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La Presencia en la Ausencia"

Capítulo 35

—Don Ernesto, lo queremos mucho, eso es cierto. Ha llevado el negocio a niveles muy buenos que a todos nos han convencido. Si estamos aquí es porque teníamos la esperanza, y ahora nos dice que no lo hará y que de una u otra manera  el que terminará atendiendo es  su hijo menor. No veo ningún motivo por el cual preocuparnos, excepto que le recuerdo que uno de sus hijos mayores, el niño Ernesto, quien todos tuvimos delante en varias reuniones, fue quien lo traicionó. ¿Quién nos asegura que su hijo Cristiano no nos traicionará? Usted lo ha dejado de ver cuando apenas era un adolescente. ¿Cómo dice ahora que no va a pasar nada?

—Por favor, señores, Cristiano es fiel, se ha mantenido a la espera de que mi gente vaya por él. Es una persona coherente, decente y, como ya les dije, soy capaz de poner mi pellejo por él.

— Aunque usted termine muerto, —es mi hijo. ¿Creen que no sé en quién estoy poniendo mi fuerza? Conozco la sangre. Sé que Cristiano no es capaz de traicionarnos. Pueden confiar en mí por solo un minuto.

Los socios asintieron con la cabeza, aunque era seguro que no estaban dispuestos. Sin embargo, yo tenía que hacer algo para salvarlo. Tenía a nuestro mejor hombre informando que en ese momento me  había ascendido; su nombre era Danilo. Era un hombre demasiado bueno. Estaba en la reunión custodiando al jefe, pues le di la orden. Tenía miedo que los socios se pusieran traicioneros.

Ver a Erika en su despampanante vestido negro me hizo sentir la fuerza. Me dio un abrazo y me dijo:

—Te ves por entrar a tus 20.

La mujer de unos 30 años continuó:

—Es un gusto tener a la familia reunida.

Casi me desmayo cuando ese tonto, que no sabe manejar un arma, se me presentó ahí diciendo que mi padre me solicitaba.

—¿En serio está aquí?

—Sí, está en una reunión con los socios.

—¿Está de vuelta en el ruedo?

—¿Quieres entrar?

—Por supuesto.

La mujer, en vestido negro, cabello negro, tacones rojos y labio color cerveza, caminó directamente. Entré en escena primero que ella. El jefe me miró de reojo como esperando la noticia; sin embargo, no dije nada. Solamente asistí con la cabeza, saludando a los señores como era mi costumbre.

—Señores, Don Emilio, Don Vicente y todos los presentes, es un placer reconocerlos y decirles que estamos de vuelta en esto.

Don Emilio, uno de los hombres más viejos y sobre todo uno de los más fuertes, miró al jefe y después me miró a mí.

—No te das cuenta, ¿verdad, Ernesto? Este chico tiene todo el talento. ¿Conoces la ley?

—Sí, Ernesto.

—Sí, pero él tiene todo el talento y no nos llevaría a la deriva. Con él nos aseguramos un futuro. —La sangre es la sangre, el legado es el legado.

—Lamento contradecirte —dijo otro socio—. A veces la sangre es engañosa. Tú estás aferrado a que Cristiano ocupe el puesto por su apellido, pero ¿qué pasa si él no lo quiere?

—Cristiano aceptará, y si en todo caso no lo hace, yo dejo mi puesto y que lo asuma quien corresponda o quien a ustedes les parezca.

Erika llegó a la reunión con la misma seguridad que siempre la había caracterizado. Con su vestido negro ajustado, tacones rojos y labios color cerveza, capturó la atención de todos los presentes. Se dirigió a su padre, Don Ernesto, y le dijo:

—Padre, sigo trabajando. He mantenido el negocio con el bar y he pagado todo el dinero que debíamos.

Don Ernesto la miró con orgullo y le respondió:

—Sabía que podía confiar en ti, Erika. Has demostrado ser más que capaz de manejar las cosas.

Erika asintió y se dirigió a los socios:

—Quiero informarles que hemos estado utilizando el bar para nuestras operaciones y ha sido un éxito. Es momento de que se les dé la importancia a las mujeres en el negocio. Quiero que quede constancia de esto.

