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¿Qué habrá sido de la vida de Cristiano?

Capítulo 14

—¡No me grites! —indiqué de forma ofuscada—. Daniel, deja de hablarme así. ¿Ves lo que has causado?

—¿Que yo he causado? —preguntó—. ¡Si tú nos aseguraste que él estaría bien y ahora llega en estado de ebriedad!

—Ni siquiera sé cómo te enteraste de eso —le pregunté.

—No es necesario que me entere, Brenda. Te estoy pidiendo verlo y me estás diciendo que tiene una cruda.

—¿Y qué más explicación quieres? Es un adolescente, tiene derecho a vivir una borrachera.

—Él no es un adolescente común.

—¿Por qué?

—Porque es hijo de Ernesto. Te recuerdo que eso no lo define.

—Y yo te recuerdo que tu institución debe hacerse cargo. Siempre se han quejado de tu libertinaje al dejarlos vivir la vida diferente.

—No es libertinaje. No juegues conmigo. Tú sabes que eso hace que Renacer sea una de las mejores. Así que no vengas con que ahora no te importa, porque si no te importara no lo hubieras llevado ahí. Así que no vuelvas a decirme cómo lo manejo, ni a gritarme. Mucho menos a pedirme que lo saque, ni a leerme una y otra vez ese bendito documento. ¿Cómo es que tú me lo llevaste y ahora me pides que lo abandone a su suerte?

—No te estoy pidiendo eso. Simplemente te estoy pidiendo que me lo devuelvas.

—No. Para llevártelo necesitas que la institución te autorice, y Cristiano no ha hecho algo de peso para que yo pueda dejarlo ir.

—Primero decías que su padre te ponía en riesgo y ahora estás muy conforme con que esté ahí. ¿No te parece suficiente argumento? Lo siguiente arremetió —¿Que leerás será otro correo ? —Donde la procuraduría de los diferentes lugares me pide que lo mande lejos.

—Ay — El  señor comenzó leyendo unas notas que iniciaban con este grandísimo título y volvió a repetir—. Ay, señora Brenda, usted siempre está metiéndose donde no la llaman. Por conveniente, le ordenó que le otorgue  un teléfono. Parece que un audio no les ha hecho más que mover el gallinero un poco, pero no se han decidido. Mi gente está tratando de contactarlo  así que, por favor, de la manera más atenta, quiero que mi hijo reciba mis mensajes si no quiere que su hijita termine sin un dedo.

Atentamente, Ernesto.

—Esto comenzó —dijo Daniel—. Es una guerra. Él te quiere porque tienes a su hijo. Yo solo quiero cumplir mi palabra de informarte que Renacer está en riesgo. Ahora, yo me puedo ir tranquilamente porque pensé que me devolverás a Cristiano.

—Pues pensaste mal —afirmó ella—. Él no se va de Renacer. Y gracias por cumplir tu palabra de informarme, pero él no se va. La trabajadora social tendrá que ir a verlo para informarle, pero hoy no, pues tiene estado de ebriedad —dijo ella carcajeándose—. Y no intentes hacer algo porque sabes perfectamente de lo que soy capaz.

Daniel no hizo más que retirarse de mi oficina dejando una gran carpeta. A eso le llamaban expediente. Comencé a leer paso por paso hasta que me topé con esto: "Cristiano, niño que está en casas hogares desde los 14, escapó de diferentes casas. Renacer es su quinta casa y se le considera un niño rebelde, audaz, inteligente. Menciona que le gusta ser militar, la robótica, la música y el fútbol. Es muy obediente, sabe trabajar, es fácil de conseguir confianza. Tiene hermanos, sufre convulsiones en ocasiones a causa de unas pesadillas por un trauma que se niega a hablar. Los psicólogos comentan que la mayoría de veces les cuenta diferentes versiones de su vida. Cuando le cuestioné, se reconoce como el hijo de Ernesto de la Fuente, pero nunca hace nada más que cruzar esa sola línea. No abunda más en el tema de cómo era su vida, solo habla de cómo en un tiroteo la policía lo recogió y entró bajo protección."

