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5

Jimin se mantiene fiel a su palabra.

Llevamos veinte minutos en la fiesta y aún no se ha separado de mi lado, y eso que su novio le ha estado suplicando que baile con él desde el momento en el que llegamos. Me siento como una idiota.

—Bueno, esto es ridículo. Vete ya a bailar con Sean. —Tengo que gritar para hacerme oír por encima de la música, que, sorprendentemente, es bastante decente. Esperaba ritmos electrónicos cutres o temas vulgares de hip-hop, pero el que está a cargo del equipo de música parece tener afinidad por el rock indie y el punk británico.

—Nooo, está bien —grita Jimin—. Me quedo aquí tranquilamente contigo.
Claro, porque quedarse aquí contra la pared espiando a la gente como una friki extraña, viendo cómo me agarro a la botella de Evian que he traído de la residencia de estudiantes, es mucho más divertido que pasar el rato con su novio.

El salón está hasta arriba de gente. Montones de chicas y chicos de las distintas hermandades. Pero esta noche hay mucha más variedad de la que se suele encontrar en una de estas fiestas. Veo a varios estudiantes de artes escénicas junto a la mesa de billar. Algunas chicas del equipo de hockey sobre hierba charlando junto a la
chimenea. Un grupo de chicos, que casi seguro son de primero, de pie junto a la barra.

Todos los muebles están contra las paredes de friso de madera creando una pista de baile improvisada en el centro de la habitación. Allá donde miro, veo a gente bailando, riendo y hablando de cosas sin importancia.
Y el pobre de Jimin está pegado a mí como si fuésemos velcro, incapaz de disfrutar ni un segundo de la fiesta a la que ÉL quería ir.

—Vete —le ordeno—. En serio. No has visto a Sean desde que empezaron los
parciales. Te mereces pasar un poco de tiempo de calidad con tu chico.

Jimin duda.

—Estaré bien. Minjo y Shawna están ahí mismo, voy a ir a charlar con ellas un rato.

—¿Estás seguro?

—Por supuesto. He venido aquí para socializar, ¿recuerdas? —Sonriendo, le doy un pequeño cachete en el culo—. ¡Fuera de aquí, nene!

Me devuelve la sonrisa y comienza a alejarse, después sostiene su iPhone y mueve en el aire.

—Mándame un SOS si me necesitas —dice en voz alta—. ¡Y no te vayas sin
avisar!

La música ahoga mi respuesta, pero Jimin comprueba cómo asiento antes de que él se apresure hacia el centro de la sala. Veo su cabeza rubia zigzagueando entre el gentío hasta que llega junto a Sean, quien se muestra feliz y lo arrastra hacia la multitud de bailarines.

¿Lo ves? Yo también puedo ser un buen amigo.

Solo que ahora estoy solo y las dos compañeros a las que había planeado pegarme como una lapa están charlando con dos chicos muy guapos. No quiero interrumpir el máster
en ligoteo, así que busco entre la gente a alguna persona que pueda conocer —incluso Cass sería un regalo para la vista en este momento—, pero no descubro ninguna cara familiar. Ahogo un suspiro y me atrinchero en mi pequeño rincón para pasar unos
minutos observando a la gente.
Cuando varios chicos y chicas miran en mi dirección con un interés descarado, me maldigo a mí mismo por permitir que Jimin eligiera mi modelito para la noche. Mis pantalones ajustados no
son indecente ni mucho menos, pero marca mis curvas más de lo que me permite sentirme cómodo, y
la camisa que es casi transparente. No dije nada del conjunto porque quería llamar la atención de Namjoon, pero al desear hacerme visible en su radar, no pensé en todos los otros radares en los que yo podría aparecer. Tanta atención me está poniendo nervioso.

—Hola.

Vuelvo la cabeza cuando un chico guapo con el pelo castaño ondulado y unos ojos de color azul claro se acerca sigiloso hacia mí. Lleva un polo y sostiene un vaso de plástico rojo en la mano. Me sonríe como si ya nos conociésemos.

