Me hizo suyo
Capítulo 40
Los celos no eran algo cordial, mucho menos en este momento. A lo lejos, mientras observaba a Mauro y a Cristiano, acostados sobre la manta y riéndose, vi su rostro de niño pequeño y angelical. En el momento en que Mauro le obsequió la caja y Cristiano sacó un collar con una luna y una letra, me hizo recordar la canción que Catherine solía escuchar: "Saturno". Esa canción representaba también este momento. Sin embargo, no podía hacer nada. En el rancho había dos habitaciones; yo dormiría en la de arriba y Mauro y Cristiano en la de al lado. Parecía estar al pendiente de mí, pero al mismo tiempo cuidaba de él.
En el rancho había un señor que nos ayudaba con lo que necesitábamos y nos trajo comida. Entre más tarde era, se fue retirando. Llegamos al rancho a eso de las 12. Platicamos, charlamos, comimos y vimos una película. A medida que anochecía, Mauro y Cristiano se fueron apartando. Le dio un regalo, conversaron y se rieron. Intentaron incluirme, pero la verdad, yo sentía que era el mal tercio. Me aparté poco a poco en espera de que algo pasara. Sin embargo, los vi caminar hacia las caballerizas, darle su obsequio y hacer una que otra cosa. Cerré los ojos esperando que a la mañana siguiente estos dos vinieran como una completa rosa. Me fui a dormir con la melancolía. Pues, en alguna parte de mí, deseaba con todo mi corazón estar en sus zapatos. Verlos recostarse y abrazarse a la luz de las estrellas era algo que deseaba y que yo también necesitaba. Lástima que la persona que amaba estaba muy lejos. En comparación, tan inoportuna era la vida. Solo una de las parejas podía obtener lo que tanto quería. Solo una de las parejas podía amarse. En este caso, los ganadores eran Mauro y Cristiano. ¿Por qué nosotros no? ¿Por qué nosotros no merecíamos vivir eso? O más bien, ¿por qué yo era tan desgraciada que no permitía vivir mi amor? Era tan mala y me sentía tan perdida que no merecía vivir nada. Me clavé en mi libro cerrando los ojos, esperando a que mañana me dieran los pormenores de esta novela romántica y mínimo alguien de los dos lo disfrutara.
—Me duele que te duela cualquier cosa que embargue tu sufrimiento. Trataré de quitártela —dijo Camila, observándonos como si quisiera estar en nuestro lugar.
Se alejó.
—Siento que estamos derramando miel enfrente de su cara, es como comer pan enfrente de los pobres cuando su herida por Catherine aún está latente.
—Lo entiendo, pero si no aprovechamos esta oportunidad no tendremos otra —contestó Mauro—. Son las 10, ¿te quieres ir a dormir"?
—Claro que no. Aunque estoy cansado de todo lo que hicimos porque fui el único que nadó, vi películas, estuve escuchando libros, música, corrí y jugué con los patos. Me gustaría montar mañana antes de irnos. Creo que nos iremos algo así como a las 12 o 1 porque supuestamente por el cambio de planes y lo de las cucarachas, irán por Catherine hasta en la tarde. Excelente.
—Y Brenda desea que Camila se despida también. Pobre chica —le dije.
—¿Por qué le preguntaste? No se pueden despedir y ni siquiera han vivido su romance como es debido. Me duele por ellas porque, en el fondo, somos egoístas. Me siento mal porque estamos viviendo lo que ellas quieren vivir y ninguno de nosotros lo tiene permitido. Los dos eran romances ilegales y me parece imposible que el destino sea tan injusto que solamente una de las parejas lo esté pudiendo vivir.
—No te sientas culpable, cariño.
—Cariño... —me sorprendió.
—¿De qué te sorprendes? Soy tu pareja, ¿no?
—Sí, Mauro, pero estoy acostumbrado a que me trates como un niño y que ahora me digas palabras bonita
—Y eso que solo te dije cariño.
