Capítulo 3. 🧵
Lyn
El dolor en mi pecho quemaba como brasas ardiendo. La revelación de aquella noche me lastimaba muchísimo, saber que Dante iba a unir su vida con otra mujer que no fuera yo me tenía al borde del colapso. No solo se iba a casar por el civil si no que la amaba tanto que estaba dispuesto a casarse con ella por la iglesia también. Era evidente que quería estar toda la vida a su lado, pasar todos los momentos juntos, tener hijos y ser una maldita familia feliz. Y lo odiaba por eso, porque yo quería ser la mujer con la que compartiera la cama, con la que tuviera hijos, quería ser yo quien durmiera a su lado cada noche y despertar con él cada día.
Me odiaba por sentir esto que sentía, pero odiaba más a la vida por ponerme en esta estúpida situación, porque las cosas pudieron ser diferentes, pero no lo era y estaba condenada a amar a un hombre que no sentía nada por mí para toda mi maldita existencia.
Desperté a media noche, abrí los ojos de golpe mirando el techo sobre mi cabeza, tomé una bocanada de aire y me incorporé sentándome, apoyando la espalda sobre la cabecera de la cama. Miré la hora y eran apenas las dos de la madrugada, sentí que había dormido mucho, pero no fue así, escasamente habían pasado unas horas desde que me fui a dormir.
Salí de la cama y no me preocupé por ponerme las pantuflas, me rasqué la nuca y salí de la recámara para bajar las escaleras y entrar a la cocina. A esta hora de la noche no había nadie despierto, todos dormían en sus respectivas habitaciones así que procuré no hacer ruido. Abrí la nevera y saqué la jarra con agua que Gloria siempre metía antes de irse a dormir porque sabía que en la noche hacía calor y despertaba con la garganta seca. Me serví agua en un vaso y dejé la garra a un lado sobre la isla, casi escupo el agua cuando vi a Dante entrar somnoliento, con los ojos entrecerrados, pero cuando me vio se detuvo de golpe.
—¿Tú tampoco puedes dormir? —preguntó. Bostezó. Sacó un vaso y se sentó a mi lado cogiendo la jarra, me aparté para no estar cerca de él y creo que lo notó porque alzó una ceja.
—Tenía sed —señalé el vaso. Me moví para bajar del taburete, sin embargo, me detuvo.
—No te vayas —puso una mano en mi brazo. Bebió del vaso sin dejar de mirarme a los ojos —. ¿Qué pasa contigo?
—¿Qué pasa contigo? —Le hice la misma pregunta.
—No hagas esto —dijo con diversión en la voz. Sonrió y casi tengo un orgasmo al verlo sonreír de esta manera tan natural y divina. Lo miraba como una estúpida como si nunca hubiera mirado a un chico tan guapo, aunque él no era cualquier chico.
—¿Hacer qué? —fruncí el ceño.
—Repetir todo lo que digo.
—¿Yo hago eso? —asintió.
—Sí, cada vez que quieres evadir un tema, así me haces reír y me olvido de lo que estábamos hablando, pero esta vez no, Lyn. Tenemos que hablar.
—Tenemos que hablar —repetí usando el mismo tono que usaba él, duro y serio.
—Basta —pidió, mesurado.
—Estoy cansada y necesito dormir —cogió más fuerte mi brazo cuando quise irme, no lo haría tan fácil.
—¿Me odias? —no entendí su pregunta a la primera, así que me tomé mi tiempo para procesar y más que nada saber que responder porque no lo odiaba, todo lo contrario, pero tampoco se lo podía decir, que estaba perdida y estúpidamente enamorada de él, tal vez me iba a odiar y alejarse de mí para siempre.
—No te odio, pero las cosas han cambiado, no esperes que sea como hace cinco años que te fuiste —suspiró con dolor —. Fueron cinco años, Dante, ¿lo entiendes? Tenía dieciséis años en ese entonces ya no soy la niña tonta a la que podías engañar con palabras.
—No, ya veo que no eres una niña. Eres toda una mujer, y muy bonita por cierto —evadí su mirada, sentía mis mejillas arder por sus palabras —. Lo siento —se aclaró la garganta —. No debí decir eso.