—Eh… Hola —respondo.

Cuando se da cuenta de mi expresión desconcertada, su sonrisa se ensancha.

—Soy Jimmy. Tenemos clase de Literatura Británica juntos.

—Ah, ya. —Sinceramente, no recuerdo haberlo visto antes, pero hay unos
doscientos estudiantes en esa clase, por lo que todas las caras se confunden entre sí cuando pasa un tiempo.

—Eres Jungkook, ¿verdad?

Asiento con la cabeza, cambiando el peso de una pierna a otra, incómodo, porque su mirada ya ha bajado a mi pecho unas diez veces en los cinco segundos que llevamos de conversación.

Jimmy hace una pausa como si estuviera intentando pensar en algo más que decir. Amí tampoco se me ocurre nada; soy supermalo en la charla superficial. Si fuera alguien en el que yo estuviera interesado, le preguntaría por sus clases, por si tiene un trabajo o no, o qué tipo de música le mola, pero la única persona que me importa en este momento es Namjoon y él todavía no ha aparecido.

Que le ande buscando entre la multitud me hace sentir como una auténtica imbécil.

La verdad sea dicha, Jimin no es la única que se pregunta de qué voy. Yo también me lo pregunto a mí mismo. Y es que, ya en serio, ¿por qué estoy tan obsesionada con ese tío? Él no sabe que existo. Y, para empezar, es un deportista universitario. Para eso
ya podría estar interesado en Kim Seokjin, por el amor de Dios. Por lo menos se ofreció a salir conmigo.

Y cómo no, en el instante en el que pienso en Seokjin, el mismo rey de Roma entra por la puerta.

No esperaba verlo esta noche, así que inmediatamente agacho la cabeza para que no me descubra. Tal vez si me concentro lo suficiente pueda mimetizarme con la pared que hay detrás de mí y no sepa que estoy aquí.

Por suerte, Seokjin no percibe mi presencia. Se detiene para hablar con un par de chicos y después camina tranquilamente hacia la barra al otro lado, donde de forma inmediata revolotean media docena de chicas que baten sus pestañas y se suben las
tetas para conseguir su atención.
A mi lado, Jimmy resopla.

—Por Dios. Llega el «superhombre del campus» y lo mismo de siempre. Qué
coñazo, ¿eh?

Me doy cuenta de que también está mirando a Garrett y el desprecio en su rostro es inconfundible.

—¿No te cae bien Kim? —digo con sequedad.

—¿Quieres la verdad o la versión oficial?

—¿La versión oficial?

—Seokjin es un miembro de esta hermandad —explica Jimmy—. Así que
técnicamente eso nos hace «hermanos». —Hace el gesto de comillas con las manos— Y un hombre Sigma ama a TODOS sus hermanos.

Tengo que sonreír.

—De acuerdo, así que esa es la versión oficial. ¿Cuál es la verdad?

La música sube así que se inclina más cerca de mí. Sus labios están a centímetros de mi oído cuando él confiesa:

—No puedo con el tío ese. Su ego es más grande que esta casa.

Mira qué cosas, he conocido a un alma gemela. Otra persona que no lleva en la
cartera el carnet de miembro del Equipo Kim.

Pero la sonrisa cómplice que le ofrezco claramente toma el camino, porque los ojos de Jimmy se entrecierran seductoramente.

—Entonces… ¿quieres bailar? —pregunta arrastrando las palabras.

No. En absoluto. Pero justo cuando abro la boca para decir que no, vislumbro un
fragmento de color negro con el rabillo del ojo. Es la camiseta negra de Seokjin.
Mierda. Me ha visto y se dirige hacia nosotros. A juzgar por su paso decidido, está listo para la batalla otra vez.

—Claro —dejo escapar, agarrando ansiosamente la mano de Jimmy—. Bailemos.

Una lenta sonrisa se expande por su boca.

Oh, oh. Quizá he sonado demasiado ansioso.

Pero es demasiado tarde para cambiar de opinión, porque me está llevando hacia la pista de baile. Y vaya suerte la mía: la canción cambia en el mismo momento que llegamos. Los Ramones han dado paso a un tema de Lady Gaga.