—Mauro, o sea que puedes ser tierno. O sea que en verdad te importo.
—Claro, Cristiano. Estoy enamorado de ti. Es algo que, a estas alturas de nuestra relación, no deberías dudar.
—¿Cuándo te comenzaste a enamorar de mí?
—La verdad no lo sé. Lo desconozco y no estoy muy seguro, pero sospecho que fue la vez que tenías fiebre o te abracé por la espalda. Siempre me gustó tu físico y tenía un deseo inagotable de protegerte cuando las cosas empezaron en Renacer. Hemos pasado momentos difíciles y bonitos al mismo tiempo —dijo Mauro encarnando una ceja.
—Lo sé, y sobre todo esta tarde fue maravillosa —continuó el chico.
Sus palabras me hicieron entrar en los recuerdos. Bajamos de la camioneta, empujé la silla de Camila, caminamos y convivimos. Cristiano se puso un short; amaba el nado, se puso a nadar como un loco y Camila No dijo nada, solamente nos dejó charlar. Comimos hamburguesas que el velador del rancho nos trajo. Luego nos dijo que había dos habitaciones, una al lado de la otra. Había un cuarto con catres, ninguno estaba acondicionado. Dijeron que había una cama y un colchón inflable. Camila dijo que la cama estaba muy alta para subirse, así que decidió dormir en el colchón inflable. Eran habitaciones chiquitas, diminutas y completamente pequeñas, pero mínimo había algo para dormir adentro del rancho. Después, nada más comimos, charlamos, hicimos reto de adivinanzas y jugamos Jenga. Cristiano nadaba y corría de un lugar a otro sin deseos de nada. Por un minuto parecía un niño normal, un adolescente que no tenía ningún problema. El apellido no pesaba sobre sus hombros y por primera vez se sentía pleno y seguro con él. El rancho era acogedor, amueblado, distante, ajeno. Era un buen lugar para pasar un día de campo, pero no para dormir si no estuviera acompañado de estas dos personas. Viajar solo me daría miedo después de las 7. Deberían darnos un poco de quesadillas calientes. Quique, el velador, dijo que se iría y que nos deseaba buena suerte. Como se la pasó nadando, al niño se le quedaron las ganas de montar. Camila y yo charlamos mientras él nadaba. Me contó que sentía que estaba enamorada de Catherine, pero que era más protección física o necesidad de protección. Estaba confundida entre si era lástima o simplemente su idea de proteger a la gente. Simplemente sentía que en Catherine podía ver a la Camila de hace unos años y que era una confusión. No tenía muy claro qué era, pero yo sabía que esa atracción física y esa forma de mirarse se habían enamorado. De sus enormes pláticas de Harry Potter, de sus tiempos, de sus juegos, de todo. Camila conocía cosas que a mí, como terapeuta de Catherine por bastante tiempo y sobre todo como cuidador, me había costado años averiguar. Y ella, en tan solo unos meses, ya tenía muy claro todo. Tenía claro sobre el maltrato de su abuela, sobre sus gustos y pasatiempos, su capacidad intelectual y mental, la sertralina, la trazodona y cada uno de los medicamentos que ella tomaba. Eran conocidos por Camila. Me costó ver que muchas veces tuvo la necesidad de romper las reglas. Pues en varias ocasiones, cuando se encontraba, ahora de fiesta, no regresaba o se quedaba con una amiga. Conocía su cuerpo y decía que siempre la miraba con admiración. Ahí es cuando en mi cabeza cabía la posibilidad de que Catherine solo jugara con nuestras mentes. Pues, en teoría, podía controlar sus cambios emocionales. ¿Por qué nunca atacó a Camila? ¿Por qué nunca la besó? ¿Por qué nunca se aprovechó de tenerla completamente vulnerable en el baño? Hubieran podido llegar a tener algo más mientras Camila y Catherine estaban en el baño completamente solas. Así que Catherine la asistía. ¿Por qué no aprovecharse de la situación y tener sexo en uno de esos momentos? Claro que no, eso jamás se permitiría en la moralidad de Catherine, pues ella sabía que podría resultar la niña perjudicada. Pero en su afán de creerse mala, prefería dejarla sola, irse para siempre y no volver. No volver a estar con ella porque sus cambios de humor, su necesidad y ansiedad, su dolor y sufrimiento que proyectaba a través de las cortadas y sus tendencias podrían hacer que Catherine cambiara de parecer y lastimara a los que más ama. Por eso se alejaba.
