¡Cristiano!
Capítulo 45
—¿No le parece que es precipitado ir por su hijo? —preguntó con tono sarcástico—. Debería decir que sí, es precipitado. Quedamos en que sería un plan lento, que dejaríamos que se cocinara, que dejaríamos que todo pasara. Acuérdese de que le prometió a Erika que sería por la vía legal.
—Pero estoy cansado —respondió el patrón —. Necesito darles respuestas a los socios
— ¿Y no puedo hacer nada?, señor. No me voy a meter, pero tengo que decirle esto: si no, será demasiado.
—¿Qué ocurre? —preguntó Ernesto.
—Ocurre que la última vez que usted hizo algo como esto casi muere, y sobre todo, fue la noche en que doña Susana lo abandonó.
La expresión de Ernesto cambió. Sus labios fruncidos y un ceño casi imperceptible me daban a entender que el hombre era consciente.
—Basta, Hormiga. ¿Recuerda lo que pasó la noche que la mamá de Cristiano los abandonó? —le pregunté, tratando de que mi pregunta sonara lo menos invasiva posible.
—Sí, recuerdo que esa noche usted discutía, y a la mañana siguiente ya no despertó con ella. Ella lo drogó para huir. ¿Acaso quiere que Cristiano haga algo parecido?
—No, contestó Ernesto, porque si él vuelve a hacerme algo así, juraría que lo persigo hasta el fin del mundo. Hasta encontrarlo. Sería capaz de matarlo.
—¿Qué dice? Claro que no, es su hijo.
—Pues parece ser que no. Parece ser que en este momento no es su hijo. Parece ser que en este momento se le olvida que solo es un adolescente que apenas va entrando en la adultez. No le puede pedir que se haga cargo de algo que no quiere. Él no sabe cómo manejarlo. No ha hablado con los socios. No disfruta mover una pistola. ¿Acaso no lo ha visto? ¿Acaso es usted el único ciego que piensa que Cristiano disfruta de ser un sicario? Piénselo por un segundo y déjenos hacer nuestro trabajo.
—¿A quién? —preguntó Ernesto.
—A Erika y a mí. No hay otra mujer en este mundo más dispuesta que Erika, y con ella usted podría cumplir lo de la sangre y el linaje. Ella lleva la sangre de la familia, así que no tendría por qué ponerme en ese puesto. Sin embargo, si me da un poco de tiempo, puedo demostrar ser digno. Pero a él, déjelo vivir, déjelo ser. Déjelo llevar una vida normal. Él lo necesita.
—¿Por qué? —preguntó el patrón—. ¿Por qué siempre intentas salvarlo? ¿Por qué siempre quieres evitar a toda costa que Cristiano se manche las manos de sangre? Así fue la noche que le pedí matar a alguien. Lo hizo, pero tú evitaste que la persona muriera para que él no cargara con el remordimiento. ¿Por qué siempre lo proteges?
—Crecimos juntos. Compartimos todo: casas, mochilas, juguetes. Aunque siempre se hizo la distinción en forma de trato y educación, usted nos hizo compartir muchas cosas. Por eso tenemos esta relación, por eso somos hermanos.
—¿Está seguro que es solo eso? —preguntó de nuevo Ernesto—. Soy muy consciente de que mi hijo Cristiano es homosexual. Soy muy consciente de que tiene una pareja en este momento, y también soy muy consciente, por medio de los deportes que te brindaba tu escuela privada, de que tú también tuviste algunos romances con algunos compañeros. ¿Estás seguro de que no lo amas? ¿Estás seguro de que no quieres salvarlo y protegerlo? ¿Estás seguro de que no quieres evitarle algún dolor o sufrimiento? ¿Estás seguro de que ese amor va más allá de solo hermanos? Tú sabes muy bien que en el cartel no se perdona la traición. Cristiano lleva mucho tiempo sin estar dispuesto a ocupar el puesto. Eso es traición, y merece la muerte. Si mi hijo no me funciona como líder, debería matarlo, ¿por qué no me estorba?
Abrí los ojos como platos y, casi en un grito ahogado, le dije:
—¡No, por favor no lo mates! Déjalo vivir.
—Si no me sirve y no está dispuesto a cooperar, ¿para qué lo hago vivir? ¿Qué mejor forma de traicionar a tu sangre que renunciando a tu forma de vida? Eso es de cobardes, y merece la muerte.
—¡Que no lo mates! —volví a repetir.
—Dime por qué. ¿Por qué no quieres que muera ese maldito traidor? Porque si no me lo dices, ten por seguro que en cuanto lo vea de nuevo, tendré una pistola entre mis manos y le daré un fuerte balazo. ¿Estás seguro? ¿Estás seguro? —sus preguntas eran repetidas—. Porque créeme, lo voy a matar. Es un parásito traidor que no merece ni desea ocupar el puesto.