Los socios se miraron entre ellos, algunos con escepticismo, pero otros asintiendo en señal de aceptación. La reunión continuó con una fiesta. Los socios, satisfechos con los nuevos arreglos, celebraron la vuelta de Ernesto al negocio.

La fiesta continuó con un ambiente animado. La música resonaba en el lugar, y las risas y conversaciones llenaban el aire. Los aromas de la comida se mezclaban con el perfume de las mujeres presentes y el olor a alcohol de los licores servidos en abundancia. Los colores vivos de los vestidos y las luces cálidas de los candelabros creaban una atmósfera acogedora y festiva.

Ernesto se acercó a Erika mientras observaba la reunión.

—Estoy orgulloso de ti, hija. Has demostrado ser leal y capaz.

Erika sonrió.

—Siempre estaré aquí para la familia, padre. Juntos llevaremos esto a nuevos niveles.

En los días siguientes, Ernesto comenzó a utilizar el bar de Erika como punto de encuentro para sus negocios. La discreción del lugar y la fidelidad de Erika fueron claves para el éxito de sus operaciones. Pronto, comenzaron a transportar mercancía a Colombia, utilizando rutas que Ernesto había perfeccionado con los años.

La logística del narcotráfico era meticulosa. Primero, la droga se empaquetaba en pequeñas bolsas selladas al vacío para evitar que los perros detectores las olieran. Luego, se ocultaban en compartimentos secretos dentro de muebles, electrodomésticos y otros artículos que parecieran inofensivos. Cada envío requería coordinación precisa, desde el punto de origen hasta el destino final en Colombia, asegurándose de que los sobornos a las autoridades y la lealtad de los transportistas fueran constantes.

A pesar del éxito inicial, las tensiones comenzaron a surgir. Algunos socios aún desconfiaban de la capacidad de Erika y cuestionaban la lealtad de Ernesto. Durante una reunión en la que se discutían los próximos envíos, uno de los socios, Don Vicente, se levantó y dijo:

—Ernesto, hemos visto buenos resultados, pero no podemos ignorar el riesgo. ¿Qué nos garantiza que Erika no nos traicionará como lo hizo tu otro hijo?

Ernesto apretó los puños, pero mantuvo la calma.

—La lealtad de mi familia es incuestionable. Erika ha demostrado ser capaz, y juntos hemos llevado el negocio a niveles que antes eran inimaginables. Estamos en este negocio para quedarnos, y cualquier traición será castigada severamente.

Los socios intercambiaron miradas tensas. Sabían que el negocio era lucrativo, pero también peligroso. La confianza era fundamental, y cualquier duda podía poner en riesgo toda la operación.

La reunión terminó en un ambiente cargado de tensión. Erika se acercó a su padre después.

—Padre, debemos mostrarles que somos dignos de su confianza. Hagamos el próximo envío más grande y más seguro que nunca.

Ernesto asintió.

—Tienes razón. Coordinemos todo al detalle. No dejaremos espacio para errores.

La organización comenzó a trabajar en el siguiente gran envío. Erika y Ernesto supervisaron cada detalle: la preparación de la mercancía, el embalaje, los sobornos a las autoridades y la coordinación con los contactos en Colombia. El esfuerzo conjunto de padre e hija demostró su eficiencia y lealtad al negocio.

Sin embargo, mientras todo parecía ir según lo planeado, una sombra de traición se cernía sobre ellos. Uno de los socios, Danilo, había sido abordado por un cartel rival, ofreciendo una fortuna a cambio de información sobre las rutas de envío. La tentación y dilema de Danilo se hicieron evidentes, luchando internamente entre la lealtad y la avaricia.

Para asegurar la lealtad de su equipo, Ernesto decidió someter a Danilo a una prueba. Debía coordinar un envío sin la supervisión directa de Ernesto, demostrando su capacidad y compromiso con el negocio familiar. Los socios observaron atentamente, evaluando cada uno de sus movimientos.

Danilo logró coordinar el envío con éxito, ganándose la confianza de algunos socios, pero la desconfianza de otros aún persistía.