—¿En qué demonios piensas? —preguntó saliendo del agua.
—Otra vez sigo sin creer que la estés pasando bien. Camila ya se fue y pues estaba contigo. Quería nadar y me diste mi regalo —dijo tocando la medalla que ya tenía colgada—. Bueno, en teoría no es medalla, es como un collar. Espero no te moleste porque no es muy de machos. Solamente quería mojarme un poco para bajar la temperatura.
—El tiempo está templado, ¿no te parece? —dijo Mauro.
—Sí, supieras lo que siento cada vez que me tocas. Además, cuando viste partir a Camila, te perdiste en tus pensamientos y no quise interrumpir.
—Pensaba en todo lo que ha pasado, entre nosotros, en todo lo que tú has causado en mi vida.
—¿Yo he causado? —preguntó—. Pareciera que no estás enamorado de mí.
—¿En serio lo dudas? Le acabo de revelar a mi familia que soy gay, algo que no me había impulsado a hacer. Noche le dije a mi hermana Verónica que tú existías.
—¿Y qué pasó? ¿Tu familia te aceptó? —preguntó Cristiano.
—Sí, pero quiero que dimensiones todo lo que he hecho por ti, o mejor dicho, lo que has causado en mí, lo que este amor me ha impulsado a hacer —dije sentándome a su lado —. Me impulsaste a decirle a mi familia la verdad. Me impulsaste a ponerle límites a Gastón. La otra versión de mí hubiera corrido hacia él en cuanto le pidiera perdón porque seguía enamorado, pero yo ya no pude porque existes tú.
—Ah, y por cierto —dije agregando un tono serio—. Mi hermana quiere que te lleve en Navidad.
Cristiano sonrió.
—Perdón, sé que hace rato te dije qué demonios, pero tengo miedo que pienses en él.
—¿Quieres caminar? —pregunté, tomando su mano.
Era fascinante tener una caminata de noche con mi pareja cerca de las caballerizas.
—Mauro —dijo Cristiano.
Lo miré. Miré sus ojos oscuros como la noche en un ambiente que nos hacía sentir como en una noche estrellada y acogedora, siendo nuestro único acompañante.
—Dime.
—Deseo que no te sientas inseguro. Deseo que te sientas seguro de que solamente estoy contigo. Por favor, Gastón es pasado y no encuentro otra forma de demostrarte lo que siento que no sea esta —dijo, acercándose y mordiéndome apasionadamente.
Acaso lo que tanto anhelaba estaba por suceder. Mauro iba a tocarme. Empujó la puerta de la caballeriza y entramos. Había un par de velas, unas copas y unos platos. Las copas tenían vino y una cobija tendida.
—¿Nos podemos acostar aquí? —dijo, sentándose sobre la cobija que estaba puesta.
—¿Esto es para mí?
—Sí, lo hice mientras Camila te distraía.
Abrí los ojos. ¿Cómo era posible? Había una cobija en la que pudiéramos enredarnos, había velas y una pequeña bocina en la que sonaba una canción romántica. En ella había sándwiches tostados.
—Sé que ya cenaste, pero quería que disfrutáramos este momento y quiero darte tu primer alcohol legal —me reí, pues aún seguía creyendo que era un niño pequeño.
Estábamos sentados frente a frente. Tomó mis manos y colocó su mano en mi rodilla.
