Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Le fallé a Cristiano

Capítulo 48

Toribio y yo éramos dueños del gimnasio. Yo me había hecho cargo de la administración y de dar clases de spinning. Todo era más fácil, menos complicado. Todo sonaba raro, por eso me impresionaba que Daniel estuviera aquí a estas horas de la mañana.

—Hola —dije entrando a mi despacho, esperando encontrar a Daniel allí, ya que había dado órdenes de que le enviaran un café y un refrigerio. El hombre, con camisa blanca y pantalón de mezclilla, se puso de pie.

—Hola, mujer. Quiero hablar contigo.

—¿Qué ocurre? —pregunté—. ¿Algún problema? ¿Quieres hablar de algo referente a Cristiano?

—Sí, sobre eso —dijo Daniel, mirándome y colocando las manos sobre mi escritorio. Yo me encontraba sentada detrás de él—. Es referente a él.

—¿Qué pasa?

—Quiero sacarlo del país. Uno de los sicarios de su padre me habló, me dijo que pronto Ernesto vendrá a atacar. Debemos estar preparados; debemos sacar a Cristiano lo más pronto de aquí.

—¿Y a dónde lo quieres mandar? —inquirí.

—A Italia —contestó Daniel.

—¿Te has vuelto loco? Mandar a Cristiano a Italia no es una opción. Claro que no. Para eso se necesita que el chico tenga una visa, una carta de un residente italiano que pida su estancia, quién sabe qué tanta cosa más.

—Puedo arreglar eso respecto al residente. La mamá de Cristiano está en Italia.

—¿Lo quieres llevar con su mamá? Daniel, te has vuelto loco. Quieres mandarlo fuera del país, pero no lo llevaré con Susana. Buscaré una forma, una fundación, yo qué sé, sin que él se entere. Por favor, ayúdame a   que entienda que está en riesgo.

—Daniel —dije, colocándome frente a él—, ¿no crees que te estás precipitando? ¿Crees que las cosas están mal? No estás exagerando, ¿verdad? No piensas que las cosas van a salir mal. Tú y yo sabemos que no será así. Sabemos perfectamente que las cosas podrían salir bien, pero te estás sugestionando, creyendo en las palabras de un sicario. Ni siquiera sabes si te están engañando para conseguir sus objetivos, por favor. Pero de cualquier forma, para tu tranquilidad, te apoyo. Hablaré con Cristiano, trataré de convencerlo de que se vaya a Italia, pero no te prometo nada. No va a querer dejar su mundo aquí.

Salí de la oficina dirigiéndome a Renacer lo más rápido posible. Llamé a Mauro y a Cristiano, pues ambos tenían una conexión magistral; eran como familia, se conocen
el uno al otro, siempre habían estado juntos. Mauro lo había invitado a su casa, y yo estaba 100% segura de que, para Cristiano, Mauro era el hermano mayor que siempre había anhelado.

Mauro me abrió la puerta.

—Hola —dijo saludando—. ¿Está Cristiano?

—Sí. ¿Por qué? —preguntó.

—¿Pueden venir ustedes dos a mi oficina? Es importante.

Fui con el chico al patio, donde se encontraba jugando con Camila y su silla de ruedas.

—Hola —le dije.

—¿Qué pasó? —Fui a abrir la puerta. Eran como las 11 de la mañana y adivina quién está.

—¿Brenda pidió hablar con nosotro
—¿ Los dos? —dijo Cristiano con una expresión de preocupación.

—No te preocupes, no creo que sea por eso. No lo dijo a ciencia cierta, solo dijo que necesitaba hablar con ambos.

—Buena suerte —dijo Cami despidiéndose.

Nos dirigimos a la oficina un poco nerviosos. ¿Qué tal si habían descubierto lo nuestro? ¿Qué tal si todo esto se hubiera arruinado? ¿Habíamos sido los causantes de arruinar ese futuro que tanto anhelamos? Entramos los dos a la oficina.

—Primero, quiero que entiendan que comprendo su cercanía, comprendo que tienen un amor —Cristiano empezó a sudar frío, se le notaba en el rostro.

—Brenda —dijo el chico—, déjame explicarte...

—No tienes nada que explicar — interrumpió —. Sé que Mauro es un hermano para ti.

Cristiano soltó un suspiro de alivio.

—Por eso, Mauro, te quiero pedir de la manera más atenta que me ayudes a convencer a este chico de que siga su futuro.

—¿A qué te refieres? —dijo Cristiano arqueando una ceja.

—Necesito que te vayas de Renacer por un tiempo. Las cosas están demasiado calientes, tu padre te está amenazando y no quiero que corras riesgos.

—¿A dónde? —preguntó Cristiano.

—A Italia —contesté—. Fuera del país, específicamente.

Cristiano tenía que irse fuera del país y al país que anhelaba conocer. El déjà Vu del destino se burlaba de mí.

—Daniel tiene contactos que pueden recibirte ahí, y será fácil. Por favor, acepta.

—No me voy a ir al otro lado del mundo, no me voy a ir a otro país, simplemente de la nada, porque Daniel tiene miedo de lo que pueda hacer mi padre.

—No es solo eso —continué—. Uno de los hombres de tu padre le avisó que vendrán a atacarte.

—Carlos... —pensamos los dos al mismo tiempo.

—Entiende, mujer, yo no puedo irme, no puedo huir como un cobarde. Tengo que darle la cara. Si mi padre desea la muerte, pues tendrá muerte. Si mi padre desea futuro, pues tendrá futuro. Si va a haber sangre, que la haya, pero no me iré tan lejos. Me iré lejos si es necesario, a otro estado, a otra ciudad para proteger a Renacer, pero a otro país... ni en sueños.

—Velo por el lado positivo —dijo Mauro—, estarías lejos de tu padre, lejos de ese futuro, lejos de sus amenazas y su mundo de sangre.

Cristiano se sentó frente a frente conmigo, colocando sus manos en mis rodillas.

—No, Mauro, tú no. Tú no me digas que puedo protegerme de mi padre yéndome a otro país. Tú no… yo te… yo te…

—¿Qué? —preguntó Brenda.

—Es algo que no te queríamos decir, pero

—No… Cristiano, espera… Mauro interrumpió

—Estoy enamorado de Mauro —informó Cristiano.

Brenda abrió los ojos como platos, suspiró y se sentó en la silla detrás del escritorio.

—Pero eso no es correspondido, ¿verdad? —preguntó la mujer.

—No, por supuesto que no —respondió Cristiano—. Mauro no me corresponde ni jamás lo hará. Si está de acuerdo en que me vaya a Italia, supongo que no me quiere, ¿verdad?

Las palabras del chico me dolieron, y me armé de valor. Con todo mi corazón, le dije:

—¡Basta! No tienes que mentir. Yo también lo amo. Son diez años de diferencia, no es mucho, pero si le pido que se vaya a Italia no es porque no lo ame, sino porque quiero protegerlo de todo lo que su padre trae consigo.

La mujer abrió los ojos de par en par.

—Mi cuidador… ¿se enamoró de mí niño?

Los dos asistimos con la cabeza.

—No queríamos que esto pasara —continué—, pero empecé a ver sus traumas, sus detalles, su vulnerabilidad, sus problemas, y me enamoré de su esencia. Me enamoré de que, a pesar de que ha sufrido y la vida lo ha torturado, no se ha perdido en ese mundo de pudrición. ¿Entendemos que eso es admirable? —dije, mirando a la mujer.

—¿Pero dónde está tu ética? ¿Tu moral? ¿Dónde está… ¿Este es tu lugar de trabajo? Los dos están pasan muchas horas bajo el mismo techo. Se te olvida que ustedes deben ser vistos como familia, como hermanos, figuras paternas es lo que es el cuidador como hogar, como personas seguras. La relación, más allá de lo emocional, no puede cruzar la línea. Somos familia. Tú, como psicólogo, lo deberías saber —dijo, señalándome.

—¡Basta! —repliqué—. Yo no me enamoré del joven al que cuidaba, eso no lo pude evitar. Además, jamás lo toqué siendo menor de edad.

—¿Eso significa que han tenido relaciones? —preguntó Brenda.

Cristiano asintió con la cabeza.

—Todo fue consensuado —dijo—. Todo fue porque yo quise y yo cedí.

—¿Lo has tocado? —insistió la mujer.

—Sí —contesté.

Brenda parecía perpleja.

—Mauro, no te puedo correr porque el chico era mayor de edad, pero entiende que no me parece. ¿Quién más sabe de esto?

Los dos asistimos al mismo tiempo.

—Rafael, Camila y Katherine —respondió Cristiano.