Mientras tanto, un conflicto externo se gestaba. Un cartel rival había descubierto las rutas de envío de Ernesto y planeaba una emboscada. Ernesto y Erika debieron actuar rápidamente, reconfigurando las rutas y aumentando la seguridad para evitar cualquier ataque.

Dentro de la familia, las tensiones también crecían. Algunos miembros, celosos del poder y la influencia de Erika, comenzaban a conspirar en su contra. Erika, consciente de estas tensiones, mantenía una vigilancia constante, confiando solo en aquellos que habían demostrado su lealtad.

A pesar de los desafíos, Ernesto y Erika trabajaron incansablemente para expandir y consolidar su negocio. Enfrentaron nuevos retos y enemigos, pero su determinación y habilidades les permitieron superarlos. La organización creció en poder e influencia, estableciendo nuevas rutas y contactos

La sombra de la traición de Danilo se volvió más evidente cuando uno de los envíos importantes fue interceptado por las autoridades. Ernesto y Erika se dieron cuenta de que alguien dentro de su círculo cercano había proporcionado información al enemigo.

Erika confrontó a Danilo en una reunión privada.

—Danilo, hemos sido traicionados. El último envío fue interceptado, y sabemos que la información salió de dentro. ¿Tienes algo que decir al respecto?

Danilo, nervioso, trató de defenderse.

—¡Erika, yo nunca traicionaría a la familia! Debe haber un malentendido.

Erika lo observó con frialdad.

—Espero que sea así, Danilo. Porque si descubro que fuiste tú, no habrá lugar en el mundo donde puedas esconderte.

Ernesto y Erika sabían que debían actuar rápidamente para salvar su negocio y su reputación. Decidieron llevar a cabo una operación encubierta para desenmascarar a los traidores y recuperar su posición.

Erika propuso una trampa. Filtraron información falsa sobre un gran envío a través de canales que Danilo solía utilizar. Si la información llegaba a las autoridades o al cartel rival, sabrían que Danilo era el traidor.

El día del supuesto envío, Erika y Ernesto se prepararon para lo peor. Mantuvieron un bajo perfil, monitoreando cada movimiento. Como esperaban, las autoridades se presentaron en el lugar exacto donde supuestamente se haría el envío.

Ernesto y Erika confrontaron a Danilo con pruebas irrefutables de su traición. En un encuentro tenso y cargado de emociones, Danilo finalmente confesó, intentando justificar sus acciones por la presión y el dinero ofrecido por el cártel rival.

Ernesto, con una expresión severa, tomó la decisión final.

—Danilo, tu traición nos ha costado mucho. No hay excusa para lo que has hecho.

Danilo, pálido, suplicó por su vida.

—Por favor, Ernesto, dame una oportunidad. Haré lo que sea para enmendarlo.

Ernesto negó con la cabeza.

—Lo siento, Danilo. Aquí no hay segundas oportunidades.

Con la traición de Danilo expuesta y resuelta, Ernesto y Erika redoblaron sus esfuerzos para fortalecer su organización. Implementaron nuevas medidas de seguridad y reforzaron su lealtad con aquellos que demostraron ser dignos de confianza.

Erika, ahora más determinada que nunca, asumió un papel más central en la organización. Su liderazgo y habilidades fueron reconocidos por todos, asegurando que el legado de su familia perdurara y prosperará.

Con los obstáculos superados y la confianza restaurada, Ernesto y Erika miraron hacia el futuro con optimismo. Sabían que siempre habría desafíos, pero estaban preparados para enfrentarlos juntos.

La organización, ahora más fuerte y unida, continuó expandiéndose, consolidando su influencia y estableciendo nuevas alianzas. Bajo el liderazgo de Ernesto y Erika, el negocio prosperó, asegurando un legado que perduraría por generaciones.

—Yo le había informado lo del patrón. Fuimos por el alcohol. El Halcón está muerto. Lo mandé  matar . Bueno, no como tal, sino a su hija, y él se ahorcó. Hay otra cosa que  te quiero decir:

—Danilo, el que me dijiste que ocuparía tu segundo puesto, —el que ascendí,— le pregunté si nos traicionó, informó del envío.

—Está muerto ya, no por ahora, está encerrado. He contratado gente nueva y secuestrado sicarios novatos. Necesito que los entrenen. Tengo como mínimo seis hombres leales aquí, de los pocos que quedan en la ciudad. Él está encerrado y, como favor personal, te pido que le cortes la lengua.
La venganza era algo común en el cartel. Me dolía matar, pero al menos lo que había pasado servía para poner un antecedente. Todos sabían perfectamente que no debían traicionar.
— Vieron lo que le pasó a Danilo. Les dije a los hombres que tenía reunidos en ese momento, algunos leales y otros no, que no tiene lengua y le terminamos metiendo un balazo entre cejas. Los socios de mi jefe decidieron prestarnos algunos hombres; algunos se quedarían definitivamente ahí, pues la cantidad de dinero que el patrón ofrecía era superior. Sin embargo, el riesgo seguía siendo para sus familias. Para el mes ya teníamos 30 hombres bajo mi mando. Debía conseguir a alguien leal, pero la verdad no me atrevía a nada. Continué trabajando con Erika, la cual había regresado a México a manejar las cosas.

Era excelente, pero el patrón había decidido hacer la promesa de que en un máximo de seis semanas más traería a Cristiano de vuelta. Me hacía pensar diferente, me hacía sentir que las cosas estaban funcionando. Cristiano y yo todavía tendríamos conexión, una pregunta que tal vez se contestaría pronto.

Terminé de hacer la nota lo más rápido posible para mandarla. La dejé en los botes.

cuando Mauro se fue, nadie la recogía. Sin embargo, le había dicho a mi padre que lo vería. Te pusiera fecha y hora, el lugar lo teníamos destinado. Era astuto, había elegido un lugar público. Rafael ahora usaba una muleta y manqueando un poco de la pierna. Hacía terapia y las cosas seguían tensas. Sin embargo, me hizo preguntar qué tenía a Hormiga tan ocupado que ni siquiera había ido a recoger el paquete. El tiempo pasó lento. Lo extrañaba cada día, extrañaba más a Mauro y, sobre todo, tenía sueños rigurosos con él.

Cristiano se retorcía en la cama, atrapado en sueños que le parecían más reales que la vida misma. En sus sueños, Mauro estaba allí, siempre presente. Podía sentir su presencia antes de verlo, una sensación de calidez y seguridad que lo envolvía. Mauro aparecía en sus sueños como un protector silencioso, siempre cerca, siempre vigilante.

Una noche, Cristiano soñó que estaba en un campo de flores, el sol brillando con suavidad. Mauro estaba a su lado, sonriéndole con esa sonrisa que hacía que su corazón latiera más rápido. Se sentaron juntos en la hierba, hablando de cosas sin importancia, pero cada palabra era un tesoro para Cristiano.

—Siempre estaré aquí para ti, Cristiano —dijo Mauro, su voz suave y llena de promesas.

Cristiano sintió una oleada de emociones, un torbellino de sentimientos que no podía controlar. Su amor por Mauro era profundo, intenso, una mezcla de gratitud y adoración. Sabía que Mauro era mucho más que un cuidador; era su confidente, su amigo, y algo más que no podía nombrar.

Los sueños continuaron, cada uno más vívido que el anterior. En uno de ellos, Mauro lo abrazó con fuerza, sus manos firmes y seguras. Cristiano se aferró a él, sintiendo que no quería despertar nunca, que quería quedarse en ese momento para siempre. En sus sueños, podía ser vulnerable, podía mostrar sus sentimientos sin miedo.

Al despertar, Cristiano siempre se sentía un poco perdido, como si una parte de él se quedara en esos sueños con Mauro. Pero también se sentía reconfortado, sabiendo que, al menos en sus sueños, Mauro siempre estaría con él, protegiéndolo, cuidándolo, amándolo.

Cristiano esperaba con ansias cada momento que podía pasar con Mauro en la casa verde, un refugio secreto donde podían estar juntos sin miedo a ser descubiertos. La casa, situada en un rincón apartado de la ciudad, estaba cubierta de enredaderas y flores, y tenía un aire de tranquilidad que les permitía ser ellos mismos.

Una tarde, mientras el sol se ponía, Cristiano y Mauro llegaron a la casa verde. Cristiano, con el corazón latiendo rápido, se sintió aliviado al entrar y cerrar la puerta detrás de ellos. El mundo exterior, con todas sus amenazas y peligros, parecía muy lejano en ese lugar.

—Aquí estamos seguros, Cristiano —dijo Mauro, colocando una mano reconfortante en el hombro de Cristiano.

Cristiano sonrió, sintiendo la familiar calidez de Mauro. Se sentaron juntos en el pequeño sofá, el silencio lleno de una intimidad que ambos valoraban.

—He estado pensando en ti todo el día —dijo Cristiano, mirándolo a los ojos—. No sé qué haría sin ti, Mauro.

Mauro le devolvió la mirada, su expresión suave y protectora.

—Yo también pienso en ti constantemente. Sabes que haría cualquier cosa por ti, Cristiano.

Se inclinó y sus labios se encontraron en un beso tierno y profundo, un gesto que hablaba más de lo que las palabras podían expresar. Cristiano sintió que todo su ser se llenaba de amor y deseo, una mezcla de emociones que solo Mauro podía provocar.

Pasaron horas en la casa verde, hablando, riendo y disfrutando de la compañía del otro. Cada momento era precioso, un tesoro que ambos atesoraban. Sabían que su tiempo juntos era limitado y hacían lo posible por aprovecharlo al máximo. Cuando en eso la voz de alguien me despertó acariciándome el cabello

—Hola chico—¿ Qué hora es?— no quise despertarte soñabas demasiado hablaste dormido

Mientras tanto, en otro lugar de la ciudad, el padre de Cristiano, Ernesto, recibió el mensaje. Al leerlo, una mezcla de emociones lo invadió. Era un hombre acostumbrado a la traición y la violencia, y cada mensaje que recibía podía ser una cuestión de vida o muerte.

El mensaje decía: "Fecha y hora. Nos veremos en el lugar acordado."

Ernesto frunció el ceño, su mente trabajando rápidamente para analizar cada detalle. Sabía que debía estar preparado para cualquier cosa. La seguridad de su familia y su organización dependían de ello. Tomó su teléfono y llamó a uno de sus hombres de confianza.

—Tenemos una reunión —dijo, su voz firme—. Prepara todo y asegúrate de que estamos cubiertos. No podemos permitirnos ningún error.

El hombre asintió y comenzó a movilizar a los otros. Ernesto miró el reloj, calculando el tiempo que le quedaba antes de la reunión. Sentía una tensión en el aire, una sensación de que algo grande estaba por suceder. Pero, más allá de su fachada dura y calculadora, había una preocupación más profunda: su hijo Cristiano.

Sabía que Cristiano estaba involucrado en algo, algo que no podía controlar ni entender completamente. Ernesto había hecho todo lo posible por protegerlo, pero había límites a lo que podía hacer. Con un suspiro, se preparó para lo que venía, sabiendo que cada decisión que tomara afectaría no solo a su organización, sino también a su familia.

Me sonrojé, pues soñaba con una casa verde. Desde anoche, soñaba que Mauro y yo pasábamos mucho tiempo juntos. Soñaba despierto porque era imposible. Soñaba que él y yo estábamos juntos, éramos uno solo. Soñaba que no había ataduras para nosotros dos, éramos él y yo contra todo pronóstico.

— El mayor me había hecho caso. Sabes que quisiera —le dije mirándolo—. Los niños se fueron a un curso de verano, así que aproveché para hablar del tema que me tortura ,verte ,pasear, sabes que no se puede. A veces quiero decirle a Brenda la verdad y salir corriendo, decirte lo mucho que te amo, salir, oír, convivir, hacer todo lo posible. La verdad, ahora que me voy a reunir con mi padre, quisiera que las cosas fueran diferentes, tenemos la casa sola, tal vez se puedan apagar las cámaras.

— Fabiola decidió no venir y lo que tú y yo queramos hacer hoy no tiene ningún tema de concepción —me contestó.

— Entonces, ¿estás proponiendo que abuse de ti? —pregunté.

— Mientras tanto, he tenido sueños y fantasías contigo. — ¿Qué has dicho? —preguntó.

— ¿Qué oíste? —pregunté.

— He deseado que estés conmigo. Sabes que aún es momento, debemos convivir, conocernos, abrazarnos, ver películas y todo lo demás. No quiero presionarte a que hagas algo que no deseas, simplemente quiero amarte —de arremetí.

— Cristiano, yo también, pero en el fondo sabemos perfectamente que debemos ir despacio. Tal vez si cometes un error te puedas arrepentir en un futuro —arrepentirme —le dije tratando de mantener la voz—. Quiero ser tuyo, quiero estar contigo y quiero sentir la necesidad de que no solamente sean sueños, sino abrazos, cariños y todo lo demás. Por favor, ábrete, por favor, déjate vivir y por favor, no te retires. Por favor, déjame tocarte, besarte.

— ¿Crees que tu padre tenga activo el cartel? —le pregunté.

— Lo más seguro, ese hombre jamás está quieto y mucho menos en este momento. Después de que los niños regresen de su curso de verano, podremos hacer lo que quieras, ¿me complaces apagando las cámaras y la máxima seguridad? —preguntó.

— Sabes que no puedo hacer eso —le contesté.

— Solo por hoy, en venta que dejaron de funcionar, está bien —dijo tocando el portal donde ponía las huellas de seguridad cibernética. Puso su clave y poco después, no teníamos ojos que nos miraran.

— ¿Qué quieres hacer primero? —preguntó.

— Quiero comer, cocinemos el huevo con jamón —le pregunté.

El niño tenía apenas 18 años y ya me hablaba como un chef. Se colocó detrás de la barra y comenzó a cocinar. Sentir su calor, sentir su cuerpo detrás de mí, mientras con mis manos se colocaba detrás de mí, masajeaba una y otra vez la masa como si fuera la cosa más creativa.

— Basta, Mauro —le dije—, envidio demasiado a la masa porque quisiera estar en su lugar.

A qué hora regresan los niños, ¿a las 2? —pregunté.

— Excelente, son las 10 de la mañana. Mientras dormía, tenemos tiempo suficiente. Terminamos de hacer las tortillas con la dichosa masa, pero yo no podía aprovechar. Mauro la estaba usando y hacía hot cakes para el desayuno de mañana de los niños, pues Fabiola se lo estaba encargando. Sin embargo, yo decidí embarrar los restos de la masa  en su rostro, su boca, sus mejillas y cada parte de él. embarre  cada pelo de su barba.

Tenía algo blanco, un resto que decidí lamber con mi lengua.

—Eres distante —dije—. 

—¿Te das cuenta que por ti estoy arriesgando mi trabajo y siendo feliz?

—Sí, me doy cuenta. Así que por favor, no finjas que no sientes nada porque sé que te muevo y sé que estás aquí. Sé que funcionamos y sé que todo es perfecto.

Sentí la incitación y el calor de su cuerpo cuando estaba detrás de mí. Le di un beso que fue como un pico, con un pequeño mordisco que era la provocación de "quiero más".

—Ven por más —susurró.

Nos enredamos en el sillón con una cobija y vimos una película de terror. Mauro sabía que las odiaba, pero en ese momento no sirvió de mucho. Además, odiaba el universo de Marvel. No podía entender cómo era posible que no le gustara ni Los Vengadores ni ninguna otra película de superhéroes. Odiaba el terror también, pero era fanático del romance, el misterio y, solo un poquito, de las cosas raras. Durante toda la película, no pude disfrutarla porque una cosa y otra, entre lazos y besos, Mauro se negaba a besarme del todo. Eran besos cortos y pequeños.

Lo enredé, lo abracé en mi cobija y quise que me besara. Para ese punto, ya me había contado que tenía un tatuaje de búho, que había elegido la psicología, que era un buen hijo y que le encantaba la idea de hacerse más tatuajes. Pero solo tenía el valor para hacerse el tatuaje que tenía en la espalda. Me preguntó sobre mis sueños. Le dije que quería ser militar porque sabía manejar armas, pero que quería emplearlas de diferente manera. Así que lo que se me ocurrió para lograrlo fue dedicarme a esto. Nos abrazamos, nos comprendimos, hablamos de mi color favorito: rojo y negro, sangre y oscuridad, justo como lo que yo representaba en su momento. Él, el negro; la sangre, y yo, la oscuridad de la negrura.

Su superhéroe favorito era Spider-Man. Era lo único que le gustaba. Sin embargo, Los Vengadores, Thor y todos los demás le parecían estúpidos y absurdos. Le pregunté si había fantaseado conmigo y si se había imaginado nuestra primera vez. Como cualquier persona, evitó la pregunta y se negó a aceptarla.

—Entiende que para mí sigues siendo un niño —dijo.

Me enredó en su cobija y me abrazó mientras me miraba con esos ojos de amor, esa calidez y esa seguridad. Justo cuando a la niña de la película le sacaron los ojos, me abrazó con fuerza como un niño pequeño. Seguía sin creerlo. Estábamos cubiertos con la cobija, mirándonos poco a poco. Él sentado en el sillón y yo con la cabeza recostada bajo sus piernas.

La película llegó a su fin y nos quedamos en silencio por unos minutos. Mauro me miraba fijamente, y en un impulso, lo besé con más intensidad. Esta vez, no se resistió. Nuestros labios se encontraron en un beso profundo, cargado de emociones reprimidas. Sentí su mano acariciando mi espalda, mientras la mía se entrelazaba  en su cabello.

Después del beso, decidimos hacer algo más activo. Mauro sugirió una sesión de defensa personal. Nos levantamos del sillón y, entre risas y juegos, empezamos a practicar. Cristiano, siendo equilibrado y serio, me enseñaba movimientos con paciencia, mientras yo, más atrevido, lo desafiaba constantemente. En un momento, lo derribé suavemente, y ambos caímos al suelo, riendo.

—Eres bueno en esto —dijo Mauro, aún riendo.

—Tú también. Aunque podrías mejorar en... —le respondí, sonriendo pícaramente.

Nos quedamos tirados en el patio, disfrutando. La conversación fluyó naturalmente. Mauro se abrió sobre sus miedos y sus sueños, y yo hice lo mismo.

—¿A dónde crees que va nuestra relación? —le pregunté, mirando las estrellas.

Mauro suspiró y se quedó pensativo por un momento.

—No lo sé con certeza, Cristiano. Pero sé que quiero descubrirlo contigo.

—¿Cómo supiste que Hormiga te había llamado? —pregunté, cambiando de tema.

—Era muy evidente por su desesperación en la llamada —respondió Mauro, sonriendo levemente—. Y siento que Hormiga todavía me ama.

Me acerqué más a él, buscando consuelo en su cercanía. Mauro me abrazó con fuerza, y en ese momento supe que, a pesar de las dudas y miedos, estábamos juntos en esto

Mientras me enseñaba las técnicas, sentí su cercanía de una manera que nunca antes había experimentado. Cada vez que Cristiano me sujetaba para mostrarme un movimiento, su calor y su aroma me envolvían, haciendo que mi corazón latiera más rápido. Sentí sus músculos tensarse mientras aplicaba una llave y cómo su respiración se volvía más pesada cerca de mi oído.

Nos levantamos y seguimos con otras actividades. Jugamos a perseguirnos, corriendo por el patio como niños pequeños. Cristiano me mostraba diferentes movimientos de defensa personal, siempre con una sonrisa en su rostro. Yo lo observaba, tratando de aprender, pero más que nada, disfrutando de su compañía y su energía.

Mientras jugábamos, nuestros cuerpos se encontraban una y otra vez, y cada toque, cada roce, aumentaba la tensión entre nosotros. Cristiano me miraba con esos ojos llenos de vida, y yo no podía evitar sentirme atraído por su pasión y su fuerza. En un momento de pausa, nos encontramos frente a frente, respirando pesadamente. Sin pensarlo, me acerqué y lo besé nuevamente. Este beso era diferente, más profundo y cargado de emociones. Sentí que el mundo desaparecía a nuestro alrededor, dejando solo a Cristiano y a mí, inmersos en nuestro propio universo.

