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Capítulo 28. 🧵

Seis meses después.

Lyn

Había empezado una nueva vida en Italia, dejé atrás el dolor, el rencor que alguna vez llegué a sentir por mi madre. Dejé atrás muchas cosas que al principio me dolieron, pero después, con el paso del tiempo ya no importaban tanto y sí, tal vez extrañaba demasiado a mi padre, pero hablaba con él todos los días, hacíamos videollamadas o por mensaje. Siempre preguntaba si estaba bien, si no me faltaba algo, pero no, en este momento era completamente feliz y no necesitaba nada, a nadie.

Nos vimos hace como tres meses cuando le mintió a Vanessa y le dijo que tenía un asunto que arreglar y vino a verme. Lo pasamos tan bien juntos, salimos a conocer Italia juntos, me llevó a muchos lugares, Pancho lo reconoció y no se quería despegar de él. Se quedó a dormir en mi departamento, pasamos un momento agradable cuando estuvo aquí y evitó hablar de México porque sabía que, aunque yo estuviera bien no quería decir que hubiera olvidado todo lo que pasó, tampoco le pregunté nada porque una de mis metas en esta vida era dejar el pasado atrás y empezar de nuevo.

Asistía a la universidad por las mañanas y en la tarde trabajaba para Donatella, una de las más grandes diseñadoras de todos los tiempos. Me dio el empleo cuando fue a la universidad y vio mis diseños, dijo que podía llegar a ser una de las mejores si me lo proponía y aquello era lo que más quería. Estaba empezando desde cero, aquí no tenía la influencia de mi padre, mi apellido no significaba nada para Donatella, simplemente era Eileen Benavente y ya, y estaba bien con eso.

Cuando salí del trabajo fui directamente al departamento, el que mi padre me compró antes de llegar aquí. Mi transporte para desplazarme por la ciudad era una bicicleta verde que compré con mi primer sueldo, estaba encantada de andar en ella, la mayoría de los jóvenes de mi edad andaban en bicicleta, decían que era el transporte del futuro, no estaba segura de que fuera así, pero me sentía cómoda y me gustaba.

Al llegar al edificio que se componía de tres pisos y unos cuantos departamentos, el portero, Pierre, me abrió la puerta y saludó, primero con una sonrisa y después con su ya tradicional:

Bonsoir —dejé la bicicleta en su lugar, no le puse la cadena porque aquí no era necesario hacerlo y me quité el casco.

Bonsoir Pierre —acomodé la bicicleta y me colgué el casco en el brazo —. ¿Me ha llegado correo?

—No, señorita, este día no. Pero le mandaron esto —regresó detrás del escritorio donde se encontraban los entrepaños de la paquetería y me entregó unas rosas rojas. Cogí la tarjeta y Manolo fue quien las envió, un chico que me había estado pretendiendo desde que llegué a Italia.

Merci Pierre —hizo asentimiento de cabeza y giré sobre mis talones para subir las escaleras.

Pierre era una gran persona, además de cuidar el edificio y hacerse cargo de las reparaciones y problemas que se pudieran suscitar, también sacaba a pasear a las mascotas de los inquilinos, ya que la mayoría de los que vivíamos aquí o trabajábamos o estudiamos o ambas cosas como en mi caso, así que Pierre nos hacía el favor de sacarlos un rato por las mañanas para que se distrajeran.

Subí las escaleras y en el primer piso giré hacia la derecha. Solo había cuatro departamentos por piso, puesto que era una zona exclusiva de la ciudad y la renta era cara para muchos. Me detuve frente a la puerta, pero antes de sacar las llaves Pancho ya estaba frente a esta oliendo para saber quién era. Al darse cuenta de que era yo empezó a hacer esos ruiditos de felicidad. Abrí y cerré para ir con él al sofá donde me esperaba moviendo la cola.

—¡Hola! —me quité la mochila y el casco, las flores las dejé encima de la mesita y le rasqué detrás de las orejas a Pancho —. ¿Me extrañaste? Porque yo sí te extrañe, sabes que mucho —apoyé mi frente contra la suya y solté un suspiro.

