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Después del te amo

capítulo 23

¿Qué cosa tienes que decirme? ¿Y por qué dices que no eres lo que creo? Ni siquiera me he instalado. ¿Qué pasa ahora? Déjame dejar mi mochila y acomodarme. Nadie se quedó en la casa, ¿verdad?

—No, Catherine está muy calmada y Camila la convence de pararse —respondí, observando cómo se desarrollaban los eventos.

—Wow, parece que encontró a su cómplice y Elizabeth está muy complacida —añadió—. La acabo de despedir y se ve más complacida que de costumbre. Le dije a Cristiano...

—Sabrá Dios qué está motivando a Catherine a cambiar la actitud, pero esto está siendo diferente —reflexioné—. ¿Se quedó alguien en la casa? —le pregunté a Cristiano de nuevo

—El Juan, como siempre, traía una actitud pésima. Eli lo tuvo que bañar en la mañana y hay cosas que no funcionan. Lo entiendo. Voy a verlo. ¿Dónde está?

—Dormido en la habitación —respondió Cristiano—. Tendrá que sacarlo de ahí lo más rápido posible.

—Está bien, pero antes de sacarlo y pelearme con el mundo, necesito que me digas qué es lo que te atormenta. No hay nadie, ¿verdad? Todos están en la escuela. Camila entró a su institución y es la mujer más feliz del planeta.

—Sí, me lo imagino. Me ha contado cosas. Ayer estaba por preguntarle, pero entre la situación con los documentos que tenía que arreglar y nuestra conversación antes de la comida, no pude hacerlo.

—Y qué bueno que no lo hiciste. Pensé que dijiste algo, pero se me olvidó por completo que estaba pensando en voz alta.

—Nada, ve con Juan y trata de sacarlo de ahí. Cristiano estaba raro, sabía que estaba tratando de evitar el tema. Había algo que no me estaba diciendo, me mandaba a lidiar con el Juan. Lo logré parar de su cama a jalones y empujones. Después, de la nada, empezó a patearme y golpearme. Caminé con él por el patio, la cocina, la sala. Cristiano permanecía en la sala desde la última pelea donde quiso ayudarnos, le habían dejado claro que no volviera a meterse, al menos que fueran en situaciones necesarias como la de Andrea y su embarazo.

—Mientras tanto, no esperaba que yo le diera el permiso de saltar sobre su presa, pero el sabia  que no podía hacer eso, el chico no entendía el pecado que esto significaba. Con el Juan en una pelea casi en el piso, me jaló de la camisa, jaló mis bolsas del pantalón y armó maroma y teatro para tirarme al piso. Al final, no lo logró y, de la nada, Fabiola abrió la puerta a la expectativa y me ayudó a quitármelo de encima, pues no podía moverlo ni a golpes. Ya me encontraba con el chico encima de mi cuerpo.

Me paré de la sala cuando Fabiola llegó, lo jaló y le habló por su nombre. Esto hizo que el chico se quitara de encima de mí y fuera corriendo hacia ella, abrazándola y diciéndole que yo era el malo. Esto lo contuvo mientras tanto ella se dirigió a la oficina y yo me dirigí a buscar las pastillas y una forma de armar la inyección, aunque no sé cómo le haríamos, pues ninguno éramos capaces de inyectar a nada.

Cristiano

Después de que la sagrada voz de Fabiola le quitará al chico de encima, me quedé observando durante un buen rato cómo Mauro iba y alistaba todos los medicamentos por si el chico llegaba a necesitarlos. Algo en el piso llamó mi atención: una hoja medio arrugada parecía habersele caído a Mauro del pantalón cuando se encontraba en el piso peleando con el chico. Estaba dispuesto a entregársela, pero justo en ese momento, cuando me dirigí a la enfermería, se escuchó otro estruendo. Era Fabiola, que parecía no haberle concedido algo al chico, pues ya le estaba haciendo un drama enorme. Se encontraba arriba de su escritorio, pataleando y gritando, avienta la computadora, arañó la pared y amenazaba con morderla.

—¡Mau! —gritó Fabiola en modo quítamelo.

Eso evitó que yo pudiera entablar una conversación con Mauro y le pudiera entregar dicho papel que mi imaginación decía era de él. Me acerqué diciéndole:

—Chico, se te cayó esto.

Pero justo en ese momento Mauro me cortó y me dijo:

—Ahora no, Cristiano, será más tarde.

