•Volver a lo mismo•
11. Volver a lo mismo.
Perdonar y olvidar no es algo tan fácil. Probablemente el primer paso sea perdonar, pero el olvidar todo es algo casi imposible, y al no poder hacerlo, el perdonar se vuelve no del todo sincero. Pero la ilusión engaña, el amor juega con la mente y con el alma, y al final no importa aprender de eso, porque siempre termina igual. Es común siempre volver a lo mismo.
El pequeño viaje había terminado. Las actividades en el bosque habían terminado, ahora todos los acampantes se encontraban abordando el autobús.
—Spencer, apúrate. Nos dejarán.– se quejó Hannah, quien había empacado todo a la perfección, estaba lista para dirigirse con los demás, pero esperaba como una buena amiga a Spencer, quien definitivamente era un desastre.
—Hannah, no encuentro mis zapatos. No puedo irme así.– exclamó la rubia, quien buscaba entre su gran desorden su par de tenis. Hannah rodó los ojos, no podía entender a esa chica.
—¿Solo trajiste un par, en serio?– la rubia asintió como si fuera de lo más obvio. Hannah tomó su bolso y camino a la salida de la cabaña.
—¿A donde vas?– preguntó Spencer sosteniendo varias camisas en sus brazos. La castaña se giró para verla. Sus ojos miel parecían molestos.
—Lo siento, Spency. Pero Aaron me está esperando.– dijo la chica tensa, Spencer no pareció entender.
—¿Aaron?
—Si. El chico moreno, amigo de James...–entonces la rubia entendió y asintió eufóricamente.
—Oh, claro. Ve, no me esperes, no tardaré.– contestó Spencer feliz, y Hannah soltó una risa mientras abandonaba la cabaña.
Cuando Spencer estuvo sola, se preguntó a ella misma "¿Como diablos puedo perder unos zapatos?"
A solo unos metros de ella, se encontraba un maniático Chris. Odiaba esperar, odiaba viajar en autobús, odiaba tener compañía; en pocas palabras odiaba todo. Lo único que lo tranquilizaba en esos momentos era fumar. Si, el correcto Christopher Robinson fuma. Pero según él solo lo hace cuando realmente siente la necesidad de hacerlo. Su padre acostumbraba a hacerlo y el adopto la extraña costumbre, algo que odia, pero no puede evitarlo.
El joven tiene una historia algo triste, el motivo de su amargura y falta de felicidad. Es claro que él solo quiere enfocarse en su futuro, pero eso tiene un porque detrás de todo. Chris no quería ser como su padre.
Chris decidió dejar la fila para entrar al autobús, para volver a la cabaña y tomar un cigarrillo que había escondido bajo la almohada de su cama. Sentía la necesidad de relajarse un poco.
Entró rápido a la cabaña y tomó el cigarro una vez que lo encontró. Tomo varias largas caladas. La cabaña se veía fea y abandonada, además de oscura, la única luz que entraba era la de la ventana.
El chico procuró apurarse, tampoco quería que le llamaran la atención. Él jamás había roto las reglas, pero esa vez tenía muchas cosas en la cabeza que le hacían perder el control. Y con muchas cosas, se refiere a Spencer.
La chica desastre se habia dado por vencida, había perdido sus zapatos. Caminó fuera de la cabaña con su mochila. Trataba de caminar lo más normal posible, pero astillas y rocas pequeñas se enterraban en sus delicados pies. Spencer se quejaba cada vez que daba un paso, era como caminar en el infierno. La rubia volteó su cabeza para asomarse por la cabaña de hombres mientras seguía con su camino. Sus ojos azules captaron la silueta de una persona, y humo a su al rededor. Entrecerró los ojos para poder definir mejor a la persona, pero la chica que no se fijaba por donde caminaba, se tropezó con una roca, lo que hizo que cayera y soltara un quejido.