—Sé que tú quieres algo y yo también lo anhelo. Y sé que no habrá otra manera de demostrarte lo que siento que no sea esto —dijo Mauro.
La música de fondo sonaba. Era algo así como una melodiosa sinfonía que se mezclaba con la voz diciendo un amor que se anhelaba tanto. De cuando extrañas a alguien, contigo me sentía bien.
Comenzó Mauro a seguir la letra:
—De pronto en mi vida simple fuiste un milagro. Apareciste cuando no necesitaba nada. Contigo no hay un día gris ni noches frías antes de dormir. Me haces reír. Contigo no van a morir de hambre ni de sed mis labios.
Me reí. La ansiedad y el calor sobre mi cuerpo me enredaban cada vez más. Acaso iba a suceder.
—Contigo todo parece un lugar amable —dijo Mauro continuando—. He de confesar que volteé la canción al revés. Es de despecho, pero tú eres mi canción verdadera. Y justamente por eso odio amarte como te amo. Odio amarte porque no puedo dejarte. Odio amarte. Quiero penetrarte y que tu interior quede en mi esencia. Cada parte de mi ser debe ser recorida por tus labios.
Ver en esta faceta a Mauro confesando sus sentimientos por mí era algo que había anhelado tanto. Pero la pregunta seguía siendo: ¿Mauro me haría el amor?
Mauro se acercó a mí con una determinación que no dejaba espacio para dudas. Sus ojos, oscuros y llenos de deseo, se clavaron en los míos, y sentí un estremecimiento recorrer mi cuerpo. Sin pronunciar palabra, Mauro posó una mano firme en mi nuca, atrayéndome hacia sí en un beso profundo y ardiente.
Las manos de Mauro comenzaron a explorar mi cuerpo, deshaciéndose de mi playera y dejando al descubierto la piel caliente y ansiosa. Respondí al toque de Mauro, pero era claro que esta vez no era yo quien llevaría el control.
—Espera. ¿Estás seguro? —le dije.
Él se detuvo por un segundo a contemplar mi torso desnudo y luego dijo:
—Sí, lo estoy. Quiero hacerlo, necesito hacerlo.
—¿Por qué? —le pregunté.
—Porque lo anhelo, porque lo deseo, porque te necesito.
Escuchar esas palabras de la boca de Mauro me dejó sin aliento. Él me necesitaba. ¿Cómo explicarle que era algo que yo anhelaba desde hace bastante tiempo?
—Pero si tú no quieres, lo entenderé —dijo Mauro.
—Claro que quiero, llevo pidiendo esto demasiado tiempo —respondí, sonriendo.
Mauro se movía con una mezcla de pasión y ternura, sus labios descendiendo por mi cuello, dejando un rastro de besos y caricias. Me guió hacia la cobija, empujándome suavemente sobre esta. Con la respiración entrecortada, lo observé con ojos llenos de deseo y anticipación. Mauro se detuvo por un momento, admirando mi figura antes de continuar. Con movimientos seguros, se deshizo de la ropa que quedaba entre nosotros, y nuestros cuerpos finalmente se encontraron sin barreras.
Jadeé cuando sentí las manos de Mauro recorriendo mi cuerpo, sus dedos rozando suavemente la piel antes de detenerse en mis caderas. Mauro se inclinó sobre mí, sus labios volviendo a encontrarse en un beso lleno de promesas. Mientras nuestros cuerpos se alineaban, sentí la firmeza del miembro de Mauro presionando contra mí, una anticipación que me hacía temblar.
Con una mezcla de cuidado y urgencia, Mauro me posicionó y comenzó a entrar lentamente. Dejé escapar un gemido, mi cuerpo tensándose momentáneamente ante la invasión antes de relajarse y aceptar la presencia de Mauro. La sensación de llenura era intensa, una mezcla de dolor y placer que me hizo aferrarme a Mauro con más fuerza.
A medida que Mauro se movía dentro de mí, sentía cada empuje como una ola de sensaciones que me envolvía. Los movimientos de Mauro eran rítmicos, profundos, cada vez más intensos a medida que la pasión entre ambos crecía. Me encontré moviéndome al unísono con él, nuestros cuerpos fusionándose en una danza de deseo y éxtasis.
El cuarto se llenó de susurros y gemidos, una sinfonía de placer compartido. Mauro aceleró el ritmo, cada embestida llevándome al borde de la locura. El calor entre nosotros era casi insoportable, cada contacto, cada roce, una chispa que encendía el fuego dentro de mí.
—Mauro... —susurré, tratando de encontrar palabras entre gemidos—. Eres... eres todo lo que necesito.
Finalmente, el clímax llegó como una explosión de sensaciones, ambos cuerpos temblando y convulsionando al unísono. Mauro se dejó caer sobre mí, ambos respirando con dificultad mientras el éxtasis se disipaba lentamente, dejándonos enredados, satisfechos y más conectados que nunca.
—Te amo, Mauro —dije, rompiendo mi fachada dura y permitiéndome ser vulnerable.
Mauro me miró, sus ojos llenos de ternura.
—Yo también te amo, Cristiano. Siempre lo haré.
Nos quedamos contemplando el panorama. La madera de la cabaña nos acompañaba; fue magistral. Volteé los ojos, mirando a Mauro, el cual se encontraba desnudo y apenas cubierto con la sábana.
—¿Cómo fue que trajiste todo? ¿Trajiste las cobijas? ¿Trajiste cosas? —pregunté.
—Lo planeé. Planeaba acostarme a dormir aquí contigo. No iba a suceder nada que tú no quisieras —respondió Mauro.
—¿Te das cuenta de que me hiciste el amor?
—Sí, pero nada fue forzado. No te obligué, ¿o sí?
—Claro que no, Mauro. Disfruté mucho esto. Creo que nadie me había tocado como tú.
En mi piel aún se daba la esencia de él, en mi piel aún quedaba el aroma de sus labios, en mi piel aún quedaban los besos y caricias.
Mauro se rió un poco y continuó:
—Es en serio, parece raro, ¿sabes? Solamente he tenido intimidad con un hombre. Esperaba poder hacerte sentir único y especial. Esperaba poder tocarte como ningún otro lo ha hecho.
—Espero en algún momento poder tomar yo la pauta y enseñarte mis trucos y mis fantasías.
—¿Has estado con muchos hombres?
Me avergoncé pues su pregunta me tomó por sorpresa.
—Estuve con el entrenador de tiro, que resultó ser el hermano de Daniel, el procurador.
— El que tanto te defiende.
—¿Él lo sabe?
—No le contesté.
Los dos nos encontrábamos envueltos en esa vieja cobija, pero disfrutábamos del momento, de sentirnos piel con piel.
—Gracias, Mauro —le dije.
—¿Por qué?
—Por haberme hecho el amor, por haber estado conmigo, por disfrutar, por estar ahí quietos y, sobre todo, por darme algo tierno.
—Me sorprendió mucho —continuó Mauro— que tú, teniendo esa careta de duro y, sobre todo, estando completamente desnudo y mostrando tu piel completa, hayas dicho "te amo" y cosas tan bonitas mientras estaba en ti.
—¿Pues qué dije? —pregunté con la ceja enrojecida—. Ya no lo recuerdo.
—Ah sí, ahora resulta que por el cansancio se te olvida. Pues me dijiste que me amabas, Cristiano. Me dijiste que yo pintaba tu mundo de mejor manera. Me dijiste que me amabas.
—Eso es cierto —contesté mirándole a los ojos—. Te amo. Te amo como a ningún otro hombre. Es por eso que mi forma de demostrártelo es poniéndome celoso porque no soporto la idea de que otro te toque de esta manera. No quiero que nadie más vuelva a llenar tu cuerpo de besos y quiero hacerte el amor para ser yo la persona que te recorra la piel completamente. Quiero hacerte el amor para dejar marcado en ti mi esencia, para diseñar un camino que sea indecible para los demás.