Procedió a agarrar el medicamento y le metió una pastilla por la boca, que terminó escupiéndole en la cara. Lo agarró por la espalda, lo contuvo una y otra vez, mientras Fabiola trataba de hablarle. Luego lo amenazaron con llamar a su madrina. Parecía que ese era el punto débil, según esta cosa. Todos tenían padrinos los que los sacaban los fines de semana. A mi parecer, este chico tenía una a la cual yo desconocía. Pues nada más escuchó su nombre se paralizó y dijo:

—A mi abuela adoptiva no le digan nada.

Lo cual hizo que se pusiera un poco más tranquilo. Mauro consiguió darle la pastilla al chico, que a poco humor y con la cara más fea que le he visto poner, se tragó la pastilla. Después, Mauro lo obligó a abrir la boca para verificar que se la había tomado. Eso me hizo sentir demasiado triste. A tal extremo tenían que llegar para confirmar si se había tomado el medicamento. Era demasiado. Era solo un chico atormentado que pedía a gritos que lo ayudaran tanto como era yo.

Durante el resto del día parecía que el tiempo no dejaba, pues Fabiola había puesto a Mauro a organizar el almacén, a limpiar, a hacer diferentes cosas, a organizar expedientes, a tomar huellas, a ir a las escuelas de los niños, lo cual hoy nos hizo imposible hablar. Cuando menos lo esperé, ya era la 1 de la tarde. Tuvo que ir por la primera ronda de niños, pues el chofer no podría recogerlos. Después fue la hora de la comida y se convirtió en tomar huellas a los restantes. Cada mes tomaban una bitácora de huellas para confirmar cuántos tenían ahí, cuántos seguían bajo resguardo, pero en este momento detestaba que fuera hoy, justamente hoy, a menos de una semana y media de mi cumpleaños, cuando tenían que tomarme una huella y yo quería hablar con Mauro.

—Mauro —me miró con los ojos cálidos y me dijo—: Sé que tenemos que hablar y sé que desde la mañana quieres decirme algo y créeme que la curiosidad me está matando. Pero créeme que digas lo que digas no eres malo y yo te quiero. Sí, yo te quiero.

Me tomó por sorpresa, pues ya me había acostumbrado al "yo te amo". ¿Acaso después de decirme "te amo" la primera vez ya no me lo iba a decir? ¿Qué iba a pasar después del "te amo", mi primer "te amo", y ahora solo me decía "te quiero"? Eso me hizo hacer un puchero que obviamente no mostré porque  quería ser maduro. Tomó las huellas de mi dedo índice, mi dedo anular. Sentir la calidez de su piel en mi mano, apretar cada dedo con su piel morena me hacía sentir un parloteo que solamente un joven adolescente como yo podría describir como la primera sensación amorosa que sentías por alguien más. Apretó cada parte de mi dedo, mi dedo pulgar, mi dedo índice, mi dedo anular y así los restantes de las manos hasta que terminó con las dos.

El día transcurría y yo no podía darle la nota a Mauro ni decirle de una otra manera lo que sucedía. Llegó Camila, llegó Catherine, llegaron todos de la escuela y yo me encontraba en el patio, serio, con la cara firme y con la mirada triste. Mínimo sabía algo: ahora que Camila tenía algo que se conoce como un romance misterioso y secreto, mínimo tenía una confidente aquí en contarle lo que también me pasaba con Mauro. Camila era muy inteligente, así que no tardó en darse cuenta cuando me vio analizando el papel y a punto de desdoblarse.

—¿Qué es eso? —me preguntó—. ¿Una nota de Mauro? Me da curiosidad porque tiene firma de Mauro con todo y apellido y dedicatoria para noche.

—Sabía quién era anoche, pero era para él. Le había hecho una carta a  Mauro.  O al  revés esa duda me carcomía la piel y me hacía sentir como nunca antes.

Camila vio mi cara y casi casi me dijo:

—Tienes fuego en las llamas. ¿Qué está pasando?

—No tengo a quién contárselo, pero tal vez tú vivas una situación parecida a la mía —le dije—, puedas entenderlo.

—Claro, adelante. Yo también tengo mis secretos y estoy viviendo un romance prohibido dentro de este lugar —dijo Camila, abriendo los ojos como platos, pero sin decir nada más. Luego se rió—. Wow, sí que la actuación debería ser para mí y no para Catherine.

—¿Por qué lo dices? —pregunté, confundido por su risa.

