Capítulo 7. 🧵
Lyn
Salimos del club y subimos a su auto, estaba desesperada y confundida, pensé que él me odiaba, que no me quería a su lado, pero con lo que hizo me tenía estupefacta, incrédula. Me bajó la falda cuando encendió el auto, puse mi mano encima de la suya, giró la cabeza y me miró atento.
—¿Qué pasa? —preguntó.
—No podemos ir a la casa, ahí no —dije con miedo —. Están nuestros padres y...—apretó mi mano.
—No vamos a la casa —musitó —. Tengo una mejor idea —me hizo un guiño y condujo en dirección a no sé donde. Solo sabía que seguía un poco borracha y que las luces de los edificios pasaban frente a mí rápidamente, me mareé un poco, pero un poco de aire me ayudó a despejar mi cabeza. Era tarde ya y a pesar de la hora había muchas personas en la calle, en los clubes de fiesta, de parranda como decimos aquí.
No pregunté nada porque tampoco sabía qué preguntar. Todo lo que estaba pasando era una locura, pasamos de odiarnos a que él me besara con ímpetu y me tomara en aquel pasillo para tocarme, para decirme que era suya, que le pertenecía.
Mi teléfono empezó a sonar y lo saqué de mi bolso, al ver la pantalla era un mensaje de Dens.
"¿Dónde estás? ¿Todo bien?"
Con la calentura del momento se me olvidó despedirme de mi amiga y Dani, solo cogí mi bolso y ya, ellos tampoco estaban cerca, seguro estaban bailando en la pista y por eso no los vi.
"Estoy bien, me regresé a la casa con Dante. Ya sabes como es".
"Bueno, pensé que había pasado algo, ya ves como se puso el ogro".
Me reí por el mensaje de Dens y Dante alzó una ceja.
—¿Qué es tan gracioso? —preguntó.
Dio la vuelta hacia la derecha y continuó alejándose. Me podía imaginar que no quería ir a un lugar donde nos conozcan, ya que la mayoría de los hoteles que había cerca de la playa y sus alrededores le pertenecían a mi padre así que era un suicidio ir a uno de esos.
—Tú lo eres —guardé el teléfono y encendí la radio. El alcohol se me estaba bajando y ahora veía todo con más claridad. Una canción de (buscar una canción) Empezó a sonar en la radio, Dante repiqueteaba los dedos en el volante.
—¿Así que soy gracioso?
—Y caliente —le dije mordiéndome el labio.
—Y tú no te quedas atrás —se detuvo detrás de un auto y no dudé en tocarlo sin descaro. Mi mano se abrió para abarcar lo que era su pene que se alcanzaba a ver debajo del pantalón. Lo toqué con cuidado, subiendo y bajando, lo apreté y a él le gustaba lo que hacía porque no me pedía que parara.
—¿Te gusta?
—Sigue así, por favor —se bajó el cierre del pantalón y su pene rebotó ante mis labios. Cogió mi mano para ponerla alrededor de este y puso su mano en mi nuca para meterlo en mi boca —. Dios —jadeó en el momento que lo tomé con mi boca, lo metí hasta dentro y chupé desde la punta hasta el tronco —. No pares —arrancó mientras yo lo follaba con la boca.
Era grande y grueso, tenía una capa de vellos que lo protegían al final del tronco, venoso y con una punta rosada y brillosa. Con la lengua acariciaba el glande como si fuera una rica paleta que metía por completo a mi boca, él gemía y maldecía. El auto empezó a ir más rápido cuando los movimientos de mi lengua lo fueron también, estaba mojada y caliente, quería tener su polla en mi vagina que me follara de una maldita vez por todas.
—Maldita sea así, cariño así —pedía con fuerza. De un momento a otro se detuvo, se orilló y tomó mi cabello entre sus dedos para intensificar los movimientos de mi lengua en su falo, su grosor era perfecto para mi lengua, cabía tan bien que lo sentía abarcar toda mi boca —. Carajo —dijo esto para después derramarse en mi boca. Su semen salió disparado mojando todo a su paso, estaba tibio y sabía bien, lo bebí todo y me incorporé para verlo a la cara.
Ambos reímos mientras me limpiaba la esquina de los labios.
—¿Quién te enseñó a mamar así? —se subió el pantalón y continuamos con nuestro camino.
