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Capítulo 25. 🧵

Dante

Me sentía perdido, aterrado. Había en mí un gran vacío que se formaba en medio de mi pecho y se hacía más y más grande con el paso de las horas. No podía soportar la ausencia de Lyn, no saber nada de ella, no saber si estaba bien o mal, donde estaba mi estrella.

—Tú sabes donde está —señalé a mi padre. Se encontraba sentado detrás del escritorio, me imaginaba que estaba trabajando porque no había podido salir de la casa, ya que estaba cayendo una tormenta que juraba terminar con la vida en este lugar.

Primero empezó a granizar y el viento soplaba moviendo las palmeras de un lado al otro como si solo fueran de papel. Derribó una de ellas así que cerraron la playa a todos los turistas, el mar empezó a agitarse y la lluvia no tardó en caer sobre nosotros.

—No sé de qué hablas —señaló la silla frente a él. Tenía esa paciencia y despreocupación que a mí, en lo particular sí me preocupaba. No era normal que estuviera así cuando su hija se había ido de casa. Lo que quería decir que él ayudó a Lyn a escapar y sabía donde estaba, si no no entendía esta actitud suya.

—Hablo de Lyn —jalé la silla y me senté en esta sin ganas, pero la mirada de mi padre me decía que si no lo hacía no iba a hablar conmigo —. Tú sabes donde está y no nos quieres decir.

Dejó el ordenador a un lado y subió los codos al escritorio.

—No sé donde está y aunque lo supiera tampoco te iba a decir.

Sentí una pizca de esperanza, pero esta se desvaneció.

—¿Por qué no lo harías? —me crucé de brazos.

—Porque Lyn es mi hija y la quiero. He hablado con ella y está bien, es lo único que necesitas saber —también se cruzó de brazos, como lo hice yo.

—Entonces sí sabes donde está.

—Nunca dije eso, Dante. Está bien y es lo que importa, ¿no es así? —alzó una ceja.

—¿Por qué se fue? ¿Por qué no quiere regresar? —pregunté desesperado. Al borde del colapso.

—No sé. Solo ella sabe por qué tomó esa decisión —llevé mis manos a la cabeza y bufé frustrado.

—Lyn tiene que regresar, ella...

—Ella está bien donde está, hijo y deberías dejarla en paz. Vivir en esta casa era como un infierno para ella. Debemos pensar en su bien y nada más —asentí. Mi padre tenía razón y sí, lo mejor era pensar en ella, en que estuviera bien.

—Lo sé, sé que es lo mejor para ella, pero... La extraño —admití.

—Yo también la extraño, hijo, pero no la podemos obligar a estar aquí. Entiéndelo —apreté los labios y retuve el llanto para que mi padre no me viera llorar. Para que no sospechara lo que había pasado entre Lyn y yo. Nadie podía saberlo.

—Si hablas con ella solo dile que la extraño y espero que se encuentre bien. ¿Lo harás? —asintió sin pensarlo.

—Se lo voy a decir —sonrió.

Me puse de pie y salí de su despacho cerrando la puerta detrás de mi espalda. Me pasé los dedos bajo los ojos y solté un suspiro apoyando las manos y la espalda en la puerta de madera. No podía respirar, sentía que en cualquier momento me iba a desmayar, empezaba a ver borroso y las piernas me fallaban.

—Dante —frente a mí apareció Vanessa. Se cruzó de brazos y me hizo una seña.

—¿Qué quieres? —pregunté molesto. Apretando la mandíbula.

—¿Podemos hablar?

—¿De qué podríamos hablar tú y yo? —alcé una ceja.

—De Lyn. De ella quiero hablar —giró sobre sus talones y la seguí como un idiota, como si no supiera que lo único que Vanessa quería era tenerme lejos de su hija a quien odiaba peor que un enemigo.

—¿Sabes dónde está ella? —la vi entrar en una pequeña sala donde solía leer sin interrupciones —. Dime —entró y se hizo a un lado para que pudiera entrar.

—No sé donde está, pero apuesto que tu padre sí lo sabe. ¿Ya le preguntaste?

—Sí, pero dice que no sabe dónde está, pero ha hablado con ella —frunció el ceño.

—¿Eso te dijo? —por la manera en la que me preguntó supe que no se lo había dicho, pero tampoco es como que le importara mucho. Lyn le daba igual, lo que pasara con ella o no.

—¿Qué es lo que quieres?

—Voy a ir al grano porque no me gusta darle la vuelta a las cosas —se sentó en el sofá pequeño mientras que yo me quedé de pie frente a ella —. Sé lo que pasó entre Lyn y tú —tampoco me sorprendió que lo supiera —. Y te voy a pedir que te alejes de ella si no quieres que yo misma me encargue de encerrarla en un psiquiátrico y que no vuelva a salir nunca.

Mi expresión fue de horror al escucharle decir esto.

—¿Serías capaz de hacerle eso a tu propia hija? —me crucé de brazos.

—Tú no sabes de lo que soy capaz de hacer con tal de conseguir lo que quiero —dijo segura.

—No, creo que nunca voy a terminar de conocerte y lo que me pides... ¡Es una locura! No haré nada de lo que me pides, ni siquiera sabes donde está ella.

—Pero lo puedo averiguar, si es lo que te preocupa. Cásate con Jenna, regresen a Cambridge y me voy a olvidar del psiquiátrico. Quédate, sigue a su lado y quien va a pagar las consecuencias será ella —negué con la cabeza.

—No, no... No puedes —tenía esa sonrisa siniestra dibujada en los labios y supe en ese momento que no mentía, que sería capaz de hacer lo que sea. Lo que sea —. No lo harías.

—¿Quieres ver como sí puedo hacerlo? No me desafíes, Dante, no me lleves la contraría porque solo Lyn va a pagar. ¿Te imaginas a una persona como Lyn en un lugar como ese? Sedada, drogada para que no atente en contra de su vida, para que no le haga daño a los demás —se miraba las uñas sin una pizca de pena en la voz.

—¡Lyn no está loca! —le grité —. Nadie te va a creer.

—Y no necesito que me crean. ¿Ha escuchado ese dicho que dice "Con dinero baila el perro"? —alzó una ceja.

—Maldita —apreté las manos en puños y maldije por lo bajo. La odiaba tanto, tanto que podría...

—Di lo que quieras —sacudió la mano en el aire, lo que me hizo enojar mucho más —. Si para esta semana no le propones matrimonio a Jenna y empiezan los preparativos de la boda te juro, Dante, te juro por Dylan que no me voy a tocar el corazón para encerrarla y que no la veas de nuevo. Jamás en tu miserable vida —espetó. Se puso de pie y salió de la sala.

Odiaba esto. Odiaba todo. Odiaba a Vanessa y me odiaba por sentir esto que se suponía no debía sentir, pero solo esto había y no podía ir en contra de Lyn. No podía condenar su vida a un lugar como ese, no podía castigarla de esa manera tan cruel.

Lyn

Aquel día estaba lloviendo a cántaros, tal parecía que el cielo se iba a caer en cualquier momento, que el mar nos iba a tragar. Miraba por la ventana mientras leía un poco, o estudiaba que era lo mismo. Últimamente, me estaba yendo bien en todos los aspectos de mi vida, no me había drogado, no había vomitado tampoco y para mí ese era un gran avance. Tal parecía que todo el mal estaba en esa casa porque desde que empecé a vivir aquí todo iba bien. También empecé a ir con el psicólogo.

Cerré el libro en el momento que escuché un quejido lastimero, después de eso un chillido, como el de un perrito. Me puse de pie y con dos dedos cogí la cortina para mirar afuera pero no se alcanzaba a ver nada ya que estaba oscuro. Encendí la luz de afuera y entonces lo vi; un pequeño cachorro atajándose de la lluvia en una esquina, temblando de frío, mojado de las patas a la cola.

—Dios —me llevé una mano al pecho. Me mordí el labio con los dientes y sin pensarlo ni una vez abrí la puerta asegurándome que esta no se iba a cerrar y me quedara afuera. Corrí hacia el pequeño ser que al verme caminar hacia él lo primero que hizo fue hacerse pequeño y temblar por el miedo de que pudiera hacerle algo —. Ven aquí —le dije.

Estaba empapada, el viento me arrastraba por el suelo y la lluvia se sentía como filosas dagas que me cortaban la piel.

—¡No te voy a hacer daño! —le grité porque los relámpagos, acompañados de los truenos no ayudaban en nada —. Ven —estiré mi mano hacia su cabecita, retrocedió —. Vamos a comer, te voy a secar, vamos —pasé mi mano por su cabeza y aquello le dio la confianza para que cediera y se dejara cargar.

Entramos a la casa, cerré la puerta y fuimos al baño donde llené la tina con agua calentita para que entrara en calor, después de eso lo sequé con la secadora de cabello y lo puse entre cobijas y cobertores para que estuviera tibio. Tenía un poco de pollo y le di, ya que moría de hambre. Me duché y cambié de ropa después. El cachorrito se quedó dormido a los pocos minutos de comer, envuelto en las cobijas y suspirando cada tanto.

Tuve que llamar a Daniel, puesto que su padre era veterinario y él sabía un poco de estas cosas.

Lyn. ¡Hola! —expresó feliz —. ¿Cómo estás? ¿Qué tal la tormenta?

—Dani, te llamo porque pasó algo —me mordía el dedo pulgar.

¿Qué pasa, Lyn?

—No es nada malo —miré al cachorrito que seguía suspirando —. Mira, encontré un cachorrito en la tormenta, tenía frío y le di una ducha, tal vez está mal, pero lo sequé con la secadora de pelo y le di pollo, no tenía nada así que no creo que le hará daño. ¿O sí?

Mientras no tenga cebolla, ajo y condimentos está bien —suspiré.

—¿Crees que tu padre lo pueda atender? Es tan chiquito y bonito, no quiero que se enferme.

¡Claro que sí, Lyn! Tráelo mañana a la veterinaria y lo atenderá. Solo asegúrate que no tenga temperatura y estará bien —asentí como si lo tuviera enfrente.

—De acuerdo, muchas gracias por todo, Dani. Te quiero mucho.

Y yo a ti, Lyn —colgué y dejé el celular a un lado. Me acerqué al pequeño cachorrito y pasé mi mano por su cabecita que estaba tibia y seca.

—No me quiero imaginar lo que tuviste que pasar todo este tiempo.

Mirándolo bien me fijé en su pequeña nariz, era negra, pero tenía un rasguño como si se hubiera peleado y era seguro que así fue.

—Ya no vas a sufrir más, yo te voy a cuidar y ya no estaremos solos —suspiró sonoramente y mi corazón se apachurró. Casi me pongo a llorar porque me sentía tan mal por él y ahora solo quería protegerlo de todo mal —. Te voy a llamar Pancho —me reí de mis estupideces —. Ahora eres Pancho.

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