Chris miraba los árboles que se veían desde la ventana. Se preguntaba si su vida sería mejor si dejara la escuela y se mudara al bosque, donde nadie lo conociera y todo fuera mucho más tranquilo. Pero esa idea estaba prohibida, él no debía ser así. Su mirada se topó con una cabellera rubia pálida cayendo al suelo. Al ver eso, el buen Chris se levantó, tiró el cigarro y, después de aplastarlo, salió de la cabaña para ayudar a la persona que se había caído.
Spencer sintió unos brazos sosteniendola, ayudándola a levantarse. Aún no se había percatado de quien era.
—Gracias... –la chica paró repentinamente su oración al toparse con los ojos verdes del chico castaño.
—No hay de que.–contestó el chico, sintiendo una gran carga de incomodidad en sus hombros. Los dos se miraron callados por un largo rato.
—Tú... ¿fumabas..?– preguntó Spencer temerosa. Chris miró los pies de Spencer, vestidos con unos calcetines de un osito amarillo.
—Y tú estás descalza con calcetines de Winnie Pooh.– respondió gracioso, ignorando la pregunta de Spencer; Chris no le gustaba que lo vieran fumar. Spencer miró sus pies y luego devolvió la vista al chico.
—¿Por qué no has subido al autobús aún?– preguntó extrañada la chica, acomodando la mochila en sus hombros. Chris respondió como siempre, astutamente sin alguna expresión facial.
—Me pregunto lo mismo sobre ti.– respondió el amargado. Spencer se acomodó su cabello plateado, el cual iba suelto con dos trenzas amarradas; como siempre se peinaba.
—No encontraba mis tenis.– contestó Spencer avergonzada, Chris rió.
—Veo que no los encontraste.– la chica se encogió de hombros. La incomodidad volvió cuando ninguno de los dos supo que decir.
—Er... Creo que deberíamos ir...–dijo Spencer rascándose la nuca, refiriéndose a volver al autobús. El chico asintió, y la rubia caminó, pasándole de lado, pero el castaño reaccionó de una forma de la cuál ni él se esperaba.
Tomó de la muñeca a la chica y la giró. Spencer quedó perpleja ante la acción tan repentina de Chris. Las dos miradas brillantes de los chicos se miraban confundidos, pero al mismo tiempo guardando tantas cosas.
—Spencer, yo... Umm, yo quería saber... bueno, quería decirte que...
—¡Jóvenes, ya que estamos todos, pónganse el cinturón, que ya nos vamos!– gritó la instructora a todo pulmón desde el autobús, que estaba empezando a arrancar. Spencer quería saber que era lo que Chris había querido decirle, pero ahora mismo tenían que salir corriendo porque los iban a dejar.
—¡Vamos!–grito Chris, tomando de la muñeca a la rubia, corriendo hacia el autobús que se alejaba poco a poco. Los dos gritaron para llamar su atención, pero nadie parecía escucharles.
—¡Mierda!– Chris soltó cuando el autobús se perdió de su vista. Los habían dejado. Spencer veía al chico sin nada que decir, atónita.
—¿Qué vamos a hacer?– preguntó la rubia aún sin moverse. Chris daba vueltas agarrándose el cabello y tirando de él desesperado.
—¡No se!– le gritó a la rubia. Spencer trató de guardar la calma.
—¿Los esperamos y...
—¿Traes tu celular?– preguntó el castaño acercándose e interrumpiendo a Spencer. La chica negó con la cabeza.
—De todas maneras no serviría porque...
—Estoy muerto.– exclamó Chris sin ponerle atención a nada de lo que le decía Spencer. El chico se sentó en el suelo, recargando su cara en sus manos. Spencer no tardó en acercarse a su lado.
—Tranquilo, seguramente no tardarán en darse cuenta de que no estamos y regresarán por nosotros. Solo es cuestión de esperar...