Y no es una canción rápida, es la versión lenta de «Poker Face». Genial.
Jimmy planta las dos manos en mis caderas. Un instante después, reticente, me agarro a sus hombros y empezamos a balancearnos con la música. Es todo superincómodo, pero al menos logró evitar a Seokjin, quien nos mira ahora con el ceño fruncido y las manos enganchadas en las trabillas de sus pantalones vaqueros azules desteñidos.

Cuando nuestras miradas se encuentran, le lanzo una media sonrisa y un gesto de «así es la vida» e inmediatamente entrecierra los ojos como si supiera que estoy bailando con Jimmy para evitar tener que hablar con él. Acto seguido, una rubia muy guapa le toca su brazo y el contacto visual se rompe. Jimmy gira la cabeza para ver a quién estoy mirando.

—¿Conoces a Kim? — Su tono de voz suena un poco más que cauteloso.

Me encojo de hombros.

—Está en una de mis clases.

—¿Sois amigos?

—No.

—Bueno saberlo.

Seokjin y la rubia salen de la habitación en ese momento y yo me doy unas
palmaditas en la espalda mentales por el éxito de mis tácticas de evasión.

—¿Vive aquí con vosotros? —Dios, esta canción es eterna, pero estoy intentando mantener una conversación, porque siento que es mi deber acabar este baile después de haberme mostrado tan «entusiasta» al respecto.

—No, joder, no — responde Jimmy —. Él tiene una casa fuera del campus. Se pasa el rato presumiendo de ello, pero te apuesto a que es su padre el que paga el alquiler.

Yo arrugo la frente.

—¿Por qué dices eso? ¿Su familia es rica o algo así?

Jimmy parece sorprendido.

—¿No sabes quién es su padre?

—No. ¿Debería?

—Es Phil Kim. —Cuando el surco de mi frente se hace más profundo, Jimmy lo
explica mejor—. El delantero de los Rangers de Nueva York. Dos veces campeón de la Copa Stanley. Una leyenda del hockey.

El único equipo de hockey del que conozco algo es el Blackhawks de Busan, y eso solo porque mi padre es un hincha absoluto y me obliga a ver los partidos con él.Por lo tanto, mi conocimiento de un hombre que jugó para los Rangers ¿cuándo, hace veinte años? es cero. Pero no me sorprende escuchar que Seokjin viene de la realeza del hockey. Se nota que esa actitud de creerse superior a todo el mundo le viene de cuna.

—Me pregunto por qué Kim no fue a la universidad en Nueva York —digo
educadamente.

—Kim padre terminó su carrera profesional en Seúl —explica Jimmy—.
Creo que la familia decidió quedarse después de que se retirara.

La canción, gracias a Dios, llega a su fin y me apresuro a disculparme diciendo que tengo que ir al baño. Jimmy me hace prometerle que bailaré con él otra vez, después me guiña un ojo y se aleja hacia la mesa de beer pong.

Dado que no quiero que sepa que he mentido sobre lo del baño, sigo con mi farsa del pis y salgo del salón para merodear un rato por el hall de entrada, que es donde me encuentra Jimin unos minutos más tarde.

—¡Ey! ¿Te lo estás pasando bien? —Sus ojos brillan y sus mejillas están
enrojecidas, pero sé que no ha estado bebiendo. Se comprometió a mantenerse sobrio y Jimin nunca rompe sus promesas.

—Sí, supongo. Pero creo que me voy a ir a casa pronto.

—¡Eh, no, no te puedes ir aún! Te acabo de ver bailando con Jim Paulson. Parecía que te estabas divirtiendo.

¿En serio? Supongo que soy mejor actriz de lo que pensaba.

—Es guapo —añade con una mirada cargada de intención.

—Bah, no es mi tipo. Demasiado pijo.

—Bueno, conozco a alguien que SÍ es tu tipo. —Jimin sube y baja las cejas antes de bajar la voz a un susurro burlón—. Y no te des la vuelta porque acaba de entrar por la puerta.

