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2

Mis compañeros de piso están absolutamente borrachos cuando entro en el salón después del grupo de estudio. La mesa de centro está repleta de latas vacías de cerveza, junto a una botella casi vacía de Soju que sé que pertenece a Taehyung, porque él es defensor de la filosofía «la cerveza es para cobardes». Son sus palabras,
no las mías.

En ese instante, Taehyung y Hoseok están luchando entre sí en una intensa partida del Ice Pro, su vista pegada a la pantalla plana mientras golpean frenéticamente los mandos. La mirada de Tae se mueve ligeramente cuando nota mi presencia en la puerta y su fracción de segundo de distracción le sale cara.

—¡Toma, toma, toma! —Hoseok se pavonea cuando su defensor dispara un tiro que sobrepasa al portero de Tae y el marcador se ilumina.

—Joder, ¡por el amor de Dios! — Tae pausa el juego y me lanza una mirada
sombría—. Pero qué leches, Jin. Me la acaban de colar por tu culpa.

No contesto porque ahora soy YO el que está distraído por lo que sucede en la esquina de ese mismo cuarto: una sesión medio porno. Y cómo no, el actor principal es Yoongi. Descalzo y con el torso desnudo, está tirado en el sillón mientras una rubia que no lleva más que un sujetador negro de encaje y unos pantalones cortos está sentada a horcajadas sobre él y se frota contra su entrepierna.

Unos ojos azules oscuros asoman sobre el hombro de la chica y Yoongi sonríe en mi dirección.

—¡Kim! ¿Dónde has estado, tío? —masculla.

Vuelve a besar a la rubia antes de que pueda responder a su borracha pregunta.

Por alguna razón, a Yoongi le gusta enrollarse con tías en todas partes menos en su dormitorio. En serio. Cada vez que me doy la vuelta, está metido en algún acto lujurioso. En la encimera de la cocina, en el sofá del salón, en la mesa del comedor…

El tío se lo ha hecho en cada centímetro de la casa que compartimos los cuatro fuera del campus. Él es un zorrón total, y no tiene ningún complejo al respecto. Por supuesto, yo no soy nadie para hablar. No soy ningún monje, como tampoco lo son Taehyung y Hoseok. ¿Qué puedo decir? Los jugadores de hockey estamos siempre cachondos. Cuando no estamos en el hielo, normalmente se nos puede encontrar
liándonos con una chica o dos. O tres, si tu nombre es Hoseok y es la Nochevieja del año pasado.

—Te he estado enviando mensajes desde hace una hora, hombre—me informa Tae

Sus enormes hombros se encorvan hacia delante mientras coge la botella de whisky de la mesa de centro. Tae es un gorila en la defensa, uno de los mejores con los que he jugado, y también el mejor amigo que he tenido.

—En serio, ¿dónde coño has estado? —se queja Taehyung

—En el grupo de estudio. —Cojo una Bud Light de la mesa y la abro—. ¿Qué es esa sorpresa de la que no has parado de escribir?

Siempre puedo deducir cómo de gordo es el pedo que lleva Tae basándome en la gramática de sus SMS. Y esta noche tiene que ser supergordo porque he tenido que hacer de Sherlock a tope para descifrar sus mensajes. «Suprz» significaba «sorpresa».

Me ha llevado más tiempo decodificar «vdupv», pero creo que significaba «ven de una puta vez». Aunque nunca se sabe con Taehyung. Desde el sofá, sonríe tanto, tanto, que es increíble que su mandíbula no se le desencaje. Lanza el pulgar hacia el techo y dice:

—Sube arriba y lo ves por ti mismo.

Entrecierro mis ojos.—¿Por qué? ¿Quién está ahí?

Tae  suelta unas risitas.

—Si te lo dijera, no sería una sorpresa.

—¿Por qué tengo la sensación de que estás tramando algo?

—Por Dios —dice Hoseok con voz aguda—. Tienes serios problemas de confianza,Jin

—Dice el gilipollas que dejó un mapache vivo en mi dormitorio el primer día del semestre.

Hoseok sonríe.

—Va, vamos, Bandit era superadorable. Era tu regalo de bienvenida a la escuela otra vez.

Extiendo mi dedo corazón.

—Sí, bueno, fue muy jodido deshacerse de tu regalo. —Ahora le miro frunciendo el ceño, porque aún recuerdo cómo tuvieron que venir tres personas de control de plagas
para sacar al mapache de mi habitación.

—Por el amor de Dios —gime Tae—. Solo tienes que ir arriba. Confía en mí,
nos lo agradecerás más tarde.

La mirada de complicidad que intercambia con los otros alivia mi sospecha. Más o menos. A ver, no voy a bajar la guardia por completo, no con estos capullos.

Robo otras dos latas de cerveza al salir. No bebo mucho durante la temporada,
pero el entrenador nos dio la semana libre para estudiar los exámenes parciales y todavía tenemos dos días de libertad. Mis compañeros de equipo, los muy afortunados, los cabrones, no parecen tener ningún problema en enchufarse doce cervezas y jugar como campeones al día siguiente. Pero yo… a la mañana siguiente siento un zumbido que me da un dolor de cabeza insoportable y después patino como
un niño pequeño con su primer par de patines Bauer. En cuanto volvamos a un régimen de entrenamiento de seis días a la semana, mi consumo de alcohol se reducirá a la fórmula 1-5 habitual: una bebida en las noches de entrenamiento, cinco después de un partido. Sin excepciones.

Mi plan es aprovechar al máximo el tiempo que me queda.

Armado con mis cervezas, me dirijo hacia arriba, a mi habitación. El dormitorio principal. Sí, saqué la carta de «soy vuestro capitán» para pillarla y créeme, la discusión con mis compañeros de equipo valió la pena: baño privado, baby.

Mi puerta está entreabierta, algo que me provoca volver al modo sospecha.

Miro con cautela la parte de arriba del marco para asegurarme de que no hay un cubo de sangre y a continuación le doy a la puerta un pequeño empujón. Cede y entro unos centímetros, totalmente preparado para una emboscada.

Y ahí está.

Pero es más una emboscada visual que otra cosa, porque, Dios bendito, la chica que hay en mi cama parece haber salido del catálogo de Victoria’s Secret.
A ver, soy un tío y no sé el nombre de la mitad de las movidas que lleva puestas.

Veo encaje y lacitos rosas y mucha piel desnuda. Y estoy feliz.

—Has tardado un montón. —Irene me lanza una sonrisa sexy que dice «estás a punto de tener suerte, hombretón» y mi polla reacciona en consecuencia, creciendo bajo la cremallera—. Te iba a conceder cinco minutos más antes de largarme.

—Entonces, he llegado justo a tiempo.

—Mi mirada se centra en su atuendo, digno de una buena dosis de babeo, y después digo lentamente—: Ey, nena, ¿es todo para mí?

Sus ojos azules se oscurecen de forma seductora.

—Ya sabes que sí, semental.

Soy muy consciente de que sonamos como personajes de una película porno cursi.

Pero venga, cuando un hombre entra en su habitación y se encuentra a una mujer ASÍ… está dispuesto a recrear cualquier escena cutre que ella quiera, incluso una que implique fingir ser un repartidor de pizza llevándole su pedido a una MQMF.

Irene y yo nos liamos por primera vez durante el verano, por conveniencia másque otra cosa, porque los dos estábamos por la zona durante las vacaciones. Fuimos
al bar un par de veces, una cosa llevó a la otra, y lo siguiente que sé es que estoy enrollándome con una chica cachonda de una fraternidad. Pero se apagó todo antes de los exámenes parciales y aparte de unos cuantos SMS guarros aquí y allá, no había visto a Irene hasta ahora.

—Pensé que quizás te apetecería pasar un buen rato antes de que empiecen otra vez los entrenamientos —dice mientras sus dedos con la manicura recién hecha juegan con el pequeño lazo rosa del centro de su sujetador.

—Has pensado bien.

Una sonrisa curva sus labios mientras se incorpora para ponerse de rodillas.

Joder, sus tetas prácticamente se salen de esa cosa de encaje que lleva puesta. Mueve su dedo en mi dirección.

—Ven aquí.

No pierdo ni un segundo en ir hacia ella porque… como he dicho antes… soy un tío.

—Creo que estás un poco demasiado abrigado —observa, y entonces agarra la cintura de mis vaqueros y desabrocha el botón. Tira de la cremallera y un segundo después mi polla sale a su mano, que espera. No he hecho la colada en semanas, así
que voy sin ropa interior hasta que consiga organizarme, y por la forma en la que sus ojos brillan, puedo garantizar que ella aprueba toda esta historia de ir sin calzoncillos. Cuando la envuelve con sus dedos, un gemido sale de mi garganta. Oh, sí. No hay
nada mejor que la sensación de la mano de una mujer en tu polla.
Pero no, me equivoco. La lengua de Irene entra en juego y, madre mía, es
MUCHO mejor que la mano.

...

Una hora después, Irene se acurruca a mi lado y descansa su cabeza en mi pecho.

Su lencería y mi ropa están esparcidas por el suelo de la habitación, junto con dos sobres vacíos de condones y el bote de lubricante que no hemos necesitado abrir.

Las caricias me ponen un poco nervioso, pero no puedo apartarla y exigirla que se largue; no cuando claramente ha hecho un gran esfuerzo para este juego de seducción.

Pero eso también me preocupa.
Las mujeres no se adornan a saco con ropa interior cara para un polvo, ¿verdad?

Mi respuesta es «no» y las palabras de Irene validan mis inquietantes
pensamientos.

—Te he echado de menos, cariño.

Mi primer pensamiento es: mierda.
Mi segundo pensamiento es: ¿por qué?
Porque en todo el tiempo que Irene y yo hemos estado acostándonos, Itene no
ha hecho un solo esfuerzo para llegar a conocerme. Si no estamos echando un polvo, solo habla sin parar sobre sí misma. En serio, no creo que me haya hecho una pregunta personal desde que nos conocemos.

—Eh… —Lucho por dar con las palabras adecuadas, cualquier secuencia que no incluya «Yo. Te. He. Echado. De. Menos» ni «También»—. He tenido lío. Ya sabes, los exámenes parciales.

—Obviamente. Vamos a la misma universidad. Yo también he estado estudiando.

—Hay un punto de enfado en su tono de voz—. ¿Me has echado de menos?

Joder. ¿Qué se supone que debo decir a eso? No voy a mentir, porque eso solo le daría falsas esperanzas. Pero no puedo ser un cabrón y admitir que ni siquiera se me a pasado por la cabeza desde la última vez que nos enrollamos.Irene se incorpora y entrecierra los ojos.

—Es una pregunta de sí o no, Seokjin. ¿Me. Has. Echado. De. Menos?

Mi mirada va rápidamente a la ventana. Sí, estoy en el primer piso y planteándome en serio saltar por la ventana. Eso da una idea de lo mucho que quiero evitar esta conversación.
Pero mi silencio lo dice todo, y de repente Irene sale volando de la cama, su pelo rubio moviéndose en todas direcciones mientras gatea recuperando su ropa.

—Ay, Dios. ¡Eres un capullo integral! No te importo para nada, ¿verdad, Seokjin?

Me levanto y voy en línea recta hacia mis pantalones vaqueros.

—Sí que me importas —protesto—, pero…

Se pone las bragas con furia.—Pero, ¿qué?

—Pero pensé que estábamos de acuerdo sobre lo que era esto. No quiero nada serio. —La miro fijamente—. Te lo dije desde el principio.

Su expresión se suaviza mientras se muerde el labio.

—Lo sé, pero… Solo pensé…

Sé exactamente lo que pensaba, que me enamoraría de ella y que nuestros polvos informales se transformarían en el puto Diario de Noa. Honestamente, no sé ni por qué me molesto en soltar las reglas. En mi experiencia, ninguna mujer se mete en una aventura creyendo que la cosa va a quedarse como una aventura. Puede decir lo contrario; es posible que incluso se convenza a sí misma de que a ella le parece guay el sexo sin ataduras, pero en el fondo espera y reza para que se convierta en algo más profundo. Y entonces yo, el villano en su comedia romántica personal, llega y rompe esa burbuja de esperanza, a pesar de que yo nunca mentí sobre mis intenciones ni la engañé, ni siquiera por un segundo.

—El hockey es toda mi vida —le digo con brusquedad—. Entreno seis días a la semana, juego veinte partidos al año, o más si hacemos postemporada. No tengo tiempo para novias, Irene. Y te mereces muchísimo más de lo que yo te puedo dar.

La infelicidad nubla sus ojos.

—No quiero ser más tu rollo de un rato. Quiero ser tu novia.

Otro «¿por qué?» casi se me escapa, pero consigo morderme la lengua. Si ella hubiera mostrado algún interés por mí fuera del tema carnal, podría creerla, pero que no lo haya hecho me hace preguntarme si la única razón por la que quiere tener una relación conmigo es porque soy una especie de símbolo de estatus para ella. Me trago mi frustración y le ofrezco otra torpe disculpa.

—Lo siento. Pero estoy en ese punto, en este momento de mi vida.

Cuando me subo la cremallera de mis pantalones vaqueros, ella vuelve a centrar su atención en ponerse la ropa. Aunque decir «ropa» es un poco exagerado: todo lo que lleva es ropa interior y una gabardina. Lo que explica por qué Taehyung y Hoseok
sonreían como idiotas cuando llegué a casa. Cuando una chica aparece en tu puerta con una gabardina, uno sabe muy bien que no hay mucho más debajo.

—No puedo enrollarme más contigo —dice ella finalmente, su mirada se eleva para encontrar la mía—. Si seguimos haciendo… esto… solo voy a conseguir
engancharme más.

No puedo discutir con eso, así que no lo hago.

—Nos lo hemos pasado bien, ¿verdad?

Tras un segundo de silencio, ella sonríe.

—Sí, nos lo hemos pasado bien.

Reduce la distancia entre nosotros y se pone de puntillas para besarme. Le
devuelvo el beso, pero no con el mismo grado de pasión que antes. Es un beso suave.Cortés. La aventura ha seguido su curso y no pienso darle falsas esperanzas otra vez.

—Dicho esto… —Sus ojos brillan con picardía—, si cambias de opinión sobre lo de ser tu novia, dímelo.

—Serás la primera persona a la que llame —prometo.

—Guay.

Me da un beso en la mejilla y sale por la puerta. No dejo de maravillarme de lo
fácil que ha sido. Me había estado preparando para una pelea, pero aparte del estallido inicial de cabreo, Irene ha aceptado la situación como una profesional.

Si todas las mujeres fueran tan comprensivas como ella.

El sexo siempre me abre el apetito, así que voy abajo en busca de algo para comer,y estoy feliz de ver que aún hay sobras de arroz y pollo frito, cortesía de Hoseok, nuestro chef de la casa; y es que el resto de nosotros no puede hervir el agua sin quemarla. Hoseok , por su parte, creció en Busan, con una madre soltera que le enseñó a cocinar
cuando todavía estaba en pañales.
Me acomodo en la encimera de la cocina y me meto un trozo de pollo en la boca mientras veo a Tae paseándose solo con unos calzoncillos a cuadros.
Levanta una ceja al verme.

—Ey. No pensé que te vería de nuevo esta noche. Supuse que estarías MOF.

—¿MOF? —le pregunto entre bocado y bocado. A Tae  le gusta soltar acrónimos con la esperanza de que empecemos a utilizarlos como argot, pero lo cierto es que la mitad del tiempo no tengo ni idea de lo que está diciendo.

Sonríe.

—Muy Ocupado Follando.

Resoplo y me meto un bocado de arroz salvaje en la boca.

—En serio, ¿la rubita se ha ido ya?

—Sí. —Mastico antes de continuar—. Conoce las normas.

Las normas son: nada de novias y no quedarse a dormir en casa bajo ningún concepto. Tae descansa sus antebrazos en la mesa, sus ojos azules brillan cuando cambia de tema.

—Estoy impaciente porque llegue este puto finde contra el St. Anthony. ¿Te has enterado? La sanción de Jackson ha terminado.

Eso hace que mi atención se centre en lo que dice.

—No me jodas. ¿Juega el sábado?

—Claro que sí. —La expresión de Tae  se vuelve superalegre—. Voy a disfrutar de lo lindo rompiéndole la cara a ese imbécil contra la valla.

Jackson es el extremo estrella del St. Anthony y una auténtica escoria de ser
humano. El tío tiene una vena sádica que no tiene miedo de airear en el hielo y, cuando nuestros equipos se enfrentaron en la pretemporada, envió a uno de nuestros defensores de segundo curso a urgencias con un brazo roto. De ahí su sanción de tres
partidos de suspensión, aunque si fuera por mí, habría mandado al puto psicópata a casa suspendiéndole de por vida del hockey universitario.

—Si necesitas machacar a ese cabrón, yo estaré ahí contigo —prometo.

—Te tomo la palabra. Ah, y la semana que viene tenemos a Eastwood en casa.

Realmente debería prestar más atención a nuestra agenda. Eastwood College va segundo en nuestra liga —después de nosotros, por supuesto—, y nuestros duelos son siempre de morderse las uñas. Y, mierda, de repente recuerdo que si no saco una muy buena nota en Ética, no estaré en el hielo en el partido contra Eastwood.—Joder —murmuro.
Tae roba un pedazo de pollo de mi plato y se lo mete en la boca.

—¿Qué?

Aún no les he contado a mis compañeros de equipo lo de mi problema con las notas, porque no esperaba que mi nota media fuera tan mala. Ahora parece que es inevitable admitirlo. Así que, con un suspiro, le cuanto a Tae lo de mi suspenso en Ética y lo que podría significar para el equipo.

—Deja el curso —dice al instante.

—No puedo. Se ha pasado la fecha límite.

—Mierda.

—Exacto.

Intercambiamos una mirada sombría y después Tae se deja caer en el taburete de al lado mientras se pasa una mano por el pelo.

—Entonces tienes que currártelo, hombre. Estudia hasta que se te caigan los huevos y saca un 10 en ese puto examen. Te necesitamos, Jin.

—Lo sé. —Agarro mi tenedor con frustración y después lo suelto. Mi apetito se ha esfumado. Este es mi primer año como capitán, algo que es un gran honor teniendo en cuenta que solo estoy en tercero. Se supone que debo seguir los pasos de mi
predecesor y llevar a mi equipo a otro campeonato nacional, pero ¿cómo coño puedo hacer eso si no estoy en el hielo con ellos?

—Tengo un profesor particular en mente —le digo a mi compañero de equipo—. Es una puto genio.

—Guay. Paga lo que te pida. Yo si quieres pongo pasta.

No puedo evitar sonreír.

—Guau. ¿Estás ofreciendo compartir tu dinerito? Sí que quieres que juegue, ¿eh?

—Ahí le has dao. Todo por nuestro sueño, tío. Tú y yo con las camisetas de Bruins,¿recuerdas?

Tengo que admitir que es un sueño la hostia de chulo. Tae y yo no hemos parado de hablar de eso desde que nos asignaron como compañeros de cuarto en el primer año. No hay ninguna duda de que después de la graduación me iré a la liga profesional. Tampoco hay ninguna duda de que seleccionarán a Tae. El tío se mueve más rápido que un rayo y es una absoluta bestia en el hielo.

—Sube ese puta nota, Jin —me ordena—. Si no, te voy a patear el culo.

—El entrenador me dará más fuerte. —Tae esboza una sonrisa—. No te
preocupes, estoy en ello.

—Bien. —Tae me roba otra trozo de pollo antes de salir de la cocina.

Engullo el resto de mi comida, luego vuelvo al piso de arriba para coger miteléfono. Es el momento de ejercer presión sobre Jungkook —sin M.

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