Promesas bajo vigilancia
Capítulo 20
—Cristiano, ¿qué haremos a partir de aquí? Sabes que las cosas se están poniendo difíciles.
—No sé, Brenda, soy consciente de mi situación y no me he ido en todo el día de Renacer. ¿Qué sigue por ahora?
—Tendremos que contestar el mensaje de mi padre. Ambos mensajes. ¿Qué se te ocurre?
—Sospecho que me tiene vigilado y cerca de aquí hay un correo. ¿Hay alguna forma de saber si puedo dejarle un mensaje?
En la sala nos encontrábamos Brenda , Mauro y yo, eran casi las 10 de la mañana. Ambos, como cuidadores y como personas, estábamos dispuestos a escuchar fue entonces que Fabiola, dijo:
—¿Algún contenedor de basura?
De vez en cuando veo a un chico con lentes negros. Antes no me había percatado. Mauro, consciente, susurró:
—Hormiga. Ese susurro solo lo había escuchado yo. Hormiga era el que mi padre tenía mandando los mensajes. Nadie era tan hermético como él, era capaz de hackear sistemas. No dudo que esa haya sido su forma de encontrar el teléfono de Brenda.
Justo en ese momento ella dijo:
—¿Cómo llegó el mensaje a mi teléfono? Fue un número anónimo. No estaba viendo una aplicación cuando de la nada apareció un anuncio y el video se puso solo.
—Te hackearon —dije.
—Okay, escuchen bien. Haré un video y una nota, los dejaré en ese contenedor de basura. Si a la hora o al día siguiente aparece otro afuera de la puerta, significará que sí lo vieron. Y si a la hora recogen eso de la basura, significará que el chico de lentes es el que nos vigila.
Sabía que estos cuidadores temían que yo lo calculara tan fríamente y lo dijera como si fuera la cosa más fácil del mundo, pero la verdad es que sí lo era. La verdad es que para mí es súper sencillo.
—¿Puedes conseguir una USB? Voy a encriptar la aplicación y el audio para que solamente mi padre, con una clave, lo pueda abrir.
—¿Le pondrás una clave que estoy segura conoce? —preguntó Brenda.
—Claro, pero me aseguraré de que solo Ernesto de la Fuente lo reciba.
—Okay, ¿qué necesitas?
—Una computadora portátil —agregó — y una USB.
—Mauro, bríndale todo lo que necesita. Yo me tengo que retirar. Gracias a este caos, las donaciones de víveres y cosas se han detenido. Hay una campaña de desprestigio. La mayoría de la gente no quiere que te rechacen porque dicen que eres un peligro. Todo tranquilo, yo no te dejaré de apoyar, por más que me retiren el apoyo o por más que nos sintamos con el agua al cuello. Me retiro y buena suerte, señores. Como segundo, les pido que estén al pendiente del grupo de Renacer. Subiré unas cosas en cuanto me sea posible.
Cristiano
—¿Tienes todo el material? —preguntó Fabiola.
—Sí, tengo la USB. Me voy a grabar con el teléfono que me prestaste y la computadora también. La clave ya está hecha.
—Okay, ¿qué necesitas? —preguntó ella nuevamente.
—Necesito grabarme.
—Okay, voy a la oficina. Tienen lo que resta del día. Tienen hasta las 2. Tratemos de mantener la discreción con los niños. No quiero que se enteren de esto. De por sí, ya es demasiado sospechoso lo de los policías y lo que sucede, aunque hemos tratado de mantenerlos al margen. Ya es demasiado el ambiente tenso. Quiero que tengan un día tranquilo. Así que tratemos de disimular que nada sucede.
Aunque claro, la petición de Fabiola de fingir que nada sucedía era algo que no se podía conceder con facilidad. El hecho de que Brenda se encontrara en la casa más tiempo y, sobre todo, aún no se retirara, era algo que nadie entendía. A pesar de todo, eran como las 10 de la mañana y nada podía suceder. Todos esperábamos a la expectativa de lo que pudiera suceder después de entregar este mensaje.
Sin más, me dirigí a la oficina. Mauro estaba detrás de mí sosteniendo el teléfono y yo sentado en uno de los sillones. Le agradecía infinitamente que hiciera esto. Aunque ahora, otro de los temores que tanto tenía invadía mi mente: ¿qué pasaba si Mauro cambiaba sus sentimientos por mí? De por sí, ya era demasiado pensar que no me correspondía. Ahora, tener que pensar que viera cómo charlaba con el sicario que más daño me hizo, me preocupaba. Se decepcionaría de mí y jamás llegaría a amarme por algún motivo.