Mi corazón despega como una cometa en una tormenta de viento. ¿No te des la vuelta? ¿Acaso la gente no se da cuenta de que decir eso garantiza que el otro haga exactamente lo contrario?
Giro mi cabeza hacia la puerta principal y luego la giro otra vez a donde estaba porque, AY, DIOS, Jimin tenía razón. Por fin Namjoon a aparecido.

Y puesto que el vistazo que he echado ha sido demasiado fugaz, confío en Jimin para que me informe de lo que me he perdido.

—¿Está solo? —susurro.

—Está con algunos de sus compañeros de equipo —me devuelve el susurro—.
Ninguno de ellos ha traído a ninguna chica.

Hago mi mejor actuación de una persona que está hablando tranquilamente con su amigo y que no está, en absoluto, colado por el tío que tiene a unos pasos de distancia.

Y funciona, porque Namjoon y sus amigos nos sobrepasan a Jimin y a mí y su ruidosa risa es engullida rápidamente por una ráfaga de música.

—Te has puesto rojo —se burla Jimin.

—Lo sé —me quejo en voz baja—. Joder, este enamoramiento es superabsurdo, Jimin. ¿Por qué permites que me avergüence a mí mismo de esta manera?

—Porque yo no creo que sea para nada absurdo. Y no tienes que avergonzarte, es muy sano. —Jimin me agarra del brazo y empieza a arrastrarme de vuelta al salón. El volumen del estéreo es más bajo, pero el zumbido de la animada charla sigue tronando por la habitación.

—En serio, Kookie, eres joven y guapo, y yo quiero que te enamores. No me importa con quien sea, siempre y cuando… ¿por qué te está mirando Kim Seokjin?

Sigo su sorprendida mirada y ahogo otro gemido cuando los ojos grises de Seokjin se quedan fijos en los míos.

—Porque me está acosando —me quejo.

Sus cejas se disparan.

—¡¿En serio?!

—Sí, bastante. Ha suspendido Ética y sabe que a mí me salió bien el examen. Me está pidiendo que le dé clases particulares y el tío no es capaz de aceptar un no por respuesta.

Suelta una risilla.

—Creo que es posible que seas el único chico que le ha rechazado en su vida
—Si el resto de la población fuese tan listo como yo…

Miro por encima del hombro de Jimin y escaneo la habitación en busca de Namjoon; mi pulso se acelera cuando lo descubro junto a la mesa de billar.

Lleva unos pantalones negros y un jersey de punto gris, y su pelo está despeinado y le cae sobre su amplia frente. Dios, me encanta ese estilo «me acabo de caer de la cama» que lleva. No va tan engominado como sus colegas, ni se ha puesto la cazadora del equipo
de fútbol americano como el resto.

—Jimin, ¡mueve ese precioso culito y ven aquí! —grita Sean desde la mesa de
pimpón—. ¡Necesito una pareja para jugar!

Un bonito rubor florece en sus mejillas.

—¿Quieres ver cómo les damos una paliza al beer pong? Pero sin cerveza —añade rápidamente—. Sean sabe que esta noche no bebo.

Otra oleada de culpa me golpea.

—Pues vaya diversión —le digo sonriendo—. Si se juega al beer pong hay que tomar cerveza.

Mi amigo niega firmemente con la cabeza.

—Te he prometido que no voy a beber.

—Y yo no me voy a quedar aquí mucho tiempo —respondo—. Así que no hay
ninguna razón por la que no puedas ponerte un poco pedo.

—Pero yo quiero que te quedes —protesta.

—¿Qué te parece si hacemos esto? Yo me quedo media hora más, pero solo si te permites pasártelo bien de verdad. Sé que hicimos un trato en primero, pero ya estás liberado; no puedo permitirlo más, Jimin.

Cada palabra que digo va muy en serio; detesto de verdad que me tenga que cuidar como a un niño pequeño cada vez que salimos. No es justo para él. Y después de dos años en UNS, sé que me ha llegado el momento de bajar la guardia, al menos un poco.