—Eso yo ya lo sabía. Tú tienes un romance con Mauro, es obvio. Su plática en la sala, más su cercanía, más el tiempo que pasan juntos hablando mientras él cuida a los niños... No me parece nada sospechoso —dijo con sarcasmo.

—Pues sí, te lo confirmo, aunque creo que ya no lo necesitas. Pero sí, tengo algo con él.

Camila me lanzó una mirada pícara.

—¿Y qué tanto han avanzado?

—Por favor, Camila, no digas tonterías —le respondí—. No soy Catherine, y tú tienes razón, además. Acuérdate que puede ir a prisión.

Su comentario no hizo más que hacerme reír, pues eso era absurdo. Yo no denunciaría a Mauro por acoso ni mucho menos.

— Mauro me dijo que se iba a abrir un poco más a mí, pues él conoce todo de mi vida y yo no de él. Pero me dijo que me amaba y hoy en la mañana me dijo "te quiero". ¿Qué va a pasar después del "te amo", Camila? ¿Ya no me volverá a decir que me ama?

—Entiende que aún no puede decirte lo —dijo ella—. Eres menor y él mayor. Aún está prohibido ante las leyes.

—¿Cuáles leyes? —pregunté—. ¿Las que incluye la sociedad?

—Dijo ella—. ¿Acaso crees que no lo podrías meter a prisión si tú y él cruzaran las líneas?

El solo hecho de pensarlo me hacía entender por qué Mauro se detenía al decirme algo. Pues si sus sentimientos eran más fuertes que los míos y de verdad sentía algo, se iba a sentir peor cuando se diera cuenta de que tal vez podría correr el riesgo de ir a prisión. Eso me daba escalofríos, pero Camila me había hecho ver algo en el panorama que yo ni siquiera había contemplado.

—Sabes que le atraes a Mauro, que le gustas, que le interesas, que le importas, que va a contarte cosas de su vida. Y supongo que ya te las contó —dijo ella.

—Sí, eso es verdad. Sé demasiadas cosas de la vida de Mauro, de su familia, de su pasado, de su amor del pasado. Y justamente esta carta está firmada con el apodo de su antiguo amor.

Camila soltó un suspiro.

—¿Y te mueres por curiosidad, no?

—Claro, Camila. No soy de palo. Y más si esta carta es para Noche.

—Sí, pero no eres nadie para invadir la privacidad, así que no debes hacerlo.

Pero justo cuando dijo "no debes hacerlo", decidí abrirla. Lo primero que salió de ahí fue un "querido Noche". Cuando Camila vio que mis ojos estaban clavados en las letras y estaba leyendo, decidió arrebatarme  la hoja de las manos. A pesar de estar en la silla de ruedas, me agarró desprevenido y no pude evitar que me arrebatara la hoja. Le rogué que me la diera, pero dijo:

—Para tu tranquilidad, solo leeré lo que te convenga saber.

—¿Qué te pasa? —le dije—. ¡Dame eso!

—Dice "querido Noche, quiero contarte que hay alguien más". Mauro le está contando de ti.

Abrí los ojos como platos.

—Eso es una alucinación. Me lo estás diciendo porque quieres que me ilusione y que no me ponga triste porque no me ha confirmado ni me ha dicho "te amo".

—Yo no jugaría contigo, Cristiano. Eres mi amigo, eres familia y te he agarrado cariño. Por favor, no jugaría con eso y mucho menos con tu corazón.

A pesar de todo, necesitaba confirmarlo. Mauro le estaba hablando de mí a su amor del pasado. Sin embargo, Camila me hizo prometer que no le haría un escándalo a Mauro ni le preguntaría por nada, solo le devolvería el papel. No tenía permiso de abrirlo ni de leerlo, aunque las últimas palabras que había percibido antes de que ella me lo arrebatara me ponían el corazón de punta. Pero ella me miraba con unos ojos que decían "ni se te ocurra". Así que decidí no hacerlo. Lo metí en mi bolsa de pantalón, esperando con anhelo dárselo a Mauro, pero parecía que el tiempo no podía, pues corría de aquí para allá, atendía cosas y nos fue imposible hablar.

Parecía que era el día en el que todo se podía poner en nuestra contra o a nuestro favor. Mauro limpiaba, recogía, acomodaba el almacén, tomaba huellas, hacía cosas y yo no tenía tiempo ni de decirle que tenía ese papel conmigo.