Mi razón principal era atrapar a Ernesto. Pero la pregunta era, ¿para qué? Para poder ser libre, para poder amar y, sobre todo, para que nunca le hicieran daño a mi psicólogo favorito. Sentía una fascinación por Mauro: la forma en la que me escuchaba, me apoyaba, me sostenía. Conocía de él muy poco, pero él conocía todo de mí. Sabía que cuando pasara esa tormenta, debía poner las cosas de igual a igual, debía conocer a Mauro, sus miedos, sus temores y lo desconocido.
Traté de salir de mi ensoñación y dejar de ver su barba cuando me dijo:
—¿Vas a hablar?
Procedí a echar un suspiro, colocar mis manos en las rodillas y, adelante, el video comenzó a correr. Yo comencé con un ligero:
—Hola, padre. ¿Cómo te encuentras? Espero que bien. Estoy en Renacer, lo sabes a la perfección. Sé que ese de lentes negros que nos vigila eres tú, Hormiga. No voy a cometer ningún movimiento, pero sobre todo lo que te ruego y lo que te pido de la manera más atenta es que no toques a mi hermano, no toques a Renacer y no toques a Brenda. Prometo que si te mueves bien y me sacas de aquí, iré contigo a ocupar el puesto que me toca. Padre, créeme que te amo y no voy a traicionarte.
Ernesto observaba el video en su despacho, su rostro imperturbable. Mientras escuchaba las palabras de su hijo, sus ojos se entornaron, sopesando cada frase. Cuando el video terminó, soltó un suspiro profundo y apoyó los codos en el escritorio, uniendo las manos frente a su rostro. Hormiga, el hombre de lentes negros, permanecía en silencio en la esquina de la habitación, esperando instrucciones.
—Cristiano parece estar dispuesto a cooperar —dijo Ernesto, más para sí mismo que para Hormiga—. Pero quiero estar seguro de su sinceridad.
—¿Qué deseas que haga, jefe? —preguntó Hormiga.
—Mantén la vigilancia, pero no te acerques demasiado. No quiero que se sientan acorralados. Además, asegúrate de que el mensaje llegue a Renacer sin problemas. Quiero ver si siguen nuestro juego.
Hormiga asintió y salió de la habitación, dejando a Ernesto sumido en sus pensamientos
Conocía a mi jefe desde hace mucho tiempo. Era consciente de que las cosas le afectaban demasiado cuando se trataba de Cristiano. El hecho de que uno de sus hijos haya decidido tomar un rumbo de su vida completamente diferente del que él esperaba para ellos mismos era algo que lo había marcado y dolido de por vida. Es lo que sucedía con el hermano mayor de Cristiano: habían sido traicionarlo y elegir otro rumbo completamente diferente. Su primogénito, su luz, atracción y todo lo que el padre de Cristiano esperaba de él, no había sido cumplido en el hermano mayor. Contando con su hija, quien ahora no sabíamos a ciencia cierta si estaba en prisión o si estaba muerta, pues no había podido escapar al escondite. Mi jefe aún creía que estaba bien, pero no del todo. Yo no podía saber si estaba a salvo o no lo estaba. Sin embargo, tenía la clara certeza de que lo de Cristiano le afectaba más de lo que estaba dispuesto a aceptar.
Lo dejé clavarse en sus pensamientos mientras por mi mente recorrían varias cosas. Sabía que Cristiano tenía una nueva vida. Algo estaba comenzando y algo estaba por venir. ¿Cómo lo sabía? Porque quien dejó los mensajes era un hombre con barba, lentes, tez morena de menos de unos 28 años. Era obvio que Cristiano estaba moviendo sus fichas, pues tenía tan cerca a Renacer como fuera posible. Los tenía guiándose, y no era del todo errónea mi teoría de que tuviera a la casa moviéndose para protegerse. Él tenía la capacidad de mover a la gente con manipulación y cualquier otra cosa con tal de conseguirlo. Me pregunté qué habría sido de su vida en este tiempo. La verdad, me la he pasado escondido entre lugares y lugares. Ahora ya tiene 17, y fuimos encerrados entre los 15 y los 14, algo de lo que nunca voy a olvidar. Recuerdo cuando Cristiano me dijo que me entregara con él a la procuraduría en la espera de tener un futuro mejor. Pero yo me negué. Me negué porque creía seguir con su padre. Mi fiel lealtad me hacía quererlo y amarlo como el padre que nunca tuve. Sabía que si Cristiano no quería permanecer por las cosas que, según él, iban mal, mínimo yo debía hacerme cargo de Don Ernesto. Desde entonces estoy a su cargo.