Leí una y otra vez el resumen de esta carpeta. Se encontraban fotos de Cristiano jugando fútbol, fotos haciendo actividades cotidianas,  familiares, comiendo cosas normales. También se encontraba un resumen de su psicólogo tratando de encontrar la respuesta a su convulsión y dolor, pero nunca había nada. Decía que no hablaba de su madre, que lo único que decía era: "Mi madre nos abandonó". Esto me hizo preguntarme ¿cómo habría sido la vida de Cristiano.?’

—¡Vamos, dispara! Apunta el arma y mátalo. No lo pienses, vamos, ¡hazlo! Mal tiro, llevas tres disparos y no has podido tirar ese bote. ¿Qué te pasa? ¿Acaso con esa mala puntería y mal manejo del arma te crees lo suficientemente fuerte para portar tu apellido? —no respondí, solo pensé—. Vamos, termina de correr.

Estaba tan cansado, no lo voy a negar. Me encantaba ser el hijo de Ernesto de la Fuente. Me encantaba saber que me encargaría del peso de este cartel en un futuro, pero a veces también odiaba que mi padre no me permitiera vivir la infancia, vivir mi adolescencia, vivir mi vida. Sí, me encantaría hacerme cargo de ese cartel, pero quería vivir como un joven adolescente normal y tal vez, cuando creciera, tuviera 20 o 30 años, hacerme cargo de este negocio. Pero no, nada de mis aspiraciones se cumplió, pues mi padre se empeñó desde que cumplí 12 a que dejara de ir a la escuela, según él por el riesgo que esto implicaba para su identidad.

Al principio me pareció fascinante. No era la primera vez que tenía maestros particulares y, la verdad, la pasaba más con maestros particulares que en escuelas. Pero luego se le ocurrió traerme a este profesor de defensa personal y de disparo. Todo el tiempo se la pasaba regodeándose y diciéndome por todo el apellido. Observó a Carlos a lo lejos, cómo se ríe y disfruta.

—Vamos, demuestra por qué eres el hijo del mejor capo —lo alcancé a escuchar. Yo me limité a sacarle una sonrisa amarga con cara de "te odio en este momento".

Al instructor se le ocurrió detenerme.

—Déjame correr —gritó y colocó unos botes a unos metros de distancia de mí—. Vas a tener que volar esas latas.

Ya tenía botes de plástico, pero ahora los había alejado más, ese maldito. Pero aún no terminaba con su ceremonia.

—Y más te vale que lo consigas. Vamos, abre las piernas, colócate, no lo pienses. Que la mano no te vuelva a fallar. O dime, ¿así lo harás cuando alguien traicione tu cartel?

Tenía ganas de gritarle que estaba dispuesto a asumir mis responsabilidades, pero todavía quería disfrutar ser una persona normal. Maldita sea, eso era muy difícil. Disparé, afortunadamente el viento jugó a mi favor. Me encontraba en el rancho de mi padre, había caballos, vacas y ganado. Era un buen lugar para reposar. Me encontraba en una parte cerca de los corrales, lejos de la casa pero cerca de un terreno baldío. El ambiente era sordo y algo difícil de contemplar. Parecía que el viento quería jugar; por un momento guió mi mano y me ayudó a darle al bote. Este cayó hacia atrás.

—Bueno, pero yo necesito que ese bote vuele y el disparo sea al centro. Por favor, no queremos que el próximo heredero falle y no le dé al corazón. ¿Qué tal si falla y lo deja vivo? —maldito seguía pensando así.

Procedí con tres botes más. Todos fueron en diferentes lugares, pero ninguno en el medio. Maldita suerte.

—Estaba en el medio. El tipo solamente va a la cabeza. Dime, ¿cuántos años tienes?

—13 —contesté—, estoy a dos semanas de cumplir 14. ¿Por qué?

—¿Cuántos años llevas conmigo?

—Casi tres años.

—Y no has podido pasar de las latas. Sabes de defensa personal, sabes aplicar llaves, sabes empacar y manejar los negocios, sabes identificar cuando te quieren estafar. Pero cuando se trata de matar, pareces no tener el carácter. Creo que en los próximos reportes le tendré que decir a tu padre.

—No, en la próxima clase que te vea, prometo hacerlo.