—Sí debiste decirlo —me mojé los labios. No iba a estar así de cerca de él, así que haría lo que fuera para al menos esta noche tener un poco de paz a su lado. Tal vez mañana me odiaba y me quería lejos de su vida —. Cuando te fuiste, mi mundo se vino abajo, sentí que me traicionaste porque me habías dicho que no te ibas a ir y de un día para el otro ya no estabas.
—Lo siento —se disculpó.
—No llamé porque pensé que tu vida estaba bien sin mí, que ya no me necesitabas. Creí que al poner distancia de por medio yo...—iba a decir que solo así lo podía olvidar, pero empezaría a sospechar —, pensé que todo sería mejor si no sabía nada de ti —sus cejas se hundieron.
—Lamento escuchar eso, pero yo también tenía mis motivos para irme...
—Harvard es una gran oportunidad —asintió —. No podías decir que no.
—Sí pude, pero fue lo mejor, ¿no crees? —noté un dejo de tristeza en su voz, aunque no le presté atención.
—Para ti lo fue, para mí no. Después de eso nada mejoró, al menos no para mí. Los dos me dejaron sola...—solté un suspiro.
—Tienes a papá contigo y Denisse es una buena amiga —sonreí porque sí, era cierto.
—Pero la soledad pesa, ¿sabes?
—¿Por eso haces lo que haces? —se refería a las drogas y los problemas alimenticios.
—No quiero hablar de eso contigo —me puse de pie. Dante cogió mi muñeca con fuerza.
—¿Y cuándo vamos a hablar de ese tema? No quieres hablar, cada que toco el tema lo evades y te vas como lo quieres hacer ahora —espetó. Me miraba con ojos furiosos —. ¿Qué es lo que quieres?
—En este momento quiero otras cosas y no es precisamente hablar —tiró de mi mano para acercarme, pero me negué a estar más cerca de lo debido.
—¿Cómo qué quieres hacer? —dejé de mirarlo.
—Si te digo me vas a odiar —frunció el ceño.
—No podría odiarte aunque quisiera —musitó. Su dedo pulgar acariciaba el dorso de mi mano. Aquellas caricias eran un bálsamo para mi podrida alma que anhelaba más que eso, quería mucho más de él, con esto no me era suficiente.
—¿Quieres saberlo? —asintió. Giré para quedar frente a él, me acerqué lo suficiente para hablar cerca de su oreja y con la otra mano tocar su pierna que se deslizaba sobre la tela de su pijama a su miembro que quería apretar con dolor —. Mis pensamientos son indecentes y sucios, Dante —con la punta de mi lengua mojé el lóbulo de su oreja —, no quieres saber lo que pienso —me aparté para dejar un casto beso sobre sus labios, pero su mirada confundida me hizo apartarme de él.
—¿Qué haces? —soltó mi mano con asco y se limpió los labios de aquel beso —. ¿Qué crees que haces? Estás loca.
—Lo siento, lo siento tanto, Dante —mis ojos se llenaron de lágrimas —. No quise, no sé... Dios —la culpa no tardó en llegar a mí como un balde de agua fría. Su ceño se relajó, pero tenía esa mirada cruda y acusatoria que odiaba ver en él.
—Lyn...—su voz se ablandó, pero sus palabras habían sido tan duras.
—No volverá a pasar, lo juro —llevé las manos a mi pecho y di la vuelta para salir de la cocina. Pasé frente al comedor y subí las escaleras para encerrarme en mi habitación. Si antes sentía pena por verlo o hablar con él ahora no sabía como lo iba a mirar a la cara sin querer salir corriendo de donde estuviera. Podía evitar estar en casa hasta que decidiera regresar e irse lejos de mí de nuevo, mi madre decía que era una vaga sin oficio ni beneficio, pues ahora le iba a dar la razón con tal de no verle la cara.
Aquella noche lloré en mi cama como una niña, necesitaba el amor de una madre, palabras sabias y saber que decir, pero no contaba con nadie así, lo más parecido era Denisse, quien era mi mejor amiga y la única que me entendía tanto como yo a ella. En este momento de mi vida me sentía perdida en mi cabeza, sin una salida, no sabía qué hacer. No era una persona estable y siempre recurría a lo más bajo para calmar el dolor que me aqueja cada día.
