ver con caballos. Un día participé en un torneo y gané esa medalla. Por primera vez, en alguna parte o por algunos momentos, sentí que podía ser un chico normal, que participaba en competencias, salía con compañeros y no llevaba el peso de ser el hijo de tal o el hijo de alguien. Por un segundo, sentí lo que es una vida común y corriente en una competencia.

—Pues debió ser una competencia muy importante —le dije—. ¿Ganaste la medalla de plata?

—Sí —contestó—, pero luego mi padre lo menospreció diciendo que era muy poco y que yo merecía más. Por un poco de tiempo, Hormiga me acompañó a vivir una vida común y corriente, normal, como un adolescente que amaba correr caballos. Podía aparentar, al menos por segundos, que la gente me viera sin el peso del apellido. Fue por eso que me dolió demasiado el hecho de que se pudiera perder la medalla. Pero Hormiga tuvo el detalle de grabarla en latín; de hecho, hasta una frase bonita le puso. Quería que recordara que yo no soy lo que quieren que sea, sino quien soy y quien quiero ser.

—¿Cómo era posible que esté tan perdido en ese mundo de basura pero al mismo tiempo me entienda? No lo sé. Tal vez porque todavía te ama —le dije al chico algo serio.

—Él no me ama —dijo de inmediato, pero justo cuando iba a dar sus argumentos la puerta sonó y recordé que eran las seis, porque yo y Cristiano siempre nos quedábamos a mitad de las conversaciones. Ni idea del por qué, pero algo era cierto: Hormiga era importante y todavía, a estas alturas, para Carlos, Hormiga, o lo mismo Cristiano, significaba algo.

Alguien podía arrebatármelo. Ni siquiera tenía el permiso de sentir ese pensamiento, pues Cristiano seguía sin ser nada mío. Abrí los ojos al darme cuenta de que estaba pensando en tal cosa. Me sentí egoísta, me sentí basura. Tal vez decía menos cosas de las que sentía o tal vez simplemente fingía que Cristiano no era nada, cuando el más clavado aquí era yo. Ahora, el hecho de sentir que Hormiga significó y que todavía significaba en la vida de Cristiano me hacía perder los estribos el hecho de decir que había una persona lejos de aquí que seguía pensando en él y sintiendo cosas por él. Me hacía sentir algo infeliz.

Abrí la puerta dirigiéndome a la salida. Me despedí de Eli, pero justo cuando estábamos a pocos minutos de salir, Fabiola salió de la oficina. Nos regresó a la sala y fue ahí cuando nos dimos cuenta que Brenda estaba junto con ella.

—Mau, ¿puedes esperar un poco? —nos dijo—. Brenda tiene algo que informar. Es importante que esperes, como cuidadores tienen que estar enterados.

Abrí los ojos, pues nunca había  importantes que dar y menos en estas fechas del año. Sin embargo, no dijo nada. Solo continuó:

—Pueden ir a la sala, por favor.

Abrí los ojos un poco y caminé junto con Eli, viéndonos con caras de misterio y preguntándonos qué había pasado. Los niños continuaron en el patio, pero llamaron a los adolescentes. En la sala se encontraban Rubén, Cristiano, Rafael, Laura, Catherine y Camila. Me impresionaba que Camila estuviera aquí, pues era una de las chicas nuevas, no conocía tanto las rutinas, mucho menos estaba para estas reuniones. Se sentía un ambiente tenso. Por un minuto pensé que era del padre de Cristiano, pero luego pensé que no tendría por qué espantarlos. Al fin de cuentas, eran casi adultos, podrían entender. Sin embargo, ni cuenta me había dado cuando ella entró por la puerta. Ni siquiera le abrí. ¿En qué momento entró la presidenta del patronato aquí para poder juntar esta reunión que solo por el ambiente daba un miedo espantoso y que jamás había sentido?

Fabiola se colocó al lado de ella y Brenda comenzó a hablar.

