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Epílogo. 🧵

Dante

Han pasado muchos años desde el día que decidí quedarme a su lado para toda la vida. Cuando dejé de lado los tontos prejuicios y que lo más importante para mí era mi felicidad y estar al lado de la única mujer a quien podía amar con esta intensidad. Después de aquel día en su departamento hablé con mi padre, tenía muchas cosas que decirle, reclamarle por no decirme donde estaba Lyn, pero entendía que ella le pidió no decir nada, también es que él no sabía que yo la amaba con locura, nunca lo podría haber adivinado por sí solo. Le dije que estaba en Italia y que me iba a quedar ahí, que no importaba nada de lo que dejé en México, lo único que quería en ese momento era estar al lado de Lyn y no separarme de su lado nunca. La noticia le cayó como balde de agua fría, pero lo entendió, no se opuso y me dijo que estaba bien. Nos visitó semanas después y le platicamos lo que había pasado todo este tiempo, lo ocurrido con Vanessa, Jenna y todo lo que aconteció hasta el día que decidimos estar juntos.

Antes de decidir casarnos preferimos vivir juntos, conocernos un poco más de lo que ya nos conocíamos en ese entonces. Viajamos, conocimos, convivimos, todo lo que una pareja joven podía hacer. Compramos una casa y después de algunos años decidimos casarnos y formar una familia. Lyn era una gran diseñadora, tenía una casa de modas y yo un bufete de abogados. Al final cumplimos cada uno de los sueños que teníamos juntos. Nunca le corté las alas, nunca puse obstáculos para que creciera, para que hiciera todo lo que había soñado algún día.

Aquella mañana me asomé en la puerta, ya que era sábado y no había trabajo en el bufete y en la casa de modas, los niños no asistían al preescolar así que nos despertamos tarde, pero Lyn se lo tomaba en serio y entendía que solo quisiera descansar, puesto que toda la semana se la pasaba yendo de un lado al otro, compraba y vendía, asesoraba a los nuevos diseñadores y además de todo eso se hacía cargo de la casa y los niños, no podía dejarla sola.

La observé por algunos segundos que se me hicieron interminables. Solo llevaba puesta una pijama de dos piezas, su cabello negro y largo se esparcía sobre la almohada, las sabanas cubrían sus piernas y yo, no podía despegar mis ojos de su hermosa anatomía.

Escuché pasos detrás de mí y cuando volteé Faith corría por el pasillo desapareciendo, detrás de ella salió Yannick a quien alcancé en el pasillo y lo levanté del suelo. Empezó a carcajearse y retorcerse cuando le hice cosquillas en las costillas.

—¡Te atrapé pequeño demonio! —Corrimos hacia la cocina y lo senté en uno de los taburetes de la isla.

—¡Papi no! —suspiró y se acomodó sobre el taburete.

—Mami sigue dormida, así que mientras duerme vamos a preparar el desayuno. ¿Qué les parece? —subía y bajaba las cejas. Faith se acercó para que le ayudara a sentarse al lado de su hermano mayor.

Yannick era el más grande, aunque para Lyn y para mí era un bebé todavía. Tenía cuatro años, cabello claro y unos hermosos luceros de color azul, era el príncipe de su madre y la adoración de mi padre. Faith, la más pequeña con tres años, cabello castaño claro y un par de abismales ojos de color café, mi princesa y la de mi padre también.

—¡Yo quiero! —Faith se puso de pie en el taburete y apoyó sus pequeñas manitas en la mesa de la isla.

—¡No, yo! —le respondió Yannick imitando su postura y dejando ver que era un poco más alto que su hermana.

—Los tres vamos a hacerlo, ¿sí? —aplaudieron y regresaron a su lugar en la mesa.

Saqué todos los ingredientes para preparar los hot cakes que tanto le gustaban a mi hermosa esposa. Yannick junto a Faith lavaron los arándanos, las fresas y las frambuesas. Preparé café y jugo para los niños. Antes de que Lyn se despertara el desayuno ya estaba listo. Les ayudé a que se lavaran las manos, le recogí el pelo a Faith, era largo y lacio, así que se nos complicaba peinarla además de que no le gustaba.

Me di la vuelta para lavarme las manos y servirles de comer cuando escuché que saludaron a su madre.

—¡Mami! —me sequé las manos y me giré para verla. Entró a la cocina bostezando y después sonrió al ver a sus hijos sentados para desayunar. Pasó a su lado y les dio un beso en la frente a cada uno.

—¿Hicieron todo eso para mí? —ambos asintieron con la cabeza.

—¡Sí! —respondieron al unísono.

—Gracias mis amores —sonrió. Llegó hasta mí y dejó un beso sobre mis labios —. Hola, guapo —dejé el trapo a un lado y tomé sus caderas entre mis manos.

—Hola, cariño —se acercó y hundió el rostro en mi pecho —. ¿Cómo dormiste?

—Mejor que días atrás, pero no dejo de pensar en el desfile y que algo puede salir mal —suspiró con melancolía.

—Oye —la aparté para poder verla a los ojos —. Eres la mejor diseñadora de todos los tiempos, todo va a salir bien —tenía esa pizca de preocupación en su mirada clara —. Ya has hecho otras veces —se mojó los labios asintiendo con la cabeza.

—Lo sé.

—¿Y por qué ahora es diferente? —indagué. Encogió un hombro.

—No sé, quizá porque esta vez será París. Debe ser eso —cerró los ojos por una fracción de segundo.

—Bueno yo creo que lo vas a hacer genial como cada año. Nunca decepcionas con el tema, la ropa y los modelos. Lyn, eres la mejor.

—¿Lo dices en serio o solo porque eres mi esposo?

Esposo. Que bien se escucha eso.

—Lo digo porque es cierto y todos lo saben, hasta tus hijos —los señalé y ambos los volteamos a ver.

—Mi mami es la mejor —expresó Faith, lo que hizo sonreír a Lyn.

—¿Lo ves? —señalé —. Todos sabemos que eres la mejor.

La abracé y apreté a mi cuerpo dejando un casto beso en su frente.

—Cariño, eres el mejor esposo que una mujer puede tener.

—Lo sé —me dio un golpe en el pecho y se separó. Se lavó las manos y fue a la isla para desayunar junto a nuestros hijos. Me encargué de servirles la comida y me senté con ellos.

Al final los niños fueron a sus recámaras, Lyn y yo nos quedamos en la cocina limpiando la mesa y lavando los platos. Cada día era así en esta casa, me tardaba horas en preparar la comida para que en media hora terminaran y se fueran a ver películas.

—¿Cómo te ha ido en el bufete? —preguntó.

Yo lavaba mientras ella secaba los platos a mi lado.

—Bien, no me puedo quejar —encogí un hombro —. Ya sabes, lo de siempre; divorcios, pensiones, tutelas y esas cosas —dijo que sí.

—Tu trabajo debe ser aburrido —me salpicó el rostro con el agua del grifo.

—No más que tu trabajo. No sé como puedes soportar a todas esas personas, todo ese ruido, diseños... Pff. No sé como no te has vuelto loca —entornó los ojos.

Me sequé las manos y sin pedirle permiso cogí sus caderas para sentarla sobre la encimera sin soltar sus caderas.

—Tonto —me dio un golpecito en el hombro. No me hizo cosquillas, pero fingí que me dolió aunque no fuera así.

—Soy un tonto, pero me amas con toda tu alma —se mordió el labio —. Niégalo.

—No puedo negar algo que es cierto —subió sus manos a mi cuello, rodeándolo con sus brazos.

—¿Te puedo hacer una pregunta?

—Las que quieras cariño.

—¿Eres feliz? —asintió sin pensarlo.

—Soy la mujer más feliz de todo el mundo —apretó sus labios a los míos. Me acomodé entre sus piernas. Tenerla así, abrazada a mi cuerpo era la mejor sensación de todo el mundo. Con ella me sentía completo, feliz y no me faltaba nada en este mundo. Sin duda alguna Lyn era la mujer de mi vida, mi alma gemela, la persona con la que quería pasar el resto de mi vida —. ¿Por qué me lo preguntas?

—No sé, solo me surgió esa duda. Pasamos por tantas cosas que no sé... Quería saberlo.

—Soy feliz, Dante. Tenemos dos hermosos hijos, esta casa, me ayudaste a cumplir mis sueños...

—Y tú me ayudaste a cumplir los míos —le sonreí —. Has estado a mi lado cada día desde que te dije que te amo.

—Somos perfectos juntos, ¿no es así? —asentí con la cabeza.

Estaba tan cerca de mis labios que no dudé en besarla de una manera apasionada y poco decente. Hace tanto que esa palabra no existía en nuestro vocabulario.

—Dante —me apartó sin dejar de agarrar el cuello de mi pijama —. Ahora no —bufé.

—Te deseo, Lyn, cada día de mi vida.

—Lo sé, cariño yo también te deseo todo el tiempo, pero...—se quedó callada cuando escuchamos un par de pasitos caminar hacia la cocina. Nos separamos y le ayudé a bajar de la encimera.

—¡Papi! —Faith apareció en la cocina —. Vamos a ver una película de princesas —miré a Lyn y levantó las cejas.

—Anda, ve con tu hija mientras yo termino de lavar los platos.

Faith se acercó y me cogió de la mano para llevarme con ella a su recámara y ver una película de princesas.

Lyn

Nunca me imaginé a Dante siendo padre, viendo películas de princesas con nadie y es que ni siquiera conmigo las quiso ver cuando me entró la emoción por verlas, tampoco las de Barbie. Era más un tipo serio y a veces de mal carácter, pero con su hija era un sol, el padre más amoroso y comprensivo de todos. Podía decir que era mucho mejor papá que yo siendo madre y no es que fuera una mala madre, sino que Dante era un excelente padre en toda la extensión de la palabra. Era un gran hombre que merecía todo lo bueno que le estaba pasando.

A mí no me dejó sola y dudaba mucho que lo hiciera con sus hijos, ya que eran su adoración, el tesoro más preciado que tenía en esta vida. Dante simplemente era el mejor padre y esposo que pudiera existir y yo lo seguía amando como el primer día y saber que no éramos hermanos me hacía sentir tan bien porque siempre quise esto con él, una familia, una casa, pasar toda la vida a su lado. Pero todas las mentiras que dijo mi madre nos separaron y lastimaron tanto. Con el paso de los años perdoné todo lo malo que hizo, pero no lo podía olvidar, nunca iba a olvidar todo el daño que nos hizo.

Dylan era el único que tenía comunicación con ella, la visitaba y pasaba tiempo a su lado, Dante, mi padre y yo decidimos no verla y no saber nada de ella por nuestra salud mental. Ya nos había hecho tanto daño que podíamos esperar lo peor de ella.

A pesar de los años no podía entender como es que una madre podía odiar a su única hija de esta manera, mucho menos cuando Faith nació. Ella, al igual que su hermano se convirtieron en toda mi vida, en mi razón de ser, ellos eran una parte de mí y no podía más que amarlos con todo mi corazón. No veía mi vida sin ellos, no me quería imaginar que sería de mí si algo les pasaba. Solo pensaba que los iba a amar y proteger hasta que ellos ya no lo quisieran así. Dentro de mí no había más que amor por ellos.

Busqué a Dante en su despacho, pero no se encontraba ahí, fui a nuestra recámara y tampoco se encontraba dentro, cuando salí y me detuve escuché su voz al final del pasillo. Seguí su voz hasta llegar a la recámara de Faith, me quedé bajo el umbral de la puerta y los observé a los tres. Acostados en la pequeña cama, Yannick a su lado derecho y Faith a su lado izquierdo. Los brazos de Dante rodeando sus pequeños hombros. Les estaba leyendo un cuento, apenas y cabía en la cama, pero él cumplía con contarles un cuento a sus hijos.

Al verlo ahí supe que había tomado la mejor decisión de todas y que nunca en la vida iba a encontrar a un hombre como él. Era una maravillosa persona, un excelente padre y un gran esposo. Y lo más importante es que le amaba, le amaba más que nunca y él me amaba a mí con la misma pasión e intensidad.

A lo largo de mi vida tomé malas decisiones, hice estupidez tras estupidez, pero de lo que nunca me iba a arrepentir era de esto, elegir a Dante para que sea el padre de mis hijos, mi compañero, el mejor cocinero de todos y mi amante también.

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