Finalmente, al atardecer, cuando todos los niños estaban ocupados y Fabiola y Camila  se habían retirado, encontré a Mauro en el patio. Tenía la carta en la mano, nervioso, pero decidido.

—Mauro —llamé, acercándome—, necesito hablar contigo.

Mauro levantó la vista y me vio con una expresión de cansancio y preocupación.

—¿Qué pasa, Cristiano? —preguntó, dejando lo que estaba haciendo.

—Esto se te cayó más temprano —dije, sacando la carta del bolsillo y entregándosela—. La encontré cuando estabas lidiando con Juan.

Mauro tomó la carta y me miró con curiosidad.

—Gracias —dijo, guardándola en su bolsillo.

—Mauro, hay algo que necesito decirte —dije, mi voz temblando ligeramente.

Mauro asintió, indicándome que continuará.

—Sé que me dijiste que me amabas, y hoy dijiste "te quiero". Me confunde porque no sé si es que ya no sientes lo mismo o si hay algo que te preocupa.

Mauro suspiró profundamente y me miró con ternura.

—Cristiano, estoy empezando  a enamorarme de ti —dijo suavemente—. Pero hay cosas que debemos considerar, como nuestra diferencia de edad y las implicaciones legales. No quiero ponerte en una situación difícil, ni a mí mismo. Es por eso que a veces me detengo en decir ciertas cosas. No es porque mis sentimientos hayan cambiado, sino porque quiero protegerte.

Sentí una mezcla de alivio y tristeza al escuchar sus palabras. Mauro se acercó y me tomó la mano.

—Entiendo que esto es difícil para ambos, pero necesitamos ser cuidadosos. Te quiero Cristiano, y siempre lo haré. Pero debemos ser pacientes y responsables con nuestros sentimientos.

Asentí, comprendiendo la complejidad de nuestra situación.

—Gracias por ser honesto conmigo, Mauro. Yo también te quiero  un te quiero  disfrazado  de te  amo .

—Y estoy dispuesto a esperar y hacer las cosas bien.

Mauro me sonrió y me abrazó, y en ese momento, supe que nuestro amor, aunque complicado, era real y valía la pena luchar por él
Cristiano continuó el té, pero justo cuando iba a seguir su frase, se cortó. No volveré a decírtelo, al menos no hasta que pueda decírtelo legalmente y no me sienta culpable ante la ley. Espero que lo entiendas. No habrá más de esa palabra, al menos hasta que seas mayor de edad.

Mi corazón se entristeció, pero entendía el punto. Entendía el detalle que le impedía, entendía a la perfección su situación. Así que, sin más, le dediqué una sonrisa y le dije:

—No es necesario que repitas esa palabra. No la repitas hasta que sea prudente.

Me encantaba cómo hacía que yo pudiera pensar en cosas que unos años antes ni siquiera hubiera pensado. Ni siquiera me había puesto a pensar en el bienestar del otro. Simplemente era egoísta, y yo mismo debía ser el ganador siempre. Pero con Mauro era totalmente diferente. No le iba a obligar a repetir esa palabra.

—Estoy por irme —continuó—. ¿Quieres hablar? Sé que en la mañana me ibas a decir algo.

—La verdad es que sí —respondí—. Desde la mañana te dije que no creía ser lo que te imaginas. Sin embargo, quería contártelo en este preciso momento. Así que, así es, no soy digno de ti.

Sus ojos se pusieron un poco blancos y después continuó:

—¿Qué has dicho?

—Lo que escuchaste. Hay cosas de mí que debes saber.

—¿Cómo qué?

—Como que mi padre casi me obliga a tener relaciones a corta edad. Como que me han obligado a acostarme con mujeres y hombres en contra de mi voluntad. Como que estuve a punto de que alguien muriera por culpa mía, o mejor dicho, estuve a punto y no sucedió. He manejado armas, he hecho cosas indebidas, traficado, mentido, engañado y estado con diferentes mujeres. No soy puro ni inocente. No soy lo que crees. Soy un golfo, o tal vez algo peor.

Los ojos de Mauro se abrieron un poco.

—No me importa. Para mí eres el chiquillo normal y corriente que querría toda la vida. Entiende que si tengo tanto prejuicio no es porque no te quiera, no porque no me importes, no porque no te desee, no porque no te necesite. Te quiero, te necesito.

—Basta, calla —le dije—, o dirás la palabra prohibida.

