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¿Estás celoso?

Capítulo 24

Quedan tres días para mi cumpleaños. Por suerte, mi cumpleaños caería un viernes, el día 18. Curiosamente, ese número siempre ha sido significativo para mí. Mis padres y todos los que me rodean solían decir que, a partir de esa fecha, las cosas serían diferentes.

Han pasado bastantes cosas desde la pelea con Mauro entonces, y aunque Mauro y yo seguimos compartiendo momentos, hay una frialdad que no consigo ignorar. Mauro está ausente, distante. Me evita. A veces, pareciera que decide alejarse de mí intencionalmente. Llega a casa, me saluda, me invita a dar vueltas, todo parece perfecto... pero cuando intento hablar con él, siempre dice:

—Ahora no.

Me pregunto si ya no me ama, si ha dejado de sentir lo que según él sentía. ¿Qué ha pasado? ¿Por qué no se da cuenta de que lo extraño? Han sido días difíciles, días para pensar y darme cuenta de si en verdad era suficiente. La verdad es que quiero ser honesto y, aunque sea en un susurro, gritar: gritar mis sentimientos por Mauro Mauro, yo soy feliz, pero el hecho de estar peleados me causa demasiado conflicto.

Estamos en agosto, el mes de mi cumpleaños. Sigo sin creer que ya han pasado seis meses. Seis meses de temores. Finalmente, había llegado el día, el momento y la hora en la que todos esperaban que cumpliera mi mayoría de edad.

Esos seis meses... recuerdo que al principio Daniel decía que tenía un año y medio todavía de prueba para mentirle a las casas hogares y así ser aceptado. Renacer me aceptó en un momento cuando faltaban seis meses para cumplir la mayoría de edad. ¿Cómo me hacía sentir eso? Sabía demasiado. Sabía que, a pesar de ser adulto, al cumplir 18, no tendría a dónde ir. Sería un riesgo latente que mi padre me recibiera en sus brazos y decidiera usarme como instrumento para hacer maldad.

A su vez, la procuraduría de Guanajuato me usaba como un anzuelo para mantener a Ernesto tranquilo y obtener información. Al fin y al cabo, siempre sería una moneda de cambio. Este era otro de los motivos por los que me traían a Renacer. Renacer permitía tener a mayores de 18 años. La mayor en esta casa tenía 18. Eso me daba una garantía de que Renacer hacía excepciones en casos especiales, y yo necesitaba que hicieran una conmigo.

Aunque tenía un lugar a dónde ir, según yo hacía mucho que no sabía nada de Erika y mi hermano. Tenía el refugio de la policía desde que delató a mi padre. En teoría, era algo así como un testigo protegido. No iba a ir al otro lado del mundo a buscar a un hombre que tal vez no quería verme, aunque quería saber en el fondo cuál era la situación que motivó a mi hermano Ernesto a delatar a nuestro padre. Sin embargo, no tenía nada.

Jessica y Daniel me explicaron que la procuraduría de Guanajuato me tendría bajo custodia por más tiempo debido a quién era mi padre. Por eso estaban agradecidos con Brenda, ya que era una de las casas que permitía tener casos de niños especiales. Claro, ninguno iba a aceptar que era una moneda de cambio con la que podían chantajear a mi padre.

Por otro lado, Brenda decía que si yo no quería tomar el camino que mi padre me tenía destinado, no lo hiciera. Ella me ayudaría a ser militar, y si así lo deseaba, podría quedarme aquí después de los 18. Me ayudaría a encontrar una forma de vivir. No digo que no me ilusionara. Es fascinante tener tu propia casa, tu propio departamento, tu propio mundo. Pero me hacía feliz el hecho de sentir que, por primera vez, tenía un hogar.

Camila era la niña risueña que me hacía reír, la hermana que nunca tuve. Catherine era sincera, honesta y directa, a veces inmadura. Mauro, en sus ojos angelicales, podía perderme. Sin embargo, ahora estábamos distanciados. Desde nuestra última pelea, hace unos días que ya parecen eternos, ninguno dirigía la palabra al otro. Ni siquiera ahora, que sabía que en tres días sería mayor de edad y Mauro ya no tendría por qué sentirse culpable o correr riesgos al estar a mi lado.

Ya no habría impedimentos ni juicios morales que lo juzguen, ni tendría pretextos para decir que no podría estar con alguien más joven. Por favor, que ahora no me salga con que los diez años de diferencia son demasiados. He esperado bastante tiempo para besarlo desde que confesó sus sentimientos y me dijo "Te amo" por primera vez. Ya no habría pretextos. Por fin podría estar cerca de su boca y no solo sentir su aliento.

Quería llamarle a Mauro y decirle que era un imbécil. Me estaba tratando como a un niño más, y yo no lo era. Para él, no lo era. Eso era algo que ya sabíamos ambos. Pero cada vez que trataba de dirigirle la palabra, se iba. Meditaba. Ahora ni siquiera me preguntaba por los sueños o los malos ratos. Sabía que aún se quedaría, pues la incapacidad de la cuidadora se alargó mezclándose con sus vacaciones atrasadas 

El hecho de tenerlo aquí, y de que supiera que somos un amor ilegal, pero de que pronto ya no habrá impedimento alguno ni fallos en su ética moral, me hacía sentir tan tonto, tan imbécil. Me estoy esperando una eternidad por un hombre que literalmente me evitaba y apenas me dirigía la palabra literalmente.

Mauro estaba ignorándome, fingiendo que no existía.

Mauro 

¿Qué ha pasado en mi vida? La verdad es que no mucho –dije escribiendo las primeras líneas. Estaba volviendo a escribirle cartas a él, pero a diferencia de las otras veces, ahora le contaba de mis problemas con el chico rebelde y maduro de Cristiano. Me hacía sentir tan lejos del unísono y me hacía sentir tan perdido como buena persona. Un poco inmaduro de mi parte, pues decidí fingir que Cristiano no existía, decidí fingir que lo trataría como a un niño más. Nuestra discusión se había quedado corta. Él quería saber cosas como qué decía las cartas. No tenía el valor para decirle que en esas cartas le hablaba de lo mucho que sentía cuando estaba cerca. Al contrario,  si Cristiano me hubiera preguntado, le hubiera contado el motivo por el que le hago las cartas a Gastón, porque como dato curioso, lo estaba dejando de llamar "noche" y ahora solamente lo llamaba por su nombre. Estaba enojado con el niño rebelde porque se enojaba por una carta. Sí, tenía derecho a tener sus propios miedos e inseguridades sobre lo que sea, claro que sí, pero ¿por qué no hablarlo?

Fue ahí cuando recordé su inmadurez y su rebeldía y decidí darle su espacio para que pensara si de verdad me quería, incluyendo el pasado que tal vez él desconocía. Me alejé de Cristiano tratando de hacerme la idea de que él tenía demasiadas cosas por vivir, que yo era demasiado viejo. De cualquier forma, entre él y yo aún no había ocurrido nada. Podría verlo con los ojos de niño. Pero siempre que lo evitaba, parecía algo. Mi respuesta decía "no" a cada uno de sus intentos. Era algo complicado decirle al hombre que amaba que no, pero luego me encontraba pensando que si esta discusión, o lo que yo consideraba un berrinche, mejor dicho, se hubiera hecho más grande, tal vez en la pasión o en el calor de esta discusión hubiera ocurrido algo de lo que ambos pudiéramos arrepentirnos.
Pensando en eso, decidí alejarme de él, pero cada vez que lo evitaba, resultaba peor. Estaba consciente de que pronto sería su cumpleaños. El día que le tomé las huellas, la fecha era agosto y, la verdad, tenía preparado un regalo para él, pero ahora no sabía si se lo iba a dar. Sin embargo, me había hecho un pancho a morir por cosas que no le había dicho. Me había dicho que si era una relación de mentira, que le ocultaba, que significaban esas cartas de noche. Entiendo que para Cristiano yo era algo así como la salvación o el hombre mayor del que estaba enamorado, pero también podía entender por qué podía enojarse tanto o sentirse inseguro. ¿Acaso no le he demostrado lo mucho que lo amo o lo mucho que me interesa o lo mucho que lo cuido, tanto que cuido su integridad y que se mete en riesgo por estar en las manos equivocadas?

Han pasado días. Entre tanto, hoy por la mañana, Fabiola me dijo que iríamos a un evento. Que justamente iríamos a lo que se conoce como los partidos de fútbol. La universidad latina organizaba eventos de fútbol y deporte para los adolescentes. Era uno de los benefactores de la casa hogar. Así que, como debíamos dejar que la apariencia continuara, yo debería llevar a los niños en lugar de cuidarlos. El sábado, de 9 a 4, habría evento de fútbol y yo debería estar como el cuidador perfecto. Para ese entonces, Cristiano ya tendría 18 años. Su cumpleaños era el viernes. Esperaba poderle obsequiar ese regalo ese día. La casa hogar no podía faltar, pues era nuestro benefactor. Regalaban Reyes en Navidad y hacían una que otra cosa. A la hora de la comida, Fabiola me autorizó darles el anuncio a los chicos. Hoy tocaba arroz y carne de pollo. Decidí sentarme, les aplaudí con las manos, pues todos estaban conversando.

Hasta el momento teníamos 18 niños y yo debería hacerme cargo de esos 18 jóvenes y niños porque no podíamos dejar a ninguno.

—Tengo una noticia que darles —les dije.

Sus caritas de emoción y algunas caritas de "quiero más" eran las que los acompañaban en este gran anuncio. Sin embargo, Cristiano tenía una mirada triste y casi podría decir que hasta de asco.

—Fuimos invitados —continué comenzando con la conversación— a la universidad latina a ver su torneo anual de fútbol.

Los adolescentes hicieron caras de remingo y algunos de "no quiero ir". Otros dijeron:

—Ni modo tenemos que ir porque son los que nos traen cosas en Navidad.

Les hice una mirada para que se callaran, pues habían niños más pequeños. Cristiano tenía una expresión neutra, no decía nada y eso me inquietaba. ¿Qué estaba pasando por su cabeza? ¿Qué sentía o qué le parecía bonito? Abrí los ojos tratando de buscarlo con la mirada. En ese preciso momento nuestras miradas se encontraron, juntándose en un torbellino de emociones.

—Iremos el sábado. Tienen suficiente tiempo para organizarse —les dije a los adolescentes— y no tengan pretextos. El cumpleaños de Cristiano será el cumpleaños de Cristiano será el viernes hoy iríamos a conseguir las cartas para Navidad y para Reyes. Era consciente también. Ya tenía un obsequio que quería darle al chico. También sabía, por boca de Brenda, que vendría a darle un regalo. 

A los pocos minutos, Fabiola entró en la cocina, llamó a Cristiano y a mí.

—Vino Daniel a verte —le dijo al chico.

El chico mantuvo una expresión neutra, sin ganas de nada, y a mí me pidió que permaneciera en la reunión por si se hablaba algo de su padre, para estar enterados y en sintonía.

—Hola, ¿cómo estás? —le dijo el tipo al que todos llamaban Daniel.

La trabajadora social Sara, que me habían presentado la otra vez, también había venido. Sin embargo, ella solo le dedicó un apretón de mano.

—¿Sabemos algo de tu padre? —preguntó.

Cristiano negó con la cabeza y dijo:

—Desde su último mensaje dijo que seguiría en contacto, pero no dijo nada más. No ha dejado notas ni mandado mensajes anónimos. Lo conozco, es sigiloso y ya está esperando a que nos descuidemos.
—Excelente, pero no venimos a hablar de eso —insistieron los dos invitados—. Venimos a hablar de tu mayoría de edad.

Cristiano recuperó la visión y, por un momento, su cara se volvió blanca. Sabía que este momento era específico y crucial en su vida. No preguntó nada, solo dijo:

—¿Y qué sigue? ¿Me correrán de aquí en cuanto sea mayor, verdad?

—Por ley ya no están permitiendo tener a mayores de edad, y mucho menos a ti, porque tu condición física y mental es buena. No tenemos pretexto, pero la procuraduría de Guanajuato quiere tenerte bajo resguardo para poder controlar lo que tu padre haga.

—¿Tenerme como moneda de cambio? —dijo el chico—. Eso es obvio.

Entristecido de nuevo, sentí compasión por él.

—No es así, no eres moneda de cambio. Te mantendremos bajo custodia para que no te conviertan en un narco de pacotilla —dijo la trabajadora social.

—Es exactamente lo mismo, pero en palabras más dulces —dijo el chico fingiendo una sonrisa.

Sin embargo, la trabajadora social se detuvo un segundo en sus ojos y le dijo:

—Hay algo en esos ojos, brillan. Renacer te ha hecho muy bien. Te dije que esta casa era especial, ¿ves como no me equivoqué?

Daniel también le dijo una que otra cosa, le dijo que se veía diferente, se veía sonriente y se veía feliz. Era como si su corazón estuviera enamorado

— él solo se burló del hecho de que hayas conocido a mi madre —continuó el chico—. No te da derecho a decir si sonrío o si vivo.

—Es cierto —dijo el tipo—. Te ves diferente, te ves motivado, te ves feliz. Te ves como si estuvieras enamorado Repitió lo mismo que su compañera

Casi me atraganté con mi propia saliva al escuchar eso. ¿Se le notaba tanto al pobre niño adolescente que estaba enamorado de mí? Ahora, ¿qué pasaría si creían que era de una chica o de un hombre mayor? Claro, eso no les pasaría por la cabeza. Al menos eso rogaba.

— ¿Estás bien? —dijo la trabajadora social.

Cristiano se puso pálido. 

—Perdón, me sorprendí. Wow, Cristiano, parece que tienes a un confidente que sabe tus secretos. ¿Cree que Cristiano está correspondido? —me dijo la trabajadora social.

—Yo creo que Cristiano está enamorado y es correspondido. Porque si no, ¿por qué estaría tan feliz? —sabía que con lo que le había dicho al chico le daba alguna esperanza, pero yo quería decírselo, quería decirle que también yo estaba feliz y que quería arreglar nuestros problemas aunque uno ni otro se acercara al otro.

Sin embargo, cuando escuchó "es correspondido", los ojos de Cristiano se abrieron un poco, su rostro se iluminó y, podría decir, que solo por un segundo se puso rojo como jitomate.

—En fin, queríamos darte la paz y que no te preocupes por tu adultez. Seguirás en resguardo al menos hasta que tu padre se encuentre atrapado o en mejores circunstancias que ahora. Además, mientras les ayudes tanto al detective como a la policía a atraparlo, todo irá bien. No te preocupes, de cualquier forma la directora nos dijo que seguirás contando con su apoyo y con ella. Eso era cierto. Brenda le había asegurado al chico que permanecería aquí, así como lo había hecho con Camila y con algunos otros más, incluida Paloma y los demás. La verdad, no sabía si eso era cierto, cómo me hacía sentir eso. Pues Cristiano permanecerá aquí por más tiempo, a pesar de su mayoría de edad, pero yo terminaría este turno y solo lo vería los fines de semana. Ya no hablaría con él ni estaría ahí todos los días para verlo en las mañanas.

Ese pensamiento me hizo pensar en lo siguiente: debía reconciliarme con Cristiano lo más rápido posible. Deberíamos disfrutar del tiempo que yo esté en este turno, porque los últimos meses que vienen y cuando yo me mueva, todo será más difícil. La trabajadora y Daniel se despidieron de Cristiano y se dirigió al patio, pero a pesar de todo, aún no estaba listo para dirigirle al Checo la palabra. Fue por eso que cuando se acercó a decirme que necesitábamos hablar, le dije:

—Sí, yo también, pero este no es el momento.

Sus ojos se entristecieron y yo decidí tomar rumbo al patio a cuidar a los niños. Cristiano se recargó en la pared y no se movió de ahí en lo que restaba de los minutos. Fue ahí cuando Camila se acercó.

—No sé qué haya pasado entre ustedes, pero él se nota distante, distraído, diferente, triste. Tiene los ojos tristes. Te apuesto que ha llorado.

—Camila, ¿cómo puedes deducir que yo tengo algo que ver con eso? —pregunté.

—Mauro, te lo dije la otra vez. Cuentas conmigo y con catering. No somos tontas. Vemos cómo lo miras, vemos cómo te ve, vemos sus miradas, sus conversaciones en el patio. Y como sea, cristiano me ha contado algunas cosas. Y te pido que no vayas a reclamarle. Lo hace porque necesita con quién expresar, lo hace porque necesita desahogarse —dijo ella.

Fue ahí cuando se me prendió el foco y como si una idea hubiese llegado, le pregunté a Camila:

—Sí, ¿te acuerdas cómo comenzó?

—Claro. Tú eras el cuidador de los fines de semana. Me conociste y cuando me viste llorar, me escuchaste, me sacaste de la depresión, me diste pláticas bonitas, me ayudaste a calmar mis ataques de ansiedad y a perdonarme por sentir que me había aprovechado de más de mi mamá.

—Dime, ¿tuviste romances con hombres mayores?

—No, Mauro, no como tal. Pero tú sabes que tuve un intento donde a mis 15 años me quisieron casar —dijo la chica.

