Capítulo 21. 🧵
Lyn
Se acercó un poquito más, lo que provocó una sacudida en mi corazón y que las manos me empezaran a sudar. Su respiración errática me acariciaba los labios y por inercia no podía dejar de mirar los suyos, los relamió con la lengua, su mirada estática en la mía.
—No digas algo de lo que después te puedes arrepentir.
—Nunca —musité —, nunca podría arrepentirme de esto —subí las manos a la altura de su pecho y le di un ligero empujón que no lo movió ni un ápice. Seguía en su lugar sin pretender quitarse, moverse de donde estaba anclado.
—Mentirosa —espetó. Apretó la mandíbula a tal grado que los huesos de esta se marcaron en su piel y hasta yo sentí horror al verlo tan molesto —. Mírame a los ojos y dime que no me amas, que no estás dispuesta a luchar contra todos por lo que sientes por mí.
Agarró mi muñeca, la atrapó con sus dedos rodeándola y puso mi mano abierta sobre su pecho a la altura de su corazón. No podía dejar de mirar sus luceros claros, tenían ese deje de desesperación y dolor que me calaba los huesos y me hacía sentir peor de lo que ya me sentía de por sí. Laceraba mi piel y mis huesos, se incrustaba en mi carne como mil dagas, filosas dagas que podían cortar todo lo que tenían a su paso.
—No te amo. Te juro que no te amo —desvíe la mirada hacia la derecha. No podía sostenerle la mirada ni un segundo porque estaba mintiendo. Le amaba más que a mi vida y le quería a mi lado para siempre.
—No te creo —una risita nerviosa abandonó sus labios y se separó solo unos milímetros para dejarme respirar tranquila —. Eres una mala mentirosa después de todo —dio un paso, giró sobre sus talones y se llevó las manos al cabello soltando un grito de frustración que me quemó la piel —. ¡Mientes! ¿Por qué mientes?
Me encaró dándose la vuelta de nuevo. Bajó las manos de su cabeza y las dejó caer a sus costados.
—¿¡Por qué mientes!? —gritó bajito para que nadie nos pudiera escuchar si es que alguien andaba por ahí en el pasillo; Jenna por ejemplo.
—No miento —mantenía mi postura de indiferencia ante él aunque por dentro era un manojo de nervios y miedo que me hacían temblar de los pies a la cabeza —. No te amo. Todo fue solo... Sexo, nada más. Se sintió bien, Dante, pero tú y yo sabemos que esto no da para más. Te vas a casar y te vas a ir de aquí.
—¡Pero yo no quiero irme! Yo te amo a ti —sostuvo mis mejillas con sus manos, apoyó su frente contra la mía y soltó un bufido que me hizo estremecer —. Yo te amo a ti y me quiero casar contigo.
Mis ojos se llenaron de lágrimas, pero retuve cada una en las esquinas de estos para no soltarme a llorar frente a él, lo haría en el momento que se fuera y me dejara sola.
—Pero yo no. Nunca te tomé en serio y todo lo que dije fueron mentiras —el pecho se me apretó en el instante que soltó un par de lágrimas y estas rodaron por sus mejillas —. No me creas si eso es más fácil para ti, pero lo que digo es cierto.
—¡Mientes! —se apartó con violencia y con las manos arrojó todo lo que había encima de mi escritorio, provocando que algunas cosas se rompieran y otras más salieron volando por el suelo —. Mientes, mientes.
—¡No tengo por qué mentir! —ataqué —. ¿Por qué lo haría?
—Porque me quieres lastimar, porque me quieres hacer sentir mal por lo que según tú te hice —me reí con burla —. Te pido perdón si eso arregla las cosas —se veía desesperado.
—No es eso, Dante. Solo estoy cansada de fingir sentir algo que no siento —suspiré —. Ahora que sabes la verdad espero que me dejes en paz y tus planes para casarte sigan en pie.
Se acercó a la cama y se dejó caer en el colchón. Su llanto acompañado de la pena que emanaba me hacían sentir como la peor persona de todo el mundo, pero si quería irme y arreglar las cosas que descompuse lo mejor era hacerle creer a Dante que nunca lo amé y que solo lo utilicé para mi bien.
—No me puedes decir esto. Que todo fue una mentira para ti y que... Que no me amas —cada palabra dicha me estaba rompiendo el corazón en miles de pedacitos.
—Es cierto —mi voz tembló por un segundo —. No te amo, solo fuera sexo y ya. La pasé bien, pero debes olvidar lo que pasó y seguir con tus planes. Vete, olvídate de todos aquí y continua con tu vida como antes.
—No puedo —negó con la cabeza repetidas veces —. Yo te amo, yo sí te amo, Lyn —sin esperarlo se puso de pie y estampó mi cuerpo contra la pared al mismo tiempo que me comía la boca a besos. Eran desesperados, ansiosos, casi furiosos, pero lo dejé besarme porque quería sentir de nuevo su calidez, su lengua invadiendo mi boca sin pedir permiso alguno y es que tampoco lo necesitaba porque yo era suya completamente y en la vida volvería a sentir esto que sentía con él.
—Solo olvídame, Dante, olvida todo lo que vivimos.
—Es como si me pidieras que me arrancara un pedazo del corazón —agarró su camisa con fuerza y la apretó entre sus dedos —. No puedo —levantó la mirada a mis ojos que evitaban mirar el dolor del que era presa, en su lugar me mordía el labio y apretaba los puños para no ponerme a llorar también.
Solo quiero que esto termine.
Le rogué al cielo que todo terminara de una vez por todas, que todo esto solo fuera una pesadilla y que en cualquier momento fuera a despertar.
—Yo te amo —acorraló mi cuerpo contra el suyo y la pared. Me tomó de las caderas y me levantó del suelo, mis piernas rodearon su cuerpo por inercia y con ese ímpetu me apretó contra la pared provocando un jadeo de mi parte —. Sé que mientes, sé que dices esto porque estás dolida —negué con la cabeza —. Nadie te conoce mejor que yo, Lyn.
—Idiota —mascullé. Tenía las mejillas húmedas por las lágrimas pero esa sonrisa ladina marcada en sus labios —. Estúpido, engreído...
—Tienes una boquita muy sucia —apretó sus labios contra los míos —. Demasiado sucia, Lyn, tal vez debas lavarla con jabón —dijo en un tono duro y con la voz baja.
—Déjame —empujé su cuerpo con mis manos, pero no se movió ni un centímetro —. Suéltame o voy a gritar —amenacé, pero a él poco le importó lo que tuviera que decir.
—Grita todo lo que quieras no me importa lo que pase después. Mejor para mí si lo haces, así todos sabrán lo que está pasando entre nosotros —se restregó contra mi sexo de una manera descarada y caliente que humedeció mi sexo sin pudor. Gemí enterrando mis uñas en sus hombros y cerré los ojos con fuerza.
Dios, necesito más fuerza de voluntad.
La punta de su nariz acarició mi mejilla, descendió al inicio de mi cuello y se detuvo en el valle de mis senos, con la lengua mojó mi piel que para este momento estaba sensible por su toque inesperado. Se apretó más a mi cuerpo y tomó mis nalgas con tanta fuerza que maldije por lo bajo, pero también lo estaba disfrutando en demasía.
—Pídeme que me aleje y lo haré —no podía negar nada ni afirmarlo porque estaba cegada por la pasión y la lujuria que consumía mi cuerpo por completo —. Dilo.
—No puedo —enterré mucho más mis dedos en sus hombros —. Dios.
—No soy Dios, Lyn, soy yo —abrí los ojos y me centré en su mirada azul. Se restregaba con descaro lo que no ayudaba al poco autocontrol que poseía cuando se trataba de él.
Era una chica fácil que a la primera caía como lo hacen las abejas con el polen. Pero cuando se trataba de Dante no podía decir no, no podía pensar con claridad, me cegaba ante el gran amor que sentía por él y me consumía cada día que pasaba a su lado.
—Dante por favor —le pedí. Nuestras miradas estaban fijas la una en la otra —. No me hagas esto —supliqué. Mis ojos se llenaron de lágrimas —. Por favor —calló cada una de mis súplicas con un dulce y encantador beso que me estremeció por completo.
—No somos tóxicos, estamos hechos el uno para el otro, Lyn, nunca digas lo contrario.
Me agarró con fuerza y me llevó hacia la cama, me dejó caer con cuidado y se acomodó encima de mi cuerpo. Abrió mis piernas con sus rodillas, las cuales enterró en el colchón.
—No hagas esto, sabes que no habrá retorno.
—No me importa —sus manos ascendieron por mis piernas y muslos, se detuvieron en la costura de mi short y tiró con fuerza para deshacerse de esa prenda que cubría mi cuerpo de su mirada lasciva.
—¿No te importa que tu novia esté a unos metros? —negó con la cabeza —. ¿Ni un poquito?
—Para nada —con una mano se bajó el pantalón, agarró su pene y lo acercó a mi entrada —. Solo me importas tú, Lyn, nadie más que tú.
—Dante —apoyé mis manos en sus brazos y gemí en el momento que se enterró con fuerza en mi interior.
—Me gusta tu coño húmedo, Lyn, apretado y caliente —eché la cabeza hacia atrás y abrí la boca en busca de aire para mis pulmones que estaban a nada de colapsar —. Eres tan pequeña.
—Dios —apreté los labios en el momento que se dejó caer con más fuerza.
Estaba caliente y húmeda por él, solo por él que me hacía sentir de esta manera tan deseada y amada a la vez.
—No te vas a deshacer de mí, Lyn no tan fácil.
—No quiero hacerlo, solo...—no pude terminar de hablar. Sus estocadas eran fuertes y certeras.
—¿Qué? —apoyó el codo en el colchón, giró la muñeca y acarició mi mejilla con sus nudillos —. Yo te amo, ¿es tan difícil de entender?
—Yo también te amo, pero todo nos separa —se acomodó encima de mi cuerpo —. ¿No te das cuenta?
—Podemos enfrentarnos a todo, Lyn, si tú quieres y yo quiero podemos hacerlo. Solo hay que tener valor y determinación. No será fácil, pero sé que me amas.
—Te amo, sí —asentí con la cabeza, lo que provocó que sonriera, solo como él solía hacerlo —. Te amo mucho.
—Tanto como te amo yo.
No dije nada y es que tampoco podía pensar con claridad cuando Dante me estaba follando como si no hubiera un mañana y lo disfruté tanto que me sentía en el cielo. Después de eso vino la culpa y seguido de eso lo olvidé todo cuando de nuevo me hizo el amor desesperado.
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