Aunque estaba consciente de que después del primer "te amo" era probable que ya no me lo volviera a repetir, estaba seguro de que después del "te amo" ya no pasaría nada malo. Sabía que sentía algo en el corazón, tal vez todavía no era amor y era demasiado pronto para decirnos "te amo", pero sí había atracción y ambos sentíamos una conexión. Eso me hacía sentir seguro, pleno y satisfecho de mí mismo.

—Lo que quiero que entiendas es que yo no soy tan puro como noche —dije

—¿Qué has dicho? ¿Viste la carta? No, Camila me lo prohibió, me la arrebató y no pude verla —sus ojos se hicieron aún más grandes.

—¿Qué sabe ella de nosotros? Nada. Solo estaba jugando con  ella. Ni siquiera sabe que es tuyo.

—Le contesté, seguro sí. Ok, nadie sabe nada ni debería saberlo —contestó Mauro por ahora.

Odiaba esto porque ya sonaba una novela romántica prohibida, difícil de manejar, un sueño, una pesadilla. Todo lo que habíamos escrito en letras y no en ellas ya se estaba haciendo realidad. Me sentía como el típico Romeo de Julieta, pero entre hombres.

Cristiano me llamó por mi nombre, esperando que saliera de mi sueño.

—¿Qué viste de la nota?

—Nada —contesté seguro.

—¿Por qué preguntas?

—¿Te molestaría que viera algo y me diera cuenta de que aún le confiesas tu amor a Noche y que me estás usando como reemplazo?

—¡Basta! ¿Qué locuras dices? Pensé que entendías lo que habías dicho anteriormente.

—Lo entiendo, Mauro, pero lo entiendes tú también. Tengo miedo. ¿Qué tal si en esas cartas tú le confiesas que todavía lo amas y yo solo soy una confusión pasajera o un juego tuyo para mantenerme controlado?

—¡Basta! ¿En serio me crees capaz de eso?

Mis palabras golpearon a Cristiano como una bofetada. Vi cómo su expresión pasaba de la confusión al dolor y finalmente a la ira.

—Sí, lo creo. Porque todo esto se siente como una mentira. No sé si puedo confiar en ti si no eres honesto conmigo.

Mauro frunció el ceño, herido por la acusación.

—Cristiano, eso no es justo. He sido honesto contigo en todo lo que puedo.

—¿En todo lo que puedes? ¡Eso no es suficiente! —Cristiano alzó la voz, el enojo creció—. Necesito saber que no hay más secretos entre nosotros. No puedo seguir viviendo con esta duda constante.

—¡No hay más secretos! —gritó Mauro, desesperado por hacerle entender—. Lo único que quiero es protegerte.

Agradecí  que los niños tuvieran deportes por las tardes. Hoy tocaba taekwondo y  que Renacer no obligará a ir a nadie si no le gustaba el deporte. Fue por eso que Cristiano se quedó.

  Y con ella, encerrado en la oficina como siempre. Y el Juan se había ido por los medicamentos. No era más fácil tener esta acalorada discusión con el chico sin que nadie se diera cuenta. Estábamos teniendo nuestra primera pelea.

—¿Protegerme? —Cristiano rió
amargamente—. Protegerme de qué, Mauro? ¿De verdad? ¿De saber que tal vez nunca fui suficiente para ti?—No es eso, Cristiano. ¡Tú eres suficiente para mí!

—¡Entonces dímelo! Dime la verdad de una vez.

Mauro sintió un nudo en la garganta, incapaz de articular las palabras que podrían aliviar el dolor de Cristiano.

—No puedo. No ahora.

Cristiano sacudió la cabeza, decepcionado.

—Eso es lo que temía. No puedes, y eso significa que nunca podrás. Creo que es mejor que nos demos un tiempo.

Mauro sintió que su corazón se rompía un poco más con cada palabra.

—Si eso es lo que quieres...

Cristiano se dio la vuelta, alejándose, dejando a Mauro solo con sus pensamientos y su dolor. Mientras se marchaba, Mauro sintió la furia y la tristeza mezclarse en su pecho, dándose cuenta de que tal vez había perdido a la persona que más le importaba por su incapacidad de ser completamente honesto

Me fui a la sala en busca de paz, tratando de no ver a Mauro. Con los ojos me di la vuelta y fingí seguir como si nada. Sin embargo, algo en mi interior me hace sentir incompleto. No quería gritarle tantas cosas horribles, ni quería hacerlo sentir así. ¿Por qué valía la pena seguir con Mauro? Al final, él era el mayor. ¿Qué tal si en esas cartas? Le explicaba que solo era un juego, que solo era una distracción con la que Mauro pretendía pasar el tiempo. ¿Y todo eso de que algún día, cuando yo fuera mayor, por fin me diría todo? ¿Era un jueguecito? Claro, no era tonto. No deseaba meterse en problemas legales y yo lo entendía. Pero también no entendía por qué sus cartas a su ex. Necesitaba respuestas, necesitaba saber qué veía en mí, necesitaba entender por qué me amaba.