—¡Alcahuetas! —susurró la mujer—. No les niego que me impresiona, pero ya son adultos. Pueden decidir y, sobre todo, cuentan conmigo. Solo les pido que tengan cuidado. Saben perfectamente que no quiero habladurías ni chismes de ningún lado. Necesito que esta relación se mantenga en secreto para las afueras de Renacer. Tampoco pido espectáculos ni escenas de celos, mucho menos acercamientos físicos. Saben perfectamente que para los niños es difícil ver algo así. Necesitamos que tengan discreción y, sobre todo, que la procuraduría no se entere, porque no quiero que lo tomen a mal o que piensen que se lo permito a cualquiera. Mantengan todo en secreto, al menos hasta que Cristiano deje este hogar.

Los dos asistimos con la cabeza y salimos de la oficina.

—Pero en serio, entiendan lo de irse a Italia —dijo la mujer antes de despedirnos—. Sería algo fascinante.

—No me iré —dijo Cristiano—, y creo que ya sabes el motivo principal. Uno es Alex, el dos es Mauro, y el tres es que no soy un cobarde. No soy un desgraciado maldito que va a huir como rata como alguna vez lo hizo…

— Daniel está interesado en esto —dijo antes de que cerráramos la puerta.

Caminamos hacia el patio, y Mauro intentó murmurar algo.

—Oye, ¿podemos hablar?

—Ni se te ocurra decir que es mejor que me vaya.

—No iba a decir eso. Iba a decir que Italia es el país de mis sueños. Siempre soñé con Italia porque me gustaba mucho. El lugar me gustaba, me refleja paz y tiene algunos pueblitos. Tal vez podríamos irnos juntos.

—¿Irte a Italia conmigo por una mini temporada y que dejarás  tu vida? No te burles, Mauro. No lo quieras hacer para protegerme, porque ni aunque te fueras conmigo me iría a vivir a Italia.

—Últimamente he tenido muchos dolores de cabeza.

—¿Quieres hablar del tema?

—¿De qué? ¿De lo que el patrón quiere? Quiere que vayamos por el niño, Cristiano.

—Manuel, sé que quieres ser mi amigo, pero ¿no te parece que eres muy joven para esto? Ni siquiera sabes disparar un arma, niño.

—Eso es verdad —dijo el chico—, y te espantaste por mi sombra.

El patrón salió de su despacho despavorido.

—Uno de los socios acaba de informar que si no voy a esta reunión, que justamente es en la noche, dispuesto a ocupar el puesto o presentar a Cristiano como jefe, no tendré futuro alguno.

—Entonces —pregunté—, pues todos los hombres nos encontrábamos rodeándolo. ¿Vamos a ir por Cristiano hoy a las dos de la tarde? ¿Lo quiere hacer en pleno día? —inquirió Carlos—. Sé que tratas de protegerlo, pero es demasiado tarde.

—Apoyamos a Carlos —dijeron dos o tres hombres, incluido el pelón aún no ha anochecido.

—¿Y usted ya está pensando en arriesgarnos?

—Pues quien no quiere hacerlo, dígamelo de una vez para irme despidiendo de las cabezas que me estorben.

Todos asistimos. Eran las 12. Teníamos menos de dos horas para viajar. Ernesto había hecho todo lo posible para que, desde que se tomó esa decisión, hacernos viajar todos a Celaya. Tomó una decisión el lunes y ya todos estábamos en Celaya. Dejamos Jalisco para venirnos aquí. Jaja, según nosotros lo íbamos a hacer el miércoles y ahora estábamos dispuestos a hacerlo de la nada.

—Ya no hay nada con lo que puedas amenazarnos —dijo Cristiano, viendo a Gastón.

Gastón se encontraba hablando con Camila en el patio cuando salimos de la oficina.

—¿Qué dices? Si no te molesta, estoy en alguna sesión. Lo siento, pero no quería venir sin perder la oportunidad de mostrarte mi gloria —dijo Cristiano.

—¿Qué pasó, Mauro? ¿Te ha besado y te diste cuenta de que mencionó tu nombre por primera vez y no el mío? —preguntó Gastón.

—Ay, Gastón —dijo Mauro con algo de risa—. Debes dejar de tener el ego tan grande. A lo que Cristiano se refiere es que ya no tienes nada con qué amenazarme. Brenda sabe de lo nuestro y todavía tengo mi trabajo.

Camila puso una sonrisa en el rostro y casi se burla de Cristiano, como diciendo "tenía razón, me haces feliz, me llegas al corazón".

—Qué feliz, pero en algún momento te vas a topar con la sociedad. Esa diferencia de edad no es nada fácil de aceptar.

