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Las vacaciones de inicio de ciclo no llegan todo lo rápido que quisiera.

Cuando me subo al
avión que me llevará a Busan, estoy, literalmente, hecho un desastre. Voy en
chándal, llevo el pelo hecho unos zorros y estoy lleno de granos de estrés. Desde el día del concierto, me he topado con Jin tres veces. Una en el Coffee Hut, otra en el patio y otra más fuera del auditorio de Ética cuando fui a ver la nota de mi proyecto. Las tres veces, me preguntó con cuántos chicos había salido desde nuestra ruptura.

Las tres veces, me entraron los nervios, solté cualquier excusa de que llegaba tarde y salí corriendo como un cobarde.

Es lo que pasa cuando rompes con alguien mintiendo. No se creen tu trola a menos que realmente te pongas a hacer aquello que dijiste que querías hacer. En mi caso, debería estar saliendo con un montón de chicos para poner en marcha mi exploración.

Eso es lo que le dije a Jin que quería y, si no me pongo a hacer lo que dije, sabrá
que pasa algo.

Supongo que podría pedirle salir a alguien. Tener una cita «superpública» para que Jin, sin duda, se entere y así convencer al chico que quiero de que ya lo he superado. Pero la idea de estar con alguien distinto a Jin me da ganas de vomitar.

Afortunadamente, no me tengo que preocupar por nada de eso en este momento.

Tengo una prórroga: me voy a pasar las próximas tres semanas con mi familia.
Entro en el avión y por primera vez desde que el padre de Jin emitió su
ultimátum castigador, puedo, por fin, respirar.



***



Ver a mis padres es justo lo que necesitaba. No quiero que se me malinterprete, todavía pienso en Jin sin parar, pero es mucho más fácil distraerme del dolor cuando estoy haciendo galletas de chocolate con mi padre, o mi madre y mi tía me
arrastran a la ciudad para ir de compras todo el día.

En nuestra segunda noche en Busan, le hablé a mi madre de Jin. O más bien,
mi madre me lo sonsacó después de pillarme de bajón en la habitación de invitados.

Me transmitió que parecía un vagabundo que acababa de salir de debajo del un puente, e inmediatamente después me metió en la ducha y me obligó a cepillarme el
pelo que por cierto ya lo tengo muy largo. Después de eso, lo solté todo, lo que llevó a mi madre a poner en marcha lo que ella llama Operación Alegría. En otras palabras, me ha metido por la fuerza miles de actividades por la garganta… Y yo la adoro de veras por
ello.

No tengo ninguna gana de volver a la uni en tres días, donde está Jin, sin duda
planeando su operación no demasiado encubierta: Operación Hacer Que Jungkook Admita Que Estaba Mintiendo.

Tengo CLARÍSIMO que va a intentar recuperarme.

También sé que no le llevará mucho esfuerzo por su parte. Todo lo que tiene que hacer es mirarme con esos hermosos ojos grises, mostrar esa sonrisa torcida suya y yo romperé a llorar, lanzaré mis brazos alrededor de su cuello, y le confesaré todo.

Le echo de menos.

—Cariño, ¿vienes a ver la caída de la bola con nosotros? —Mi madre aparece en la puerta sosteniendo un tazón de palomitas de manera seductora, y me acuerdo de la primera vez que pasé la noche en casa de Jin, cuando nos atiborramos a palomitas de maíz y pasamos horas viendo la televisión.

—Sí, bajo en un momento —respondo—. Solo quiero ponerme algo más cómodo.

En cuanto se marcha, bajo de la cama y busco en mi maleta un par de pantalones de yoga. Me quito los vaqueros ajustados y los reemplazo por los pantalones de algodón suave, a continuación bajo al salón, donde mis padres, mis tíos y sus amigos Son y
Su están sentados cómodamente en los sofás en forma de L.

Voy a pasar la con tres parejas de mediana edad.

¡Superfiesta!

—Oye, Jungkook —empieza Su—, tu madre me estaba contando que has ganado una prestigiosa beca recientemente.

Siento cómo me ruborizo.

—Bueno, no sé cómo es de prestigiosa. Lo que quiero decir es que las dan cada
año en los conciertos exhibición de invierno y primavera. Pero sí, he ganado.

¡Chúpate esa, Cass Donovan!, grita mi monstruo engreído interior.
No tenía pensado regresar al auditorio después de encontrarme con Jin tras mi
actuación, pero Fiona me llamó la atención justo cuando estaba tratando de escabullirme, y me arrastró de vuelta al escenario. Y sí, no puedo negar que oír mi nombre en la ceremonia de la beca me dio un gran subidón de victoria.

Y además, nunca olvidaré la indignación en el rostro de Cass cuando se dio cuenta de que no habían dicho su nombre.

Ahora soy cinco mil dólares más rico, y mis padres pueden estar más tranquilos,
porque voy a poder pagar mis gastos de residencia y comida durante este próximo semestre.

que celebremos dos veces año nuevo

El 4 de diciembre es el cumpleaños de Jin. Y no pude felicitarlo.

Aprieto mis labios para detener el torrente de lágrimas, forzando una risa cuando mi padre me da una vuelta en sus brazos y me besa en la mejilla.

Sus ojos se ablandan cuando se da cuenta de mi tristeza.

—Venga, hijo, ¿por qué no coges el teléfono y llamas a ese pobre muchacho de una vez?

La boca se me abre de par en par y después giro mi cabeza hacia mi madre.

—¿Se lo has contado?

Mi madre al menos tiene la decencia de poner cara de culpable.

—Me preguntó por qué estabas tan apagadillo. No pude no contárselo.

Mi padre se ríe.

—Oh, no culpes a mamá, Koo. Lo he descubierto yo solito. Has estado tan triste que estaba convencido de que se trataba de un problema de chicos. Ahora ve a hablar con el. Lo lamentarás si no lo haces.

Suspiro. Pero sé que tiene razón.

Mi pulso se acelera cuando subo a buen paso las escaleras. Cojo el móvil de mi
bolso y dudo, porque en realidad, no es una buena idea. He roto con él. Se supone que debo seguir adelante, ver a otras personas y bla, bla, bla. Joder.

Pero lo extraño

Exhalo un suspiro tembloroso y hago la llamada.

Jin responde a la primera señal. Estoy esperando oír ruido de fondo. Gente
charlando, risas, gritos de borrachos. Pero donde quiera que esté, es tan silencioso como una iglesia.

Su voz ronca me hace cosquillas en la oreja.

—Hola Jungkook.

—¿Cómo estás?

Hay una pequeña pausa.

—Bien.

Parpadeo a través de mis lágrimas.

—Por supuesto.

Hay tantas otras cosas que quiero decirle. Te quiero. Te echo de menos. Odio a tu padre… Pero controlo el impulso y no digo nada en absoluto.

—¿Cómo va el tema de las citas? —pregunta de forma alegre.

Mi estómago se pone rígido.

—Eh… genial.

—¿Sí? ¿Has explorado mucho? ¿Has llevado a cabo una búsqueda exhaustiva del significado del amor?

Noto cierto tono de burla, pero sobre todo, parece estar pasándoselo bien. También distingo algo de chulería.

—Sí —contesto sin darle importancia.

—¿Con cuántos chicos has salido?

—Con varios.

—Impresionante. Espero que te estén tratando bien. Ya sabes, que abran la puerta para ti, que pongan su chaqueta en el suelo para que puedas caminar sobre los charcos…, ese tipo de cosas.

Dios, este tío es tan imbécil. Me encanta.

—No te preocupes, todos son muy caballerosos —le aseguro—. Me lo estoy
pasando pipa.

—Me alegro. —Hace una pausa—. Te veo en unos cuantos días. Ya me cuentas
todo.

Cuelga y maldigo en voz baja.

Mierda. ¿Por qué está insistiendo con esto? ¿Por qué no puede simplemente aceptar que todo ha terminado entre nosotros y centrarse en su estúpido equipo de hockey?

¿Y cómo narices voy a convencerle de que no quiero estar con él, cuando ni
siquiera puedo convencerme a mí mismo?

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