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9

Jackson Wang es una bestia. Estoy hablando de un tío de uno noventa y cinco y cien kilos de pura potencia, y del tipo de velocidad y precisión que le llevará a firmar un suculento contrato con un equipo de la Liga Nacional de Hockey en el fututo. Bueno, solo si la liga está dispuesta a pasar por alto todo el tiempo que pasa en el banquillo
de expulsados. Estamos en el segundo tiempo y a Braxton ya le han pitado tres penaltis; uno de ellos tiene como resultado un gol, cortesía de Tae, quien a continuación sobrepasa el banquillo de expulsados para hacerle un gesto de chulería a Jackson. Craso error, porque ahora Jackson está en el hielo y tiene hambre de venganza.

Me golpea contra la valla con tanta fuerza que sacude cada hueso de mi cuerpo, pero por suerte consigo pasar el disco y sacudo las estrellas que dan vueltas por mi cabeza a tiempo para ver a Hiseok batir, con un tiro de muñeca, al portero del St. Anthony. El marcador se ilumina y ni los gemidos y abucheos de la multitud disminuyen la sensación de victoria que corre por mis venas.

Los partidos fuera de casa nunca son tan estimulantes como los que se juegan en casa, pero yo me alimento
de la energía de la multitud, incluso cuando es negativa.

Cuando el timbre señala el final del segundo tiempo, vamos a los vestuarios ganando por 2-0 al St. Anthony. Todo el mundo está de subidón porque no nos han marcado un gol en dos tiempos, pero el entrenador Jensen no nos permite celebrarlo.

No importa que vayamos ganando, nunca nos deja olvidar lo que estamos haciendo mal.

—¡Min YoonGi! —le grita a YoonGi —. Estás dejando que el 34 te zarandee por ahí como una muñeca de trapo! Y tú —el entrenador mira a uno de nuestros defensores de degundo curso—. ¡A ti se te han escapado DOS veces! Tu trabajo consiste en ser la sombra de esos gilipollas. ¿Has visto el golpe que Taehyung ha lanzado al empezar el
segundo tiempo? Espero ese tipo de juego físico de ti, Suho. No quiero ver más cargas de cadera de gatito. ¡Dales como un león, chaval!

Cuando el entrenador se va hacia el otro extremo del vestuario para repartir más críticas, Taehyung y yo intercambiamos sonrisas. Jensen es duro que te cagas, pero es
muy bueno en su trabajo. Felicita cuando los elogios son merecidos, pero la mayoría de las veces, nos aprieta fuerte y nos hace mejores.

—Vaya hostiazo te ha dado. —Hoseok me lanza una mirada compasiva cuando me levanto la camiseta para examinar con cuidado mi lado izquierdo.

Jackson me ha golpeado pero bien y ya puedo ver cómo mi piel adquiere un tono azulado. Me va a dejar un moratón cojonudo.

—Sobreviviré —respondo con un encogimiento de hombros.

El entrenador da una palmada para señalar que es hora de volver al hielo; nos quitamos los protectores de cuchillas y formamos una línea en el túnel.

Cuando salgo al hielo, puedo sentir su mirada clavada en mí. No le busco, pero sé que si lo hago, le encontraré: mi padre, sentado en su asiento habitual en la parte superior de las gradas, su gorra de los Rangers calada hasta los ojos, los labios, apretados en una línea tensa.

El campus de St. Anthony no está demasiado lejos de, lo que significa que mi padre solo ha tenido que conducir una hora desde su casa en las afueras de Seul para llegar hasta aquí. Pero incluso si hubiéramos estado jugando a horas de allí en un partido de fin de semana durante la tormenta de nieve del siglo, también estaría en el campo. Mi viejo nunca se ppierde un partido. Kim Phil, leyenda del hockey y padre orgulloso.

Sí, ya. Y una mierda.

Yo sé muy bien que no viene a los partidos para ver jugar a su hijo. Viene a ver cómo juega una extensión de sí mismo.

A veces me pregunto qué hubiera pasado si yo fuese una puta mierda en el hielo. ¿Y si no se me diera bien patinar? ¿O disparar? ¿Y si hubiese salido escuálido como un alfiler y con la coordinación de una caja de Kleenex? ¿O si me hubiese molado el arte o la música o la ingeniería química? Probablemente le habría dado un infarto. O tal vez habría convencido a mi madre para darme en adopción.

Me trago el sabor acre de la amargura y me uno a mis compañeros de equipo.

Bloquéalo de tu mente. Él no es importante. Él no está aquí.

Es lo que me recuerdo a mí mismo cada vez que subo la valla y planto mis patines sobre el hielo.  Kim Phil  no es nada para mí. Dejó de ser mi padre hace mucho tiempo.

El problema es que mi mantra no es infalible. Puedo bloquearlo de mi mente, sí, y no es importante para mí, ¡por supuesto! Pero él SÍ está aquí. Él siempre está aquí…

Maldita sea.

El tercer tiempo es intenso. Los del St. Anthony juegan a saco, desesperados por evitar quedar a 0. Atacan a Hoseok desde el primerísimo segundo, mientras que Tae y Suho salen frenéticamente a evitar que la línea de ataque del St. Anthony se abalance hasta nuestra red.

El sudor gotea por mi cara y cuello mientras mi línea —YoonGi y yo— va la ataque. La defensa del St. Anthony es de chiste. Los defensores delegan en sus delanteros para que marquen y en su portero para que detenga los disparos que, gracias a su ineptitud, permiten entrar en su zona. Tae se pelea con Jackson detrás de nuestra red y sale victorioso. Su pase conecta con Hoseok, que va a la velocidad del rayo cuando se precipita hacia la línea azul. Hoseok le pasa el disco a Yoongi los tres volamos hasta el territorio enemigo —somos tres contra dos—, echándonos encima de los terribles defensores que no saben ni de dónde les ha venido el golpe.