Estamos en una casa de seguridad. Vivimos cómodamente bien. El dinero que tenemos ahorrado y lo poco que se mueve el negocio nos hace sobrevivir, pero es lógico: pronto Ernesto tendrá que tomar el lugar que le toca y volver a ocupar a su hijo en el puesto que tanto espera en que asumo yo. No sé si en este tiempo Cristiano esté listo o haya madurado. Mientras tanto, yo ruego que el tiempo pase rápido, pues deseo salir de ese encierro lo más rápido posible. Vivimos cómodamente en una casa chica de dos habitaciones, con escritorio, luz, electricidad y todas las comodidades. Armas y pistolas ocultas por toda la casa. Es una casa normal, donde aparentamos vivir bien, rodeados de vecinos que no saben quiénes somos ni de dónde venimos.
Me volvio a presionar para ver a Cristiano y me hizo preguntarme cosas nuevas. ¿Tendrá nueva pareja? ¿Se habrá enamorado? ¿Tendrá cosas nuevas en su vida? ¿Se acordará de mí todavía? ¿No habrá perdonado que lo haya olvidado o que no haya huido con él? Sé que eso es mentira, porque estoy segura que en este momento le están informando que he recogido ese paquete. Casi puedo ver sus rostros y su casa, y gritó ahogado, como si esperara ese movimiento. También sé que es más que obvio que sabe que el que está enviando los mensajes y recogiéndolos soy yo. Sabe que estoy aquí y con la clave de "extrañaste a tu marido". También lo sabe y lo sabrá. Ha de encriptado perfecto el mensaje. Puso como clave "conejo", a la espera de que su padre o yo fuéramos a adivinarla. Probamos con una que otra clave, pero aún recuerdo nuestra plática cuando éramos solo niños, cuando Cristiano dijo que lo que más le dolería es que le quitaran lo más preciado. También recuerdo la noche en que me reclamó por haber matado, o más bien, haber estado ahí cuando murió ese conejo, y dijo: "Me quitaste lo más preciado. La clave de odio que te doy a ti y a mi padre será 'conejo'". Con esa clave, hoy tenemos el mensaje descubierto. Versus rostro angelical de unos 17 años, y sé que muy pronto tendrá 18 y que, fabricados, habrá el peso que caerá bajo sus hombros. Me deja la incertidumbre de que si esta casa cálida y segura, tipo cabaña, será el momento perfecto para el encuentro.
De vuelta en Renacer, Mauro observaba a Cristiano con una mezcla de admiración y preocupación. Sabía lo difícil que era para Cristiano enfrentarse a su padre y a todo lo que representaba. Se acercó y le puso una mano en el hombro.
—Hiciste lo correcto —dijo Mauro con suavidad—. Sé que es difícil, pero estamos aquí para apoyarte.
Cristiano lo miró a los ojos, sintiendo una calidez reconfortante en su presencia. Las dudas y miedos se disipaban momentáneamente cada vez que Mauro estaba cerca.
—Gracias, Mauro. No sé qué haría sin ti. Este lugar… tú… me han dado más de lo que imaginé posible.
Mauro sonrió, sus ojos brillando con una emoción que trataba de esconder. La conexión entre ellos era palpable, y aunque las circunstancias eran adversas, había una chispa de esperanza en el aire.
—No estás solo en esto, Cristiano. No importa lo que suceda, no te dejaremos caer.
El reloj marcaba las 2 de la tarde y Fabiola regresó a la oficina con una sonrisa nerviosa.
—Bueno, ¿cómo va todo? —preguntó, tratando de aliviar la tensión.
—Estamos listos. El mensaje está en el contenedor —respondió Cristiano—. Ahora solo queda esperar.
Mientras esperaban, la tensión crecía en el ambiente. Cada sonido parecía más fuerte, cada movimiento más sospechoso. Sin embargo, el apoyo mutuo entre ellos era inquebrantable.
Horas más tarde, un ruido sordo se oyó fuera de la casa. Mauro salió a investigar y encontró un pequeño paquete en el contenedor de basura, justo como habían planeado. Lo llevó adentro y lo abrió con cuidado. Dentro, una nota y una pequeña caja negra.