Al abrir los ojos Pancho me miraba con esos grandes ojos de color café. Lo quería tanto porque llegó a mi vida en el momento que más lo necesitaba y se había convertido en mi apoyo, era mi amigo y estaba aquí para mí. Él no se iba a ir en muchos años y eso me hacía feliz, saber que estaría a mi lado por mucho tiempo.

—Vamos a preparar algo de comer que muero de hambre —fui a la cocina y me lavé las manos. Frente al fregadero había una ventana donde tenía algunas plantas como albahaca, romero y manzanilla. Del otro lado estaban las escaleras donde salía a pensar o leer.

Pancho se quedó a mi lado esperando que le diera uno de los premios que tanto le gustaban, una galleta que compraba para él o lo que sea que pudiera masticar y comer después. Al final cedí y le di un premio que se fue a comer al sofá, mientras él estaba en la sala yo me puse a preparar la comida, pasta y salmón. No se me complicaba hacer de comer, pero extrañaba la comida de mi país, los tacos, el mole, las tortas... Lo bueno es que había un restaurante de comida mexicana cerca de donde vivía y podía ir ahí las veces que quisiera, los dueños ya me conocían y era una de sus clientas favoritas.

Mientras preparaba la comida hablé con Dens y Daniel por videollamada, con ellos hablaba más seguido que con mi padre por la culpa de Vanessa, ellos aún no sabían donde estaba o si me había muerto, aunque para ellos fue como si hubiera muerto, solo me fui y no pensaba regresar en mucho tiempo. Mis amigos venían seguido a visitarme, se quedaban a dormir aquí e íbamos a lugares que no habíamos visitado para así conocerlos juntos. Nunca iba a olvidar que estuvieron en mis peores momentos y que me cuidaron como si fuéramos hermanos de sangre.

Me puse a ver una novela mexicana que creo, sin temor a equivocarme era una de las favoritas de todos los mexicanos. Pancho estaba a mi lado mientras comía y veía la novela.

—¡Ay Teresa! —grité —. Perra —negué con la cabeza y metí la cuchara a la boca. El salmón había quedado delicioso y que decir de la pasta.

Escuché que tocaron el timbre y le puse pausa a la novela, dejé el plato encima de la mesita sin temor de que Pancho se comiera el contenido porque no estaba acostumbrado a comer nada de eso, desde pequeño le di croquetas y alimento para perros y nada más.

—Voy —no llevaba pantuflas, ya que en el departamento me gustaba andar descalza así que siempre andaba así.

No pregunté quién era porque nadie venía a verme, solo los vecinos que pedían azúcar, café o algún tipo de comida que mi padre me enviaba de México. Pero al abrir la puerta me arrepentí de no haber preguntado quién era porque, frente a mí estaba Dante.

¿Dante?

Es Dante.

¡Dios, es Dante!

Quise cerrar la puerta, pero con la mano detuvo la madera. Mi instinto me decía que tenía que correr, irme lejos, pero mis pies no respondían y solo di un paso atrás llevándome una mano al pecho. Mi respiración se disparó y mi corazón empezó a latir desbocado. Después de seis meses sin saber nada de él estaba aquí, frente a mí.

—Da-Dante.

Una hermosa y dulce sonrisa se dibujó en sus labios.

Dante

Estaba igual de sorprendida al verme, así como lo estaba yo. Por fin, después de meses sin saber nada de ella la tenía frente a mí. La busqué por meses, le pagué a los mejores investigadores y al fin alguien me dijo donde había estado cuando se fue de la casa, pero al buscarla ella ya no estaba, así que tuve que empezar de nuevo, pero no me iba a rendir. Amaba a Lyn, la amaba tanto que estaba dispuesto a buscarla hasta el fin del mundo si era necesario. Sabía que Italia era el lugar al que ella quería ir, pero al ser una ciudad con tantas personas era difícil encontrarla. Era como buscar una aguja en un pajar, además de que usaba su segundo nombre y nadie la conocía con ese nombre, para todos era Lyn. Siempre sería mi Lyn.

Detuve la puerta cuando hizo el amago de cerrarla en mi cara.

La examiné de arriba abajo, observando su pequeño rostro y sus largas piernas. Estaba más delgada, su cabello era más corto, pero tenía ese color negro como el carbón. Su mirada verde brillaba mucho más, había magia en aquellos luceros.

—Da-Dante —murmuró. Dio un paso atrás. Se veía nerviosa y aterrada y no sabía si era una buena señal, si ella me tenía miedo, si no quería verme.

—Por fin te encontré —ahora yo di un paso atrás cuando vi que un perro bajó del sofá y se puso en pose de defensa, pero Lyn le dijo que se sentara y lo hizo, pero estaba gruñendo y temía que me fuera a morder.

—Calma —le hizo una señal con la mano —. Ve al sofá —movió la mano de nuevo y el cachorro le hizo caso —. ¿Qué haces aquí? ¿Quién te dijo que estaba aquí? —sostuvo la puerta con una mano.

—Te he buscado por meses. No te puedes imaginar el infierno que he pasado —quise acercarme, pero ella dio un paso más atrás. Una horrible sensación de soledad se alojó en medio de mi pecho. Entendía que no me quisiera ver, si estaba aquí era para empezar de nuevo, pero el miedo que vi en sus luceros me rompió el corazón.

—No tienes que estar aquí... Vete —pidió.

—No me voy a ir, tenemos que hablar de muchas cosas —negó con la cabeza soltando un suspiro que lo sentí un poco cargado de frustración y pena —. Lyn —di un paso dentro de su departamento —. Te amo, te amo como el primer día y eso no va a cambiar ni porque te vayas hasta el fin del mundo, porque aun así te voy a buscar hasta encontrarte.

—Solo quería empezar de nuevo, dejarte atrás —se cubrió el rostro con ambas manos y soltó un sollozo que me lastimaba el alma. Lo que menos quería era lastimarla, que se sintiera mal con mi presencia —. ¿Por qué me buscaste? ¿Por qué no dejaste las cosas como estaban?

—Te amo —entré al departamento y cogí sus manos dejándome ver su hermoso rostro —. ¿No es suficiente? No he dejado de amarte. Han pasado seis meses, pero yo te amo más que antes, no me cabe tanto amor en el pecho —por un momento su facciones se relajaron, pero de nuevo tomó esa postura de defensa.

—No es suficiente y lo sabes. Hay muchas cosas que nos separan...—se quedó callada de golpe.

—¿Acaso no lo sabes? —alzó una ceja.

—¿A qué te refieres con eso, Dante? Dime —al no decir nada insistió —. ¡Dime!

—Han pasado muchas cosas desde que te fuiste —frunció el ceño —. ¿No has hablado con mi padre? —dijo que no con la cabeza.

—¿Qué ha pasado?

—¿Puedo? —me refería a entrar por completo a su departamento.

Se hizo a un lado y cerré la puerta detrás de mi espalda.

—¿Has hablado con mi padre sí o no? —se mordió el labio y asintió con la cabeza —. ¿Él supo todo este tiempo que estabas aquí?

—Él me compró el departamento y me ha estado ayudando todo este tiempo —se sobó el brazo izquierdo con la mano derecha —. Hace poco vino a verme y hablamos a diario.

Tampoco es que me sorprendiera que mi padre lo hiciera a escondidas hace meses, cuando todo empezó, lo que no entendía es porque no le dijo a Lyn lo que en realidad estaba pasando. Tal vez solo la quería proteger de la verdad.

—Dime que está pasando, exijo saberlo —tomé una bocanada de aire.

—A ver...—estaba buscando las palabras correctas para decirle todo, pero sin que fuera un golpe duro para ella —. Lyn, solo quiero saber una cosa. ¿Me amas como el primer día? —con dos pasos que di la acorralé entre la pared y mi cuerpo.

—Te amo, Dante, pero no podemos estar juntos. Te amo y me gustaría tener una vida tu lado, pero nunca vamos a poder. El lazo de sangre que nos une es mucho más grande y poderoso que todo lo demás. Además —hizo una pausa para tomar aire —, nuestros padres nunca van a permitir que estemos juntos —cogí sus manos entre las mías.

—Lyn, es que no hay tal lazo. No somos medios hermanos.

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