Camila se acercó un poco más a mí.

—¿Qué haces aquí? Yo no voy a taekwondo, ¿acaso pretendes que las ruedas  se conviertan en piernas?", dijo burlándose.

Era obvio que si ella estaba aquí y quería hablar, había escuchado todo.

—Claro que no quería darle la explicación. No se la quería dar, pero por el momento sospechaba que ya tenía suficiente información, pues por algo venía a hablar conmigo justo en este momento".

—Cristiano, continúa ella", y en sus ojos se miraba un triste torbellino de desastre.

—¿Qué pasa? ¿Por qué no le preguntaste qué significaban las cartas? ¿Por qué no le preguntaste algo más en lugar de ponerte a discutir y decirle que todo esto era una mentira? No pudiste controlar tus impulsos por una vez en tu vida

Camila sabía regañarme como la hermana mayor que nunca tuve. A veces era buena centrándome y sabía perfectamente cómo continuar. Sin embargo, había algo en mi interior que me hacía sentir en paz y seguro cuando estaba con ella.

—Entiende, yo necesito respuestas y no puedo arreglar esta pelea con Mauro así como así. ¿Qué quieres que te diga? ¿Que él no fue importante? Es lógico por la dedicatoria, la firma y la cara de sorpresa de Mauro al enterarse de que yo tenía esa carta. ¿No te parece que fue demasiada sorpresa, demasiada información saber qué otra niña de Renacer podría saber?

Me impresionaba la capacidad de Camila, sin embargo, no le dije nada.

—¿Desde cuándo estuviste escuchando la conversación?", pregunté.

—Desde el principio, en cuanto empezaron a gritar. Me quedé en la habitación, iba a salir, fui por un libro que Catherine dejó en su cama, pero ya no salí porque ustedes estaban ahí. Y digamos que necesito estar sorda para no oír los tremendos gritos. Una disculpa, no tienes porqué disculparte. Tienes una pelea con tu pareja, eso es completamente normal", dijo Camila.

Cuando Camila usó el término pareja, me cayó en cuenta lo siguiente. Mauro y yo no éramos novios, pero ya nos tratábamos como uno. Se podría catalogar que después del "te amo", vino una primera pelea. Sin embargo, ahora, ¿cómo arreglaría esto? ¿Cómo arreglaría una reconciliación entre Mauro y yo metiendo una conversación que no sirviera como anzuelo para volver a discutir? ¿Cómo le iba a decir? Ni siquiera lo dejé terminar, ni siquiera me presté a averiguar por qué le escribía cartas a su ex. Ni siquiera solamente grité y le llamé a esto una mentira. ¿Cómo buscaría una reconciliación para lo nuestro que ni siquiera tenía nombre aún?

Con el corazón lleno de incertidumbre y emociones encontradas, me enfrenté a la difícil tarea de encontrar la verdad detrás de las cartas y las palabras no dichas. ¿Qué secretos se escondían en esas letras escritas con tanto cuidado? ¿Podría Mauro revelar la razón detrás de sus acciones y emociones?

Mientras la tensión crecía y las dudas se multiplicaban, una sombra misteriosa se alzaba en el horizonte, amenazando con desenterrar verdades ocultas y desafiar las bases de mi relación con Mauro. En medio de la confusión y el desconcierto, una revelación inesperada sacudió mi mundo, dejando al descubierto un giro impactante que cambiaría todo lo que creía saber.

El destino había lanzado su carta y ahora, en un juego de emociones y decisiones cruciales, me encontraba en el punto de no retorno, enfrentando una encrucijada que definiría el futuro de mi amor con Mauro. ¿Podría la verdad salvarnos o nos sumergirá en un abismo de desconfianza y desesperación?

Con el corazón latiendo con fuerza y la mente llena de preguntas sin respuesta, me preparé para el desafío que se avecinaba, sabiendo que solo la sinceridad y el coraje podrían guiar mi camino hacia la verdad, debía buscar nuestra reconciliación.

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