—Por favor —dijo Mauro—, es la misma diferencia que tienen hacia los gays o las parejas homosexuales, o los hetero o cualquier otra persona. Sabes lo mucho que tuvimos que defendernos como gays. Mínimo, yo nunca tuve miedo de mostrarle a la sociedad mi arte, nunca tuve miedo de ser quien soy frente a nadie. Te recuerdo que a ti, Gastón, todavía se te dificulta mucho salir del clóset, empezando porque supongo que tu hija todavía no sabe. ¿Acaso ya has gritado a la sociedad que eres gay?

—¡Basta, Mauro! No uses a mi hija como si fuera el arma para amenazarme. El día que tu hija sepa que su papito es gay y te acepte, te atreves a decirme que la sociedad nos va a atacar por ser gays y por la diferencia de edad. Comienza por ti, Gastón. Empieza a fijarte en tu vida y deja de andar con un sicario de pacotilla.

—¿A qué te refieres? —preguntó

—Si yo soy hijo de un sicario —confirmó Cristiano—, eso significa que Carlos y yo nos conocemos por el mundo del tiro, ¿no te parece? Es un sicario.

En ese momento llamaron a la puerta.
Mauro caminó a toda prisa hacia la rampa.

Abrí la puerta y allí se encontraba un chico con piercing, tatuajes y despeinado. Carlos
dije saludando.

—Ni tan buenos —señaló unos hombres que traían pintura.

—Pasen —les dije de inmediato, sintiendo un nudo en el estómago.

—Lo siento, Mauro —dijo Carlos, presionando una pistola contra mi sien—. Ya que cruzaste todo el protocolo de seguridad y supongo que pusiste tus huellas, entenderás a qué vine.

El aviso de Daniel era oficial; venían por Cristiano. Los hombres de Carlos, cubiertos con pasamontañas, entraron con una facilidad que me heló la sangre. Carlos me obligó a colocar mis huellas y marcar los dígitos para abrir las puertas.

—Carlos —intenté decir con voz firme, aunque el miedo me atenazaba—.

—Wow, Mauro, eso sí es valor —se burló Carlos, sin dejar de apuntarme—. Atreverte a hablar con una pistola en la cabeza.

— Dime, ¿no te molesta que tu noviecito vea tu rostro?

—Creo que no —respondí, tratando de mantener la compostura.

—Gastón se tiene que dar cuenta de que solo fuimos una noche —añadió Carlos, con una sonrisa torcida.

El ambiente en Renacer se volvió oscuro y pesado. Los hombres de Carlos se movían con precisión militar, y sus miradas frías lo decían todo. Brenda salió de su oficina, alarmada por el ruido, y se quedó paralizada al ver lo que ocurría.

—¿Qué está pasando aquí? —preguntó, su voz quebrándose.

—Esto no te concierne, Brenda —respondió Carlos, sin apartar la pistola de mi cabeza—. Inclínense, todos. ¡Agachen la cabeza o los mato!

El pánico se extendió como una ola entre los empleados de Renacer. Todos obedecieron, inclinándose con miedo palpable. El silencio se hizo abrumador, roto solo por los murmullos de terror.

—Cristiano, ven conmigo —ordenó Carlos con una autoridad que no admitía réplica.

Cristiano, inmóvil por el miedo, no pudo reaccionar. Uno de los hombres, un tipo corpulento al que llamaban "el pelón", lo agarró del brazo y lo empujó con fuerza hacia la puerta.

—Si no cumples con lo que se te pide, si no tomas el liderazgo, vendremos por lo que más quieres —dijo el pelón, señalándome con una mirada amenazante.

—Carlos, por favor... —traté de suplicar, pero me cortó de inmediato con un golpe seco en el estómago que me dejó sin aliento.

—Esto no es un juego, Mauro. Esta es tu última advertencia.

Con un gesto brusco, Carlos me soltó y arrastró a Cristiano hacia la salida. Los demás hombres lo siguieron, mientras el eco de sus pasos resonaba en el pasillo, dejando una estela de temor.

Brenda, pálida y temblorosa, observó todo desde un rincón, incapaz de intervenir. La puerta se cerró de golpe, y el silencio que quedó atrás sólo fue roto por el latido desbocado de mi corazón. La amenaza de Carlos flotaba en el aire, tan real como el peligro que se avecinaba.

Fuimos muy estúpidos. Mi padre estaba aquí, las cosas empeoraron y lo único que hacíamos era ceder. Ver a Mauro con esa pistola en la cabeza me hizo sentir que no había futuro, que las cosas no podrían empeorar. Tenía una sensación de querer abrazarlo con mi propio cuerpo; quería decirle que ocuparía su lugar una y otra vez. Si algo era verdad, era que Mauro era el hombre que yo amaba, y verlo en esa situación me partía el alma. Verlo así, partido y vulnerable, como si no fuera él mismo, me hacía sentir pésimo. ¿Qué persona merecía este sufrimiento, y todo por culpa mía?