—Mauro —susurró Cristiano, apartándose ligeramente—, me haces sentir vivo.

—Tú también me haces sentir así —respondí, acariciando su rostro con ternura.

Cristiano continuó enseñándome  técnicas de defensa personal. Me mostró   cómo aplicar llaves y cómo liberarme  si alguien intentaba inmovilizarme . En uno de los movimientos, Cristiano me sujetó desde atrás, y sentí su aliento en mi cuello. Mi corazón latía con fuerza, y el deseo de estar aún más cerca de él se intensificó.

—Si alguien te ataca con un arma, lo más importante es desviar el arma lejos de tu cuerpo —explicó Cristiano, mientras me mostraba cómo agarrar y desviar una muñeca imaginaria—. Luego, usa el peso de tu cuerpo para controlar la situación.

—¿Y si están demasiado cerca? —pregunté, tratando de concentrarme en sus palabras y no en la cercanía de su cuerpo.

—Entonces necesitas actuar rápido y usar su propia fuerza contra ellos —respondió, haciendo una demostración rápida y eficaz que me dejó impresionado.

Cada vez que Cristiano me tocaba, era como si una corriente eléctrica recorriera mi cuerpo. Sentía una mezcla de vulnerabilidad y deseo que nunca había experimentado antes. Su cercanía me hacía sentir vivo, y sus caricias despertaban en mí un deseo profundo de ser suyo.

Terminamos tirados en el patio, riendo y jadeando por la intensidad de nuestra actividad. El sol estaba alto en el cielo, iluminando todo a nuestro alrededor. Miré a Cristiano y no pude evitar sonreír. A pesar de todo, de los miedos y las inseguridades, había una conexión innegable entre nosotros.

—¿Qué vamos a hacer? —pregunté finalmente, rompiendo el silencio.

Cristiano me miró con una mezcla de ternura y desafío.

—Vivamos el momento, Mauro. No sabemos qué pasará mañana, pero ahora estamos aquí, juntos.

Asentí, sintiendo una paz extraña y reconfortante. Nos recostamos en el césped, aún entrelazados. La mañana continuaba su curso, pero nosotros estábamos en nuestro propio mundo, donde solo existíamos él y yo, al menos por ahora.

En la tranquilidad de ese momento, mi mente volvía al beso que compartimos. Sentí una necesidad intensa de cruzar los límites, de dejarme llevar por el deseo que Cristiano despertaba en mí. Sin embargo, los miedos seguían presentes, recordando lo prohibido de nuestra relación. Cerré los ojos, disfrutando del calor del sol y del cuerpo de Cristiano junto al mío, sabiendo que, aunque esta paz no duraría para siempre, haríamos lo posible por mantenerla viva el mayor tiempo posible.

Nuestros cuerpos estaban enredados, y cada vez que Cristiano se movía, sentía un cosquilleo que recorría todo mi ser. Él me miró con esos ojos que parecían ver a través de mí, y supe que no importaba lo que el futuro nos deparará, siempre recordaría estos momentos. Sentí sus dedos acariciar mi brazo, creando un sendero de sensaciones que me hacían desearlo aún más.

—Mauro, ¿crees que esto pueda durar? —preguntó Cristiano, con un tono de vulnerabilidad.

—No lo sé —respondí honestamente—, pero estoy dispuesto a luchar por ello.

Nos quedamos en silencio, disfrutando de la presencia del otro. En ese momento, sentí que, a pesar de la incertidumbre y el miedo, había algo mágico en nuestra conexión. Sabía que teníamos un camino difícil por delante, pero mientras estuviéramos juntos, podríamos enfrentarlo todo.

La mañana siguió su curso, pero para nosotros, el tiempo parecía haberse detenido. Nos recostamos uno al lado del otro, nuestras manos entrelazadas, y dejé que el sol y la presencia de Cristiano llenarán mi corazón de una calidez que nunca antes había sentido. Estaba dispuesto a enfrentar cualquier cosa, siempre y cuando él estuviera a mi lado.

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