•
Esperaron. Chris le hizo caso y esperaron. Esperaron 2 horas y nada. Los dos chicos estaban aún solos en ese bosque que cada vez parecía más solitario. Los dos jóvenes se habían dado por vencidos y empezaron a caminar derecho por la carretera. Llevaban más de media hora caminando sin rumbo y con el estomago vacío. El castaño iba refunfuñando groserías y Spencer iba cantando una canción de Rihanna.
—¿Puedes callarte? Cantas horrible. – soltó ya harto Chris, Spencer no pareció afectarle tanto.
—Si canto tan horrible entonces canta tú.– le retó Spencer que caminaba a su lado.
—No lo haré.
—Aburrido.
—Testaruda.
—Antipático.
—Insoportable.
—Gruñón.
—¡Todo esto es tu culpa!– soltó el chico después de su batalla de insultos. Spencer frunció el ceño.
—¿Mía? Pero si fuiste tú el que se estaba fumando un cigarro todo a gusto.
—Tú fuiste la que te caíste por no traer tus estúpidos tenis.
—Claro, ahora échale la culpa a la pobre chica que no tiene zapatos y tiene que caminar descalza por toda la carretera.
—¿Quien demonios pierde sus zapatos?
—¡Yo!
•
Los dos chicos ya llevaban más de tres horas solos caminando por la carretera. No había pasado ni un solo auto. Habían salido del bosque, y ahora se encontraban en la carretera hacia la ciudad por lo que decía Chris; pero parecían más perdidos que antes.
—Tengo sed.– dijo la chica. Chris rodó los ojos.
—Ya te tomaste toda el agua.– bufó Chris, estaba empezando a perder la cordura.
—Tengo hambre.–volvió a quejarse Spencer mientras caminaban bajo el caluroso Sol.
—No tenemos comida.– respondió Chris tratando de enfocarse en el camino.
—Me duelen los pies...
—¡Ya lo dijiste!– gritó el castaño quedando frente a frente a Spencer, quien puso cara de perrito triste. Chris rodó los ojos.
El castaño y la rubia se sentaron un rato en una roca. Miraban las nubes callados, Spencer decidió acostarse para verlas mejor.
—¿Que pasa si nos perdemos?– preguntó Spencer de repente.
—No pasará.– contesto Chris.
—¿Que pasa si nos raptan y nos usan de trata de blancas?
—No va a pasar.
—¿Y si nos morimos deshidratados?
—Nuestro cuerpo puede aguantar hasta dos semanas sin ingerir nada, encontraremos comida si seguimos avanzando.– contestó Chris mirando a Spencer fastidiado, ella seguía mirando las nubes.
—¿Y si una tribu nos secuestra y nos hacemos parte de su tribu?
—Entonces viviremos en su tribu.
—¿Y si nos comen?
—Seremos comidos.– Chris no entendia porque respondía a esas preguntas, pero no tenía nada mejor que hacer.
—No quiero morir.– dijo Spencer. Chris la miró extrañado y se acostó junto a ella.
—No vas a morir. Y si lo haces, por lo menos moriremos juntos.– dijo el chico mirando las nubes. Ahora Spencer era quien lo miraba.
—Eso no estaría tan mal, supongo...
—No lo creo...–dijo el chico, volteando su cabeza para encontrarse con los ojos azules de Spencer.
—Chris...– murmuró la chica. Iba a preguntarle algo, pero el castaño la interrumpió.
—Bueno, creo que será mejor que sigamos avanzando, sino entonces sí moriremos.– soltó el chico incorporándose. El muy cobarde huyó de la seguramente pregunta de Spencer. La chica lo imitó y empezó a caminar callada junto a él.
Después de varios minutos, Spencer creyó ver lo que parecía un milagro.
—Chris... Una casa...– soltó la chica a lo bajo, no tenía mucha voz. El chico miraba el suelo.
—Estas alucinando, no podría haber una... ¡Una casa!– gritó el muchacho al levantar la vista y ver efectivamente una casa en medio de la nada.
Los dos chicos corrieron hasta ella, llegaron a la puerta. Chris estaba a punto de tocar, pero Spencer lo interrumpió.
—¡Espera!
—¿Qué?– respondió Chris fastidiado. Spencer se acercó a él para hablar más bajito.
—¿Qué pasa si es la casa de una bruja...?– preguntó la chica auténticamente asustada. Oh por Dios. El castaño rodó los ojos.
—Spencer, se realista por favor.
—Entonces... ¿qué pasa si es la casa de narcotraficantes?– Chris no podía creer a esta chica.
—Eres increíble.– dijo el chico al mismo tiempo que tocó la puerta. Spencer pareció tensarse. La chica empezó a decirle sus inseguridades a Chris sobre esa casa mientras que él solo negaba, hasta que la puerta se abrió.
Una mujer con cabello negro y canas, que parecía estar cerca de los setenta, se encontraba del otro lado de la puerta con una sonrisa cálida.
—Oh, hola chicos. Hace mucho que no veía jóvenes por aquí.– dijo la mujer con su voz rasposa. Ahora Spencer le regalaba una bonita sonrisa a la señora, mientras que Chris la miraba serio.
—Nos hemos perdido...– dijo Spencer y la señora los miró tiernamente.
—Claro que sí, que harían unos chicos de su edad por aquí. Pasen, pasen.– dijo dulcemente la señora. Spencer entró a la casita acogedora. Parecía que la señora vivía sola. Chris miró todo muy determinadamente; esto le daba mala espina.
—¿Vive sola?– preguntó Chris una vez adentro. La señora cerró la puerta detrás de ella.
—Si, pero mi hijo viene a visitarme de vez en cuando.– contestó y Chris asintió. La rubia veía con fascinación la casita.
—Tiene una casa muy linda.– dijo la chica y la señora sonrió.
—Gracias, la construyó mi esposo cuando éramos jóvenes. Oh que descortés de mi parte, soy Carmen.– se presentó la señora de aspecto latino.
—Yo soy Spencer, y él es Chris.– presentó la rubia contenta. Carmen les regaló una sonrisa. Chris seguía ausente en esa conversación, así es él.
—No tienes zapatos...–murmuró Carmen algo divertida pero confundida.
—Larga historia.–respondió Chris serio. La señora Carmen miró curiosa al muchacho.
—De acuerdo... Les traeré algo de beber, deben estar sedientos.
—Sí, muchas gracias.– contesto la ojiazul mientras se sentaba en el acogedor sillón. Chris se sentó a su lado.
—Vaya, que agradable señora.– comento Spencer para si misma, pero Chris no estuvo de acuerdo.
—No lo sé, Spencer. Hay algo que no me cuadra...–opinó el castaño y la rubia le dedicó una mirada graciosa.
—Ahora quien es el paranoico ¿eh?
Carmen regresó con dos tazas de té en sus manos, se sentó en la silla a lado del sillón, les pasó a cada uno una taza y los dos chicos agradecieron.
—Y bueno, ¿Como terminaron aquí?– preguntó la señora pelinegra. Spencer dió un sorbo al té para luego contestar.
—Bueno, venimos de un campamento, pero una cosa llegó a otra y ahora nos encontramos perdidos en medio de la nada.– dijo Spencer en resumidas palabras, Carmen parecía verlos con ternura, como si le recordara a algo.
—Oh, ya veo. ¿Y ustedes son novios?– esa pregunta sacó a Chris de su transe mental. Spencer soltó una pequeña carcajada.
—No, pero por alguna extraña razón mucha gente piensa lo mismo.– comentó la rubia algo divertida. Carmen soltó una pequeña risa, mientras que el castaño se sentía muy incómodo.
—Mi esposo y yo, cuando nos conocimos solíamos odiarnos. Pero nos cansamos de siempre volver a lo mismo y él decidió dar el primer paso...
Carmen siguió hablando, Spencer le ponía mucha atención. Mientras que Chris ideaba una manera de hacer callar a esa señora.
—¿Usted sabe como volver a la ciudad?– hablo Chris, interrumpiendo a Carmen. La señora carraspeo.
—No muy bien, pero puedo darles un mapa. Aunque se que a unos cuantos kilómetros se encuentra un lugar para rentar automóviles.–contestó la señora amablemente.
—Entonces podríamos irnos y....
—Ay no se preocupen, ya es tarde. Pueden quedarse a dormir si desean. En la mañana pueden desayunar y luego marcharse.– interrumpió Carmen.
—Sería muy amable de su parte, Carmen. Pero no queremos ser una molestia.– comentó Spencer sonriendo como siempre. Chris rogó porque la rubia no aceptara y que la señora dejara de insistir.
—Para nada. Además, no hace mal un poco de compañía...
•
Spencer dormía plácidamente en la cama matrimonial del cuarto del hijo de Carmen, mientras que Chris no podía pegar un ojo, mientras su cuerpo estaba rígido sobre el frío suelo. Su cabeza reposaba en una almohada, pero su mente se sentía enredada. Necesitaba aire.
El chico salió del cuarto en silencio para no despertar a nadie. Salió al pequeño balcón de la casita, admiró la bonita vista a las montañas, la luna alumbraba todo.
—Hermoso, ¿no es así?– una voz asustó a Chris, haciéndolo girar y encontrándose con Carmen.
—Eh... sí.– respondió temeroso el chico, no sabiendo muy bien porqué. La señora se recargó en el barandal del balcón, dándole la espalda a Chris.
—Tranquilo, no tienes porque cerrarte tanto. Al fin y al cabo, solo me verás una vez en la vida.– comentó tranquilamente la señora. A Chris le daba un sentimiento de tranquilidad extraña.
—Yo no hubiera dejado entrar y dormir extraños en mi casa... De todas maneras, gracias.– comentó el muchacho después de un corto silencio. La mujer se volteó y le regaló una sonrisa.
—Se ve que la quieres.
—¿Disculpa?– Chris no entendió bien el comentario de Carmen.
—A la chica. Se ve que la aprecias aunque seas tan frío.– Chris frunció el ceño.
—Perdón, pero usted no me conoce para decir...
—Se lo que digo. Podré ser una vieja solitaria, pero he vivido lo suficiente para reconocer la mirada de cariño de alguien. Mi esposo solía ser como tú, cerrado. Pero al conocerme cambió, o eso es lo que él me decía.
—¿Y porque me dice todo esto?
—Porque pude darme cuenta de como mirabas a la chica, pero también me di cuenta de como te comportas. No deberías ocultarte, debes ver más colorida la vida. No conozco el motivo de tu seriedad, pero cual sea, debes soltar ese miedo que te atrapa en volver a lo mismo. No te veré otra vez en mi vida, pero este consejo podrá seguir en tu cabeza hasta para cuando decidas usarlo. Mi esposo murió hace años, y jamás pudo hacer cosas que le hubieran gustado, por miedo a perder algo o a convertirse en algo que no quiere. Pero eso lo controlas tú. Si de verdad la quieres, no la dejes, no la abandones por solo pensar en ti y en tu miedo.
Chris escuchó demasiado atento sus palabras.
—Tal vez tenga razón, pero ¿cómo se si ella... si ella siente lo mismo que yo?
—Muchacho, lo único que espera ella es que dejes esa actitud y la quieras.
Chris y Carmen conversaron un rato más, y por primera vez, Chris se sintió libre de expresarse. Por primera vez, quiso reconocer lo que sentía.
Pero él no era el único que escuchaba a la señora Carmen, ya que una chica rubia se había despertado de su dulce sueño, para escuchar tras la puerta, la conversación de sentimientos del chico castaño...
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