Ver a Cristiano en este estado de vulnerabilidad me hizo pensar cuánto me amaba este chico para decir tales cosas, cuánto era capaz de llegar a sentir por mí. ¿Por qué no lo había encontrado antes?
Me miró, me abrazó y me dedicó un beso en los labios.
—Quiero devorarme tu esencia, Mauro. Deben ser por ahí de la 1 de la mañana. Voy por agua.
Afuera de las caballerizas, cerca de donde estábamos, había un techo. Eso simplificaba que había una barra con un refrigerador. Lo único que había era agua fría. Me coloqué el bóxer y salí caminando por la noche sin nada más puesto. Cristiano me esperaba, pero para mi sorpresa ya se encontraba abrazándome por la espalda.
—Te dije que venía por agua. Necesito recuperar fuerzas.
—¿Y si ahora te demuestro de lo que soy capaz? —le dije levantando una ceja.
—Está bien, niño bueno. Solamente déjame respirar un poco.
—¿Por qué decidiste hacerlo? —preguntó Cristiano, y mi sorpresa no paraba de llegar—. Jamás pensé verte en este momento.
—Después de que le dije a mi hermana que existías, empezó a usar la palabra "cuñadito". Me decía: "Mi cuñadito esto, mi cuñadito aquello", y me dijo: "Tráelo para Navidad". Me di cuenta de que vida solo tenemos una. Quiero vivir y, sobre todo, quitarte las dudas del fantasma de Gastón. Quería demostrarte con mi piel, con mis actos y no con palabras, lo mucho que te amo, Cristiano. Así que decidí quitarme lo mojigato. No creas que no lo dudé; estaba temblando, estaba furioso, no quería fallarte.
—Pues no lo hiciste —contesté—. Y estoy satisfecho.
—Mauro —dijo Cristiano de nuevo.
—Sí —respondí.
—No nos cuidamos.
—Lo sé, pero no quería que te doliera. Sé que has estado con muchos hombres, pero si algo resulta como una enfermedad, quiero que sepas que fue decisión mía y no tienes por qué sentirte culpable.
—No, tranquilo. Cada una de mis parejas con las que tuve relaciones me cuidé, hombres y mujeres principalmente, y tengo el conteo de con quiénes estuve. Con los hombres, no siempre los obligué a ponerse protección y nunca lo hice en estado de ebriedad, ni siquiera cuando estaba con mi padre. Pero pensé que al no cuidarnos podrías tener algún tipo de miedo.
—No lo tengo, Cristiano. Si lo hice de esta manera fue porque no quería que te doliera más. Además, creo que por el frenesí del momento ni siquiera lo traje. En mis planes no estaba pasar esto contigo, pero después de lo que pasó en Renacer con Gastón y todas sus indirectas, lo que quiso hacer para provocarte y cómo te controlaste, decidí dejar de controlarme y darte un premio por ser esto.
—¿O sea que me gané el premio por controlarme?
—No, te ganaste el premio porque demostraste ser un poco maduro. Me diste la confianza que necesitaba para saber que ya era el momento de entregarme completamente a ti. Me diste la confianza para saber que, a pesar de que eres más joven, tienes la madurez para manejar la situación. No caíste en provocaciones de Gastón, y eso es algo que te voy a agradecer toda la vida. Pues se podría arruinar la situación. Además, después de quitarme la carga con mi familia y haberle dicho a mi hermana de tu existencia, me di cuenta de que la vida es muy corta como para no gozarla. ¿No te parece? Aparte, no tendríamos otra oportunidad, así que esta fue magnífica.
Cristiano se subió a la barra y yo estaba parado enfrente de él. Poco a poco comenzó a besarme.
—¿Quieres otro round? —le dije con sarcasmo.
—Tú ya tomaste el liderazgo. Ahora voy yo —contestó.