—¿Qué tengo que hacer para que no lo mates? —le pregunté.
—Vaya, Carlos, como buen corderito, ¿estarías dispuesto a hacer lo que yo te pida para evitar que lo mate? ¿Para evitar que mate a mi propio hijo, que me importa en lo más mínimo?
—Sí, pero dime por qué.
—Porque lo amo. Amo a su hijo.
—Y si Cristiano ocupara el puesto, ¿tú estarías dispuesto a ser su pareja y acompañarlo en ese proceso?
—Patrón, usted y yo sabemos que él no quiere el puesto. ¿Por qué forzarlo? Yo no le prohíbo que sea gay —contestó Ernesto.
—Cambiándome por completo el tema... De hecho, pensaba apoyarlo para que acepten a un sicario gay y como líder. Soy consciente de que Cristiano, sea gay o no, merece la oportunidad de manejar este negocio. Merece que le demos la oportunidad. Créeme, lo único que me impide dártela a ti es tu falta de sangre pura. Si fueras uno de la Fuente, las cosas serían diferentes. Tienes todo lo que Cristiano no tiene, pero eres un líder. Tu sexualidad no me interesa.
Las palabras de Ernesto me dejaron sorprendido. Pensé que me saldría con algo típico de macho, pero no. Aceptaba que su hijo fuera gay y lo quería como líder. Tanto me tardé yo ocultándome del patrón para que ahora resultara que desde el principio lo sabía.
Ernesto soltó un suspiro.
—Está bien, ¿qué propones?
—Propongo que le dé unos días más. Déjelo disfrutar de su burbuja y su mundo. Ya es demasiado traumático para él. ¿Lo vamos a separar del hombre que ama?
Ernesto abrió los ojos como platos.
—¿Acaso mi hijo no está contigo? ¿Está ciego?
—Yo le hice mucho daño, señor. No tendría por qué estar conmigo.
—Dime, ¿alguna vez Cristiano y tú tuvieron algo que ver? ¿Como un tipo de relación o algo así?
—Sí, patrón. Pero cuando usted decidió mandarme al extranjero, yo no le informé a Cristiano. Él se enteró hasta en la fiesta. Eso debió haberle dolido.
—Si me hubieras dicho, los hubiera mandado juntos —me impresionaba eso de el patrón. Era de reflejo hombre macho, pero sus actos decían todo lo contrario—. ¿Ahora tiene pareja?
—Él se llama Mauro y le gana con 10 años —le informé.
—¿Cómo lo supiste?
—Por su cercanía y porque nuestro soplón, Rafael, dijo que en la casa había rumores. La verdad, nunca lo pude concretar porque nunca me mandó una foto o algo como tal, pero los veo juntos, veo cómo se miran. Le cuento la verdad. Cuando entré a Renacer, entré con muchos ánimos e intenté besarlo. Le regalé flores. Ver la cara del otro tipo mayor cuando nos vio y cómo él corrió despavorido a darle una explicación me hizo ver lo que tenían además se sonríen, disfrutan de estar juntos. Son más que obvios.
—¿Tú crees que ese hombre —me preguntó Ernesto, levantando una ceja— quisiera unirse y ser un sicario?
—No lo sé, patrón. Él es un psicólogo, trabaja con la mente y todas esas tonterías. No lo sé... Puede ser. Si lo ama, lo va a perseguir —continuó el patrón—. De cualquier forma, no quisiera que Cristiano me odiara por separarlo de ese hombre. De por sí ya me va a odiar por el compromiso que quiero que tome con los socios. Ahora me odiará más cuando se entere que tal vez lo separe de su novio.
—Entonces, ¿qué es lo que quiere?
—Entiende, Hormiga. Daré un poco más de tiempo, pero si en algún punto decidimos ir por Cristiano, quiero que detengas cualquier problema que podamos tener. Cualquier impedimento, deténlo.
—No tienes por qué matar a nadie —continuó Ernesto—. Sin embargo, si el tal Mauro se opone, debes secuestrarlo junto con mi hijo y traerlo a su lado. Tal vez, si le traigo al hombre que ama, decida unirse a nosotros sin protestar.
—A ver, patrón, si entendí bien… Si vamos por Cristiano y literalmente lo secuestramos, ¿usted quiere que yo me traiga a Mauro también?
—Sí —respondió Ernesto, firme—. Necesito que los secuestres a ambos cuando saquemos a Cristiano.
—¿Pero por qué motivo?
—Ya te lo dije, Hormiga. Necesito que Cristiano tenga algún tipo de motivación o lo que sea, y si ese hombre me va a servir para que mi hijo haga lo que yo necesito, pues que venga. Y si quiere unirse y convertirse en la pareja de él, pues también lo acepto.
Esto era algo estúpido. Para Ernesto, Mauro o cualquiera que estuviera con Cristiano era digno, pero yo, por la sangre y por quién sabe cuánta cosa más que su cerebro decía, no podía estar con él. Y ahora el patrón me salía con que, de la nada, iba a aceptar a cualquier pareja de Cristiano como "bienvenido a la familia". Pero yo siempre sería el pordiosero y el recogido.
—Está bien, patrón. Así lo haré. Si tenemos que sacar a Cristiano por la puerta y a la fuerza, lo traeré con cualquier persona que se interponga.
—Escúchame bien, Hormiga —dijo acercándose un poco hacia mí y sosteniéndome por la camisa de botones, que aún estaba algo arrugada a causa de la presión de su mano—. Si el tal Mauro se te interpone en el camino, intenta secuestrar. Y por algún motivo, si no puedes, deshazte de él. No quiero que ningún tipo tenga evidencia de cómo o cuándo nos lo llevamos y pueda delatarnos, o regresarlo a su lugar. Lo quiero en el cartel lo más rápido posible. Lo haré de la forma legal, pero ten en cuenta que mi paciencia, y sobre todo la de los socios, se está agotando.
Me salí del despacho del patrón. Esta vez todo estaba mal. Ernesto estaba demasiado molesto; su paciencia, como lo había mencionado, se estaba agotando. Me salí. El pequeño grupo de hombres que teníamos me estaba mandando candidatos, gente de la misma comunidad que deseaba trabajar con el peso de "La Fuente". Yo hacía unas pequeñas entrevistas. Estaba cansado de ser la mano derecha; necesitaba un leal escudero, necesitaba un asistente, necesitábamos un ayudante. Fue ahí cuando vi a un chico de 15 años. El pobre tenía un aspecto flaco y débil. Cuando le tocó el turno de pasar, dijo:
—Le suplico, señor, que me dé trabajo. Me he quedado solo, no tengo familia, estoy huérfano.
—¿Cómo te llamas? —lo miré. Mi pregunta lo tomó por sorpresa y me dijo:
—Manuel.
—Bienvenido. No tendrás familia, pero seremos nosotros —le ordené a uno de los hombres que lo vistiera y le diera algo de comer, y que por ahora lo llevara al campo.
Otros me miraron con cara de "¿qué le pasa?". Sin embargo, les dije:
—Necesito un fiel escudero. Si tienes una mascota pequeña y la crías y la educas, será lo más fiel a ti, porque tú la rescataste. Él era mi nuevo cómplice. Teníamos pocos hombres desde la traición de ese imbécil, Danilo. Todo se había vuelto difícil. El único hombre en quien podía confiar era Jeremías, porque los demás solo me veían con cara de "este mocoso pretende mandarnos". Y la verdad, era cierto. La mayoría de ellos tenía entre 30 y 40, 25 años... yo era el joven que pretendía mandarlos a todos. Si así me miraban a mí, ¿cómo veían a Cristiano, con tan solo 18 años, como jefe?
Mauro seguía raro, frío, seco, distante, como si ocultara algo. Sin embargo, no le dije nada. Después de todo, si no quería hablar del tema después de lo que pasó entre él y yo, yo seguía en la ensoñación de creer que esto había ocurrido tres veces. ¿En serio había hecho el amor con Mauro más de tres veces? Dios mío, era una completa fascinación. Habíamos visto películas, compartido momentos. Había sido un día maravilloso.
—Dormir contigo fue hermoso. Es un domingo por la mañana y creo que es el mejor que he tenido —dijo Mauro acercándose a mí.
Vimos más películas, jugamos basta hasta el amanecer, tiramos una torre de Jenga, jugamos todos los juegos de mesa que Mauro tenía cuando era niño. Me contó sobre el universo de Marvel y los superhéroes. Todo era diferente. No me había vuelto a tocar, pero la verdad es que era algo bueno. Me sentía que no solo me usaba para eso. En la mañana de domingo, me sirvió un jugo de fruta con una rica agua de melón. Estaba bien, todo estaba bien. La mesa cubierta con flores... se había deshecho de las margaritas y en su lugar las había reemplazado con girasoles, según él, argumentando que eran unas de las flores que iluminaban y que eran hermanas del sol. Yo no le dije nada, solo le dije que él iluminaba mi sol y era mi mundo.
La conversación se tornó un poco difícil cuando Mauro preguntó sobre mi mamá. Le dije que una mañana mi madre había decidido dejar a mi padre; resulta que despertó y ella no estaba. Yo siempre tuve la sospecha de que mi madre le dio algo para dormir o algo similar para que esa noche no despertara demasiado temprano y pudiera huir. No sé por qué, pero cuando le conté de Alex, sus nervios se notaron. De la nada, poco después, se acercó a mí y, sentándose en la sala donde yo jugaba con el control de la tele, me dijo:
—Hay algo que quiero decirte. Sé que Alex es demasiado importante y una de las reglas que existen en esta relación sin título debería ser la confianza.
—¿Por qué hablas de la confianza? —pregunté levantando la ceja.
—Pues sí, es que hay algo que no te dije. Cuando le mandé mensaje a Brenda, me dijo que no importara lo que pasara, tú no podías volver a Renacer. O mejor dicho, ella me pidió que no te regresara.
Abrí los ojos y levanté un poco la vista hacia su rostro, dejando a un lado el control y la tele con la que me peleaba.
—¿Por qué? —pregunté.
—En teoría, ella fue la que me pidió que no te regresara justo cuando yo le iba a escribir. No me dejó que te regresara. Parece ser que volvieron a entrar a Renacer y también a la casa hogar de Alex. Él está... —hizo una pausa y luego continuó—. Él está herido. Le dieron un balazo. Lo tuvieron que intervenir.
—¿Y me lo dices hasta ahora? ¿Cómo está?
—No te lo dije en su momento porque no sabía cómo estaba de salud. Ahora estoy seguro que está a salvo, está fuera de peligro. Cristiano, no ocurre nada, no te preocupes.
—Es mi hermano. Tengo que ir al hospital —dije parándome del sofá y dirigiéndome a la puerta.
—No vayas, porque si vas, sabrá Brenda que yo te informé. Y se supone que no te tengo que decir hasta que ella te diga. Si te lo digo o se entera que supiste, podrías poner en riesgo nuestra relación —dijo, sosteniéndome y volviéndome a sentar como un niño regañado.
—¿Estás seguro de que está bien? —pregunté.
—Sí, ningún órgano importante o parte de su cuerpo se comprometió. Solo te lo dije porque no podía con la culpa, y sé que tu hermano es demasiado importante. Pero te lo dije ahora que estoy seguro que te puedo detener y que no hay motivo alguno para que vayas a hacer una locura. ¿Entiendes?
—Lo entiendo, pero Alex es mi pequeño, Alex es mi persona, Alex es mi niño. Por favor, .. cumple 12 años, déjenlo vivir —dije con lágrimas en los ojos, pues ya era imposible que me detuviera.
—Tranquilo —dijo Mauro, pasando su mano por mi nuca—. Todo estará bien, Alex está bien.
—No, Mauro, nada está bien. Esto puede desencadenar que mi padre venga por mí. Yo no me quiero alejar de ti, pero si es necesario que me entregue para que te deje hacer tu vida, lo haré. Si es necesario que me vaya con Ernesto de la Fuente para poder vivir, lo haré. Porque somos uno, y si también con eso protejo a Alex... Tú y Alex son mis personas.
—No es necesario que me lo digas, no es necesario que lo afirmes, estoy consciente —dijo él, mirándome a los ojos—. Estoy consciente de que Alex es lo más importante, y no tienes por qué repetírmelo ni siquiera incluirme.
—¿Que no tengo por qué incluirte, Mauro? Tú eres uno de los motivos por los que yo no estoy en este momento corriendo a Renacer o haciendo un desastre para vengar lo que le hayan hecho a Alex. Entiende la diferencia entre el Cristiano del presente y el Cristiano del pasado. Es dimensional. Era un hombre que se portaba mal, era un hombre que era rebelde, se había escapado de diferentes instituciones. En este momento, yo estaría armando trifulca, y sobre todo estaría muy feliz de que mi padre me saque de vuelta, de tener la comida, de levantarme tarde, de tener gente a mi mando. Todo estaría perfecto. Sí, no te voy a negar que yo no quería ser un sicario, pero en todo esto sí me gustaba ser niño rico. ¿A quién no? Sentir que con tu solo apellido y tronar los dedos te daba el poder de mangonear y hacer con la gente lo que tú quisieras. El desayuno que a mí se me diera la gana, levantarme al tiempo que yo quisiera, tener el mejor juego, la mejor ropa... lo disfruté. Pero el precio a pagar era muy, muy costoso.
—Entonces, ¿te gustaba ser el hijo de Ernesto? —la pregunta de Mauro fue inesperada, pero mi respuesta fue un "sí", un sí rotundo y casi palpable.
—Me gustaba ser el hijo de Ernesto, me gustaba tener el dinero, la fachada de niño rico, las mejores escuelas. Pero cuando mi padre me pidió matar y me puso un entrenador para aprender a tirar, me di cuenta de que el precio por ese lujo era la sangre de otro ser humano. Y ahí fue cuando dije: ya basta.
—Si yo hubiera tenido el privilegio de no ser el segundo hombre en mi familia y mi hermano Ernesto hubiera asumido el puesto, ¿qué pasó con tu hermano? —preguntó Mauro.
—Ernesto le dio información a la policía y es por eso que yo estoy aquí. Le hicieron un cateo, encontraron droga a mi padre y él tuvo que huir. Ahora yo estoy aquí en Renacer protegido, pero todo eso pasó por Ernesto, mi hermano mayor. Ernesto era el candidato idóneo, el que todo el mundo esperaba que ocupara su puesto. Era el mayor y el primer hijo de Ernesto de la Fuente. Pero supongo que no es fácil deducir que si mi hermano delató a mi padre e hizo que la policía lo atrapara, de alguna manera tampoco quería ese lugar. Pero si Ernesto lo hubiera asumido, sin ningún problema, yo no hubiera sido el siguiente candidato en la fila. Entonces, como el cartel ya tendría un líder, yo no tendría por qué ocuparlo, mucho menos matar a alguien, ¿verdad?
—Entonces, yo hubiera permanecido de la nada en el cartel, feliz gozando del dinero, sin tener que meterme en el mundo de perdición de mi padre. Pero como Ernesto no aceptó ese compromiso, me tocó a mí. Fue entonces cuando me di cuenta que no quería ser un sicario, pero no porque estuviera mal. A mi parecer, mi padre podría hacer de su vida un papalote, pero yo no quería hacer de la mía lo que él quisiera, ¿sabes? Mi vida y mi decisión eran sin gozar de los privilegios. Estudiar en mi mente siempre estuvo en la defensa personal. Pensé en estudiar algo de derecho o criminología, pero nunca me haría líder.
—Entonces, mi hermano arruinó mi plan y fue por eso que comenzó este plan de no querer regresar , porque en algún punto iba a ocupar ese lugar. Yo quería regresar con mi padre y huir de las casas hogar, solamente para ir a hacer mi vida y al final traicionarlo. Como mi hermano , por eso estaba tan interesado en que mi padre me sacara de todas las casas hogar en las que me metían. No para irme a ocupar ese lugar, sino para obtener mi libertad. Si Ernesto me sacaba, tampoco tenía que estar en alguna institución y, de alguna manera, lo terminaría traicionando como mi hermano mayor, y terminaría en prisión o muerto. Esa era mi idea general, pero luego llegó Renacer y ya no quise que mi padre me rescatara o me sacara. ¿Por qué? Porque había gente muy buena. Estás tú, está Camila, está Catherine y Brenda, que fue la primera mujer que no me vio a los ojos cuando me conoció y me dijo: tú no te defines por ser el hijo de Ernesto.”
La diferencia con cualquier institución a la que yo llegaba era que todo el mundo me tenía miedo, todo el mundo me respetaba, todo el mundo decía: “Qué miedo, qué miedo, todo el mundo le importaba un montón mi apellido.” Y nada más me veía y era temblar, porque eso significaba tener a mi padre cerca. Entonces, todo el mundo me veía como: “Ay, la fichita. Un día nos van a venir a atacar. Pobrecito, Ernesto va a matarnos por tu culpa.” Ella me trató diferente, me hizo sentir especial, me dijo que podía cumplir mis sueños y seguir mi vida. A mí se me metió la idea de ser militar, porque me gusta mucho el manejo de armas, pero yo no te puedo disparar un arma si sé que esa persona va a morir o va a sufrir. Es lo mismo que hacía con mi padre. Yo no podía vengar la muerte de una persona simplemente: “Me traicionó, es un maldito, lo mató.” Yo no me siento en el derecho de quitarle la vida a nadie, mucho menos a un ser humano, por más malo que sea.