—Vamos, quiero ver cómo me enseñas esas habilidades tuyas en el beer pong. —

Me agarro de su brazo y el se ríe mientras la dirijo hacia donde están Sean y sus amigos.

—¡Jungkook! —dice Sean con entusiasmo—. ¿Quieres jugar?
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—No —respondo—. Solo vengo a animar a mi mejor amigo.

Jimin se une a Sean en uno de los lados de la mesa y durante los siguientes diez
minutos soy testigo del partido más intenso de beer pong del universo. Pero durante todo ese tiempo estoy muy al tanto de lo que hace Namjoon, quien charla con sus compañeros de equipo al otro lado del salón.

Al rato me alejo de la mesa de pimpón porque, esta vez de verdad, necesito ir al cuarto de baño. Hay uno en la planta baja cerca de la cocina; hay una cola inmensa y tardo un siglo en entrar. Hago mis cosas rápidamente, salgo del baño y me choco contra un duro pecho masculino.

—Deberías mirar por dónde vas —dice una voz grave.

Mi corazón se detiene.

Los ojos oscuros de Namjoon brillan divertidos cuando coloca su mano en mi brazo para mantenerme en equilibrio. En el instante en que me toca, el calor abrasa mi piel y
provoca un escalofrío que eriza el vello de mi cuerpo.

—Lo siento —tartamudeo.

—No pasa nada. —Sonriendo, acaricia su pecho—. Todavía estoy entero.

De repente me doy cuenta de que ya no hay nadie esperando para usar el baño. En el pasillo estamos solo Namjoon y yo y, Dios mío, está aún más bueno de cerca. También es mucho más alto de lo que creía y tengo que elevar la cabeza para mirarlo a los ojos.

—Estamos juntos en Ética, ¿verdad? —pregunta en ese tono de voz profundo y sexy que tiene.

Asiento con la cabeza.

—Soy Namjoon.

Se presenta como si fuera de verdad posible que alguien no supiera su
nombre. Pero su modestia me parece adorable.

—Soy Jungkook.

—¿Qué tal te fue en el examen?

—He sacado un 10 —admito—. ¿Y tú?

—Un 7.

No puedo ocultar mi sorpresa.

—¿En serio? Supongo que somos los afortunados. Se ha cargado a todos los demás.

—Creo que eso nos hace inteligentes, no afortunados.

Su sonrisa hace que me derrita. En serio. Soy un charco de baba en el suelo, incapaz de apartar la mirada de esos magnéticos ojos oscuros. Y huele de maravilla, a jabón y aftershave de limón. ¿Estaría fuera de lugar si pego mi cara a su cuello e inhalo?

Eh… sí. Lo estaría.

—Y… —Intento pensar en algo inteligente o interesante que decir, pero estoy demasiado nervioso como para ser ingenioso en este momento—. Juegas al fútbol americano, ¿eh?

Él asiente con la cabeza.

—Juego de receptor. ¿Te gusta? —Un hoyuelo aparece en su barbilla—. El juego, quiero decir.

No me gusta, pero supongo que podría mentir y fingir que me gusta su deporte. Solo que es un paso arriesgado, porque podría empezar a hablarme de rollos técnicos y no
sé lo suficiente sobre fútbol americano como para mantener una conversación sobre el tema.

—No mucho —confieso con un suspiro—. He visto un partido o dos, pero la
verdad, es demasiado lento para mi gusto. Da la sensación de que jugáis cinco segundos, después alguien toca un silbato y os quedáis esperando durante horas hasta que empieza la siguiente jugada.

Namjoon se ríe. Su risa es genial. Grave y ronca y la siento hasta en los dedos de los lies.

—Sí, he oído esa queja antes. Pero cuando estás jugando, es diferente. Es mucho más intenso de lo que parece. Y si estás implicado personalmente en un equipo o en ciertos jugadores, se pillan las reglas mucho más rápido. —Inclina la cabeza—. Deberías venir a uno de nuestros partidos. Apuesto a que te divertirías.