Uno de los hombres me agarró porque Carlos se lo ordenó. Aún recuerdo cómo le dijo:

—Pelón, tú llevas al niño.

Gastón se quedó a mi lado, acusado y tirado contra el piso, mientras a mí me jalaban. Lo vi distinguir a lo lejos; aún logré ver cómo se decía a sí mismo: “Soy un estúpido” antes de que me sacaran. Gastón intentó suplicar:

—Por favor, Carlos, ¿por qué nunca me dijiste?

Lo único que Carlos se atrevió a decir fue:

—Pelón, cállalos a todos.

Ahí nos enteramos de que el tipo le apodan “el Pelón”. Mientras las cosas estaban dando vueltas, yo solo pensaba en protegerlo. Amarlo era mi responsabilidad; yo lo había metido en esto y yo tenía que sacarlo. Me dejé secuestrar sin poner ninguna objeción. En otro momento, me hubiera defendido, habría aplicado llaves, golpeado, parloteando, gritando o chillando, pero tenía demasiados motivos. Uno era que jamás permitiría que nadie lo tocara, y el segundo era mi corazón latiendo, que decía que esta gente no tiene la culpa. Logré ver los ojos de Brenda llorosos, pero, sin embargo, no hice nada; nadie lo siguió.

Salimos por la cochera y me subí a una camioneta negra.

—¿Cómo se te ocurre agarrarlo? —le dijo Carlos al Pelón.

—Tú me la ordenaste, pero no mencionar al psicólogo ese —respondió Carlos.

El Pelón  no me tapó la cara. La verdad, sabía perfectamente a dónde íbamos.

—Está feliz, niño —interrumpió el Pelón—.

—Pero Carlos —preguntó—, Dime por qué señalaste a Mauro —El patrón me pidió que le dejara una advertencia a Mauro para que no se atreviera a meterse. Además, creo que el patroncito — dijo refiriéndose a mí— es consciente de que, si no hace lo que se le pide, vamos a matar a su amorcito, ¿verdad?

—¿Cómo es que mi padre sabe? —Carlos, no pudiste protegerlo. Él no tiene nada que ver. ¿Por qué abriste tu boca?

—Cálmate. No eres nadie para reclamar el hecho de que vayas a ser el patrón. No significa que me vas a andar gritando. Te recuerdo que no estás a mi nivel —amenazó Carlos mientras manejaba la camioneta—. Tú no sabes nada de este negocio. Yo merezco más el puesto que tú.

—Ah, sí, pero te informo algo: a mi padre le pesa la sangre, estúpido, y no mereces el puesto porque, según él, no llevas la sangre de la Fuente. Si tanto lo quieres, te lo regalo — Carlos suspiró volteando a verme y dejándole el volante al Pelón

Se movió hacia mi asiento.

—Si no quieres que toquemos a Mauro, vas a obedecer. Empezando por ir a una reunión. Tienes que saber que no puede buscarte, no puede entrometerse, no puede hacer nada porque, si tú no cooperas el pagará—dijo con un tono chingueado que hablaba como el típico manipulador que siempre fue—. Y más te vale ocupar este puesto. Te prometo que vengo y le cortó un dedo.

—Por favor —dijo Cristiano, sosteniéndome de la barbilla—. Te lo ruego, no lo mates. Nunca lo toques. Yo me haré el líder, mataré a quien sea necesario, pero a Mauro no lo tocas.

—Sí que es impresionante. Nunca te había visto tan enamorado. Nunca habías puesto tu vida en juego. A diferencia de los demás, siempre eras demasiado egoísta, y ahora te estás preocupando por otro que no eres tú. ¿Qué te hizo Mauro? ¿Qué tuvo Mauro que no tuve yo?

—Tranquilo, por el amor que tuvimos. Te prometo proteger a Mauro, pero tú, niño bonito, empieza cumpliendo las reglas.

Aunque yo sabía perfectamente que las cosas no serían las mismas. Cristiano se revelaría, intentaría escapar, pero el hombre que amaba debía proteger a su amado. Aparte, no quería que pagara otro inocente. Aún deseaba con todo mi corazón que en algún momento Cristiano se escapara. Así que lo único que se me ocurría era proteger a Mauro para que, cuando Cristiano pudiera huir, Mauro estuviera vivo.