—Si te digo como aprendí te vas a enojar —se acomodó el cabello con una mano. Regresamos a la carretera con cuidado.
—¿Con quién aprendiste? —busqué en la guantera una botella de agua, ya que Paolo siempre traía agua consigo —. Fue con un hombre, supongo —encogió un hombro y negué con la cabeza —. ¿Entonces? —frunció el ceño.
—Una chica me enseñó.
—¿Eres bisexual?
—Un treinta por ciento si es que eso se puede —metí la mano a la guantera y encontré una botella de agua que estaba más caliente que yo, pero aun así la bebí porque me estaba muriendo de sed.
—No sé si eso es posible —dijo.
—¿Te molesta? —se quedó pensando.
—¿Debería molestarme?
—Hace rato no estabas muy feliz que digamos —musité, mirándolo. Apretó las manos al volante y sus nudillos se pusieron blancos.
—Hace rato casi te coges a ese sujeto al que no conoces de nada —espetó, tenía la mandíbula apretada.
—Sí lo conocía —dije ofendida.
—¿De qué lo conoces?
—Su boca —bufó —. Ya, ya. No lo conocía, la verdad, pero no tenías que tratarme así.
—Sí tenía, Lyn, no iba a dejar que lo follaras a la vista de todos, conmigo ahí presente —soltó el volante para poner su mano en mi pierna y apretar con fuerza.
¿Estaba celoso? Sí, yo diría que mucho.
No tardamos en llegar al hotel, pero Dante me dijo que esperara en el auto hasta que se registrara, cuando regresó por mí traía una frazada en las manos que usó para cubrir mi cuerpo y cabeza, dijo que no me podía exponer de esta manera ante los demás. Fue un gesto lindo de su parte, algo que no me imaginé que él pudiera hacer. Al subir por el ascensor me di cuenta de que el hotel no estaba tan mal, era de la cadena rival de mi padre así que no había problema que alguien aquí nos llegara a reconocer. Al salir del ascensor me quité la frazada de la cabeza y sonríe cuando Dante tomó mi mano y me llevó con él hacia la habitación. Le habían dado una tarjeta electrónica que deslizó por la cerradura y la puerta se abrió, las luces se encendieron y entramos uno detrás del otro.
Miré mi alrededor soltando la frazada que cayó al suelo junto con mi bolso, era una habitación de lujo, grande con una sala frente al ventanal, pegada a la pared una cama Queen size con cobertores azules que se veían cómodos, había una barra y encima de esta un plato con botanas, una botella de vino y dos copas.
—¿Pediste eso?
—Para ti —dijo detrás. Me giré y me eché a sus brazos que me recibieron con fuerza levantando mi falda hasta mis caderas. Se veía mi culo y mi tanga, pero no me importó, ya que estábamos solos y aunque hubiera más personas poco me iba a importar. Sus manos bajaron a mis nalgas hundiendo sus dedos en mi piel.
—Dime, ¿en serio quieres esto? Sabes que está mal, ¿no? —me llevó hacia el sofá.
—Me gusta pecar —una sonrisa traviesa se dibujó en mis labios. Me sentó sobre el sofá y se apartó para ir a la barra. Aproveché para quitarme la falda y los tacones que me estaban matando.
Dante regresó con el plato con botanas y dos copas de vino, dentro había quesos, jamón y frutas. Cogí una uva antes de que dejara el plato sobre la mesita.
—Pensé que me odiabas —le dije cuando me entregó la copa.
—¿Odiarte? ¿Por qué te iba a odiar? —agarró una frambuesa que chupó primero para después masticar.
—No sé, eso pensé. Por eso he actuado así contigo, además de que estoy enojada porque te fuiste.
—Eso tiene una explicación —dijo. Llevó la copa a sus labios para darle un pequeño sorbo.
—¿Ah sí? ¿Y cuál es esa explicación? —inquirí.
—Me encantas, me fascinas y te quiero más que a mi maldita vida —confesó —. Esa es la única verdad del porqué me fui, porque esto está mal, Lyn, somos medios hermanos —dijo con pena.
—¿Y crees que a mí me hace feliz saber eso? Me hubiera gustado nunca saberlo —suspiré con melancolía. Dante agarró mi mano apretando mis dedos —. Está mal y aun así aquí estamos —reímos —. Estamos locos.
—Uno por el otro y no sabes lo bien que se siente —tiró de mi mano y palmeó sus piernas, obedecí y me senté a horcajadas sobre él —. Amarte es un pecado, Eileen Benavent y estaré encantado de ir al infierno —amasó mis nalgas con una mano y deslizó su dedo por mi culo, me tensé en ese momento, continuó su camino por mi espalda hasta llegar a mi nuca donde sus dedos se asieron y apretó con fuerza. Su polla estaba reaccionando al contacto de nuestra piel, lo podía sentir a través de la delgada tela de mi tanga, duro y grueso como cuando lo tuve en mi boca.
—Nos vamos a ir al infierno por hacer esto —me acercó a su boca con violencia.
—¿Acaso importa? ¿No te gustaría estar en el paraíso? Porque a tu lado me siento en ese lugar —sonreí sobre sus labios. Una de mis manos sostenía la copa, pero la otra se apoyaba en su duro pecho. Ya quería que me cogiera, que me hiciera suya y me destrozara el culo.
—No, no importa, sabes que me gusta pecar —sonrió altivo y estrelló sus labios contra los míos, era un beso salvaje y rudo como a mí me gustaban. Movía mis caderas de arriba hacia abajo sobre su erección que se restregaba en mi vagina mojada, estaba chorreando de deseo por él. Sin separarse, bajó con besos por mi barbilla y se detuvo en mi cuello, chupaba mi piel con desespero y mordía con cuidado para no lastimarme, dejó la copa a un lado y se deshizo de mi top arrojándolo al suelo, metió mis senos en su boca, los apretaba y chupaba mis pezones como si fueran un delicioso postre, su favorito.
—Siempre me gustaron tus tetas —tenía los labios rojos —. Imaginaba como se verían debajo de ese bikini, cuando mi semen los cubriera por completo, follarlos con mi polla —gemí por sus palabras sucias.
—¿Eso es lo que quieres?
—No sabes cuanto lo anhelo, mi amor.
Él me dijo mi amor.
—Haré todo lo que tú me pidas —sonrió perverso y se perdió en medio de mis senos, disfrutaba su lengua lamiendo mis pezones, su pene rozando mi vagina, sus manos en todo mi cuerpo.
—Cógeme, Lyn, quiero que me cojas en este preciso momento —se levantó para bajarse los pantalones, con dos dedos apartó mi tanga —. Quiero comprobar que eres tan caliente y apretada como lo he imaginado —se acomodó en el sofá.
Con una mano cogí su pene y lo llevé a la entrada de mi sexo, húmedo y caliente, pasé la punta por mi clítoris hinchado y lo metí lentamente. No podía quitar mis ojos de su hermoso rostro que se contrajo en el momento que me penetró, suspiró con satisfacción y se mordió el labio inferior con los dientes, sus dedos en mis caderas se hundieron tan fuerte que estaba segura iban a quedar marcados en mi piel.
—Maldita sea —jadeó —. Estás tan apretada, tan húmeda, tan caliente —me acomodé sobre su regazo para moverme de una manera lenta donde los dos pudiéramos disfrutar —. Nena, eres una maldita diosa —reí y lo besé con desesperación.
—¿Quieres ver todo lo que puedo hacer para darte placer? —me separé unos centímetros.
—Quiero verlo —musitó sobre mis labios —. Tenemos toda la noche para follarte como yo quiero.
—Qué romántico eres —le dije. Mis caderas oscilaban en círculos, lento, tan lento que el movimiento era casi imperceptible. Sostenía sus mejillas con mis manos y él mis caderas con las suyas.
—Sacas lo peor de mí. ¿Te gusta?
—Me gustas tú, Dante Calvet.
—Nena, no digas mi nombre y apellido porque me puedo convertir en una bestia —restregué mis nalgas contra su pelvis lo que provocó un jadeo de su parte —. ¿Qué más sabes hacer además de mamar como una diosa?
—Me he tocado pensando en ti, cada noche desde que te fuiste —mi voz tembló —. Imaginaba que eran tus manos las que recorrían mi piel, que besabas cada parte de mi cuerpo, que me tocabas con delicadeza y me decías que me amas.
Ambos jadeamos en el momento que empezó a moverse también, lo hacía al ritmo de mis caderas, siguiendo el compás de esta, estábamos sincronizados de una manera poco usual y que jamás creí pudiera pasar. Dante no dijo nada cuando mencioné que lo amaba, pero para este punto estaba cegada por el deseo y la lujuria, me estaba follando a mi medio hermano algo que la verdad jamás creí que pudiera pasar. Es decir, siempre creí que él me odiaba porque llegamos a su vida y arruinamos todo, pero no, nunca me odió. Ahora besaba mis senos, los metía en su boca, me tocaba como me gustaba ser tocada, como quería que solo él lo hiciera. Sujetaba mis caderas con fuerza, hundía sus dedos, mordía la piel de mi cuello y tal vez mañana iba a dejar marcas sobre esta, pero hoy no me importaba, hoy me dejé llevar por lo que sentía, por lo que quise hacer desde que supe que Dante era el amor de mi vida, que solo lo quería a él en medio de mis piernas. Desde que empecé a sentir estos deseos de follar y estar con alguien, con él.
—Me voy a correr —dijo jadeando. Tenía la camisa abierta y mis manos sobre su pecho.
—Hazlo, te quiero sentir —negó con la cabeza —. Hazlo.
—No usamos condones.
—Solo hazlo, Dante por favor, por favor —sujetó mis caderas con ímpetu, sus movimientos fueron más lentos. El orgasmo se incubaba en mi vientre bajo, se desarrolló y se extendió desde mi sexo ardiente hasta cada parte de mi ser. Explotó en mil partículas de las que fui presa con placer y felicidad. Jadeamos al mismo tiempo y cuando abrí los ojos estaba debajo de mí, exhausto, con el pecho subiendo y bajando, sudoroso, extasiado.
—Nena, que bien follas —me reí con pena. Era una sonrisita tonta que queda después de una buena cogida y un rico orgasmo que todavía sacudía mi cuerpo.
—Tú no lo haces tan mal —mis uñas se quedaron marcadas en la piel de su pecho.
—Me encantas. Me imaginé este momento, pero nada se compara a hacerlo, estar aquí —sus manos subieron por mis caderas a mis costillas y después a mis senos —. Eres pequeña y apretada, tu coño debe saber tan bien como tu boca.
—¿Por qué no lo averiguas? —alcé una ceja.
—Solo deja que me componga y te voy a devorar, cada centímetro de tu dulce y mojado coño —dejé un casto beso sobre sus labios.
—Tú también me encantas, Dante, te amo con locura —sentía su semen salirse de mi vagina, pero me sentía tan cómoda en sus brazos que no me quería mover de aquí. Él tampoco hacía nada para moverse así que apoyé mi mejilla sobre su pecho, su piel estaba caliente y pegajosa por el sudor, pero olía tan bien que podría hacerlo toda la noche hasta sangrar.
Nos quedamos en silencio, solo escuchando la respiración del otro, el ruido de los autos afuera y más allá el mar y las olas chocando unas contra otras. Pasaba su mano por mi cabello, mi espalda y volvía a subir. Su respiración se reguló pasados los minutos y después me abrazó dejando un beso en mi cabeza.
—¿Lyn?
—¿Sí? —un largo silencio acompañó mi pregunta y temía tanto que dijera que estaba arrepentido de lo que hicimos, que estaba mal y que no se iba a repetir de nuevo así que no pude evitar derramar un par de lágrimas que mojaron su pecho.
—¿Por qué lloras? —puso sus manos en mis mejillas y me apartó de su pecho —. No llores por favor, no llores por mi culpa.
—Es que te amo tanto y me da miedo que me digas que te arrepientes de esto...—siseo negando con la cabeza.
—Nena, nunca me podría arrepentir de esto, joder, eres lo más hermoso que tengo en la vida —me acercó para secar mis lágrimas con sus besos —. Lyn, yo también te amo. Te amo con locura y pasión, te amo tanto que me cuesta respirar, no puedo pensar con claridad, estoy perdida y estúpidamente enamorado de ti Eileen Valentina Benavent —sonreí cuando dijo mi nombre completo y de nuevo apoyé mi mejilla en su pecho —. Yo también te amo tanto, nena.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro