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☆ Capítulo Único ☆

            —¡Homura-chan! —gimió Madoka tan bajito como pudo y, sin embargo, fue bastante sonoro. La pelirrosa temía que alguien pudiera escucharla—. ¡P-para, por favor!

            —No quiero —masculló Homura. Sin importarle nada, continuó besando y lamiendo el cuello de su novia—. Además, tú tampoco quieres que me detenga, Madoka~ —canturreó, divertida—. Tus gemidos hablan por ti.

            Sin acotar más, la pelinegra mordisqueó y chupó el área de la carótida, sacándole otros pequeños y excitados sonidos a la más baja. Reuniendo un poco de voluntad gracias a la poca claridad que emergió en su psique, Madoka quiso empujarla en un intento inútil por alejarla. En realidad, a ese débil movimiento ni siquiera podía llamársele empujón.

            Homura no sabía si eso había sido una caricia o algo más.

            —¿Enserio intentabas detenerme? —cuestionó Homura, divertida.

            Tomó los delgados y débiles brazos de su novia para apresarlos contra la pared. Su mirada purpúrea, brillante y maliciosa, en ningún momento se despegó de los ojos rosas, temerosos e inocentes de su novia.

            —Homura-chan, p-papá podría...

            —Ya te dije que él no escuchará ni verá nada —su sonrisa no desapareció en el transcurso de la explicación—. Nunca se enterará, de hecho —se acercó más a ella, consiguiendo que su nariz chocara con la ajena—, ni siquiera lo sospechará...

            —P-Pero...

            —Sé muy bien cómo utilizar mi magia, Madoka —se giró un poco, dándole un vistazo al señor Tomohisa que, al igual que todo a su alrededor, se hallaba petrificado gracias a que Homura había congelado el tiempo—. Sólo pueden moverse las personas que yo toque —sonrió con picardía—, como lo estoy haciendo contigo ahora~.

            —¡Homura-chan!

            —Jeje, lo siento. Además, hice esto porque así tú lo quisiste —dijo, seductora.

            Homura soltó la mano izquierda de su novia para acariciarle, con ternura, su mejilla y, bajando un poco más, el cuello. Disfrutaba el contacto de su mano con la suave y pálida piel de ella.

            —¡N-Nunca te dije que detuvieras el tiempo! —Madoka observó, con vergüenza, como su padre aún se hallaba en la misma posición desde hace casi diez minutos.

             Diez minutos que, en realidad, no habían transcurrido.

            Antes de quedar paralizado por el poder de su futura nuera, el señor Tomohisa, con sus buenas maneras, les servía brownies y té en sus respectivas tazas. En su rostro, amable y gentil, aún se hallaba plasmada aquella sonrisa de cordialidad que siempre le dedicaba a la pelinegra cuando estaba de visita.

            —Tampoco me dijiste que no lo hiciera —bromeó—. ¿No es más divertido así, querida Madoka?

            —P-pues...

            —Tranquila —acarició sus piernas con cuidado—. Sólo disfrútalo~. —canturreó, dándole muy mala espina.

            Sin esperar otra queja, Homura atrapó nuevamente los labios ajenos entre los suyos, besándola con desbordante anhelo. Antes de siquiera poder notarlo, la falda de Madoka ya se había deslizado, con gracia, a lo largo de sus piernas; yendo a parar a sus pies descalzos.

            Madoka ni siquiera sintió cuando Homura desabrochó los botones que ceñían aquella falda color verde a su estrecha cintura. A pesar del tiempo que llevaban juntas, algunas de las habilidades de su novia aún podían sorprenderla bastante.

            A pesar de la vergüenza y la culpa que sentía por estar haciendo algo así estando tan cerca de su padre —aunque no estuvieran en su rango de visión y éste les diera la espalda—, Madoka no pudo evitar sentirse excitada y emocionada por lo peligroso que resultaba aquello.

            Sabía que la magia de Homura era cien por ciento efectiva y que no le mentía al asegurarle que nada pasaría; era la única Mahou Shoujo capaz de controlar el tiempo a su antojo. Sin embargo, esto no acababa de arrancarle esa idea de que lo que hacían era muy malo, prohibido. La sensación de poder ser descubiertas en cualquier momento no la abandonaba, haciéndose cada vez más fuerte y contribuyendo a que la humedad entre sus piernas incrementara a cada segundo que pasaba.

            —Vaya, vaya —habló Homura, llevando su mano a la entrepierna ajena, palpando la ropa interior de su novia con sus dedos, sintiendo lo mojada que estaba y arrancándole un adorable jadeo—. Y según tú no estabas de acuerdo con esto~.

            El rostro de Madoka, rojo cual tomate y empapado de sudor por toda la actividad que Homura le había hecho realizar sólo con aquellos besos de enorme intensidad, no hizo más que ponerse peor de lo que ya estaba.

            —¡E-esto es por tu culpa, Homura-chan!

            —¿Mi culpa, dices? —Divertida, la pelinegra, con su mano izquierda, masajeó el pecho ajeno por encima de la ropa, provocando un nuevo gemido en la más baja—. Pero si aún no hago nada, sólo nos hemos besado... y manoseado un poco, claro~.

            —¡N-no lo digas de esa forma! —Se quejó, enrojeciendo todavía más si era posible.

            —Yo sólo digo la verdad, aún no hago nada —se separó un poco de ella, permitiéndole respirar con más libertad—. Pero ya no tendrás que esperar más.

            Con cuidado, Homura se arrodilló frente a la atenta, y avergonzada, mirada de la pelirrosa. Acto seguido, llevó sus manos a la ropa interior ajena, «rayas verdes y blancas, ¿eh?», y empezó a retirarla. Para su sorpresa, y la de la propia Madoka también, ésta última colaboró con ella, sin oponerse en lo más mínimo. Separó un poco las piernas, permitiendo que la pelinegra quitara las bragas con mayor facilidad.

            La sonrisa en el rostro de Homura no podía ensancharse más.

            —Siempre consigues sorprenderme, Madoka.

            —¡C-Cállate! —gimió la mencionada, apretando los ojos con fuerza—. ¡Y-Y has... lo que tengas que hacer!

            —Como usted ordene —acariciando los tersos muslos de su chica con ambas manos y levantando su rostro para mirarla a los ojos—. Recuerda que tus deseos siempre serán órdenes para mí.

            —Homu... ¡Ah! —el sentir la lengua de Homura recorriendo su intimidad, provocó que Madoka olvidara lo que iba a decir y se centrara en el repentino placer que su novia le brindaba.

            Tomando el cabello de la pelinegra con ambas manos y atrayéndola hacia ella tanto como pudiera, lo único que le importaba a Madoka en ese momento era la nube de placer en la que se metía poco a poco; olvidando todo lo que la rodeaba y preocupaba, incluyendo la estatua temporal en la que se había convertido el señor Tomohisa, el cual estaba a sólo unos cuantos metros de distancia y dándoles la espalda, inconsciente de lo que estaba ocurriendo allí mismo, en la cocina de su morada.

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