La nota decía: "Lo vi. Manténganse en contacto. Ernesto."
Cristiano y Mauro se miraron, sabiendo que el juego había comenzado. Pero en ese momento, en medio de la incertidumbre y el peligro, encontraron consuelo el uno en el otro. La promesa de una posible libertad y el desarrollo de un nuevo amor les daba la fuerza necesaria para seguir adelante.
Cristiano sonrió tímidamente a Mauro.
—Gracias por todo, Mauro. No sé si te lo he dicho lo suficiente, pero te aprecio más de lo que puedas imaginar.
Mauro le devolvió la sonrisa y, con una mirada llena de determinación, respondió:
—Y yo a ti, Cristiano. Vamos a superar esto juntos, lo prometo.
Para ser exactos, quedaba un mes para mi cumpleaños número 18. Pronto todas las respuestas serían el buffet ante mi cabeza. No estaba dispuesto a esperar ni un minuto más ni un minuto menos. Las cosas se habían calmado tanto; sí, se había restringido un poco la tecnología, las salidas y la forma de seguridad, pero de ahí en fuera todo iba bien. No todas las personas sabían la situación con mi padre, excepto algunas personas como cuidadores o personas allegadas y, sobre todo, Mauro. Él sí conocía los detalles, conocía cada parte y estaba ahí para apoyarme.
En este poco tiempo no habíamos recibido ni siquiera una carta más, un mensaje más. Mi padre había desaparecido de la faz de la tierra. Parecía que no había pasado nada y que de la nada Ernesto nunca había existido, pero yo no me creía ese cuento. Estaba esperando a que nos confiáramos para darnos el movimiento, para ayudarnos, para confiar y para estar ahí para morder su anzuelo. Sin embargo, yo no hacía nada, solamente continuar con la rutina.
Las cosas estaban bien, estaban raras. Catherine y Camila estaban haciéndose muy cercanas, ese jueguito de hacerse novias a mí me daba miedo. En el fondo sabía que las dos habían sufrido mucho. Camila, con su falta de autoestima al decir que nadie podía quererla, se había convertido en mi persona favorita, algo así como lo que se conoce como una mejor amiga, tal vez. Y Catherine, Catherine había dejado de tener ataques de rebeldía. Sin embargo, la noche anterior todo se había vuelto una pesadilla cuando decidió rebelarse, empezar a romper vidrios y arruinarnos la noche sin dormir. En efecto, todo parecía un desastre total: yo con mi padre, Camila con un novio fingido, y Catherine, la más rebelde e inmadura.
No me había tocado ver a la presidenta del patronato de nuevo. Después de que entregamos el mensaje hacia mi padre, se retiró. Yo no hice más que despedirme de ella. Sin embargo, ahora no sé qué pasaba, porque por mi cabeza no dejaban de salir las palabras de Mauro. Cada mañana que lo veía llegar al turno me repetía una y otra vez:
—Aquí voy a estar, no estás solo.
Sí, decía que no solo yo estaba involucrado en lo de mi padre, sino que hasta él mismo. ¿Por qué se aferraba tanto a cuidarme si, según él, no estaba enamorado de mí? Aunque claro, no podía pedirle que estuviera enamorado de mí. Para enamorarse de alguien necesitas a dos personas. Yo creía que me dejara involucrarme en su vida, en su tiempo. Era la hora de conocer el pasado de Mauro, era la hora de conocer si sus promesas tenían frialdad o eran totalmente dignas o eran algo serio.
¿Cuál era su pasado? ¿Cuántas parejas había tenido? ¿Se consideraba gay? Pero era tan hermético que yo no tenía las ganas ni el humor de preguntarle. Pero ya sentía que teníamos la confianza. ¿Cómo era posible que él conociera todo de mí? Así que sin más, hoy mismo entablaré la conversación esperando que me resuelva pronto mis dudas, porque si no, septiembre se llegará y seguirá y todo seguirá igual. Verlo un día a la semana... aún no sabía si estaba dispuesto a seguir esa condena. De la nada decidí preguntarle, interrogar sobre su pasado, sobre su futuro. Sabía que no me iba a dar respuesta sobre lo que sentía su corazón, pero quería conocerlo. Pero tenía una barrera tan personal que no me dejaba entrar.
—Necesito saber si las promesas bajo la penumbra eran verdad —me dije a mí mismo.