—Prometo proteger a Mauro, y tú siempre trata de seguir las reglas.

Ahí fue cuando me surgió un plan. Cada vez que decía que yo debía seguir las reglas, pedía que hiciera todo lo contrario.

Salí de la camioneta; estábamos en Querétaro. Para mi alegría, mi padre salió a abrazarme. Parecía más robusto, de cabello negro, barba y ojos negros. Su gordura, pero al mismo tiempo ese músculo, me hacía sentir demasiado protegido.

—Hola, por fin estás en casa, señores —dijo a los hombres—. Debemos celebrar. El operativo salió de la mejor manera. Vamos a traer a mi pequeño hijo también. Tomemos vino, tequila y haremos una fiesta. La reunión con los socios será inolvidable —dijo mi padre alejándose.

—¿Qué planeas? —pregunté—. Usaste una clave de cuando éramos niños.

—Escúchame, la idea de que te sacaran a Italia fue mía. Pensaba que te fueras y que tu padre no te encontrara. Pero ya que te negaste a seguir las reglas y huir con Mauro, me encargaré de que tu procurador Daniel lo saque del país. Italia es su país ideal, según Gastón, ¿no?

—¿Y tú qué ganas?

—Yo gano que tú tengas tu principal motivación para huir de tu padre viva. Si tú te vas para siempre con tu noviecito a Italia, Erika y yo, por fin, podremos tomar el puesto que nos necesita.

—Así que, si quieres el liderazgo, yo no.

— Tu hermana tampoco lo quiere para ella, pero Erika se lo merece. Y por primera vez quiero que este mundo machista acepte todo tipo de sicarios, gays y mujeres.

—¿Por qué debo confiar en ti? —preguntó Cristiano, arqueando una ceja.

—Porque pronto tu noviecito tendrá un boleto rumbo a Italia.

—Así que para eso le dijiste a mi padre, ¿para tener con qué amenazarme y para que pudiera huir?

— Siempre quisiste huir desde que te diste cuenta del compromiso que tenías, pero ahora tienes motivación —dijo Carlos, encarándose

—. Le dije al patrón sobre Mauro. El que le dijo fue Rafael, claro, obvio. Erika le dijo que tú tenías un motivo importante, y de ahí me hizo soltar la información. Conoces a Ernesto de la Fuente. Ah, por cierto, cariño —dijo tocándose la barbilla—, tu padre sabe lo que tuvimos tú y yo.

— Cómo pudiste.

—También sabe que estoy enamorado de ti, Cristiano. Sabe que te amo, sabe lo que siento por ti. De hecho, se decepcionó mucho cuando supo que no estabas enamorado de mí. Pobrecito. Tenía muchos planes para el futuro.

—No me hagas reír. Ahora resulta que mi padre va a aceptar un sicario gay.

—A tu padre no le importa la sexualidad que tengas —informó Carlos—. Solo le importa que te hagas cargo. Además, pretende que los socios nunca se enteren de lo que en verdad eres.

—¿Y Alex? —pregunté—. ¿Piensa ir por él pronto?

—Saben que no pueden estar separados mucho tiempo —dijo Carlos—. Tranquilo, tú escaparás y Mauro estará en Italia, y tú lo seguirás.

— Eso te lo puedo asegurar. Ahora sí, me disculpas. Vete a vestir como hijo del sicario que eres. Endulzarles el oído a estos ancianos diciéndoles que te harás cargo de todo.

—Se te olvida algo —dijo Cristiano—. Cuando yo escapé, mi padre tomará mi lugar otra vez.

—No lo creo —apostó su  cabeza que si las cosas no salen bien contigo, entregarás el puesto y Erika ya se está metiendo en las camas de los socios para que la dejen estar con mi ayuda. Ernesto apostó que si las cosas no salen bien contigo y no funcionas como líder, o los traicionas, así que la mejor forma de traicionarte es huyendo. Pues dejará su lugar y se irá, si no es que uno de los socios lo mata.

—Has manipulado las cosas perfectamente, Carlos. Excelente —dije. 

La verdad, extrañaba mucho este mundo. Montar a caballo, cambiarme.

—Ah, por cierto, hay ropa en una habitación, toda esa es para ti. Vístete como el hijo que eres —dijo, volteando a mirarme mientras caminaba.

—Que me perdone Dios. Le he fallado a Cristiano. Que me perdone Dios. No pude proteger al hombre que amaba —dije.

—Basta —dijo Brenda, volteando a mirarme—. No paraba de temblar, las manos no dejaban de moverse. Mauro, deja de sentirte culpable.

Sin embargo, Brenda abofeteó a Gastón.

—Tú metiste al enemigo en esta casa. Eres un maldito —le dijo mientras se tocaba la mejilla.

—. Disculpa, no sabía.

—Debo llamar a Daniel. ¿Están todos bien? También a la policía.

—Tres sonidos y el teléfono fue contestado —Hola, Brenda. Hablaste con Cristiano.

—Sí, pero se negó —dijo  con su voz seca—. Por qué preguntó se enamoró contesté Por ese motivo se negó a irse.

—¿De quién?— De uno de mis cuidadores.

—Se enamoran de la gente que trabaja contigo y tú no haces nada.

— A ver, Cristiano  era mayor de edad cuando esto sucedió. Son diez años de diferencia, relájate. El chico es gay, tiene derecho a vivir, pero ahora eso no es importante. Se iba a ir, no a Italia, pero sí a otra parte.

—Entonces, qué bueno. Iré buscando cosas, no sé, México, Guanajuato —dijo Daniel—. Escúchame, va a ser imposible. La gente de Ernesto ya entró. Resulta que el hacker que teníamos era un infiltrado y lo han secuestrado.

La llamada se cortó. No supe si Daniela cortó o simplemente su voz desapareció.

En ese momento no solo me sentía culpable, sino que suponía que todos. Hice una videollamada y Susana contestó.

—¿Qué pasa? —preguntó—. Hablaste con mi hijo. Vendrá a Italia. Es noche aquí. Me despiertas.

—Lo sé. Lo tienen —fue lo único que alcancé a decir.

—¿Quién lo tiene?

—Ernesto —contesté a la mujer, demasiado tarde. El tipo tenía planes.

—Me están llamando por teléfono —le dije a la mujer—. Es el número de la otra vez.

—El sicario —dijo Susana—. Ese hombre debe ser Hormiga. Pon un altavoz. Trataré de escucharlo.

Coloqué el teléfono lo más cerca de la tablet y escuché:

—Hola, procurador.

Se escuchó una voz que era idéntica a la de la otra vez.

—Mire, la verdad, yo necesito que me reduzcan la condena, que en algún momento me van a atrapar. Entonces quiero que esto funcione y sirva de negociación. La verdad, esto de secuestrar a Cristiano solo fue un plan con maña de mi parte para complacer a Don Ernesto. Pero Cristiano va a escapar y yo lo voy a ayudar. Va a escapar a Italia y va a ser feliz. Pero el patrón tiene una ficha con la que puede convencer a Cristiano de que haga todo lo que él quiera. Yo necesito que Cristiano se quite del medio a esa ficha que pueden usar para manipularlo porque quiero a otro líder. Ernesto prometió que si Cristiano no cumplía, él se retiraba y dejaba que lo maten o se iba para siempre de este negocio. Cuando Cristiano escape y le falle a los socios, se lo entregaré a usted en bandeja de plata y lo encerrará, y yo pondré a mi futuro jefe.

—¿Y qué quieres a cambio? —preguntó el procurador.

—Excelente. Bueno, pues necesito que quiten esa pieza de aquí, que quiten el punto débil de Cristiano. Alejen al patrón. Esa persona es Mauro. Supongo que a estas alturas usted ya sabrá porque los micrófonos de su oficina informan muy bien que Cristiano está enamorado de uno de los cuidadores de Renacer.

—Hola, Susana.

—¿Y en este momento tiene una videollamada con la madre de Cristiano, la cual se encuentra en Italia? No te molestará mucho, pero supongo que como un favor personal para el hijo que criaste, deberías hacerte cargo de proteger al novio de tu hijo. Así no le das armas a Ernesto para amenazar. Tú sabes que Cris es muy sentimental, enamorado, y Ernesto puede usar eso. Recuerda que no tiene ética moral. Ernesto no piensa, solo actúa. Entonces, gana los beneficios y empieza a redimirte como madre. Abandona hogares y protege a tu hijo. Qué mejor forma de protegerlo que guardarle su motivo para seguir viviendo en Italia.

—Saludos. Espero que Mauro se encuentre en Italia lo más pronto posible.

La llamada se cortó.

—Susana, ¿escuchaste?

—Sí —asintió la mujer. Pude ver su rostro palidecer—. Sabía que era Carlos, lo sabía. Eso es verdad. Debemos proteger a Mauro, primero porque es un personaje importante para el cártel —informó la mujer—. Y segundo, porque siento que se lo debo a mi hijo. Si ese es el hombre al que él eligió, sea su pareja o no, siento que es mi responsabilidad proteger al hombre que mi hijo ama. Ahora mismo iré a Renacer con unos policías, trataré de buscar evidencia, testimonios y hablaré con Mauro.