—¿Piensas que está mal un amor con diferencia de edad?

—No, si los dos quieren y el amor es mutuo. Obviamente, hay cosas que entender, como el hecho de que Cristiano no va a tener tu misma madurez ni mucho menos va a tener la cabeza que tú tienes. Pero, ¿por qué negarte a vivirlo? Aunque salga mal, resultó una experiencia.

Las palabras de la chica me hicieron abrir los ojos. Tener experiencia o ser la experiencia de Cristiano no sonaba tan mal.

—Gracias por escuchar. Cada vez que necesitaba dejar de culparme o escuchar cuando un hombre mayor me cortejó y me pidió que me casara con él, sí es mutuo y la diferencia de edad es poca, ¿por qué no vivirlo? —dijo ella—. Cristiano tiene 18 años casi y no aparenta tenerlos. Se ve más adulto, de unos 20. Y tú tienes 28, estás en la flor de la juventud. Por favor, no podría ser tu hijo.

—Pero sí mi hermano —le dije.

—¿Y tú crees que Cristiano te ve como un hermano? Es obvio que te gusta. Dejas que te pinte, dejas que esté ahí. Le has contado de tu pasado.

Claro, eso me hizo pensarlo. Si Camila era una buena confidente de Cristiano, debería saber algo del motivo por el que Cristiano tenía tantas inseguridades.

—¿Sabes de nuestra discusión? —le pregunté.

—Sí.

—¿Sabes por qué se puso así? Porque dijo que eran mentiras. Y sí, Cristiano vio la carta para esa persona especial que tienes, pero yo no lo dejé que terminara. Eso quiere decir que la curiosidad casi lo mata. Incluido que solo vio que le estabas contando a ese amor del pasado tuyo sobre él, pero no sabe si cosas buenas o malas. Aparte también tiene el miedo de que sea solo un juego para ti, de que lo estés usando como método para olvidar a ese amor tuyo del pasado. Incluido el hecho de que tiene miedo de que en esas cartas le sigas confesando el amor a ese amor tuyo.

—¿O sea que él cree que yo…? —pregunté.

—Sigo enamorado de esa persona. No tanto así, pero tiene miedo de que esas cartas sigan siendo un medio para que tu corazón sienta algo y que por eso las hagas. El niño tiene miedo de no ser el único, cierto —dijo Camila.

—Cierto. Cristiano está enamorándose de ti y quiere ser el único. No quiere vivir con el fantasma al que le escribes cartas sin más. Y casi como niño chiquito cuando acaba de cometer un error, le dije a Camila:

—¿Me permites un segundo? De cualquier forma, ¿ pensaba acercando a ella acercando a ella? Tendría una de sus típicas conversaciones sobre libros y todo estaría bien.

—Claro, ve con él que te urge Claro que quieres quieres —dijo Camila.

Me acerqué al chico, me senté a su lado recargando la pared y les dije:

—Desde aquí los voy a vigilar.

—Claro —dijo uno de los niños burlándose—, tú siempre dando terapia a los demás.

Me coloqué recargando la pared. Casi podría sentir la cabeza de Cristiano pegar con la mía.

—Podemos hablar —dijo el chico, soltando un resoplido y abriendo los ojos que hasta el momento tenía cerrados—. ¿Ahora sí quieres hablar? Te fuerzas con esa estúpida indirecta que lanzaste con Daniel cuando hablábamos. Dijiste que el amor que tienes es correspondido. ¿Qué tiene eso de malo? Ahora resulta que me correspondes, pero le haces cartas a otro.

—Trata de bajar la voz, los niños están perdidos en su juego. Mauro jamás me escucharán. Pronto ya no tendremos que ocultar esto ni nada, pero si sigues con tus mentiras…

—¿Cuáles mentiras?

— le haces cartas a otro. Y puede que le confieses tu amor —me reí—. Pues era obvio que aquí la diferencia de edad se notaba. Cristiano me estaba haciendo un berrinche.

—¿Sabes cuánto falta? —pregunté.

—¿Para qué, Mauro?

—Para tu cumpleaños. Es el viernes.

—Ya lo sé. Entonces, en ese momento ya podré amarte. Ya no me podré sentir culpable.

—¿Para qué? Si tú le escribes cartas a otro, en algún momento me escribirás una a mí.

—¿Estás celoso? —le pregunté.

