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Doble gay

Capítulo 7

—¿Qué está pasando? — Fabiola.
—Nada, Mauro actuó como el mundo rompiendo nuestro vínculo, rompió el abrazo —respondió—. Yo sentí un desconsuelo.

—Ay, ¿qué me sucedía con este hombre? Pensé que solo lo estaba consolando —dijo Mauro, como tratando de adivinar la siguiente pregunta de Fabiola.

—Cristiano, sí —le dije, mirándola de nuevo—. Arréglate, están aquí.

—En su voz había espanto.

—¿Quién es? —pregunté.

—Procuraduría, creo. Traen el video de tu papá —suspiró un poco y corrió a lavarse la cara. Pobre chico, no entendía qué pasaba con él. Le faltaban apenas seis meses para ser mayor de edad, y yo me preguntaba qué haría después. ¿Por qué me interesaba tanto? Tal vez me recordaba a esa oscuridad tan profunda que me habían hecho vivir.

Mojó sus ojos enrojecidos por el llanto y, como cinco minutos después, entró una mujer vestida de uniforme azul, alta en tacones y con una trenza tejida.

—Sara —dijo el chico de inmediato.

Ella corrió a abrazarlo, como aquella persona que ahora se ha convertido en algo que ha perdido.

—Nos enteramos. Me escapé, seguro los mensajeros que me llevaban mensajes a Querétaro le dijeron que ya no estaba. Me buscaba cada mes y es lógico que si desde enero no contesto a ninguno de sus recados se iba a poner loco. Ustedes no conocen a Ernesto, me hubieran mandado al león correr y al menos riesgo.

—Cristiano, no venimos a hablar de él. Es Alex —dijo Cristiano muy serio.

—Alex —dijo el chico con una mirada tan pálida y tan perdida que yo ni siquiera sabía por qué permanecía ahí. Pero algo me decía que no me fuera, el pobre chico me necesitaba. Tal vez esa era mi misión, cuidar y proteger a este chico.

—¿Cuidar y proteger a este chico de todo el dolor? —Estamos en abril —él no se anda con rodeos—, dijo Cristiano muy serio—. Ya son dos meses sin contestarle a sus abogados, ¿qué esperaban?

—¿Has estado bien en Renacer? —preguntó Jessica.

—Sí, me gusta.

—Entonces, no te moveremos de aquí. Nos la ingeniaremos. En fin, ¿qué pasa con mi hermano?

—Están pidiendo su cambio. Quieren trasladarlo a otra foto. Tienen miedo de que tu padre vaya por su cabeza o la tuya. Pero nosotros queremos traerlo contigo. ¿Lo quieres aquí en casa mixta, son hermanos? —Fabiola intervino y dijo—: tendría que hablarlo con mi jefa, pero yo creo que sí está bien. Es mejor que esté conmigo, bien, cuidado aquí  contigo.

—¿Quieres ver el audio?

—Sí —dijo el chico tartamudeante.

—Nos pueden dejar a solas, que se queden Sara, por favor.

—Por supuesto.

Era como un tipo audio de WhatsApp, pero estaba guardado en una grabadora. Vi al chico ponerse pálido un poco más, para después colocarse junto al sillón. La trabajadora social lo colocó frente a él y dio un fuerte click a reproducir.

—Cristiano —se escuchó una voz medio burlona del otro lado.

—Cristiano —repitió Rata—. ¿Cuándo entenderás que no puedes cambiarte de alcantarilla sin que yo sepa? ¿Cuándo entenderán esos de la procuraduría que entre más intenten alejar nuestro contacto, más riesgo corren de perder un dedo mientras estés vivo? Sabes perfectamente que no los voy a tocar, Rata. Así que más les vale mantenerte vivo. Y para ustedes, pequeños coyotes, o sea, la procuraduría, mi consejo les doy: no se lo lleven a casas nacionales, ni a León, ni a Guanajuato, y mucho menos a México. No quedan. Que empiece a arder, ¿verdad, Rata? Compórtate, que pronto te sacaremos de ahí. Y cuida a Alex, por favor, ya que como tú no tuviste el valor, tu hermanito pequeño tomará tu lugar. Alex será su nuevo dolor de cabeza, será el nuevo líder del Cártel cuando yo salga de esta ratonera y deje que me atrapen.

Quedé horrorizado al escuchar aquel audio las dos veces que Cristiano lo reprodujo. Ahora entendía todo: por qué las pesadillas, por qué me pidió que me alejara, por qué su mente está tan clavada con ser un narco. Cuando me dijo que su padre era un narco, no creía que fuera tanto, pensé que exageraba. Pero ahora he escuchado con mi propia voz la voz de Ernesto de la Fuente y cualquiera estaría horrorizado. Me sorprende que este chico de 17 años no se haya vuelto loco.

Cristiano salió al patio, caminó, pateó el balón.

—La trabajadora social permaneció por un rato en la casa, como esperando a que él hablara, hasta que la trabajadora social volvió a acercarse a él. 
—Cristiano, ¿quieres decirme qué te pasa? 
—Tengo miedo —escuché esas palabras a lo lejos, y algo dentro de mí volvió a romperse—. Si Renacer me deja de apoyar, no tendrás a dónde trasladarme. Voy a terminar en las calles otra vez —me dijo el chico, mientras a mí se me partió el alma de nuevo. A veces odiaba este trabajo. Teníamos todas las herramientas, pero a veces no podíamos hacer nada. 
—Tú tranquilo. Hablamos con la presidenta del Cuatrimoto, no te va a dejar de apoyar y está dispuesta a darle batalla a tu padre. Aparte, desde el principio sabía que esta podía ser una de sus consecuencias y decidió aceptarla.

Entramos a mayo. No era nada de lo que había llegado a Renacer en enero. Se portaba bien, ya no golpeaba, no decía groserías y mantenía su distancia de Rafael. Ya no había quejas ni de golpes ni de rencillas, tampoco insultaba a Fabiola y Brenda. Había decidido dejarlo salir de la casa. Iba a la tienda, trabajaba en el bazar. Sabíamos que su padre estaba ahí, pero ella decidió romper el círculo. Dijo que si Ernesto nos tenía vigilados, lo mejor era que viera que su hijo estaba bien, intacto. Desde el principio había dejado claro en el audio que mientras Cristiano estuviera bien, no me verían el dedo, así que, ¿por qué no darle lo que quiere ver a Cristiano? Si nos tenía vigilados por las calles, acerca de la casa, verlo salir y seguir con su vida nos da una garantía a todos. Era un fuego arriesgado, pero bueno, Cristiano ya no era mi grosero ni golpeador. Había cambiado tanto. Obedecía, trabajaba y colaboraba en casa en lo que le pedíamos. Yo había hecho cosas por él. Como consolarlo en sus pesadillas durante el día, mientras se quedaba dormido, hacerle compañía. El hecho de que fuera saliendo demostraba que pronto lo dejarían salir de fiesta, ir a la escuela y hacer cosas de su edad. La trabajadora social nos había dicho que se iba a escapar al mes, febrero, abril y ahora mayo, y yo me sentía orgulloso de tener algo de mérito en esto. Había descubierto que le gustaba mucho pintar, dibujar rostros. Le gustaba la música, le gustaba el fútbol, le gustaban las armas y hablaba mucho de muertes y de pistolas. Yo, bien, cariño, también era gran partidario de los videojuegos virtuales como el Free Fire. Había conseguido prestarle mi teléfono un par de horas para que durmiera su cuenta y jugara. Haber llegado a un acuerdo con Fabiola: él prometía no escaparse, obedecer y no decir groserías, y tendría su juego. Me encantaba tener el control. Era un hombre duro, pero yo me podía sentir orgulloso de ser uno de los pocos que recibía abrazos de su parte. Me abrazaba jugando, me golpeaba con la palma de su mano en mi espalda. Aún no sabía qué íbamos a hacer cuando Andrea llegara. Ya no era lo suficientemente fuerte como para verlo todos los días.