Llamé a Jessica después de cortar mi llamada. La mujer parecía un paño de lágrimas. Se sentía como todo el mundo le estaba fallando a Cristiano.

—¿Puedes investigar el expediente de Mauro? —pregunté.

—No tiene nada —dijo la mujer—. Es un cuidador de Renacer, psicólogo social, honesto, que tuvo un romance con su profesor se graduó con honores se graduó por promedio buen hijo, buen estudiante. Su moral es impresionante. Excelente, será fácil de convencer entonces para que se vaya a otro país.

—Fui a renacer. Brenda seguía ahí, apoyada, rodeada con los niños. Veían una película. Me acerqué a ella y la llamé—. Están sacando huellas y de las cámaras de vigilancia también, pero parece que se habían apagado.

—Claro —dijo Brenda—. El noviecito de Gastón, que por cierto lo corrí, no va a haber imágenes de seguridad.

—De todas formas, inquirió a un hombre de lentes, piel morena, barba y algo de arnet. Los hombres traían pasamontañas. Fui al que le apuntaron con un arma. Debería saber eso.

—Usted es el que está en nuestras reuniones, ¿verdad? El que estuvo cuando hablábamos con Cristiano.

—Sí —contestó—. Entonces, usted es Mauro, el hombre del que mi protegido está enamorado.

Me puse rojo pálido hasta el punto de que podía sentir el calor en mi rostro. El procurador sabía lo que estaba pasando, y eso me hizo sentir aún más incómodo. Dios mío, ¿qué estaba haciendo aquí?

Carlos, uno de los hombres de Ernesto, había llamado para advertirme. Dijo que tenía que protegerte y que Cristiano tenía planes de huir. Carlos mencionó que, en el momento en que Cristiano escapara, mi vida sería la carta de negociación para Ernesto.

—¿Qué está pasando? —preguntó Mauro, confundido y angustiado.

—Carlos, uno de los hombres de Ernesto, me advirtió sobre tu situación —respondí  con voz tensa—. Dijo que eres una pieza clave en este enredo y que si Ernesto se da cuenta de que puedes ser usado para manipular a Cristiano, no dudarán en hacerlo.

—¿Y qué tengo que hacer? —inquirió Mauro, tratando de asimilar la información.

—Necesitamos que te mantengas a salvo, Mauro —explicó Brenda—. Cristiano puede volverse impredecible si percibe que estás en peligro. Lo mejor es que salgas del país cuanto antes. Ernesto quiere usar tu vida para manipular a Cristiano, y si tú estás lejos, eso le dará a Cristiano la cabeza fría para actuar con calma y buscar una forma de escapar.

—¿Pero cómo sé que no me matarán? —preguntó Mauro, aún preocupado.

—No te van a tocar, Mauro —afirmó Brenda con firmeza—. Lo que buscan es usar tu vida como una herramienta para manipular a Cristiano. Mientras estés lejos, Cristiano tendrá una mejor oportunidad de mantenerse a salvo y encontrar una forma de escapar. Los boletos están listos para esta noche. Puedes salir como testigo protegido; ya arreglé todo con la embajada. También tienes el alojamiento y una carta de la madre de Cristiano, que explica tu situación.

—¿Y mi familia? —preguntó Mauro, dubitativo—. ¿Qué les diré?

—Diles que has ganado una beca para estudiar y que comenzarás una maestría el lunes —sugirió Daniel—. No necesitas entrar en detalles. Solo di que no te gustan las despedidas y que los buscarás pronto.

Con eso, Mauro aceptó la propuesta. Salí de Renacer antes de lo previsto, fui a mi casa, preparé una maleta y dejé una carta para mi familia. No tenía valor para decirles la verdad, así que escribí:

"Querida familia,

Me he ganado una beca para estudiar una maestría que comienza el próximo lunes. No pensé que lo lograría, pero justo me notificaron que obtuve el último cupón. No me gustan las despedidas, así que no quería preocuparlos. Prometo que los buscaré pronto. Los quiero mucho.

Con una sensación de pesar en el corazón, me dirigí hacia el aeropuerto, sabiendo que, aunque estaba dejando mi hogar, lo hacía con la esperanza de proteger a Cristiano y asegurarme de que nuestro amor, aunque separado por la distancia, estuviera a salvo. Esta vez, no volvería a sentir que le fallaba.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro