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Capítulo 22. 🧵

Dante

El remordimiento no era algo que pudiera sentir aunque la culpa sí la sentía, pero por no sentir remordimiento de lo que estaba haciendo con Lyn, estando con Jenna todavía. Y aunque debía sentirme mal por mi comportamiento con ella, simplemente no podía sentir nada más que no fuera un amor infinito por Lyn, algo que simplemente me rebasaba y podía más que yo.

Jenna dormía a mi lado, me abrazaba con un brazo mientras que el otro lo mantenía a un lado, mi mano descansaba sobre la suya y la miraba dormir plácidamente en mis brazos. Me aparté cuando me aseguré de que estuviera dormida y salí de la cama sin hacer tanto ruido, ni siquiera me puse las pantuflas, solo abandoné la habitación sin mirar atrás y di unos cuantos pasos hasta que estuve frente a la puerta de la recámara de Lyn. Jalé la puerta sin hacer ruido y me adentré al espacio que se había convertido en nuestro santuario, el refugio perfecto para los dos desde que decidimos que nada de lo que pasara afuera nos iba a afectar.

—Hola —saludó con una copa en la mano.

Llevaba puesto un bonito camisón de color rojo que apenas me dejaba pensar con claridad. Sus pezones se notaban desde donde me encontraba de pie, sus piernas largas, sus caderas anchas.

—Hola —respondí mojando mis labios con la lengua. Me tenía cegado por completo. Estaba estúpida e irremediablemente enamorado de ella y no creí que hubiera alguna solución a mi problema porque enamorarse no es como ir a la peluquería para que te hagan un nuevo corte y ya. No, el amor es mucho más complicado que eso.

Me quedé de pie al lado de la puerta examinando su cuerpo de arriba abajo sin pudor alguno. Apartó la bata dejando ver un poco de piel de sus senos.

—Ven aquí —señaló el espacio vacío al lado de su cama.

Sin esperar ni un segundo más terminé con la distancia que nos separaba y me senté a su lado. Me entregó la copa que sostenía con los dedos y sonrió al ver que le daba un trago. Necesitaba tomar valor para hacer esto aunque cuando se trataba de Lyn no tenía que pensar las cosas.

Me quitó la copa y la arrojó al suelo para después acomodarse en mi regazo con las piernas a cada lado de mis caderas. Empezó a quitarme la camisa del pijama.

—Sabes que esto está mal, ¿no? —asintió formando un puchero con los labios.

—Lo sé —empezó a tocar mis hombros con las yemas de los dedos.

—¿Y aun así quieres seguir con esto? —acarició mis hombros y brazos, después mis manos que llevó a sus senos y los toqué sin una pizca de descaro.

—Por ti haría lo que fuera. Te amo con locura —mis manos bajaron a su trasero para enterrar mis dedos en la suave tela que cubría su cuerpo —. No importa lo que sea, estoy dispuesta a todo porque estés a mi lado.

Se empezó a restregar suavemente sobre mi polla que estaba dura y caliente por ella. Podía sentir el calor que emanaba su sexo y la tibieza traspasar la delgada tela de mi pijama.

—Lyn, te amo —una hermosa sonrisa se dibujó en sus labios.

—Yo también te amo, Dante —continuó restregándose sobre mi pene. Mis manos se apretaban en su trasero y sus caderas para intensificar los movimientos de su pelvis —. Quiero que me folles, Dante solo como tú lo sabes hacer —se apartó para que me quitara el pantalón y no me sorprendió cuando se puso de rodillas y empezó a chuparme como si mañana se fuera a terminar el mundo.

Me dejé caer en el colchón y solté un largo suspiro cuando me empezó a masturbar con una mano mientras se metía mi polla a la boca. Aferré el cobertor en mis manos con tanta fuerza que podía romper la tela en ese momento. Lyn me chupaba y succionaba como nadie lo había hecho jamás, me tocaba las bolas y las acariciaba con cuidado.

—Dios —gemí llevando un brazo a mi frente, apretando los dientes y respirando con dificultad —. Me vas a matar —jadeé.

—La idea no es que mueras de placer —se rio. Sentía el orgasmo rasguñar las paredes de mi vientre, pero conociendo a Lyn sabía que no me lo iba a poner tan fácil y me haría sufrir.

Se apartó y escaló hacia arriba quedando su sexo a escasos centímetros de mi polla que estaba dura. Las bolas me dolían por el semen retenido dentro de ellas.

—Ya empezaste, ahora lo terminas —señalé, pero a ella le pareció más divertido empezar a quitarse la ropa lentamente, tan lento que parecía una tortura que me estaba matando por dentro.

Lyn no era delgada, pero eso nunca me importó, era hermosa para mí y así la amaba con locura. Tenía unos senos del tamaño correcto, mis manos los abarcaban perfectamente, una cintura marcada acompañada de unas caderas anchas. Piernas largas y torneadas, un hermoso rostro que podía besar toda la vida.

—¿Por qué me miras así? —mis manos se asieron a sus caderas.

—Eres hermosa, ¿lo sabes?

—Es la primera vez en el día que me lo dices —sus mejillas se pusieron rojas como el tomate.

—Y no será la última —me senté para quedar un poquito más cerca de ella —. Eres hermosa, Lyn, la mujer más hermosa que puede existir en esta vida —llené su cara de besos que provocaron que se riera despacito para que nadie nos escuchara.

—Gracias —besé sus labios y una dulce sonrisa se dibujó en estos.

Rodeé su espalda con mis brazos que la cubrieron por completo y la apreté a mi cuerpo desnudo. Sus tetas se apretaron a mi torso, su sexo rozaba peligrosamente con mi polla y esta estaba a nada de penetrarla con violencia si solo seguía provocándome así como lo hacía.

—Lyn —tragué grueso.

—¿Sí? —indagó.

—No me tortures así —una sonrisa altiva se dibujó en su boca.

—No aguantas nada, cariño —se levantó unos centímetros y agarró mi pene con los dedos, lo acercó a su entrada y lo metió de una estocada que me dolió en el alma.

Cada que estaba dentro de ella me sentía en el maldito paraíso, era como si estuviera muerto, pero podía sentir todo de golpe, me sentía tan en paz estando a su lado, tan vivo y tan pleno. No me faltaba nada y tampoco pedía mucho, solo una eternidad a su lado.

Se movía lentamente sobre mi polla, sus caderas oscilaban en círculos, sus manos se aferraban a mis hombros mientras que mis dedos se hundían en sus caderas para seguir con sus movimientos. Tomé su boca con ímpetu y metí mi lengua sin descaro. Comía sus labios con desespero y dolor, sabiendo que el día de mañana no íbamos a poder estar juntos porque todo nos separaba, desde nuestros padres hasta el maldito lazo de sangre que nos unía. Odiaba esta situación que me tenía entre la espalda y la pared, pero no es que pudiera hacer mucho cuando Lyn no quería hablar, no quería que les dijéramos a todos lo que estaba pasando entre nosotros porque si por mí fuera se los hubiera dicho desde el primer momento que supe que me amaba al igual que yo.

Pasé tanto años negando lo que sentía, maldiciendo este sentimiento y culpándome por algo que se suponía no debía sentir que la sola idea de pensar en regresar y enfrentarme a esto me aterraba en demasía. Pero verla de nuevo reafirmó el gran amor que no pudo morir con el paso de los años y que, por el contrario, se hizo más fuerte.

La lentitud con la que se movía me hacía sentir demasiado excitado para ser verdad, porque todo se sentía como un sueño del que no quería despertar. Solo me quería quedar así a su lado y olvidarnos de todo y de todos.

En algún punto ya no pude más y exploté dentro de ella derramando mi semen en su interior. Caliente y viscoso que mojó todo su ser. Lyn se retorcía en mis brazos, aferrándose a mi cuerpo, abrazándome con fuerza, mordiendo mi hombro y gimiendo mi nombre en un jadeo de placer que me recorrió la columna.

Nos detuvimos casi al mismo tiempo, pero nos quedamos abrazados por interminables segundos que me parecieron una eternidad.

****

—Dante —murmuró.

Tenía a Lyn abrazada a mi cuerpo, una de sus piernas arriba de las mías y sus manos sobre mi estómago. Su cabello negro cubría las almohadas y a lo lejos se podía escuchar el sonido de las olas chocando contra las rocas.

—Dime —dije en el mismo tono que ella usó.

—Quiero quedarme toda la vida así —se acurrucó en mi regazo —. Que nadie nos moleste, abrazados y despertar juntos.

Las sábanas apenas cubrían su trasero, podía apreciar sus piernas y su bonita espalda desnuda. Nunca tenía suficiente de ella, cada día necesitaba más de sus besos y su cuerpo. Solo quería hacerle el amor y verla dormir.

—Dime que un día será así. Que un día estaremos lejos de aquí, en Italia y que nos vamos a casar, que seremos felices.

—Lo prometo —cogí su mano y la subí a la altura de mis labios para dejar algunos besos en sus nudillos —. Pronto estaremos lejos de aquí y vamos a vivir nuestro romance como siempre debió ser —sonrió y cerró los ojos.

Solo tenía que hablar con Jenna y sabía que ella lo iba a entender por qué aunque pareciera lo contrario Jenna era una buena mujer, pero no quería que las intrigas de Vanessa le llenaran la cabeza de mierda y esas cosas. Esa mujer podía ser peligrosa si se lo proponía y un dolor de cabeza del que difícilmente te ibas a deshacer.

—No me gusta esta situación —mantenía los ojos cerrados —. Sé que nunca me ha importado lo que los demás digan, pero me siento como una zorra.

—Oye —me incorporé de inmediato —. No vuelvas a repetirlo —su bonita mirada se oscureció por el llanto que mojó sus mejillas.

—Pero...

—No eres nada de eso y nunca lo vuelvas a repetir —tenía el ceño ligeramente fruncido —. ¿Entendido? —asintió.

Con los pulgares limpié el rastro de lágrimas que mojaba sus mejillas.

—Te amo y solo eso importa —se lamió los labios con los dientes y la lengua y me fue inevitable no besarla con desespero, afianzando mi agarre en su nuca —. Te amo tanto —juré para mis adentros —, y nunca te voy a dejar de amar.

Apoyé mi frente contra la suya y juntos suspiramos como si estuviéramos sincronizados, como si supiéramos exactamente lo que iba a hacer el otro.

Aquella noche me prometí que no iba a dejar pasar más tiempo y que tenía que hablar con Jenna lo antes posible. No debía dejar pasar más tiempo y terminar con esto de una vez por todas antes de que todo fuera un caos, más de lo que ya lo era.

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