****
—Esto te va a costar caro —dijo Oliver. Inhale el polvo blanco que había preparado yo misma. Me limpié la nariz y saqué los billetes de mi bolso —. Recuerdo que la última vez dijiste que esa sería la última vez —entorné los ojos y le mostré la lengua —. Que madura eres.
—¿Quieres ver que tan madura puedo ser? —alzó una ceja. Aparté la mochila y me senté sobre la mesa metálica, cogí el cuello de su camisa y lo atraje a mí para besarlo.
—¿Esto es un extra por mis servicios?
—Cierra la boca y cógeme —Subió mi vestido más arriba de mis muslos e hizo a un lado la tanga que llevaba puesta aquel día, se bajó los pantalones dejando ver su polla y me embistió con fuerza, aferrándome a su espalda.
—No debería hacer esto —apartó el tirante de mi vestido para besar mi hombro mientras me follaba duro como solo él sabía hacerlo.
—Se supone que no, pero ¿de cuándo acá haces lo que dictan las reglas? —gemí cuando me embistió más duro —. Nunca te importó —sacudió la cabeza.
—Eres demasiado follable, Lyn, sexy y descarada —me tomó del trasero para follarme un poco más lento —. No me puedo resistir a ti, tu cuerpo, tus besos —devoró mi boca con hambre, necesitado por un poco de lo que le daba cada vez que estaba rota y me sentía vacía. Oliver me vendía drogas y era un buen amante también, no había una relación entre nosotros, solo cogíamos y ya. Él podía estar con quien quisiera y yo con quien se me pegara la gana.
—Cierra la boca, por favor —le pedí en un suplicio. Obedeció a regañadientes e hizo lo que le dije. Se portó dulce cuando en realidad no lo era, lo hizo lento y con paciencia cuando era más salvaje y descarado, tal vez por eso nos entendíamos tan bien por qué aunque no lo quisiera, éramos parecidos por más que lo negara.
Oliver se corrió en su mano antes de que lo hiciera dentro de mí, tenía las piernas abiertas para él, con el pecho agitado y el vestido abierto para él que terminaba de correrse en su mano sin dejar de mirarme a los ojos.
—Qué sexy te ves así —jadeó, echando la cabeza hacia atrás. Soltó un suspiro y apretó los ojos como si estuviera sufriendo —. Con las piernas abiertas para mí, mojada, tu vagina rosada. Podría cogerte todo el día, Lyn —me acomodé la tanga y cerré las piernas sin bajarme de la mesa.
No me preocupaba que alguien pudiera entrar, ya que el edificio estaba abandonado, era parte nueva de la universidad, ya habían terminado con la construcción y en aquel momento estaban metiendo los muebles y todas esas cosas.
—¿Y por qué no lo haces?
—Tengo cosas que hacer —se limpió y subió los pantalones.
Oliver tenía un año más que yo, era el dealer de la universidad y todos le compraban solo a él. Alto, delgado, tatuado hasta del culo, un sinvergüenza nato. No era la única con la que se acostaba, pero sí la que mejor le pagaba por sus servicios.
—Pensé que solo venías a la universidad para vender drogas y acostarte con tus clientes —abroché los botones de mi vestido.
—Y yo creí que solo venías para drogarte y cortarte —atacó señalando mis piernas lastimadas. Me cubrí de inmediato y guardé la bolsita con polvos blancos.
—Cierra la boca —sonrió de lado —. Nadie debe saber esto —alzó una ceja.
—¿Qué no deben saber? ¿Qué te acuestas con el dealer de la universidad o qué te cortas las piernas? —contó el dinero que le había dado.
—Nada —espeté.
—Claro, tienes que mantener una buena imagen, ser la princesa Benavent demanda mucho —se burló.
—Imbécil —pasé a su lado y salí del aula de química, o lo que sería el aula de química. Antes de abandonar el edificio me aseguré que nadie me viera salir, ya que le podían ir con el chisme a la directora y ya tenía una mala imagen con ella por todas las estupideces que venía haciendo desde que entré a estudiar aquí.
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