Capítulo 9. 🧵
Lyn
Al llegar a casa lo primero que hice fue darme un relajante baño, pensé que nuestros papás nos iban a decir algo, pero papá no estaba y mi madre no apareció hasta más tarde en la cocina. Me puse ropa cómoda y bajé a la cocina donde Dante ya estaba preparando los hot cakes que tanto me gustaban, a él le quedaban esponjositos y bonitos no que a mí me quedaban crudos y feos.
—¿Cómo haces para que te queden así de bonitos? —estaba a su lado mirando como acomodaba los hot cakes en dos platos. La mesa de la isla estaba limpia, no había rastro de harina ni huevos, a Dante le gustaba la limpieza y que todo estuviera en su lugar.
—Todo se hace con paciencia, pero tú eres una desesperada de primera —pasó el dedo sobre la mermelada y la puso en la punta de mi nariz. Aquel gesto nos hizo reír, pero mi sonrisa se apagó en el momento que mi madre entró a la cocina con esa mirada despectiva.
—Buenos días —me aparté unos centímetros de Dante. Caminó hacia la estufa donde estaba preparando chocolate.
—Buenos días —dije, seria.
—Buenos días, Vanessa —habló él un poco más animado que yo. Cogió dos tazas para servir el chocolate y regresó a mi lado.
—Pensé que en este momento ibas a estar arreglando tus maletas —miré a Dante, se tensó al sentir mi mirada sobre él —. Me dijo tu padre que te vas hoy —mi corazón se rompió en ese momento.
¿Qué?
—¿Te vas a ir? —mamá se sirvió chocolate y lo miró a través de sus pestañas. Me limpié la mermelada con una servilleta de tela.
—No, lo pensé mejor y no me voy a ir, tengo muchas cosas que hacer aquí —me entregó la taza con chocolate y apartó la mano. No dije nada porque en realidad no había mucho que decir, él me había ocultado esto, otra vez mintió y me dolía que lo hiciera.
—Ah bueno, entonces dile a tu papá porque no sabe nada.
—Se lo voy a decir, Vanessa —tensó la mandíbula —, gracias —le dio una sonrisa fingida.
—Voy a leer —dijo, dio la vuelta y salió de la cocina dándonos la espalda, dejándonos solos.
—Te puedo explicar —dijo, pero aparté su mano cuando me quiso tocar.
—No digas nada —me limité a desayunar porque estaba muriendo de hambre así que no iba a desperdiciar el rico desayuno que tenía frente a mí.
—Lyn —me llevé un pedazo de hot cake a la boca.
—No —fue lo único que dije y menos mal que lo entendió porque no quería discutir con él, no en este momento.
Después de desayunar lavamos todo lo que ensuciamos y cada quien se fue a su recámara, estaba molesta con Dante porque tenía toda la intención de irse y dejarme de nuevo, y no me iba a decir nada, solo se iba a ir y ya, sin dar ninguna explicación.
Me encerré en mi recámara y me puse a leer un poco, escuchar música e hice algunos bocetos de vestidos que algún día me gustaría confeccionar, diseñar y dibujar era mi perdición, solo así me olvidaba de todo y de todos, algún día me gustaría ser una famosa diseñadora de modas, que mis diseños estén en las pasarelas y ser reconocida por mi trabajo. Aunque para mi madre eso no era estudiar ya poco me importaba lo que ella decía, desde hace mucho que dejé de hacer lo que ella decía.
La puerta de la terraza estaba abierta y las cortinas se movían por el aire caliente que entraba y se colaba a mi recámara. Había olvidado que compartía la terraza con la recámara de Dante por lo que me sorprendió escuchar golpecitos en la puerta, despegué los ojos del libro y bufé al verlo del otro lado.
—¿Puedo pasar?
—No — continué con mi lectura, pero a él no le importó mi negativa y entró sin más —. Te dije que no —mascullé.
—Lyn, hablemos.
—No quiero hablar, menos contigo —le dije molesta. Se sentó en la cama y tocó mis pies, los aparté de nuevo sin mirarlo a la cara.
—Eres una niña, tan infantil y no sé como es que me gustas tanto y te amo de esta manera —una tonta sonrisa se dibujó en mis labios, pero la oculté detrás del libro que sostenía con mis manos.
—Si tan infantil te parezco vete, regresa a tu casa —espeté. Vi que se puso de pie y cerró la puerta con seguro.
—No quiero regresar a ningún lado porque deseo estar contigo —de nuevo se sentó en la cama —. ¿Es que no lo entiendes?
Ya ni siquiera estaba leyendo, miraba las letras, pero estas no tenían ningún significado para mí, no entendía nada de lo que había escrito en esas hojas.
—¿Acaso me estás escuchando? ¿Tan siquiera estás prestando atención? —bajó el libro con los dedos y ahora sí nos miramos a los ojos.
—¿Acaso importa? Parece que eres tú quien no sabe escuchar —me senté y dejé el libro a un lado con cuidado porque eran mi tesoro, cada libro que compraba era valioso para mí y por eso los cuidaba tanto —. Me desnudé ante ti y no me refiero al cuerpo, sino al alma. Te dije lo que siento, lo que he sentido desde hace años y tú planeabas irte de nuevo sin decir nada, al menos la otra vez te despediste, pero ahora ibas a huir como un cobarde.
—Lyn, entiende.
—¿Qué debo entender? ¿Qué no me amas tanto como juras hacerlo? —resoplé.
—Me sentía confundido y aterrado, el día anterior me masturbé dos veces pensando en ti —bajó la voz —. Me tocaste de esa manera que solo tú sabes y encendiste todo dentro de mí. Estaba asqueado y me odiaba tanto por sentir esto —llevó una mano a su pecho, en su mirada había dolor, mucho dolor y enojo —. No digas que no te amo porque no es cierto, te amo más que mi maldita vida.
—¿Y qué te hizo cambiar de opinión?
—¿Quieres que te lo diga? —se acercó. Me recostó sobre el colchón ciñendo su cuerpo sobre el mío. Abrí mis piernas para que se acomodara en medio de ellas —. ¿Quieres que te lo diga cuando ya lo sabes? —apartó mi cabello de mis costados, dejando libre mi rostro.
—Quiero que lo digas —le pedí.
—Tú, tú me hiciste cambiar de opinión. Anoche todo fue tan maravilloso, me hiciste sentir tan bien que no me quiero apartar jamás de tu lado —pasé mis dedos por su frente haciendo a un lado su cabello. Es tan guapo, con esos abismales ojos de color, sus labios, nariz y barbilla.
—Sabes que vivimos en un cuento de hadas, ¿no? Y que pronto ese cuento se va a terminar —puso un dedo sobre mis labios.
—No importa, nada de eso importa. En este momento lo único que quiero es quedarme aquí —dejó un casto beso sobre mis labios —. Solo déjame amarte —esta vez me besó de nuevo, pero fue más pasional y atrevido.
Su lengua danzaba dentro de mi boca, la chupaba y buscaba con desespero. Sus manos acariciaban mi cuerpo con ímpetu, metió una dentro del short y tocó esa zona que le pertenecía solo a él. Dos dedos fueron los culpables de hacerme gemir.
—Mamá está en la casa —arrancó un jadeo de mi boca.
—Entonces no gimas tan fuerte —sacó la mano solo para quitarme el short y perderse en medio de mis piernas que no pude mantener cerradas para él, porque sí, me gustaba cuando me hacía un oral. Sentir su lengua caliente en mi vagina, cuando apretaba mi clítoris con su pulgar, la sensación de adrenalina al saber que mi madre andaba por ahí y que nos podía descubrir era tan excitante que provocaba querer hacerlo más seguido.
****
La puerta de la terraza se encontraba abierta, la recámara olía a hierba quemada porque por alguna extraña razón Dante quiso fumar conmigo, pensé que era un puritano persignado que odiaba la marihuana, pero resultó que no era ni tan santo ni tan puritano.
—Creí que eras un persignado —le dije.
Se encontraba acostado en medio de mis piernas, él revisaba sus redes sociales y yo terminaba de leer aquel libro que devoré en dos días. Siempre he sido una amante de las letras y las historias románticas.
—Han pasado muchos años, Lyn, no soy tan santo como tú lo dices —musitó. Lo vi sonreír y quise besarlo de nuevo, dejar muchos besos repartidos en su rostro, en su hermoso rostro.
—Sí, eso ya lo comprobé —reí cuando dejó un beso en el interior de mi muslo.
Escuchamos golpecitos en la puerta, quizá era Gloria porque ya estaba la comida, su sazón llegaba hasta mi recámara, así que supuse que era ella.
—Lyn, soy mamá —se me hizo extraño que mi madre usara esa frase cuando usualmente no venía a verme si no era para decirme que le bajara el volumen a esa música del demonio, como ella la llamaba.
—¿Qué quieres? —Dante se incorporó, ambos miramos el picaporte cuando mi madre intentó abrir desde fuera, pero la puerta tenía seguro así que no me preocupaba que pudiera entrar.
—¿Podemos hablar? —Dante bajó de la cama y cogió su móvil.
—Vete —murmuré mientras mi madre intentaba abrir la puerta.
Se acercó para dejar un beso en mis labios.
—Corre —reí como una tonta y salió por la terraza para ir a su recámara —. Voy —le dije a mi madre.
Me puse de pie y abrí la puerta para que entrara. Lo primero que hizo al estar dentro fue mirar a su alrededor como si buscara algo que no estuviera en su lugar, le dio un repaso a mis diseños y resopló, giró sobre sus talones y llevó sus manos a su espalda.
—¿Qué quieres? —le pregunté.
—Solo te voy a decir esto una vez; aléjate de Dante —la gran sonrisa que había segundos atrás dibujada en sus labios se borró en el preciso momento que terminó de decir esto.
—¿Por qué me dices esto? —me senté en los pies de la cama —. Dante es mi hermano. Te apuesto que no me dirías lo mismo de Dylan —entorné los ojos.
—Es diferente... Dylan no está aquí. Tú no eres una buena influencia para él, eres la manzana podrida de esta casa —me miró de arriba abajo —. Dante se va a ir, va a regresar a Cambridge después de que se case y tú no vas a interferir con eso —espetó. Estaba molesta, tan molesta que decía lo que sentía, aunque tampoco le importó, ya que siempre me recordaba lo mala persona que soy, adicta, promiscua, con problemas, gorda.
—¿Y qué quieres que haga? ¿Qué se supone que debo hacer si vivimos en la misma casa?
—Solo aléjate de él, mantente lejos. No eres una buena persona, Eileen —sus facciones eran tan serias que daba miedo.
—Eso lo aprendí a ti, mamá —una sonrisa falsa adornó sus labios, pero la conocía tan bien que sabía que estaba fingiendo.
Me puse de pie de inmediato al verla acercarse a mí, fue como reaccionar al enemigo y tomar una postura de defensa o ataque en este caso.
—Ya está la comida, cariño, baja a comer —de nuevo se escuchó tan falsa que todos le podían creer, pero yo no, no le creía nada —. Voy a ver a tu hermano —me dio la espalda y salió de mi recámara. Dejó la puerta abierta y la perdí de vista.
Solté un resoplido y cerré los ojos. Estaba frustrada y molesta con ella.
Que ganas de irme de aquí y no verte jamás.
A los pocos minutos salí para bajar a comer, cerré la puerta y Dante iba saliendo de su recámara, sonrió al verme, pero aquella sonrisa apenas me hacía sentir bien. Mi madre tenía la capacidad de arruinar mi día aunque este fuera perfecto, no sé como lo hacía si era bruja (algo que pensaba muy a menudo), pero ella lo sabía todo, todo el tiempo.
—Escuché lo que dijo Vanessa —llegó a mi lado, manteniendo las distancias.
—¿Ahora escuchas las conversaciones privadas?
—Iba saliendo de tu recámara y no pude evitar escuchar cuando dijo que te alejes de mí.
—Siempre me dice lo mismo, así que no importa —le resté importancia al tema.
—Sí que importa, Lyn y no es justo que te hable de esa manera —encogí un hombro. Agarró mi muñeca apretando con sus dedos y detuvo mi andar.
—No le hagas caso, solo te pido eso. No creas nada de lo que ella te diga —negó con la cabeza.
—Siempre voy a creer en ti, Lyn —puso dos dedos bajo mi barbilla y dejó un casto beso sobre mis labios —. Siempre voy a creer en ti.
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