Teníamos unas promesas bajo vigilancia, pero eso no impedía que yo conociera a Mauro o disfrutáramos del tiempo. Sin embargo, tenía miedo de que al conocerlo una parte de mí se diera cuenta de que lo nuestro es imposible y me pidiera alejarme de él. Tenía miedo de que conocerlo me enamorara más, que ya no pudiera dejarlo ir. Para mí, aunque me habló el mayor, su atracción y su forma tan mental y tan hermética de tratarme me hacía sentir que había sufrido demasiado, y eso me hacía sentir mejor de una u otra manera diferente.
Sin embargo, con Mauro todo era diferente. ¿Sería la capacidad de escucharme, darme apoyo, no soltarme? Tenía una capacidad mental enormemente buena, pero ¿cómo habrá hecho para conseguirla? ¿Lo habrán lastimado? ¿Habrá visto un verdugo en su vida que lo ha dejado como hasta ahora? ¿Habrá sufrido tanto como yo y es por eso que tiene una capacidad mental? Él conoce toda mi historia y justo no será que yo no conozca toda su verdad. Aunque eso tal vez me pueda decepcionar, porque me puede hacer ver que no vamos a estar juntos ni siquiera tengo una oportunidad.
Mientras pensaba en todo esto, Mauro se acercó y dijo:
—Tenemos que hablar.
El tono de su voz me hizo detenerme. No era usual en él ser tan directo, menos con ese aire de gravedad que ahora traía.
—¿Qué pasa, Mauro? —le pregunté, tratando de sonar casual aunque mi corazón latía con fuerza.
—Es sobre tu padre, —dijo, con una mirada que no dejaba lugar a dudas sobre la seriedad del asunto.
Sentí un escalofrío recorrerme la espalda. Durante meses, había tratado de enterrar el dolor y la incertidumbre de no saber qué había pasado con él, de dónde estaba y si estaba bien. Pero ahora, de repente, todo eso estaba a punto de desenterrarse.
—¿Qué sabes? —pregunté, apenas logrando mantener la voz firme.
Mauro respiró hondo y me miró directamente a los ojos.
—Hay alguien que dice tener información sobre él. Quiere reunirse contigo.
Sentí que el suelo se movía bajo mis pies. La posibilidad de obtener respuestas, de saber qué había sucedido realmente con mi padre, era algo que había deseado durante tanto tiempo, pero también algo que temía profundamente.
—¿Quién? —pregunté.
—No lo sé —admitió Mauro—. Solo me dejaron un mensaje anónimo. Pero creo que vale la pena investigarlo.
Durante los días siguientes, la espera se hizo insoportable. Mauro y yo planeamos la reunión con cuidado, tomando todas las precauciones necesarias. Mientras tanto, traté de seguir con mi rutina diaria, aunque cada momento libre lo pasaba pensando en la posibilidad de que finalmente pudiera obtener respuestas.
Catherine y Camila notaron mi nerviosismo. Camila, con su forma dulce y empática, trataba de animarme mientras Catherine, aunque seguía siendo la rebelde de siempre, parecía más preocupada por mí de lo que quería admitir.
Finalmente, el día de la reunión llegó. Mauro y yo nos dirigimos al lugar acordado, un café discreto en un barrio tranquilo. Mientras esperábamos, mi mente estaba llena de preguntas y temores. ¿Qué me dirían? ¿Podría confiar en esta persona? ¿Y qué haría con la información una vez que la tuviera?
La puerta del café se abrió y un hombre entró. Era alto, con barba y lentes, justo como en la descripción del mensaje anónimo. Se acercó a nuestra mesa y se sentó sin decir una palabra al principio. Sus ojos, ocultos tras las gafas, me observaban con una intensidad que me hacía sentir incómodo.
—¿Eres tú el que quiere información sobre Ernesto? —preguntó finalmente, su voz grave y baja.
Asentí, sintiendo cómo la tensión aumentaba.
—Sí, soy yo.
El hombre hizo una pausa, como si estuviera sopesando sus próximas palabras.
—Tengo información —dijo finalmente—, pero no será fácil de escuchar.
Sentí que mi corazón latía aún más fuerte. Mauro me dio un apretón en el brazo, como para darme fuerza.
—Estoy listo —dije, aunque no estaba seguro de si eso era cierto.