Era otro de los que disfrutaba verme pasivo, me daba asco. Cuando pedía la física y lo peor, sin reporte hacia mi padre. Y así, cada día más complicado, pues mi padre ya me había amenazado con matar a lo que más quería: mis animales favoritos y conejo, mis cosas. Poco a poco, temía perder lo que tanto me gustaba. Buscaba una apertura, la comida perfecta y una decisión que no le hiciera daño a mi hermana pequeña, pero me hacía sentir miserable porque yo no me encontraba en la capacidad de defenderlo.

—Ay, Alex, quisiera decirte que no todo es color de rosa, que no todo es lo que disfruto, que no todo son sonrisas y juegos, y jugar a la casita. La verdad, para mi hermano era muy complicado, o más bien, completo a su manera. Pues yo le dibujaba un mundo donde él y yo hacíamos casas, construíamos carros. Soñaba con ser doctor. Yo le dibujaba que los viajes de mi padre y los constantes cambios de mudanza se debían a que éramos investigadores. No permitía que mi hermano viera una pistola o una mujer demasiado culpable. Debía aprender a superar el miedo a la pistola, el miedo a la sangre. Porque sabía que cuando mi maestro reportara que ya estoy bien, la próxima prueba sería matar a un traidor.

—Vamos, último tiro antes de irme y te pondré a practicar defensa, bloquear los ataques —suspiré. Estaba tan agotado mentalmente. Por la mañana había matemáticas, español, francés y algo de italiano. Después fue historia, geografía y yo, ya a las 3 de la tarde, estaba disparando. Qué chiste. Mi padre me tenía como el perfecto principito y más ocupado del mundo. Por un minuto rogué que sucediera un milagro, pero como vi que no iba a suceder, decidí colocarme de frente nuevamente. Tomé la pistola con carácter y me abrí de piernas, pero justamente en ese momento, cuando estaba colocado de pierna abierta y posicionado de pie, el destino decidió escuchar mi plegaria y llegó mi salvación.

—Suficiente entrenamiento por hoy, ¿no le parece, jovencito? —el maestro dejó de observarme y una sonrisa plácida salió por su rostro—. Claro, si no le molesta. Quiero hablar con él, tal vez logre compensarlo.

—Claro, eres uno de mis mejores alumnos. ¿Por qué no dejarte? Vamos, ¿quieres ir a ver a los caballos? —decidí sacar a mi caballo y acariciarlo un poco.

—Gracias por salvarme —dije acariciando el gran caballo negro que tenía enfrente—. Wow, ya no soy hormiga. ¿Qué tal tu viaje? Es la primera palabra que me diriges desde hace dos días que llegué .  —¿Qué quieres?

—Es raro. No estuviste aquí un año y veo que has mejorado. Cuando te dejé, apenas ibas comenzando tu entrenamiento. Y sabes defensa personal y mínimo ya no te niegas a agarrar el arma este último año ha sido de mejoría para ti dijo suspirando y de la nada soltó un tenemos que hablar.

—Claro, dijiste que ibas a convencerme. Pero dime, ¿de qué?

—Cristiano, ¿se puede comportar así? —¿cómo? —pregunté—. Soy Carlos, estoy aquí. Me fui un año y no he dicho absolutamente nada. Solamente estás con esa cosa de chamaquito rebelde que no sé de dónde lo sacaste. ¿Qué quieres? Ya te fuiste, yo seguí.

—Sé que no lo has hecho. Hablé con Ernesto, te informó que cometiste un pecado mortal desde la última vez. No has podido matar aún. ¿Te acuerdas en la noche de despedida?

—Sí —contesté—, pero sabes perfectamente, Carlos, que no quiero hablar de ella.

—Lo siento, no era mi intención decírtelo así. No era mi intención que las cosas se pusieran así. Pero tu padre estaba con los ojos, sí o sí. Yo lo hice para darle prestigio a nuestro nombre, tú lo sabes.

—No me tienes que dar explicaciones, no las quiero escuchar.

—Carlos, quiero explicarte. Intentaste detenerlo muchas veces, decirle que aún eras muy pequeño, pero no, no lo lograste.

—¿Por qué eso? Y no solo por lo que mi padre quería que hiciera, sino porque esa noche me había dado cuenta de muchas cosas.

—Lo sé.

—¿Cómo de que estabas enamorado de mí?

—¿Por qué dices eso? No, Carlos, yo no me...