La noche era nuestra y cada segundo que pasaba se sentía como un regalo precioso que no quería perder. Cristiano estaba delante de mí, su mirada intensa y sus manos firmes sobre mis hombros. Sus besos eran una mezcla perfecta de pasión y ternura, encendiendo cada fibra de mi ser.
Sentí su fuerza cuando me empujó ligeramente contra la barra, sus manos recorriendo mi cuerpo con una firmeza que me hacía estremecer. Era rudo en sus movimientos, pero había una dulzura implícita en cada toque, una promesa silenciosa de cuidado y protección. El ambiente estaba cargado de una energía palpable; la cocina se transformó en nuestro santuario, cada rincón impregnado de deseo y anhelo.
Cristiano me miró a los ojos, sus labios apenas rozando los míos, y susurró con una voz profunda y grave, "—Mauro, eres todo lo que he deseado."
Mis manos temblaban mientras deslizaba mis dedos por su espalda, sintiendo los músculos tensarse bajo mi toque. Lo deseaba de una manera que nunca antes había experimentado. Bajé lentamente, mis labios trazando un camino de besos sobre su piel, hasta llegar a su abdomen. Su respiración se volvió más pesada, y un gemido suave escapó de sus labios.
Me arrodillé ante él, mirándolo a los ojos Quería que sintiera cada segundo, cada caricia, como una declaración de mis sentimientos. Tomé su miembro en mis manos, sintiendo su dureza pulsando contra mis dedos, y lo envolví con mis labios. Su sabor era embriagador, su fuerza inquebrantable, y cada movimiento de su cadera me llenaba de una mezcla de placer y adoración.
Cristiano era rudo, fuerte, y su forma de tratarme era electrizante. Cada vez que su mano se enredaba en mi cabello y me empujaba más cerca, sentía una ola de éxtasis recorrer mi cuerpo. Era una danza entre la sumisión y el control, una balanza perfecta de poder y entrega.
Cuando finalmente subí de nuevo para enfrentarme a él, mis labios hinchados y mis ojos llenos de deseo, supe que era el momento de confesarle la verdad. "Cristiano," susurré, mi voz entrecortada por la emoción,
—"No puedo seguir con Gastón. Ya no lo amo. Tú eres todo lo que quiero en mi vida."
Su mirada se suavizó, y por un momenato, el mundo se detuvo. Las palabras parecían flotar en el aire entre nosotros, cargadas de significado y promesas. Cristiano me tomó el rostro entre sus manos, su mirada penetrante y llena de una ternura que me dejó sin aliento.
—"Mauro," dijo finalmente, su voz quebrada por la emoción, "Tú eres mi vida. No hay nadie más que desee tener a mi lado."
El resto de la noche fue una mezcla de pasión y susurros dulces. Nuestros cuerpos se entrelazaron, moviéndose al unísono, cada toque y cada beso llenos de amor y devoción. La cocina, con sus luces suaves y la calidez de nuestros cuerpos, se convirtió en el escenario perfecto para nuestra unión. El tiempo parecía detenerse, y en esos momentos, supe que había encontrado mi hogar en los brazos de Cristiano.
Ella y yo éramos más que un cuidador para los dos, y Camila era mi amiga. En ocasiones, me decía que era su padre adoptivo. Disfrutaba mucho sabiendo que necesitaba nuestra compañía y que nada de esto podría apagar, como trago amargo, la felicidad que hoy sentía. Seríamos el sostén y su pilar para que juntos cumpliéramos nuestros sueños y avanzáramos. Los besos serían el recuerdo latente de que todo se puede y nos darían la fuerza para enfrentar lo que viniera. Hoy, Cristiano había sido mío y ese sería un recuerdo que quería recordar y preservar por siempre. Aunque las consecuencias fueran demasiado fuertes, sería feliz porque hoy me enamoré. Tengo una persona divina y podré vivir y cerrar los ciclos que tenga en esta vida. Enfrentaré a Gastón con valor y viviré con la fuerza del amor que me da tener a Cristiano a mi lado. Quiero que sea mi fiel compañero. No me arrepiento de tenerlo.