—Entonces, mi padre decía: “O matas o te matan. No me importa quién seas, lo único que me importa es que me estorbas en el negocio. Ah, pues te quito del medio y ya no me estorbas.” Entonces, me di cuenta que una manera de manejar las armas, que era lo que a mí me gusta, y no tener que estar matando gente solamente por matar como lo hacía mi papá, era ser militar. ¿Cuál era la forma correcta de manejar un arma legalmente, que el gobierno me lo permita y que no me van a detener? Y que no tengo que pasar la vida huyendo como Ernesto, que no tengo que traicionar a nadie y, sobre todo, que no tengo que cargar el apellido que me toca. Yo podía ser militar, ayudar a la gente, pero al mismo tiempo manejar las armas, tener una vida digna. Con Renacer encontré eso, por eso ya no me quise ir. Con Renacer fue: “Ah, wow, ¿Quieres ser militar? Yo te apoyo. Vas a contar conmigo. ¿Que tu padre venga? Yo no me importa.” Así reaccionó ella, lo cual fue muy lindo. Su forma de verme no tenía ni un título ni un sello. No era ese el hijo de éste, el hijo de... el hijo de quién. Mi apellido no importaba. Y, sobre todo, cuando a ella le hablaban de mi padre, no era como: “Ah, llévenselo, no lo quiero aquí porque es un riesgo, por su culpa pueden venir a matarnos.” Entonces, me encantó. Y al final, pues, ¿qué pasó? Lo demás ya lo sabes. Tú me hiciste cambiar. Intenté irme de Renacer, comportarme lo más rebelde posible, pero en ese transcurso apareció Mauro y me enamoré perdidamente de él
—¿Entonces estás enamorado de mí? —preguntó Mauro.
—Sí, mucho. Tanto que no veo mi vida si ya no estás.
—¿No exageres?
—Es la verdad. Te comprometiste conmigo, me hiciste cambiar.
—Al principio lo hice porque era mi misión, soy un cuidador. Era el plan. Jamás estuvo en mis planes enamorarme de ti, pero todo pasó tan rápido que no pude evitarlo.
—Dices fue rápido porque yo sentía que íbamos tan lento se rió ante mi comentario.
—¿De qué te ríes? Le pregunté a Cristiano
—De que tú dices que fue rápido, pero yo lo siento como si hubiera sido una eternidad.
—Ay, sí. A ver, dijo Mauro riéndose, ¿quieres que te cuente mi versión?
—Claro, dime. Ahora, ¿cuándo fue que te empezaste a enamorar de mí?
—Físicamente me pareciste un chico demasiado serio. Parecías malandro.
—Lo sé porque todo estaba perfecto. Sabes que esa apariencia la tengo.
—¿Te burlas?
—Bueno, en fin, continúa.
—Yo me fijé en ti por tu físico y tu esencia. Me diste ternura, pero no ternura mala. O sea, no sentí lástima. Me pareciste tierno. Me pareces una persona fuerte. Llegué a sentir lástima en algún momento, pero lástima de la buena. Al menos, este chico... Pobre de él. No, ay, pobre, no. Pobre sufre de eso. No solo de ese tipo de esas veces que ves a una persona y te preguntas cómo puede haber un ser tan maquiavélico para hacerle eso, e incluir todavía más fuerza en esa persona.
—¿Qué te impresionaba?
—Sí, me impresiona o me impresionaba todavía que tuvieras pesadillas y luego lo que me dijiste de tu conejo. Y que no te hayas traumado y que seas un buen hermano mayor porque cualquiera pierde la razón, la cabeza y termina loco. Y tú, en lugar de eso, decidiste educar a Alex y darle una mejor vida. Eso es admirable. Y a pesar de todo, lo sigues protegiendo y estás luchando por tener una mejor vida, ¿no?
—Lucho —le afirmé—. Solamente me enamoré de ti y mi corazón decidió cambiar el rumbo y ya no entregarse a Ernesto, porque quiere permanecer a tu lado. Pero también tu amor tuvo mucho que ver, y lo sabes, ¿verdad?
—No te tienes que basar solo en mí —dijo Mauro—. O en este amor. Tú tendrías que cambiar el rumbo para no ser como tu padre. Pero fue tu decisión. Tú podrías amarme mucho, Cristiano, y es algo que quiero que entiendas. Podías amarme demasiado, pero no tener el valor o decidir que querías el mundo malo. Hay gente que, por más que ame una persona, se niega a cambiar por esa persona. Tú decidiste cambiar. Sí, mi amor. Fue un impulso, pero la decisión fue tuya. Tu forma de rebeldía solo era una forma de disfrazarte y de tener una coraza que, cuando llegaste a Renacer, con el apoyo de todos te fuimos quitando y te demostramos que no eres ni un título, ni un sello, ni un apellido, ni una responsabilidad. Basta ese esel punto.
—No es que me des terapia —le dije.
—No te estoy dando terapia. Simplemente te estoy haciendo ver que no soy el culpable de todo. No puedes basar tu vida en una persona, Cristiano. El cambio tú lo traías, solamente Renacer y yo te dimos este impulso. Y créeme, no te voy a dejar solo.
—¿Te molesta si continúo hablando?
—Claro que no —respondió —. Sígueme contando. Me interesa conocerte. Me voy a remontar a cosas del pasado que tal vez no te gusten escuchar, pero la verdad, Mauro, es que tú me has mostrado tu vida y deseo hacerlo.