Carlos no me dejó terminar la frase.

—¿Cómo lo supe? ¿Quieres saberlo? Veo lo que observas en mis bíceps, en mi cuerpo cuando hago ejercicio. Lo mucho que lloraste la noche que te dije que me iba. Las ganas que tenías de besarme cuando estaba cerca de mí. Te gustan los hombres, Cristiano, y más en específico, te gusto yo. Pero no puedo negar que también te gustan las mujeres, y creo que es momento de que lo confirmes. ¿Sí le vas a tirar a los dos bandos o solamente a uno?

Abrí los ojos como platos.

—Primero te largas a España, pierdo a mi mejor amigo, a casi mi hermano, y ahora me sales con que me gustan los dos bandos.

Cristiano

Ya soy una maldita decepción para mi padre y ahora me encuentro en medio de una reunión celebrando a Carlos, Hormiga, a mi hermano, a ese chico al que amo. Verle el cuerpo mojado, Hormiga, mi Hormiga y yo éramos amigos desde niños. Mi padre había matado a su familia, pues esta le debía una gran deuda de dinero. Pero como buen capo, mi padre tenía una ley: los inocentes no deben pagar. Y fue así como recogió a Carlos, de tan solo 2 años. Yo todavía ni nacía, pues él me lleva 3 años. Cuando yo nací, él ya estaba en la casa. Mi padre le daba escuela, dinero y techo. Claro, siempre hacía distinciones: a veces él se quedaba con la ropa que a mí me sobraba, lo mandaba a la misma escuela que nosotros, pero nunca tenía una habitación en la casa grande. Era su mano derecha, lo usaba para muchas cosas. Era mi compañero de entrenamiento en cuestión de armas y pistolas.

Y ahora el recuerdo de cuando tenía 12 años y me decían que Hormiga se iba a ir a España. Mi padre se empeñaba en que estudiara fuera del país, un tipo de entrenamiento de defensa. Lo iba a meter en algo así como una academia de artes marciales. Se esforzaba mucho en hacer que él destacara, trabajaba por hacerlo una excelente persona. Le gustaba mucho el comercio y esas cosas. Claro, por más que estudiara, jamás podría ocupar el puesto de líder del cartel. Eso todos lo teníamos claro. Mi padre lo entrenaba para que fuera mi fiel escudero cuando yo me convirtiera en el líder, al menos eso decía.

Aún recuerdo que cuando éramos unos niños, estábamos en una comida de los socios y nosotros estábamos jugando. Uno de los acompañantes de dicha reunión le dijo a mi padre:

—Ya tienes un heredero. Si Cristiano te sale como tus otros hijos, ya tienes reemplazo.

—¿Quién, Carlos? Él jamás, escúchelo bien, jamás ocupará este puesto. El puesto de jefe es para alguien que tenga sangre pura, sangre de la Fuente. ¿Quedó claro? —lo dijo con tanta voz que sonó más amenaza que plática.

¿Qué pensaría mi padre si en este momento supiera que le voy a fallar como sus otros hijos? Tenía un hermano, Ernesto el Grande, de 26 años. Él había decidido estudiar baile, largarse a España y decirle a mi padre que no quería el puesto de líder. Sin importarle nada, tomó sus cosas y, para poder mantener a mi padre en paz, decidió enfrentarlo de la forma más brutal. Algo que se llama traición. Le dio información a los enemigos y, para acabarla, le dio fuertes lecciones de información a la policía, así como un ducto de droga que mi padre tenía guardado. Eso hizo que hicieran un gran cateo en todas sus casas. Era por eso que ahora nos encontrábamos en este rancho. La cabeza de mi padre ya tenía precio, habían atrapado a su gente más valiosa, y todo por culpa de Ernesto.

Por otro lado, estaba mi hermana Erika de la Fuente. Ella no había cometido traiciones, era una mujer que lavaba dinero por medio de un burdel, atendía a los clientes de mi padre y manejaba el más viejo trabajo en este negocio: el trabajo de la mujer y la vida galante. Claro, su palabra no valía nada, pues en el negocio ser mujer era un peso maldito, al menos eso se decía. Aunque ya había quedado demostrado que ser mujer no te impedía dirigir un cartel, pues había mujeres metidas en el negocio. Pero mi padre tenía su fuerte ley: solo la sangre de un macho sabe llevar directamente su negocio con paso firme y convicción. Jamás permitiría que Erika, una mujer, por más que le deseara, ocupara el puesto de líder. Así que como última opción quedaba yo. Pero como mi cerebro se pudo dar cuenta, no he podido matar a un ser humano y, mientras no lo haga, no me puedo llamar digno rey.