Ay, madre. ¿Me acaba de invitar a uno de sus partidos?

—Eh, sí, quizá pueda…

—¡Kim! —Interrumpe una fuerte voz— ¡Estamos arriba!

Los dos nos volvemos para ver cómo un gigante rubio asoma la cabeza por la
puerta del salón. Es uno de los compañeros de equipo de Namjoon y parece extremadamente impaciente.

—Voy —responde Namjoon y a continuación me lanza una sonrisa tristona mientras da un paso hacia el baño—. Vaya… Big Joe y yo estamos a punto de darles una paliza al
billar, pero antes tengo que ir al lavabo. ¿Hablamos luego?

—Claro. —Mantengo un tono de voz relajado, pero no hay nada de relajación en la forma en la que mi corazón se acelera.

En cuanto Namjoon cierra la puerta detrás de él voy de regreso a toda prisa al salón con las piernas temblorosas.

Me muero de ganas de contarle a Jimin lo que acaba de suceder, pero no me es posible. Nada más entrar en la habitación, el metro noventa de Kim Seokjin y sus noventa kilos bloquean mi camino.

—Jeonny —dice con entusiasmo—. Eres la última persona a la que esperaba ver
aquí esta noche.

Como de costumbre, su presencia hace que mi guardia se vuelva a colocar en su lugar.

—¿Sí? ¿Y eso?

Se encoge de hombros.

—No pensaba que las fiestas de hermandades fueran de tu estilo.

—Bueno, no me conoces, ¿recuerdas? Es posible que vaya a fiestas de
hermandades todas las noches.

—Mentira. Te hubiera visto aquí antes.

Cruza los brazos sobre su pecho, una postura que hace que sus bíceps se tensen. Veo la parte inferior de un tatuaje que asoma desde la manga de su camiseta, pero no puedo ver qué es, solo que es negro y que parece complejo. ¿Unas llamas?

—Entonces, en cuanto a lo de las clases particulares…, he pensado que deberíamos sentarnos para establecer un calendario.

La irritación se dispara por mi columna vertebral.

—Tú no te rindes, ¿verdad?

—Jamás.

—Pues deberías empezar a hacerlo, porque no te voy a dar clase. —

Me distraigo.

Namjoon ha vuelto a entrar en la habitación, su cuerpo esbelto se mueve a través de la multitud mientras se abre camino hasta la mesa de billar. Está a mitad de camino cuando una chica de pelo castaño le intercepta. Para mi desgracia, se detiene a hablar
con ella.

—Vamos, Jeonny, ayuda a un pobre chaval —suplica Seokjin.

Namjoon se ríe de algo que la chica dice. De la misma manera que se estaba riendo conmigo hace un minuto. Y cuando ella toca su brazo y se acerca apoyándose en él, Namjoon no retrocede.

—Mira, si no quieres comprometerte con todo el semestre, por lo menos ayúdame a pasar este parcial. Te deberé una.

Ahora mismo a Seokjin no le estoy prestando ni la más mínima atención.

Namjoon se inclina hacia la chica para susurrarle algo al oído. Ella se ríe, sus mejillas adquieren un tono rosáceo y mi corazón se desploma a la boca de mi estómago.

Estaba tan segura de que habíamos tenido, no sé, una conexión, pero… ¿ahora está coqueteando con otra persona?

—Ni siquiera me estás escuchando —me acusa Seokjin —. Pero, ¿a quién estás mirando?

Aparto mi mirada de Namjoon y de la castaña, pero no lo suficientemente rápido.

Seokjin sonríe cuando se da cuenta de hacia dónde miraba.

—¿Cuál es? —pregunta.

—¿Cuál es quién?

Inclina la cabeza hacia Namjoon luego a continuación la desplaza a la derecha donde veo a Jimmy hablando con uno de sus compañeros de hermandad.

—Paulson o Kim. ¿A cuál de ellos te quieres zumbar?

—¿ZUMBAR? —vuelve a tener mi atención—. Puf. ¿Quién dice cosas así?

—Vale, ¿lo digo con otras palabras? ¿A cuál de ellos te quieres follar, o tirar, o
echar un polvo? ¿O hacer el amor, si es que es lo que te mola?

Aprieto los dientes. Este tío es gilipollas.
Como no respondo, él responde por mí.

—Kim—decide—. Te vi bailando con Paulson antes y está clarísimo que no te
derretías por él.

Yo ni confirmo ni niego. En vez de eso, me separo un paso más de él.

—Buenas noches, Seokjin.
—Odio tener que decírtelo, pero no va a pasar, Jeonny. No eres su tipo.

El cabreo y la vergüenza inundan mi vientre. Uau. ¿Realmente acaba de decir eso?

—Gracias por el consejo —dijo con frialdad—. Ahora, si me disculpas…

Intenta cogerme el brazo, pero avanzo abriéndome paso a empujones y lo dejo
atrás. Busco rápidamente a Jimin por la sala, pero me paro en seco cuando lo veo enrollándose con Sean en el sofá. No quiero interrumpirles, así que me giro sobre mis talones y me dirijo hacia la puerta principal.

Mis dedos están temblorosos cuando le escribo un mensaje a Jimjn para hacerle saber que me marcho. La contundente afirmación de Seokjin, «no eres su tipo», resuena en mi cabeza como un deprimente mantra.

La verdad es que es exactamente lo que necesitaba oír. ¿Y qué si Namjoon habló
conmigo en el pasillo? Está claro que no significaba nada porque un instante después se dio la vuelta y se puso a flirtear con otra persona. Es hora de que me enfrente a la realidad. Namjoon y yo no vamos a llegar a nada, y no importan las inmensas ganas que yo tenga de que pase.

Ha sido una estupidez por mi parte venir aquí esta noche.

Oleadas de arrepentimiento me atraviesan mientras salgo de la casa Sigma hacia la fresca brisa de la noche. Me arrepiento de no llevar un abrigo, pero no quería cargar con él toda la noche y pensé que podía lidiar con el frío de octubre durante los cinco
segundos que se tardan desde el taxi hasta la puerta principal de mi casa.

Jimin me devuelve el mensaje cuando llego al porche. Se ofrece a salir fuera y
hacerme compañía hasta que llegue el taxi, pero le ordeno que se quede con su novio.

A continuación saco el número del servicio de taxi del campus; estoy a punto de marcar cuando escucho mi nombre. Una exasperante variación de mi apellido, más bien.

—Jeonny. ¡Espera!

Bajo los escalones del porche de dos en dos, pero Seokjin es mucho más alto que yo, lo que significa que su paso es más largo, y me alcanza enseguida.

—Venga, espera. —Su mano me agarra el hombro.

Subo los hombros para deshacerme de su mano y me doy la vuelta para mirarlo.

—¿Qué? ¿Tienes ganas de insultarme un poco más?

—Mi intención no era insultarte —protesta—. Solo estaba informándote de un hecho.

Eso duele.

—Dios. Gracias.

—Joder. —Parece frustrado—. Te he vuelto a insultar. No quería hacerlo. Mi
intención no es ser un cabrón, ¿vale?

—Por supuesto que no es tu intención. Pero simplemente lo eres.

Tiene el descaro de sonreír, pero su humor se desvanece rápidamente.

—Mira, conozco al tío ese, ¿vale? Uno de mis compañeros de piso es amigo de
Kim, así que ha estado en casa un par de veces.

Jesús hasta me parece comomico que compartan el mismo apellido.

—Me alegro por ti. Puedes pedirle una cita entonces, porque a mí no me interesa.

—Sí que te interesa. —Suena muy seguro de sí mismo y lo detesto por eso—. Lo único que estoy diciendo es que a Kim le gusta un tipo concreto de tío.

—Está bien, voy a seguirte el rollo un rato. A ver, ¿cuál es su tipo? Y no lo
pregunto porque esté interesado ni nada parecido —agrego a toda prisa.

Sonríe con complicidad.

—Ya, ya. Por supuesto que no. —Se encoge de hombros—. Lleva en la uni ¿cuánto tiempo?, ¿casi dos meses? Hasta ahora le he visto enrollándose solo con una animadora y dos chicas de la hermandad Kappa Beta. ¿Sabes lo que me dice eso?

—No, pero lo que me dice a mí es que malgastas demasiado tiempo controlando con quién salen otros tíos.

Ignora la pulla.

—Me dice que Kim está interesado en chicos con un cierto estatus social.

Resoplo.

—Si esto es otra oferta para hacerme popular, creo que paso.

—Mira, si quieres llamar la atención de Kim, tienes que hacer algo drástico. —
Hace una pausa—. Así que sí, te estoy volviendo a ofrecer que salgas conmigo.

—Pues yo vuelvo a rechazarlo. Ahora, si me disculpas, tengo que llamar a un taxi.

—No, no hace falta.

La pantalla de mi teléfono se ha bloqueado otra vez por no usarlo, así que escribo rápidamente mi contraseña para desbloquearlo.

—En serio, no hace falta —dice Seokjin —. Puedo llevarte a casa.

—No necesito que me lleve nadie.

—Eso es lo que hacen los taxis. Te LLEVAN a los sitios.

—No necesito que me lleves TÚ —rectifico.

—¿Prefieres pagar diez dólares para ir a casa antes de aceptar que yo te lleve
gratis?

Su comentario sarcástico da justo en el blanco. Porque sí, sin duda confío más en que un taxista del servicio interno de taxis del campus me lleve a casa que en que lo haga Seokjin. No me meto en coches con extraños. Punto final.

Los ojos de Sesentas entrecierran como si hubiera leído mi mente.

—No voy a intentar nada, Jeonny. Es solo llevarte a casa.

—Vuelve a la fiesta, Seokjin. Tus hermanos de fraternidad probablemente se están preguntando dónde estás.

—Créeme, no les importa una mierda dónde estoy. Su único interés es encontrar una chica borracha en la que meter la polla.

Mi gesto es de repugnancia.

—Dios. Eres asqueroso, ¿lo sabías?

—No, solo digo la verdad. Además, no estoy diciendo que yo busque eso. No
necesito emborrachar a una mujer para que se acueste conmigo. Vienen a mí sobrias y dispuestas.

—Enhorabuena. —Gruño cuando me arrebata el teléfono de la mano—. ¡Oye!

Para mi asombro, gira la cámara hacia su cara y hace una foto.

—¿Qué haces?

—Ahí lo tienes —dice devolviéndome el teléfono—. Si quieres, envíales a todos
tus contactos un mensaje con esa cara tan sexy para informarles de que te llevo a casa.Así, si apareces muerta mañana, todo el mundo sabrá quién lo hizo. Y si quieres, puedes tener el dedo en el botón de llamada de emergencia todo el tiempo por sitienes que llamar a la policía. —Exhala un suspiro de exasperación—. Bien, ¿puedo,
por favor, llevarte a casa?

Aunque no estoy entusiasmado con la idea de esperar fuera un taxi solo y sin abrigo, pongo una última pega.

—¿Cuánto has bebido?

—La mitad de una cerveza.

Levanto mis cejas.

—Mi límite es una —insiste—. Mañana por la mañana tengo entrenamiento.

Mi resistencia se desmorona ante su expresión sincera. He oído un montón de rumores sobre Seokjin, pero ninguno que implique alcohol o drogas, y el servicio de taxi del campus es famoso por tomarse su tiempo en aparecer, así que, pensándolo
bien, no me voy a morir por pasar cinco minutos en un coche con este tío.

Si se pone pesado, puedo perfectamente quedarme en silencio y ya está.

O, mejor dicho, CUANDO se ponga pesado.

—Muy bien —cedo—. Me puedes llevar a casa. Pero eso no quiere decir que vaya a darte clases particulares.

Su sonrisa es el paradigma de la vanidad.

—Eso ya lo discutiremos en el coche.

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