—Cuéntame lo que quieras.
—Lo voy a hacer —le dije con la mirada fija en su rostro—. Me parece lo justo. Tú me contaste de tu vida; ahora voy yo. Soy el tercer hijo de una familia del sicario, Ernesto de la Fuente. Mi padre es un matón. Tengo recuerdos con él hasta mis 12 años porque, de ahí en adelante, los demás son casas hogares.
Mauro escuchaba atentamente cada una de mis palabras. Mi mamá fue madre muy joven. Mi padre la secuestró y se la llevó como su mujer. Lo único que pagó por ella fue un dinero, una ganadería, y dejar a mis abuelos en paz para saldar sus deudas. Pero, de ahí fuera, no hizo mucho más.
Mi madre tuvo a Erika, mi hermana mayor, cuando tenía unos 15 años. Ahora, mi mamá debe tener unos 40, así que mi hermana debe tener alrededor de 28 años. Mi mamá debe tener 45. La verdad, no soy muy consciente, creo que 45. Si la tuvo a los 15, mi hermano debe tener unos 30
Me fascinaba que Cristiano quisiera involucrarse más en mi vida. Aunque, al final, también me impresionaba la vida que tenía y cómo este niño había logrado salir adelante.
—Luego está mi hermana Erika, Ernesto, el mayor. Después está Alex y por último, yo. Después de que nacieron mis dos hermanos mayores, según lo que me contaba mi madre, no había dejado que mi padre la tocara. Una noche, abusando de que ella estaba algo borracha, nací yo. Después nació Alex. La verdad, mi padre era un mujeriego y se la pasaba de viaje mucho tiempo. El asistía poco a su casa principal, porque eso sí, mis papás se casaron.
—¿Quién nació primero? —pregunté.
—Ernesto —me contestó el chico—. Pero Erika, por nacimiento, es mayor que él. Sin embargo, a Ernesto lo consideran el mayor porque el nacimiento de mi hermana no tiene validez ante el cártel. Es decir, Cristiano, ¿tu padre no valida el nacimiento de tu hermana?
—Sí, la verdad es así. Cuando Erika nació, fue una decepción para mi padre. La repudió y le exigió a mi madre tener un hijo. Después de que nació Ernesto, se olvidó completamente de Erika, manteniéndola al margen hasta que mi hermana creció y le exigió trabajo. La puso a cargo del burdel.
—¿Quién te contó todo esto? —pregunté.
—Mi mamá siempre me dijo que debía tener información para proteger a Alex. Así que entenderás que, después de que nació Ernesto y mi madre complació a mi padre, no la volvió a tocar. Además, él tenía muchas mujeres en diferentes lados, en la sierra y todo eso. Nosotros éramos la casa oficial, como ya te dije. Aunque mi padre se quedó algo satisfecho después de mi nacimiento, porque tenía otro hijo, decidió celebrarlo. Digamos que, en uno de sus arranques de soledad o borrachera, volvió a tocar a mi madre, y así nació Alex.
—Eso quiere decir —continuó Mauro— que tú y Alex son un accidente.
—Sí, Alex y yo somos algo así como una noche en que mi padre tuvo ganas. No fuimos hechos con amor, y sobre todo las últimas veces, cuando Alex nació, yo recuerdo cómo mi padre abusó de mi madre esa noche.
Entre más sabia y recibía conocimiento, más ganas me daban de abrazarlo, de decirle que tenía una familia, que conmigo todo iba a ser diferente. Que éramos el niño y yo contra el mundo, que Cristiano era Cristiano y que no importaba.
Tomé a Cristiano de los hombros, lo abracé y le dediqué un beso. El beso era simple, sencillo, nada fugaz ni pasional; era un beso tierno.
—Cristiano, escúchame —le dije mirando su rostro—. Gracias por contarme todo esto. Aunque me parece demasiado fácil la forma en que lo narras.
El chico continuó y me dijo:
—Mauro, lo narro de esta forma porque ya lo sané. Ya no me duele. Y por algún motivo que ya lo entiendo, conociste a Cristiano. Esta es la vida de Cristiano, este es Cristiano, el hombre que amas. ¿Tienes más preguntas?
La pregunta del chico era algo extraño. Me estaba dando carta abierta para conocer a Cristiano, a mi Cristiano.
—¿Cuándo te diste cuenta de que eras gay y cómo apareció Hormiga en tu vida?
—Hormiga apareció cuando yo tenía 8 años. Sus padres eran comerciantes que no podían pagar la cuota que mi padre exigía por sus tierras. Como venganza, mi padre los mató para que quedara claro que nadie debía dinero ni tenía deudas con un sicario. Los usó como lección para los demás en el negocio.