Me encontraba lo más alejado de este ámbito. Me encontraba en el centro del rancho, luces y la oscuridad de una noche estrellada, gente con ropa de campo, camisas rayadas, sombreros, gorros. La banda y pantalones de mezclilla me rodeaban con sus típicos sombreros, los cinturones sosteniendo sobre sus brazos, unos más jóvenes que otros, pero al final todos eran lo que se conoce como el típico cártel. Por otro lado, todos disfrutaban de un ambiente de alcohol, cubas y dinero. La verdad no podía entender cómo era que mi padre decía que Hormiga no podía ser el líder, pero le organizaba una gran fiesta. ¿Será porque Hormiga le daba el orgullo que yo no podía darle?

El ambiente estaba rodeado de comida, carne, cabrito, pistolas y, sobre todo, mujeres. Erika había llevado a sus mejores mujeres. Erika y yo no nos hablábamos. Para ella, yo era un mocoso que no sabía limpiarme los mocos. Con Ernesto todo era diferente. Mi hermano me creía lo suficientemente valiente, hablaba y jugaba conmigo.
Me daba la misma educación que yo trataba de darle a Alex obviamente él por su edad y por ser un niño todavía ni siquiera era candidato aún así  yo seguía siendo el amolado por donde quiera que lo veía  por otro  estaba hormiga mi padre decidió ofrecerle una mujer él había perdido su virginidad mucho antes que yo .

Yo sabía que mi padre deseaba lo mismo para mí. Al verme apartado de la fiesta, decidió dar una orden a una mujer:

—Haz lo que quieras. Sácalo de ahí en una hora y espero que me traigas buenas noticias de que mi hijo no te ha decepcionado.

La mujer se acercó contoneándose hacia mí, tratando de seducirme una y otra vez. Pero al recibir mi negativa, en su último intento de besarme y escuchar mi grito de "¡No!", no hizo más que alejarse y quitarse las ganas, poniendo una cara de amargura que cualquiera diría que era su peor condena estar allí.

Al ver mi padre que yo seguía en la misma posición y la mujer sentada, vino conmigo y me dijo:

—¿Qué esperas? Deberías estar encerrado con esa mujer que no es más grande que yo. Ni siquiera me gusta. No la he visto y quién sabe con cuántos ha estado. ¿Te parece que eso es digno? Debe tener unos 17 años. Tampoco te estoy mandando con una señora —me dijo él—. Vamos, hazlo, demuestra que eres un hombre digno.

—Aún soy muy chico —iba a decir más, pero mi padre cortó la frase con una cachetada.

—¿Así que eres muy chico? ¿Y también eres muy chico para hacerte cargo del cártel? Tal vez nunca tengas el carácter. Ahora te quejas de que eres muy chico, pero en algún momento tendrás que asumirlo.

—Padre, pero yo...

—Dime, si yo muriera mañana, ¿estarías dispuesto a responder?

No respondí. Mi silencio se hizo la penumbra de la oscuridad y mi padre no hizo más que mover la cabeza.

—Tienes que prepararte. Serás el líder del cártel.

—¿Y si yo no quiero? ¿Y si mi deseo es otro completamente diferente? Por favor, entiende. No te estoy diciendo que no voy a responder, lo haré, pero no ahora. Quiero viajar, terminar una carrera.

—¿Cuándo pensabas asumir tu lugar?

—No sé, a los 25, 24 tal vez 30. Aún eres joven, tampoco es como que tengas 60 años, papá.

—Pero en cualquier momento pueden matarme y quiero saber que estás listo para asumir. Además, la situación después de lo que hizo Ernesto se ha puesto peor. Si me pasa algo, voy a prisión. No quiero que mi trabajo, el de tu abuelo y de varias personas, termine en manos de uno que ni nuestra sangre lleve.

—¿Como Carlos? —le dije—. Él siempre está en el puesto, es tan dedicado, sabe mover la mercancía mejor que yo, dispara un arma sin que le tiemble la mano. Por favor, reconsideralo.

—¡Que no! Y no vuelvas a decir tremenda estupidez —respondió mi madre—. Ten el carácter de asumir el lugar que te toca.

—¡Que no! —y ahora vas a ir con esa mujer —me dijo casi gritando— y no me harás quedar mal en esta fiesta que, como tú lo dijiste, es para despedir a Hormiga, el cual sí reconoce su lugar y se está preparando para ser tu fiel escudero y cubrirte las espaldas. Pues, como bien lo dijiste, sabe más que tú y no dudo que él sea la sombra detrás de ti.

Sabía que Hormiga estaba escuchando esto y que le dolía. Sabía que a Carlos no le gustaría esta situación, ser mi sombra. Claro que no, ni a mí me gustaba ese puesto, era como decir que era el estúpido que me bolearía los zapatos.

Mi padre me llevó hacia la mujer casi empujándome, pero como yo me negué y evité que mi cuerpo se moviera por más jalones que me diera, gritó:

—¿Quieres mucho a Hormiga, no? ¿Y lo quieres en tu puesto? Pues, ¿qué te parece si él te da el maravilloso regalo que tanto quieres? Tú sabes que el hecho de no haber matado a alguien aún tiene consecuencias, ¿o no?

—¿Qué harás? —pregunté.

—Nada, hijo, solamente creo que es hora de darte una lección.

Se colocó en medio del centro, colocándome a mí a su lado.

—Todos saben —dijo con una voz fuerte para que todos pudieran escucharle. Para mi infortunio, el ambiente de baile, música y banda se terminó apagando, pues se hizo un
absoluto silencio donde solo la voz de Ernesto..Retumbaba en mis oídos.

—Mi hijo no quiso estrenarse con la damisela aquí presente, así que ¿por qué no se estrena en lo que mejor sabemos hacer?

Los ojos de los oyentes se iluminaron y yo quería que me tragara la tierra, quería que el tiempo se congelara.

—¿Qué harás? —dije—. No, por favor, ahora no.

—Hormiga —gritó mi padre.

—Sí, señor.

—Como despedida para ti, ¿te parece si matamos a un traidor? Hace poco trajeron al que le ayudó a mi hijo a adelantar todo a la policía, ¿verdad?

—Sí.

—¿Y si le cortamos la lengua? Tráelo.

Carlos sabía por dónde iba la cosa; sin embargo, aceptó y decidió congelarse en sus pensamientos, obligando a sus pies a moverse. De la nada, tenía a un joven como de unos 15 o 16 años frente a mí. Mi padre ordenó que lo amarraran y después dijo:

—No cortarle la lengua sería demasiada condena porque no va a poder abrir la boca. Y aunque no la abra, tiene las piernas y va a seguir comiendo y respirando aire. Es mejor deshacernos de la basura quitándole la vida.

Los oyentes se regocijaron y yo cada vez me sentía más espiado. Pero esta vez no se rió.

—El que lo mate será el próximo heredero del cártel.

Vi los ojos de Carlos abrirse como platos y ponerse en blanco.

—No, yo no —dije—. Yo me niego.

—Vamos. Estás a dos semanas de cumplir 14, es el mejor regalo. Tus 15 adelantados —dijo mi padre burlándose.

Ahí recordé la plática que había tenido con Hormiga después de entrenar. Él me dijo que mi padre le había ordenado conseguirme a una de las hijas de las sirvientas o a una prostituta para organizar la despedida de mi virginidad. Ahora entendía: o era una cosa o era la otra. Mi padre quería que a mis 14 ya estuviera lo suficientemente perdido, maleado y manchado.

—Vamos, pensé que solo querías que me acostara con alguien.

—Claro que lo quise, pero no lo voy a hacer enfrente de Carlos —dijo mi padre—. Quiero que Carlos vea que tienes mi carácter de un macho. Y lo de que te acuestes con una mujer no lo haré esta noche. Pero créeme, lo harás. Demostrarás que tienes el honor de llevar mi apellido.

Mi padre, como padre, era un asco. No recuerdo las veces en las que le pegó a mamá. Tampoco recuerdo el motivo por el que ella lo abandonó. Solo sé que una noche, mientras Alex y yo dormíamos, mamá nos abandonó. Dijo que no quería estar más con un narco, que mi papá se portaba tierno y dulce, pero después de que las cosas empezaron a ponerse feas en el cártel y su nombre empezó a sonar por todos lados, era de golpear y estar con mujeres. Y cuando su nombre tuvo más poder, decidió buscar más soluciones: más mujeres. No puedo decir que mi madre no tuvo la culpa, porque la verdad es que sí, desde el principio supo con quién se metió. Pero ahora, solamente porque sí, decir que se cansó de esta vida y partir, decir que quería una vida sin tener que huir ni riesgo de morir. La entendía; yo tampoco quería vivir esta vida, pero al mismo tiempo la odiaba por no habernos llevado con ella.

Salí del pensamiento y dejé de pensar en mi madre.

—Entonces, ¿lo vas a matar? —volví a preguntar.

—No —grité—. Yo no soy como tú y por eso mi mamá te abandonó. Odiaba que fueras un maldito asesino.

—Tu madre supo desde el momento, solamente que se encandiló con los lujos. Le gustaron mis riquezas y todo lo que le podía dar. Pero cuando supo el precio que tenía que pagar, decidió retirarse como rata de alcantarilla —ya no le importó hacer el escándalo ante sus invitados.

Me tiró y me golpeó con uno de sus cinturones en la espalda.

—¡Me ordenó que lo matara una y otra vez! —cuando vio que me negué por tercera vez, le volvió a gritar a Carlos, pero esta vez con más coraje—. ¡Y le dijo: "trae su conejo y el caballo, lástimale la pata"!

Pronto, Hormiga apareció con mi conejo en brazos.

—Lo del caballo ya está hecho, está lo suficientemente lastimado. ¿Qué hacemos? ¿Lo dejamos?

—Lo lastimé lo suficiente. Si sigue herido, podría morir.

—Claro que no, Cristiano lo va a salvar, ¿verdad? —volví a llorar, más enojado.

—Ay, Cristiano, ¿cuándo entenderás y aprenderás tus lecciones? —dijo mi padre.

Me daba tanto coraje lo que estaba haciendo en este momento que, si pudiera, lo mataría con mis propias manos, aunque fuera mi progenitor.

—Si quieres salvar el caballo y que no muera de un balazo para terminar de matarlo, deberás hacer lo siguiente: vas a agarrar a tu amado conejo, que tienes desde que eres un bebé, o mejor dicho, desde que eres un niño y que te lo regaló tu madre —dijo con tono aún más sarcástico, como si disfrutara de mi sufrimiento—, y lo vas a matar —volvió a afirmar.

No sabes que el mío es mi favorito, no lo mates por favor.

—No, claro que no lo harás tú. Yo, por favor, no lo he alimentado y cuidado desde pequeño...

—Pues a ver si así aprendes que al patrón no se le desobedece.

—Por favor, es mi pequeño, lo he criado.

—Vamos, y los hombres no lloran, por favor, papá.

—Mejor escoge: lo matas o un dedo tuyo.

—No, por favor —volvió a suplicar entre lloriqueos.

—Entonces, ¿pistola o cuchillo? Vamos, que no tengo tu tiempo.

—Cuchillo —contesté—. Vamos, apuñalalo, atraviesa la piel y disfruta de su sangre. Vamos, mete el cuchillo.

—No, no, no, no, no mi conejo, no.
Entre más decía que no, más se molestaba mi padre. Comenzó a azotarme con más fuerza, a zangolotear mi cuerpo, a decirme una y otra vez que demostrara que era un heredero.

—Hasta que eres muy maldito, nada más  —dijo—. ¿Pueden revisar si Alex está dormido? Creo que él podría pagar las consecuencias.

—¡No! Ya voy, no lo toques, maldito demonio. ¿Cómo eres tú, Cristiano?

A veces no entendía cómo este hombre podía ser mi padre. Lo odiaba con todas mis fuerzas. Y ahora me tocaba ver cómo mi mano clavaba el cuchillo en el último recuerdo que quedaba de la mujer que odiaba y amaba, mi frenesí y mi felicidad, pero también la que me volvía en su oscuridad. Este era mi último recuerdo de mamá.

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