El hombre empezó a hablar, su voz llenando el pequeño espacio entre nosotros. Lo que me contó fue más de lo que jamás podría haber imaginado. Traiciones, alianzas rotas, secretos oscuros... Todo lo que había pensado que sabía sobre mi padre y su desaparición se desmoronaba ante mí.
—Esto es solo el comienzo —dijo el hombre al final—. Si realmente quieres respuestas, tendrás que estar preparado para enfrentar mucho más.
Me quedé en silencio, tratando de asimilar todo lo que había escuchado. Mauro me miró con preocupación, pero también con una determinación que me dio fuerza.
—¿Estás bien? —preguntó, su voz suave y reconfortante.
—No lo sé —admití—. Pero sé que no puedo detenerme ahora.
El hombre nos dejó con más preguntas que respuestas, pero también con una dirección, un nombre y una promesa de que esto no era el final, sino solo el comienzo de un largo y difícil camino hacia la verdad.
Mauro
Estábamos a mitad de semana y yo no podía creer lo que estaba haciendo. Le estaba diciendo a la coordinadora de Renacer lo que quería hacer.
—A ver, ¿me estás diciendo que hace bastante tiempo el padre de Cristiano no manda mensajes, y ahora me dices que no mandó un mensaje a Renacer como tal, pero que mandó un mensaje a tu celular y que un tipo anónimo, que ni siquiera sabemos si es el padre de Cristiano, te quiere dar información? Por favor, no le notifiques a nadie —le dije por cuarta vez—. Quiero llevar a Cristiano a que se reúna con esta persona misteriosa. Puede que sea el que está recogiendo los mensajes. No vamos a ir armados y el tipo parece ser un policía, un soplón o alguien que estuvo cerca de su padre. Así que por favor, a nadie le conviene matar al nuevo líder. Solamente ayúdanos y déjame sacar lo de la casa y los niños. No va a haber nadie a quien tenga que cuidar, solamente Camila, pero creo que podremos dejarla sola.
Estábamos en el café. La reunión con el tipo transcurrió. Cristiano parecía absorto en sus pensamientos. Le pregunté:
—¿Estás bien?
Pero lo que más me sorprendió fueron las palabras que salieron de su boca. No fue nada sobre su padre ni nada que me doliera. No fue nada de la reunión ni del café. Soltó un suspiro después de que le pregunté por cuarta vez "¿Estás bien?" y casi en un susurro, abrió un poco los ojos y me dijo:
—Mauro, necesito conocerte. Necesito saber de ti. Necesito saber quién eres.
La intensidad en su mirada me dejó perplejo. Durante todo este tiempo, habíamos estado trabajando juntos, enfrentando desafíos y protegiendo secretos, pero esta solicitud repentina de Cristiano me hizo preguntarme qué más podría estar en juego. ¿Qué estaba escondiendo? ¿Por qué ahora sentía la urgencia de conocerme más profundamente?
Antes de que pudiera responder, su expresión cambió, como si un pensamiento súbito le hubiera atravesado la mente. Guardó silencio, mirándome fijamente como si buscara algo en mis ojos.
—Mauro, hay algo más que necesito contarte —añadió Cristiano, con un dejo de seriedad en su voz.
La tensión en el aire se hizo palpable. Los segundos se extendieron mientras yo esperaba que revelara qué era lo que realmente le estaba perturbando. La idea de que mi propio papel en todo esto podría ser mucho más profundo de lo que había imaginado comenzó a tomar forma en mi mente.
—Pero antes —continuó Cristiano, interrumpiendo mis pensamientos—, necesitamos resolver lo que descubrimos hoy. Esa persona tiene información clave sobre mi padre, y debemos actuar con cautela. No podemos permitirnos cometer errores.
Asentí en silencio, comprendiendo la gravedad de la situación. Sabía que cada movimiento que hacíamos ahora podría cambiar el curso de nuestras vidas y las vidas de aquellos a quienes protegíamos.
El café estaba casi vacío a esa hora de la mañana, excepto por unos pocos clientes dispersos que parecían absortos en sus propios asuntos. Sin embargo, en nuestra mesa, la energía era tensa y cargada de expectativas.
—Mañana a esta misma hora, nos reuniremos de nuevo aquí para planificar nuestro siguiente paso —propuso Cristiano, rompiendo el breve silencio.
Asentí nuevamente, sintiendo que el peso de lo desconocido se asentaba sobre mis hombros. Esta nueva dirección que tomaba nuestra misión podría revelar verdades que preferiríamos no enfrentar, pero sabía que no podíamos retroceder ahora.
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