Dejaron a Hormiga, que en ese entonces tenía 11 años, sin padres. Lo recuerdo muy bien; llegó a mi casa y mi padre dejó claro que era un niño bueno, que lo iba a educar y que los inocentes no debían pagar. Lo educó como a su propio hijo, le dio carrera, estudio y lo crió a mi lado.
Crecí con Hormiga y, cuando cumplí 12 años, le confesé que me gustaba.
—¿Te diste cuenta de que te gustaban los hombres por Hormiga?
—Siempre me sentí diferente. Mi padre organizaba fiestas con mujeres, las enseñaba, y yo nunca me sentí identificado —informó Cristiano—. Sin embargo, con Hormiga nuestra relación era buena. Me daba cariño, me escuchaba, entrenamos juntos y, cuando llegamos a la adolescencia, nos besamos. ¿Quién diría que faltarían unos años para que iniciara el caos?
Desde los 12 años, esos años fueron especiales para mí. Cuando le confesé a Hormiga lo que sentía por él, me dijo que él también lo sentía. Comenzamos una mini relación de unos meses. Pero, a los meses, mi padre decidió llevárselo fuera del país a estudiar. Nunca me lo informó hasta el día de la fiesta de despedida. Eso me dolió.
—¿Hormiga y tú tuvieron algo que ver? —preguntó Mauro.
—No, él nunca me tocó. Fueron besos, agarraditas de mano, paseos a caballo y esas cosas. Yo lo sentí como un abandono. Me dejó partido. Como efecto de despecho, mi padre decidió exigirme más, porque Hormiga siempre fue superior a mí. Me puso un entrenador, me hizo hacer cosas a full para que, según él, lograra estar a la par de Hormiga. Hormiga siempre fue mejor que yo en todo: en deportes, en la escuela, en defensa, pero sobre todo en matar. A él no le temblaba la mano.
Teníamos un entrenador que nos entrenó juntos. Mi padre decidió pagarle tiempo adicional para que me entrenara. Andrés intervino.
—¿Sí, el hermano de Daniel? —preguntó Mauro.
—Sí —confirme —. La noche que Hormiga se fue, a la mañana siguiente yo tenía entrenamiento. Como estaba demasiado dolido, me le insinué a Andrés y, pues, pasó lo que tenía que pasar. Primero fue con una mujer, porque mi padre y su fiesta, como despedida para Hormiga, era o mataba o me acostaba con una mujer como regalo.
Estaba impactado por la naturalidad con la que Cristiano contaba estas cosas. La forma en que hablaba de su historia no le importaba. Tomó aire y continuó:
—Sin embargo, nunca tuve nada con Andrés. Para él, fue un error, un accidente. Me aproveché de él, y él no me despreció. Se justificó diciendo que esa noche había tomado alcohol, así que no hice nada.
—Nuestra relación volvió a ser profesional, y me empezó a entrenar de nuevo. Hasta que, después de un año, Hormiga volvió y se dio cuenta del amor que tenía por él. Empezamos a sentir algo, pero justo cuando yo cumplí 13, mi hermano decidió traicionar a mi padre.
—Ahora entiendo que él no quería la misma vida. Le dio información a la policía, hicieron un cateo y, pues, la historia ya la conoces.
—Escúchame, Cristiano —dijo Mauro—. Para mí eres Cristiano, solo tu nombre, solo letras. Lo que hay detrás no me importa. Eres Cristiano, el hombre que amo.
—Dije, depositando un beso en su boca. Un beso que quería que le transmitiera que para mí solo era Cristiano. No me importaba su pasado, presente ni futuro. Lo amaba y lo amaría. No podía entender cómo había nacido una persona tan buena en medio de toda esta basura. Mi único deber era protegerlo, amarlo y retribuir, tratar de quitarle el dolor que le había dejado la vida, porque él ahora era mi causa perdida. Lucharía por él, porque era mi causa, mi remanso y mi dolor. Cristiano era mi amor, y para mí su nombre no era su definición.
El silencio se hizo pesado entre ellos. Mauro sintió una mezcla de melancolía y un profundo anhelo de redención. La historia dolorosa de Cristiano resonaba en la habitación, dejando una sensación de tristeza y esperanza a partes iguales. Mientras se abrazaban, la certeza de que el amor podía ser un refugio en medio del caos se hacía más fuerte, pero también lo hacía la sombra de un futuro incierto. La promesa de protegerlo y amarlo se mantenía firme, pero el suspenso sobre los desafíos que aún debían enfrentar dejaba un eco inquietante en el aire.
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