El disco vuela en mi dirección y el rugido de la multitud late en mi sangre. Jackson se aproxima por el hielo para atacar; yo estoy en su punto de mira, pero no soy estúpido. Le paso el disco a Yoongi, cargando con la cadera a Jackson mientras mi compañero de equipo engaña al portero, finge que va a tirar, me vuelve a pasar el disco y disparo un tiro directo a portería.

Mi tiro entra con un zumbido en la red y el temporizador se queda a 0.

Ganamos 3-0 al St. Anthony.

Hasta el entrenador está de buen ánimo cuando caminamos en fila hacia el vestuario después del tercer tiempo. El otro equipo no nos ha metido ni un gol, hemos parado a la bestia que es Jackson y hemos sumado una segunda victoria a nuestro expediente.

Todavía estamos al principio de la temporada, pero todo lo que vemos en este momento es a nosotros mismos de campeones.

Tae se deja caer en el banco junto a mí y se inclina para desatarse los patines.
—Entonces, ¿cuál es la movida con tu profesor particular? —Su tono es
absolutamente informal, pero le conozco bien y no hay nada informal en la pregunta.

—¿Jeonny? ¿Qué pasa con él?

—¿Está soltero?

La pregunta me pilla desprevenido. Tae se siente atraído por los chicos delgados
como un alfiler y más dulces que el azúcar. Jungkook, con sus interminables curvas y su rollo de listillo al cien por cien, no se ajusta a ninguno de los requisitos.

—Sí —le digo con cautela—. ¿Por?

Se encoge de hombros. Todo superinformal de nuevo. Y de nuevo, veo a través de él.

—Está muy bueno. —Hace una pausa—. ¿Te la estás tirando?

—No. Y tú tampoco lo harás. Tiene los ojos puestos en un gilipollas.

—¿Están juntos?

—Naah.

—En ese caso hay vía libre con él, ¿no?

Me pongo rígido, solo un poco, y no creo que Tae se dé cuenta. Por suerte, Seok, nuestro crack de portero se dirige hacia nosotros y pone fin a la conversación.

No estoy seguro de saber por qué estoy de repente inquieto. No me mola Jungkook en ese sentido, pero la idea de el y Tae enrollándose me incomoda. Tal vez porque sé lo zorrón que puede ser Tae. No podría ni contar el número de veces que he visto a una chica hacer el paseo de la vergüenza saliendo de su dormitorio o chico.

Me cabrea imaginarme a Jungkook saliendo a escondidas de su habitación con el pelo alborotado por el sexo y los labios inflamados. Yo no lo esperaba, pero la verdad es que me mola. Me mantiene todo el rato alerta y anoche cuando lo oí cantar… JO-DER. He oído las palabras «tonalidad» y «timbre» en el programa American Idol, pero no sé una mierda de los aspectos técnicos de canto. Lo que sí sé es que la voz  de Jungkook me dio escalofríos.

Expulso todos los pensamientos sobre Jungkook de mi cabeza cuando llego a las duchas. Todo el mundo está de subidón por la victoria, pero esta es la parte de la noche que temo. Gane o pierda, sé que mi padre estará esperando en el parking cuando vayamos al autobús del equipo.

Dejo el estadio con el pelo húmedo de la ducha y mi bolsa de hockey colgada del
hombro. Efectivamente, mi viejo está ahí. De pie, cerca de una fila de coches, su cazadora de plumas con la cremallera hasta el cuello y la gorra cubriéndole los ojos.

Tae y Suho están a mi lado, pavoneándose de nuestro triunfo, pero este último se detiene en seco cuando ve a mi pladre.

—¿Vas a saludar? —murmura. El toque ansioso de su voz no me pasa
desapercibido. Mis compañeros de equipo no pueden entender por qué coño no le voy soltando a todo el mundo que mi padre es ÉL, Kim Phil. Ellos piensan que es un dios, lo que supongo que me convierte en un semidiós por tener la suerte de haber
sido engendrado por él. Cuando llegué por primera vez a UNS, solían acosarme por un autógrafo suyo, pero me inventé la historia de que mi padre es extremadamente celoso de su privacidad y, afortunadamente, han dejado de agobiarme con que se lo presente.

—No. —Sigo caminando hacia el autobús y giro la cabeza justo cuando paso junto a mi viejo.

Nuestras miradas se encuentran por un momento, y él asiente con la cabeza.
Solo una leve inclinación de cabeza, y luego se da la vuelta y camina lentamente hacia su brillante todoterreno plateado.

Es la misma rutina de siempre. Si ganamos, me llevo un movimiento de cabeza. Si perdemos, no me llevo nada.

Cuando era más joven, si perdíamos, al menos pretendía ser el padre compasivo, una sonrisa falsa de apoyo o una palmadita de consuelo en la espalda si alguien nos miraba. Pero en el momento en el que nos quedábamos solos, se acababan las contemplaciones.

Me subo al autobús con mis compañeros de equipo y suspiro de alivio cuando el conductor sale del aparcamiento, dejando a mi padre en nuestro espejo retrovisor.

De repente me doy cuenta de que, dependiendo de cómo vaya el examen de Ética, puede ser que ni siquiera juegue el próximo fin de semana. Sin duda, eso al viejo no le hará nada feliz.

Lo bueno es que no me importa una mierda lo que él piense

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