Camila

Había pasado un mes. Desde que la licenciada Guadalupe había puesto el oficio obligando a la ley a hacerse cargo de mí, estábamos a finales, y la forma en la que estaba avanzando esto me parecía aún más absurda. El tiempo no se detenía, no tenía compasión de nosotros. En marzo metimos el proceso, estábamos en abril y casi por entrar a mayo, y yo seguía sin respuesta. La presión en casa de Aurora creció, su mamá murió, todo parecía lejano. Y aquel espejismo, volvemos a visitar la procuraduría esperando tener una respuesta, pero nos dimos cuenta de que ni el papel recibió la persona indicada, tal vez lo habían tirado o arruinado. Volvemos a meter la solicitud por segunda vez, y así fue como de la nada me encontraba yo aquí con dos mujeres.

Una de cabello rojizo, largo mediano, ojos café, un poco robusta, labios gruesos, vestida con pantalones y chaqueta.

Acompañada de otra de tez morena, cabello castaño rubio teñido claro, delgada, de unos 28 años o tal vez menos.

Ambas se presentaron diciendo que eran trabajadoras sociales.

Me interrogaron si tenía familia, interrogaron mi proceso y que no tenía. Al quedar convencidas de que no me habían hecho ningún daño o no me habían tocado como ellas creían, se fueron.

Resultó ser un viernes. No sé por qué, pero desde ese momento las cosas comenzaron a calmarse, ya no había tanta atención. La casa y el ambiente estaban bien, me sentí cómoda con la idea. Recuerdo que aún estábamos en Primero de Mayo cuando un domingo me encontraba recargada junto al teléfono en la pared, cuando Aurora entró corriendo y me dijo:

—Prepara tus cosas, tengo que bañarte. Dijeron las trabajadoras sociales que mañana vienen.

Empaqué mi ropa, mi teléfono, mis cosas. Me terminé bañando con agua fría y así fue como un lunes viendo algo que se aproximaba a las 10 de la mañana, llegó una de las trabajadoras, la flaquita de tez morena, y fue ahí cuando me dijo:

—¿Te enteraste? Te dijo Aurora, hoy irás a Renacer, será tu nueva casa.

Bajamos por ese cerro gigante que alguna vez llamé hogar. Sabía que se abrirían las puertas, podría estudiar la prepa en esta comunidad tan alejada de la civilización. La falta de internet, la señal que era escasa en ocasiones, sobrevivimos. No manches qué alteración que te van a poner a estudiar a base de recargas, no había secundaria y la más cercana estaba a una hora de aquí. Me hacía sentir feliz el hecho de bajar de este lugar, pero al mismo tiempo, temores que no sabía que tenía volvieron a aparecer.

Como el miedo a si no me adapto, el miedo a si esto no funciona, el miedo a mi mamá, el miedo a los chismes y los rumores. En ocasiones se cuenta que en esas casas maltratan niños y si no lograba mi adaptación, los prejuicios que pasaría y si me discriminan si no aceptaban mi discapacidad. Pasamos por el pueblo más cercano y con dolor recordé la traición de mi supuesta solución. Entramos al centro de la ciudad, yo seguía pensando que este era mi trampolín de puertas, pero a la vez tampoco me gustaba la idea y si el lugar estaba lejos y si no era nada de lo conocido.

Cruzamos por una calle, pasamos por una glorieta y esa glorieta me trajo a mi sueño dorado, APAC parecía tan lejos pero a la vez tan cerca. Lo vi, me preguntaba cuánto tiempo iba a faltar a partir de aquí. Mi teléfono no paraba de sonar, era Lupita, la abogada. Supongo que necesitaba saber cómo me estaba yendo. Tenía algunos mensajes de Aurora, suerte, pero sobre todo tenía mensajes de Sol de Medianoche. Decidí ignorar a todos, me sentía paralizada, diferente, como si no fuera yo. ¿Acaso esta había sido la decisión correcta? Preguntas, ¿había sido la decisión correcta?

—Mandar mi caso a la Procuraduría, mudarme a una casa hogar, quitarle la custodia a mi hermana y literalmente entregarme al gobierno? ¡Qué iba a pasar si no era el futuro que estaba buscando! —dijo el trabajador social.

La trabajadora social empezó a hacerme preguntas, me decía cosas como:

—¿Cómo te sientes? ¿Cómo estás?

Yo no decía nada, solamente le dije:

—Estoy bien, lo hago por mi bien.

Me dijo:

—La casa está cerca de la institución a la que dices que haces terapia, se llama Renacer, y estaré al pendiente de ti, lo prometo.

Llegamos a la fachada de un zaguán blanco con un enorme letrero que decía "Renacer Casa Hogar".

—Gracias, Fabiola —dijo Sara alejándose de Cristiano.

—Un poco de qué —le dije con los ojos muy abiertos—. Estás con él, ¿verdad? Están con él. Lo veo más activo y menos lloroso. Por favor, Cristiano lleva casi tres meses aquí, lo veo mejor. Gracias. Y gracias también a Renacer y a tu jefa por el apoyo.

—No hay de qué. Ahora hay que apoyarlo porque la aparición de su padre moverá cosas, lo sé. La verdad me siento muy satisfecha —dijo la trabajadora social, sorprendiéndome un poco, ya que no esperaba esa respuesta de su parte—. Ha estado bien, tuvo los primeros meses malos. O más bien las primeras semanas, pero ya no. ¿Quieres grosero? Y la verdad me da gusto saber que, a pesar de que tu jefa sabe que su padre anda cerca, no le tiembla y decidió quedarse con Cristiano a pesar de nuestro aviso.

—Mira, Brenda es una mujer muy escéptica. Te dice que todos los niños que tiene los tiene porque al momento de que solicita su ayuda o ustedes llaman, ella siente una presencia o siente la necesidad de acogerlos. Piensa que nadie llega por casualidad. Entonces es muy capaz de saber y sentir algo, algún tipo de vida, algún tipo de sensación, lo sé y lo he visto porque Brenda acepta solo a un par de personas, ¿sabes? Sí, sus casos son muy específicos y son jóvenes, sobre todo especiales en algunos sentidos, lo sé, ella no acepta a cualquiera, es por eso que Renacer es una de las mejores casas. Tranquila y tranquila si les preocupa que nos doblegamos ante el padre de Cristiano, no será así, pero sí les pedimos su apoyo si hay algún atentado, ataque o algo así, queremos saberlo, y sobre todo si corremos riesgo de muerte se toman medidas, quiero que se lo informes a Daniel. Sí, Fabiola, de cualquier forma mi jefa vendrá pronto a ver a Cristiano, tiene curiosidad de conocerlo y sobre todo tiene afanes porque retoma la escuela y salga un poco.

—Wow, sí, no sé. A mí también me sorprende, sin más por el momento, no me queda más que agradecer. Me puedes informar cómo , asimila Cristiano.

—Esta información, sí claro, en mi reporte. Lo pondré. Y por favor, si tiene pesadillas de nuevo, si no duerme, si regresa la ansiedad o las convulsiones, sí, Sara, él estará bien. Reconozco que le tienes cariño. Así que tranquila.

Acompañé a Sara a la puerta. Retomé las labores en mi oficina, por algún momento se me había hecho sospechoso o más bien extraño encontrar a Mauro y a Cristiano en aquel abrazo de llanto. En el reporte y expediente de Cristiano, decía que había estado en tres casas solares anteriores y se escapaba y casi no lloraba, que tenía pesadillas y que en algunas ocasiones, por culpa de la fiebre, había tenido convulsiones. Pero verlo así, al grito abierto como pidiendo ayuda entre lágrimas en el pecho y hombro de Mauro, me hizo estremecer. Yo no era mi jefe, si yo hubiera sido ella, no hubiera arriesgado mi futuro y mis otros niños por un chico hijo de un narco. Todos merecían una oportunidad y como dicen por ahí, los hijos no tienen por qué pagar los errores de los padres.