No contestó el chico.

—Simplemente tengo miedo. ¿Qué tal si tú sigues enamorado de ese hombre y me quieres usar a mí como trapo de consuelo? Si estás celoso porque le sigo haciendo cartas y a ti no. Detesto que puedas sentir un sentimiento por alguien más. Detesto que le dediques letras, detesto que sigas pensando en él. Estúpido, pero te quiero solo para mí. Dijo cristiano con la voz casi chillona

—Traje la carta por si necesitabas leerla. Te la voy a leer.

—No, no es necesario. Confío en ti, pero necesito entender qué son.

—Mira, Noche me regaló una cajita con una rosa medio seca y un libro antes de abandonarme. Me dedicó una canción y me dijo que cuando él no estuviera, le escribiera cartas. Al principio no entendía, pensé que era uno de sus juegos, pero desde que se fue, lo usé como forma de olvidarlo o de llorar en silencio, decidí escribirle cartas. Pero desde que tú apareciste, yo no había escrito ni una. Y me dijo que un día encontraría a quién dedicarle la canción porque me dedicó una canción y me dijo que algún día entendería por qué me dejó y me mandó esta canción porque cuando encontrara a quién dedicársela significaría que él ya se había ido.

—¿Y ya encontraste? —preguntó Cristiano con seguridad.

—Creo que sí. Y es justamente lo que le estaba contando en esa carta. Le estaba contando que creía haber encontrado a alguien más, que ya lo había olvidado y que ya no lo odiaba por haberme dejado.

—¿Qué te hizo?

—Digamos que me dejó enamorado y se largó para siempre. Eso es todo el daño que me hizo. Pero la verdad, quiero dejar el pasado atrás. Así que, por favor, no te perturbes con eso. Te contaré de Noche, pero en este momento no. Pero escúchame bien, Cristiano. Esto no es una mentira, ni tienes porqué sentirte inseguro. Yo te quiero y pronto te podré decir la palabra prohibida, y será mejor que esperes con paciencia porque tengo tu regalo.

Llamaron a la puerta, así que tuve que dejar nuestra conversación para después. Al abrirla, no había nadie, solo un paquete envuelto que decía "Para Cristiano". Habían vuelto los mensajes de Ernesto.

—Cristiano —le dije al chico regresando al patio—, tienes un regalo de tu padre.

—¿Qué? —respondió sorprendido—. ¿Una nota y una carta? ¿Ha recuperado la comunicación?

—Y también hay otro regalo pequeño. Sabía perfectamente de quién era. Era de hormiga pues tiene su firma, dice Qué es de hormiga.

—Así te lo repito —dijo Mauro—, ¿tú crees que a mí me parece cómodo que tuviste un amor del pasado del que todavía te manda mensajes?

—¿Estás celoso, Mauro?

—No lo negué rotundamente, aunque en mi sonrisa se veía otra cosa. Pero sí, ese tal hormiga te puede mandar regalos¿por qué yo no?

—Basta. Vamos a ver con qué sorpresita sale mi padre. A ver si no mandó otro mensaje. Pero ahora no los quiero abrir —dijo Cristiano dejando salir un suspiro—. Ya será momento cuando estemos en la sala, pero lo haré antes de que te vayas.

—Okay, son las 4. Tengamos una hora más para disfrutar de nuestras conversaciones y de que tus celos son demasiado bobos e inocentes —dijo Cristiano— el más chiquito. eres tú. ¿Cómo te puedes poner celoso de una carta?

— aunque te conteste. Pero ten por seguro una cosa, Cristiano. No tienes por qué seguir sintiéndote inseguro de Gastón.

—¿Gastón? —preguntó el chico, con un signo de interrogación en su cara.

—Sí, Gastón. Ese es el nombre de Noche. Si quiero cerrar el pasado y que tú te sientas seguro, debo empezar a llamarlo por su nombre.

Esas palabras de Mauro me hacían sentir fe de que no había motivos para sentirse inseguro, de que él se fijaba, de que a él le importaba y de que pronto esto dejaría de ser algo ilegal y se convertiría en aquel amor crucial que no sabíamos si terminaría bien o mal. Pero sí tendríamos algo por seguro: no habría más secretos ni más miedos. Pues pronto, en un par de horas, ya nada nos podría detener. Por fin podríamos gritar que este amor existía. Él no iría a prisión y tal vez ya encontró su nueva canción.

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