—Han estado pasando cosas raras — continuo—. Sé que algunos saben de los mensajes o del tipo de padre que tiene Cristiano. Quiero decirles que no todos corren riesgos. Sé que en esta casa se rumorean cosas. Sé que los cuidadores han aumentado su exigencia en seguridad, que tal vez hay un ambiente duro y tenso. Algunos saben de dónde viene Cristiano, otros reconocen quién es su padre, otros son conscientes y son sus amigos. Les pido que no tomen a juego esta situación ni mucho menos tomen algún tipo de bullying.
Cristiano

El hecho de que Brenda dijera que no quería ningún tipo de bullying no hacía más que dejarme  en evidencia. Me hacía sentir incómodo, terrorífico. Me ponía las cosas difíciles y me hacía cargar de nuevo el sello escarlata del apellido. Sin embargo, en esta ocasión me sentía apoyado, querido. sentía que alguien me defendía y no solamente marcaba el bullying hacia mí. Ahora, el hecho de que todos supieran la situación o mínimo la sospecharan me dolía. Sin embargo, escuché burlas y comentarios sobre mis misteriosas salidas con Mauro, las cartas, cómo se ponía la casa tensa, que solo venía la procuraduría por mi culpa, que me gustaba llamar la atención, que por eso había venido un tipo raro, Steven, obviamente el detective. Por eso no me gustaba que Daniel hiciera sus teorías locas y mucho menos trajera gente de la nada. Sin embargo, era diferente. Me sentía con calor de hogar y querido.

Ella continuó y creo que lo que estaba por decir me iba a dejar sin agua. Pues cuando comencé a escucharlo, mi cerebro estalló.

—También quiero decir que no permitiré ningún tipo de bullying a ninguna condición física —dijo, volteando a ver a Camila.

No entendía por qué hablaban de Camila si, según yo, todo estaba bien con ella. Abrí los ojos como platos cuando ella continuó:

—Ingrid —dijo mirando a la chica—, no había tenido oportunidad de conversar con ella ni siquiera me había dado cuenta de qué estaba aquí. Sólo había sabido que había estado en lo del fin de semana de cumpleaños de Catherine, en lo de que amarraron a Juan y se puso brusco y lo tuvieron que inyectar. Hasta ahí era toda la información que tenía. No solía hablar con los niños pequeños, pues últimamente estaba clavado en mi padre, en Mauro y en todo lo demás. Sin embargo, abrí los ojos cuando dijo: No más insultos, no más daño y, sobre todo, no quiero más desastres. No quiero ningún tipo de apodo, insulto o golpe por el hecho de  condición física raza sexo orientación o género.

Me impresionaba que, siendo Camila mi amiga y sobre todo mi confidente en situaciones sentimentales con el cuidador, no me había contado que le estaban molestando, fastidiando. Tal vez pasaba por momentos raros o tal vez fue en los momentos en los que yo estaba distraído hablando con Mauro o en la habitación. Pero no se suponía que por eso era que tenía algún tipo de relación con Catherine, porque ellas charlaban por la noche. ¿Acaso ya no lo hacían? Catherine la defendería, de eso estaba seguro. Fueran pareja o no, a Catherine no le gustaban las bravuconas ni las molestas. Catherine era capaz de madrearse a alguien solo por defender al más indefenso y pequeño, en este caso Camila.

—Así que por favor, no más burlas también para ustedes —dijo, mirando a los adolescentes—. Camila Guevara tendrá la condición que tenga, pero es una adolescente más, tiene los mismos derechos y atribuciones que ustedes. Si quiere salir de fiesta, tener novio, tener celular, me da exactamente lo mismo. Podrá tenerlo. Así que de tu parte, Camila, tampoco quiero sorpresitas.

No entendía a qué se refería con esto, pero luego recordé lo que Camila me había comentado. Pues también Elizabeth la había regañado en varias ocasiones, pues le había cachado unas cortadas sin decirme el motivo que la llevaba a hacerlo. Dijo que después de estar hablando con Catherine y darse cuenta de su desequilibrio y de todo lo que ella sufría, decidió detenerse. Aparte, Mauro también le daba algunas pláticas y la orientaba psicológicamente, así que dejó de cortarse.

De hecho, en una reunión yo y Camila fuimos a contarle a Brenda en su oficina sobre sus cortadas. También me contó que ya hasta la habían amenazado con quitarle el teléfono y ponerle un castigo, pues como la asistían a bañarse, normalmente le veían las heridas en las manos o en las piernas. No sabía si se refería a eso, pero algo me hizo pensarlo. La voz firme y clara de la mujer me hizo salir de mi pensamiento y me sacó un poco de foco lo que dijo. Pues con voz grave y un poco aguda, y podría decir que molesta.

—Les recuerdo, comenzó la mujer, aquí todos deben tratarse como familia, como hermanos. No más acercamientos indebidos.

Esto me hizo pensar en lo siguiente: ¿por qué decía tal cosa? Mauro y yo habíamos sido evidentes, pero luego recordé lo que hacían Catherine y Camila en el patio y el beso que me  había contado Camila. ¿Lo vieron? Esto me hizo dudar, y como la sorpresa me carcomía, levanté el brazo y pregunté:

—¿Por qué lo recuerdas? Si todos son conscientes, es la primera regla  me dijiste cuando llegué.

—Excelente, Cristiano. Me da gusto que lo aprendas. Lo recuerdo porque algunas cámaras están descompuestas y no quiero sorpresitas, incluido que la del patio vio a una pareja que no vi rostros, abrazándose demasiado cerca. Y no quiero que se malinterprete. No se distingue un beso, pero tengo la sospecha de que sí lo hubo. No puedo culpar a nadie porque, como digo, las cámaras están descompuestas, la imagen sale borrosa y todo puede haber sucedido.

Catherine y yo nos miramos un poco nerviosos porque era cierto, habían visto ese beso y, sobre todo, en esa mirada, ella sabía que yo sabía todo.

Continué tratando de digerir toda la información. El ambiente estaba tan cargado de tensión que podía cortarse con un cuchillo. Sabía que esta conversación era solo el principio de algo más grande y complicado. Me sentía a punto de explotar, pero me contuve. Las miradas de todos los presentes seguían sobre mí, y solo quería que todo terminara pronto.

La voz de Brenda resonó nuevamente, llamando la atención de todos:

Como dije en la cámara no se vio continuó ella pero yo soy consciente de Quiénes fueron los del beso no diré nombres pero lo sé recuerden las reglas y la hermandad de este hogar y con voz firme continuó

—Recuerden, este es un lugar donde todos debemos sentirnos seguros y apoyados. No toleraré más situaciones de acoso ni discriminación. Cualquier comportamiento inapropiado será sancionado severamente. Todos merecen respeto y comprensión, sin importar las circunstancias personales de cada uno.

La tensión en la sala era palpable. Miré a Catherine y Camila, ambas con expresiones de preocupación y nerviosismo. Sabía que las cosas no serían fáciles, pero era necesario enfrentar la situación de manera madura y responsable.

Brenda continuó hablando, esta vez con un tono más suave:

—Si alguien necesita hablar o siente que no puede manejar lo que está pasando, mi puerta está siempre abierta. No están solos en esto.

La reunión concluyó, y todos comenzaron a dispersarse lentamente. Me acerqué a Catherine y Camila, tratando de ofrecerles algo de consuelo.

—Todo estará bien —les dije, intentando sonar convincente—. Solo tenemos que mantenernos unidos y apoyarnos unos a otros.

Catherine asintió, aunque todavía parecía preocupada. Camila, por su parte, se mostró un poco más tranquila, aunque seguía manteniendo cierta reserva.

—Gracias —dijo Camila en voz baja—. Sé que esto es difícil para todos, pero realmente aprecio tu apoyo.

Salimos de la sala, cada uno sumido en sus propios pensamientos. Sabía que esta experiencia nos marcaría a todos, pero también sentía que, de alguna manera, nos haría más fuertes y más unidos.

Mientras caminábamos hacia el patio para pensar me di cuenta de lo importante que era tener a personas como Catherine y Camila a mi lado. La amistad y el apoyo mutuo eran esenciales para superar cualquier obstáculo que se nos presentara.

Al final del día, me sentí un poco más aliviado. Sabía que habría desafíos por delante, pero también sabía que no estaba solo. Juntos, podríamos enfrentar cualquier cosa y salir adelante.

Con esta nueva determinación en mente, decidí que era momento de dejar atrás las dudas y los miedos. El futuro aún era incierto, pero estaba dispuesto a enfrentarlo con valentía y esperanza.

La cena llegó y con ella los chismes y chismorreos de la reunión de la tarde. Los adolescentes hacían sus apuestas sobre quiénes eran los del beso. Otros decían que si yo tenía un fusil para matarlos. De la nada, salió un comentario de una persona que hasta el momento había sido escasa para mí: la hermana de Rafael, Laura. Ella dijo algo que me hizo perder los estribos y, sobre todo, sentir el miedo de que algo estaba por venir.

—Deberíamos preguntarle a Cristiano quiénes fueron los del beso.

—¿Fueron? —recalqué, como preguntándole.

—Sí, eso dije. Fueron Camila, va llegando, es nueva y es la única que rompería las reglas y se dejaría tan fácil. Y quién más que Catherine para besarla, es manipuladora, astuta y sobre todo muy chantajista. Se la pasa contigo, y como hijo del narco sabes guardar secretos.

Ahí estaba de nuevo ese sello escarlata. Camila, desde la otra mesa, me miró. En su rostro se podía distinguir una tristeza en la mirada. Hubiera apostado que, si pudiera correr, hubiera salido huyendo de la cocina sin ningún motivo para pararse. Catherine se encontraba en la habitación. Como es típico de ella, no cena, mucho menos está aquí. Yo sabía que a Camila eso le entristecía, pues yo sabía que después del beso ellas querían tener algo más, pero a veces Camila, con su personalidad variante, sonriente y feliz, no encajaba con la de Catherine, que era cambiante y desastrosa. A veces pensaba que para Catherine, Camila solo fue un beso.

De la nada, intervine y le dije:

—Si tú no conoces a Camila, no puedes asegurar que fue la del beso. Será nueva, pero en ese caso yo también lo soy. En todo caso, ¿por qué no dudas de mí?

Laura se quedó reflexionando un poco y luego contestó:

—Decir que tú fuiste el causante del beso que se vio en la cámara sería decir que pudo haber sido un beso tuyo. Sería como decir que fue un beso con Mauro.

Abrí los ojos como platos.

—¿A qué te refieres?

—Tu y él pasan mucho tiempo juntos porque no besarse

—¡Difamación! —grité—. Eres inmadura mentirosa . Se la pasan juntos y, si no te la pasas junto a él, te la pasas con esas dos mujeres y luego preguntas por qué lo digo. Si digo que fueron ellas las del beso y no tú, es porque una principalmente es nueva y la otra, cómplice del beso, es demasiado manipuladora. Podría convencerla fácilmente.

Sus palabras me enfurecían, pero sobre todo me molestaban. Pero lo que dijo en las siguientes palabras sí me hizo explotar.

—Si no digo que fuiste tú —dijo burlándose— fue porque siento que no te gustan las mujeres. No te juzgo y eres libre, pero bueno, ¿te gusta Mauro? Es más, ¿no habrá sido un beso tuyo con Mauro?

El hecho de que lo dijera una y otra vez según su deseo me hacía sentir impotente.

—¡No te metas con Mauro! —le arremetí—. Es el cuidador, siempre está para apoyarnos. Nos da terapia, nos apoya. El hecho de que yo haya tenido terapia con Mauro, contándole de mi pasado, no te da derecho a empezar a hacer tus teorías locas, mujer. Y no voy a permitir que lo difamen  así. ¿Sabes en el problema que te podrías meter?

Me sentí mucho más mentiroso de lo que ya era, pues yo le estaba hablando de las reglas y las líneas que Mauro y yo no podíamos romper, cuando era el primero en desear que las rompiera.

—¿Quién sabe, Cristiano? —continuó burlándose—. Nadie sabemos si te has besado con Mauro.

Cuando lo volvió a repetir, entro Elizabeth parecía molesta.

—¿Qué está pasando aquí? —miró a Paloma, reclamándole.

—Nada, están teniendo una conversación —respondió.

—¿Y tú no piensas detenerlo? Está difamando a un cuidador, a un compañero de trabajo. ¡Basta de habladurías! ¿Cómo es eso de que Cristiano y Mauro se iban a besar? ¡Basta, niños, respeten!

Y tú —dijo mirando a Paloma—, eres cuidadora. En ese momento, debiste intervenir, no quedarte ahí parada mientras yo me encontraba ausente resolviendo las cosas de las medicinas.

Después le dijo a Laura:

—Tu alma y tu ponzoña son algo que consume. Sin embargo, no te has puesto a pensar en lo peligroso de tus palabras. Mauro y Cristiano no podían tener nada. Él sigue siendo menor y, por esto, él podría perder su trabajo.

Eso era verdad. Aunque Mauro y yo reveláramos que éramos pareja, eso no le impediría que le quitaran su trabajo. Pues yo seguiría viviendo en esta casa y él necesitaba el dinero para ayudar a su mamá económicamente, pues la situación no era buena. Lo sabía de antemano. De nada me iba a servir ser mayor de edad. Pues, cuando llegara el momento, no lo podía decir aún, pues no permitiría que él sufriera penurias por mi culpa y eso me atormentaba. Tal vez, por el bien de Mauro y por el mío, nunca podríamos estar juntos.

La cena terminó junto con la discusión. Todos se seguían burlando y yo continuaba con aquel sello escarlata, aquel sello del hijo de . Por un segundo, sentí que era normal, pero de nuevo me marcaban con eso que tanto odiaba. Cerré los ojos, tratando de pensar en el mañana. Algo era verdad. Mauro y yo podríamos tener acercamiento, besos y algo más, pero jamás podría habilitarlo, al menos hasta que me fuera de Renacer, pues podría perder su trabajo, terminar en prisión, terminar difamado y desprestigiado por culpa mía.

Ese pensamiento se fue al fondo de las basuras que todavía no quería recordar ni analizar. Fue ahí cuando me hizo pensar en lo siguiente: "¿Y si tomara el camino y me fuera con la visa?" Tal vez sería la mejor forma, pero cargar con mi padre para toda la vida sabía que no se atrevería a matarme, pero sí me ganaría su odio, como tal vez en algún momento se lo ganó mamá. ¿Estaba dispuesto a cargar con eso en mi conciencia? Por otro lado, estaba el de convertirme en el malo de esta historia, ocupar el puesto que me toca y seguir como si nada. Pero eso habría sido como hacerle caso al sello escarlata. Me imaginé por un segundo manejando gente, disparando armas, matando y dirigiendo un gran imperio. Pero, ¿dónde iba a quedar yo, mi propia opinión?

Mauro me había dicho que no debía hacer el bien por él ni mal por él, que simplemente eligiera mi camino, que no pusiera mis expectativas ni lo que deseara por alguien. Pero yo no quería que yo me comiera o sí quería ser feliz. ¿Una vida común y corriente tal vez? Ya no era suficiente con ser valiente.

Algo se le podría reconocer a Elizabeth es que tiene el sueño más pesado que nadie en la vida, pues tenía unos ronquidos fulminantes y un fuerte sueño pesado. Sin embargo, yo no podía dormir a pesar del intento. El teléfono sonó, era el de Rafael. Podría asegurar que eran máximo las 3 de la mañana y de la nada se escuchó una voz del otro lado.

—Que podría reconocer a 1000 metros de distancia, hormiga —sin embargo, no me quise poner a hacer un pancho ni a gritar y me quedé quieto escuchando la conversación.

—¿Qué información me tienes? —preguntó el chico.

—¿Cómo está él, Carlos Cristiano, el que me pidieron que vigilara? —abrí los ojos un poco más ante la sorpresa.

—Parece ser que está por cumplir 18, recibió los mensajes. No sé dónde tiene las visas ni los documentos. Pero en la casa se rumorea que tiene un romance, tiene alguien más —se escuchó desde el otro lado—. Tal vez eso sea un impedimento para que el jefe pueda llevárselo. ¿Sabes quién es?

—No prefiero no decírtelo por ahora —continuó Rafael—. Mientras no tenga pruebas, Cristiano está enamorado —dijo hormiga del otro lado del teléfono.

—Lo más probable es que sí. Lamento decirte que ya no te pertenece a ti.

¿Qué estupidez estaba pasando aquí? ¿En qué momento sabía todo? ¿Por qué Rafael le hablaba como si estuviera tan familiarizado con él? Y sobre todo, ahora entendía por qué hormiga podía dejar sus mensajes con facilidad, sus hackeos de teléfono, sus desastres, porque sabía cómo me encontraba hasta emocionalmente. Era obvio, mi padre había puesto espías. Pero sobre todo, ¿qué tanto sabía Rafael como para decir que yo ya no le pertenecía? ¿Qué demonios? Qué estupidez, qué horrible, qué asco, me odiaba en este momento y, creme Carlos, en lugar de amarte, voy a comenzar a odiarte.

Me quedé en la oscuridad de la habitación, el corazón latiéndome en los oídos. ¿Qué debía hacer ahora? No podía dejar que  Hormiga y su misterioso cómplice siguieran sus planes sin más. Me incorporé lentamente, tratando de no hacer ruido para no despertar a Elizabeth, y me deslicé fuera de la cama.

—Tengo que descubrir más —me susurré a mí mismo mientras cogía el teléfono de Rafael  y me dirigía hacia la puerta.

Las sombras en el pasillo parecían más largas de lo habitual, como  para ocultar secretos que estaban a punto de ser revelados. Me dirigí a la sala sabiendo que ahí podría intentar revisar el teléfono que ahí podría investigar sabiendo que ahí podría encontrar algo, cualquier cosa, que me ayudara a desenmarañar este lío. Llevándome también los documentos importantes que había obtenido hoy pero fue ahí cuando se me ocurrió Por qué no entrar a la dirección.

Forcé la cerradura con un clip de papel que encontré en el escritorio. Me había enseñado a abrir cerraduras cuando era niño, una habilidad que nunca pensé que necesitaría abrí uno de los cajones del escritorio que seguramente sería de Brenda se abrió con un clic satisfactorio. Dentro, encontré un montón de papeles, contratos, y una carpeta etiquetada con mi nombre. La saqué, mis manos temblaban ligeramente.

Abrí la carpeta y comencé a leer. Lo que encontré me dejó sin aliento. Había documentos que probaban que mi padre había estado vigilándome durante años, siguiendo cada uno de mis pasos, cada mensaje, cada llamada. Y no solo eso, había planes detallados sobre mi futuro, decisiones que ya había tomado por mí, incluyendo mi relación amorosa futura.

Un ruido en el pasillo me sacó de mis pensamientos. Cerré la carpeta de golpe y me giré para ver una sombra moverse hacia la puerta de la dirección. Antes de que pudiera reaccionar, la puerta se abrió lentamente y apareció la figura de Rafael.

—¿Qué crees que estás haciendo? —preguntó, su voz más fría de lo que jamás había escuchado.

El miedo se apoderó de mí, pero también la determinación. No podía dejar que me controlaran más. No podía permitir que decidieran mi vida por mí.

—Descubriendo la verdad —respondí, sosteniendo la carpeta con fuerza.

Rafael dio un paso adelante, su expresión severa.

—Esto no te concierne, mejor deja eso donde estaba y olvida lo que has visto.

—No —dije, mi voz firme a pesar del miedo—. No voy a permitir que sigas manipulándome. Voy a encontrar la verdad, cueste lo que cueste.

Un destello de sorpresa cruzó su rostro antes de que recuperara su compostura.

—Estás jugando con fuego, y no tienes idea de lo que te estás metiendo.

Dio un paso hacia atrás, y por un momento, pensé que se iría, pero luego dijo:

—Si insistes en seguir adelante, te sugiero que tengas cuidado. Las cosas están a punto de volverse mucho más complicadas de lo que puedes imaginar.

Con esas palabras, se giró y se fue, dejándome en la penumbra de la dirección con más preguntas que respuestas. Sabía que lo que había comenzado no tenía vuelta atrás. Tenía que descubrir la verdad, sin importar el costo.

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