Mi jefa me había dicho en una llamada anterior que sentía un gran cambio, que sentía un torbellino por venir. Había tiempos cálidos en Renacer, o más bien, en todas las casas, épocas en las que no se recibía a nadie, los niños estaban tranquilos, pero ya otras en que todo parecía estar perdido, era como si un eclipse viniera, los ingresos no paraban de llegar, las casas estaban a full, no había donaciones y todo parecía diferente. Nosotros no habíamos recibido niños en casi un año, claro, hasta febrero que llegó Cristiano. Tal vez él era la tormenta que tendríamos después de la tempestad.

Mientras pensaba en eso, llamaron al timbre. Vi a Óscar moverse de su escritorio para dirigirse hacia la puerta, abrir la puerta teniendo la camioneta de la Procuraduría de Celaya enfrente. Wow. Hoy era Día de la Procuraduría.

Bajó una chica delgada, de tez morena y cabello güero.

—Disculpe, Fabiola, pase —dije dirigiéndome al pasillo—. Es que traemos todo ingreso, bueno, espera en la cochera, voy por ella.

La casa parecía una casa normal. Había una cochera, un pasadizo o un pasillo, una rampa, un letrero con salón de tareas y varias cosas. El señor robusto que nos habló llamó a una tal Fabi.

—¿Qué pasó? Te buscan —contestó Lucero.

—Hola, mi nuevo ingreso, perdón —preguntó ella—. Le avisé a Brenda, ¿qué... qué no estaba enterada? Pero bueno, si la jefa la autorizó, te dejo sus papeles, sus cosas, toma, medicamento controlado. Estos son sus papeles personales —dijo ella dirigiéndose por primera vez a la conversación.

—Bienvenida a Renacer, soy Fabi —y creo que fue ahí cuando se dio cuenta, sus ojos se abrieron, observó mis piernas, después mi torso, después vio mi cara de nuevo y abrió tanto los ojos que casi se salen de sus órbitas.

—Te la dejo aquí. Tienes el oficio. Fírmalo.

—Okay —dijo ella, aún sorprendida de encontrarme con Cristiano sentado a su lado. Eran casi las 11 y no había nadie más. Habían llamado al timbre, pero la verdad es que algo, un impulso tal vez, me hacía permanecer aquí. Pero la voz de Fabiola me sacó de mi órbita.

—Mau, Cristiano —llamó.

Yo estaba intentando sacarle palabras de una y de otra manera, pero no hablaba. Su mirada estaba perdida. Sabía que tenía unas lágrimas atoradas, obvio, y no permitiría que salieran.

—¿Cómo te sientes? —le pregunté por cuarta vez esa mañana.

—Okay —tartamudeó Mauro.

—Camila Guevara, ¿puedes ayudarla con sus cosas mientras me despido de la trabajadora? —dijo, cerrando la puerta de su nueva oficina.

—¿Preguntó el chico blanco al mayor de tez morena?

—Sí, supongo. Mira, ¿traes cosas?

—Oigan, sigo aquí —dije.

—Ah, sí, perdón. Chica, ¿cuántos años tienes?

—16.

—Perfecto, pues bienvenida. Soy Mauro, cuidador, y él es Cristiano, compañero.

El chico joven tenía un brillo en sus ojos. Juntos, hacían estallar una vibración que reflejaba algo más que su complicidad.

Me quedé contemplándolos un segundo. Cualquiera que los viera sabría que su corazón destellaba alguna furia y pasión, un poema de romance, pasión y deseo. Sobre todo, era una pasión intensa que se recorría activamente por el cuerpo, hacía desmoronar la sangre y estremecer a cualquiera. Aunque ellos ni siquiera eran conscientes de la pasión que en ellos conllevaba, sus cuerpos gritaban que sí anhelaban, aunque sus dueños ni siquiera lo contemplaban.

—Camila, Camila —fuerte me hicieron volver a la realidad.

—¿Qué pasa?

—¿Quieres comer?

—No, estoy bien, gracias.

—Okay. Mira, vamos a pasar tus cosas a la habitación.

La habitación tenía un letrero que decía "salón de tareas". Salió una niña güera, rubia de ojo verde y piel blanca, a la que Mauro llamó Sofi.

—¿Me ayudas a dejar sus cosas en algún lugar de la habitación? —le ordenó.

—Sí —tartamudeó ella, dirigiéndome una sonrisa desde sus ojos verdes.

—Camila, ve al patio.

—Ahora vamos, Cristiano.

Sofi movió las cosas rumbo a la habitación, que estaba hasta el fondo del patio, casi hasta lo más atrás.
No
Yo traía cuatro ruedas a cuestas; eso era más que suficiente. El chico moreno, lo bastante joven, era el único que desde el principio no me había visto de los pies a la cabeza como lo hizo Fabiola. Sin embargo, solamente me miraba la cara y no miraba a las cuatro ruedas.

—Mau, ¿puedes ver lo de darle de comer? Creo que tengo que hablar con ella para ver en qué necesita nuestra asistencia. ¿Se puede mover a la cama? ¿Necesita ayuda para bañarse? Pero por ahora, la llevaré a instalarse —le dije a Fabiola, saliendo de la oficina.

La casa parecía un poco vieja; se notaba a simple vista por la tintura deslavada y los sillones rotos. Encendí solo un poco mi teléfono, pues aún tenía miedo de que me notaran con él y me lo quitaran, aunque la trabajadora social afirmó que en Renacer tenían permiso de tener tecnología. Prefería no correr el riesgo. Aun así, alcancé a distinguir en mi pantalla, ya de por sí rayada y estrellada, varios mensajes de Aurora con caritas tristes y lloronas. Sabía que se sentiría culpable, pero ambas sabíamos que era por el bien de la otra. Unas lágrimas se escaparon por mis ojos cuando el cuidador moreno, de lentes, salió por la puerta con el enorme letrero de dirección.

—¿Todo bien? —preguntó.

—Sí —balbuceé, limpiándose los ojos—. Te llevaré a la habitación; quiero que la conozcas y me contestes algunas preguntas.

—Vaya lunes —dijo por lo bajo. No sé si esperaba que yo no lo escuchara, pero logré escucharlo.

—¿Por qué? —pregunté mientras él me bajaba la rampa.

—Esta semana inicia con tus llegadas y la casa de Renacer ha tenido ingresos en los últimos meses.

—Excelente —respondí—. No más o menos, como sea. Quiero que sepas que aquí estoy para lo que necesites.

—Gracias —tartamudeó. Murió la chica de cabello castaño. Aunque seguía pensando que era arrogante y engreída, darle mi apoyo. Aunque estaba segura de que era la típica clasista que me iba a discriminar por el color de piel, pero ni modo. La bajé con cuidado y no le hice más preguntas.

Íbamos a medio patio, a punto de entrar a la parte techada, cuando la chica llamada Sofía salió de la puerta que, por lo que entendí, cruzaba al salón, pues este tenía una entrada por el patio.

—¿Qué hacen ahí? —dijo mientras ella jugaba con el chico que me recibió—. Se están jaloneando de nuevo. No llevo una semana y eso es obvio.

—Lo sé, Cristiano. Todos comentan que eres muy ojo alegre. Les pido que mantengan sus juegos. No quiero malinterpretaciones —dijo, pero en su tono yo podía notar algo más. No sé si eran celos o qué, pero se notaba que no la quería cerca de él. Era una chica pequeña, como de unos 13 años, pero en el fondo era algo que tal vez ellos sí podrían ser compatibles en cuestión de edades.

—Asistiré, Cristiano. ¿Ya dejaron las cosas en la habitación? —preguntó Sofía.

—Sí —respondió Cristiano—. Voy a buscar si Fabi puede peinarme. Estoy por irme a la escuela. ¿Me vas a ir a dejar tú?

—Sí, nos vemos al rato. ¿Chica nueva, estudias en las tardes? —pregunté.

—Sí, todos estudiamos, pero yo voy por las tardes —respondió Sofi.

—En lo que buscas, ¿me podrías acompañar a presentarle la habitación? Es que tranquilo, no hay nadie, está Catherine solamente —dije mientras volteaba hacia la habitación con un enorme letrero hacia arriba. Estaba hasta el fondo del patio y había como un escalón.

Mauro me colocó de espaldas y lo subió. Catherine gritó aún sin cruzar la puerta:

—Vamos a entrar.

—Sí, Mauro creo que fue, creo que fui el único en notar que el catering nos observaba desde afuera, pero en cuanto vio que veníamos hacia acá se alejó y volvió a tirarse en la cama. Ella se encontraba con el libro de Harry Potter en sus manos. La emoción que perseguía cada vez que estaba cerca de ella era una niña que necesitaba cuidado y apoyo. Como psicólogo, lo sabía. La chica nueva se quedó un rato contemplandola.

—¿Camila, estás bien?

—Sí —se dirigió al baño.

—¡Ay, maldita sea! —pensé—. Estos vinieron a arruinar mi paz.

—Y trae nuevas adquisiciones, trae una computadora excelente, tenemos de dónde sacar cosas nuevas —salí con mi vestido de soldado despeinada, con mi cabello rizado revuelto.

Mauro le hablaba a Camila sobre las reglas de la casa, protocolos, rollos, horarios de comida, cena, escuelas y cómo era la vida aquí. La pobre chica parecía tan débil. En los años que llevaba aquí, nadie ha visto llegar a alguien así. También me dieron ganas de correr, abrazarla, pero no, Mauro jamás permitiría eso. Mauro se sentó en la cama.

—Profe —yo al preguntar—, ¿Camila, y dinos qué te gusta hacer?

—Leer, escribir, soy poeta —contestó la chica.

Se me iluminaron los ojos.

—Qué casualidad, a mí me gusta leer, creo que serán buenas amigas —dijo Mauro.

—Sí, salieras más de esta habitación, Catherine nos rompe las reglas cada 5 minutos, decide no salir, no come, no se levanta, y en ocasiones no va a la escuela. Vivo mi rollo, Mauro, ya lo sabes —le contesté.

—Hasta que te corran, Catherine —dijo Christiano burlándose.

—Bueno, no lo sé, ella es completamente nueva —les dije a los chicos para detener su euforia.

—¿Y qué dicen de las parejas? —preguntó la chica nueva.

—Eso está rotundamente prohibido, Camila —contestó Catherine—, no podemos relacionarnos entre nosotros, pero no lo dudo que tú y yo somos diferentes.

Cuando dijo "tú y yo somos diferentes" me clavé, me confundí y no pude ver más que sus ojos. Algo tenía esta chica, tenía ganas de abrazarla. Yo, Camila Guevara, quería abrazar a Catherine y por un segundo, ninguno de los presentes veía mi parálisis cerebral, solo era yo.

¿Qué me pasaba con Mauro? Había dejado que me consolara los últimos días, me abrazaba, había estado en la revisada de audio, y ahora estaba celoso por verme con Sofía. ¿En qué momento habían iniciado los celos? Porque no, que no me digan que no fueron celos, fue como cuando me pidió que me alejara de Rubén por jugar brusco. Algo es diferente, su forma de hablarme no es como cuando le pide a los grandes que dejen de molestar a las mayores, a mí me está tratando diferente, o es solo imaginación. Y ahora contemplaba las miradas de estas dos chicas, ¿acaso teníamos un caso doblemente gay? Porque sí, si algo era cierto, soy gay, y alguien desconocido, y tal vez está prohibido, me estaba haciendo vivir.


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