Cristiano se levantó primero y se dirigió hacia la puerta, dejándome unos segundos a solas con mis pensamientos. Sentía una mezcla de emociones: amor, miedo, y una extraña paz. Lo que habíamos compartido esa noche era algo que nunca podría olvidar.
Cuando Cristiano regresó, su mirada estaba llena de determinación.
—Mauro, sé que tenemos mucho que enfrentar, pero juntos podemos con todo. No quiero perderte por nada del mundo.
Me acerqué a él, tomé su rostro entre mis manos y lo besé suavemente.
—Yo también te amo, Cristiano. Juntos seremos fuertes. Vamos a enfrentar lo que venga y a luchar por lo nuestro.
Nos abrazamos con fuerza, como si ese abrazo pudiera protegernos de todo lo que vendría. Sabíamos que no sería fácil, pero estábamos dispuestos a intentarlo.
Esta noche marcó un antes y un después en nuestras vidas. Mauro se recostó en su cama, recordando cada beso, cada caricia y cada palabra que había compartido con Cristiano. Cerró los ojos y permitió que los recuerdos lo inundan, sintiendo la melancolía y el anhelo en su corazón.
Sabía que el camino sería difícil, pero por primera vez en mucho tiempo, tenía esperanza. Esperanza de un futuro lleno de amor y de la compañía de Cristiano, su fiel compañero. Con un suspiro, Mauro se dejó llevar por el sueño, sabiendo que, pase lo que pase, siempre llevaría consigo los momentos mágicos que había vivido esa noche.
Mauro nos miró con cautela ami y Camila los dos nos encontrábamos Tratando de buscar que colocarme al final me puse un poco de brillo de su labial para tapar mi labio reseco
—El dijo riéndose un poco Voy a ir a terminar de recoger y preparar las maletas Kike está por venir y aquí no ha pasado nada los tres nos reímos Camila era la mejor cómplice del mundo no iba a decir nada y sobre todo estábamos felices de esta situación Mauro se fue a hacerlo antes dicho al verlo partir Camila preguntó.
— Me vas a decir qué pasó anoche él me tocó me hizo suyo —¿Qué dibujas ? dijo viendo mi libreta —Dibujo su torso dibujo lo que recordo de anoche quiero que la esencia se quede en él —te molestas y hago algo— no comenzó a escribir —¿Qué haces? —obsequiacelo por regalo para esta noche en ella había un hermoso poema
**Agradecimiento en la Noche**
En la calma de esta noche oscura,
te agradezco por aparecer en mi vida,
como un faro en la tormenta, brillas,
iluminando el camino con tu luz querida.
A pesar de los años que nos separan,
y las dificultades que enfrentamos,
tu amor ha sido mi guía constante,
un faro en los mares que navegamos.
Tu firmeza y tu mente clara,
han desafiado mi forma de pensar,
transformándome en alguien mejor,
un hombre capaz de amar y soñar.
Esta noche la llevaré en mi alma,
como cada beso y cada rastro de tu piel,
un recuerdo imborrable en mi ser,
un susurro eterno en el anochecer.
Gracias, amor, por cada instante,
por cada risa y cada lágrima compartida,
por ser mi refugio y mi amante,
en esta vida llena de caminos y de vida.
Camila era una gran poetisa eso era algo claro disfrutaba mucho de las letras podía transmitir con lo que yo le contaba de Mauro era capaz de convertir mis palabras en versos hermosos deseaba con todo el corazón que fuera feliz tal como yo lo era ahora deseaba con todo el corazón que encontrara a su persona pues algo tenía claro yo lo amaba y anhelaba a Mauro tanto como estas letras lo pronunciaba dejaría que me besara me tocara era obvio y lo más claro que tenía en mi vida,lo amaba lo anhelaba y ya no quería que me dejara.
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