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Capítulo 20. 🧵

Lyn

No sé qué esperaba al llegar a la casa, si quería que Dante me recibiera con los brazos abiertos o que llorara al verme entrar. Pero la realidad fue diferente a la expectativa que me hice en la cabeza. A Dante ni siquiera le importó el que yo hubiera regresado, él estaba feliz de la vida con Jenna, quien sonreía sincera al estar a su lado y él... Él era una máscara de indiferencia y seriedad.

—Lyn —Dante dio un paso atrás, separándose de Jenna a quien no le extrañó lo que su prometido hizo —. Has regresado.

Sentía que me sacaban el corazón con una mano y lo estrujaban con tanta fuerza que lo sentía sangrar. El dolor en mi pecho se hizo presente cuando Jenna cogió su mano y la apretó con la suya que se veía tan delicada.

—Voy a ver a papá —ignoré el hecho de que Dante se quiso acercar y decir algo, pero no dejé que hablara. Suficiente tenía con aquella escena.

No sé qué estabas pensando, Lyn. Dante está comprometido, nunca te tomó en serio.

Aparté una lágrima traicionera con el dorso de mi mano y me quedé detrás del muro que separaba la cocina de la sala, solté un suspiro y mis ojos se llenaron de agua salada de nuevo.

—¿Vamos a la playa? —preguntó Jenna a Dante.

—Vamos —le respondió él, serio.

—Que bueno que tu hermana regresó a la casa, ¿no?

—Sí, me alegra que haya regresado —una sonrisa tembló en mis labios, pero solté el dolor que me estaba matando por dentro. Me aparté del muro y caminé hacia el despacho de mi padre esperando que estuviera dentro.

Me detuve frente a la puerta, pero antes de tocar esperé unos segundos para calmar la pena que me aquejaba en ese momento. Solté un largo y doloroso suspiro y levanté la mano para tocar la madera con los nudillos.

—Adelante —cogí el picaporte y empujé la puerta asomando la cabeza. Al verme se quedó estupefacto, sin mover un solo músculo. Por inercia se puso de pie y entré. Nos acercamos para quedar frente a frente, él al igual que yo no dudamos en abrazarnos —. Estás aquí, mi niña.

Su voz se rompió. Empecé a llorar de nuevo. Él lloraba y me apretaba con cuidado.

—Estás aquí y estás bien —asentí abrazándolo también, cerrando los ojos para sentir el amor de mi padre, su cariño y comprensión —. No lo vuelvas a hacer, por favor. No te vayas así. Me tenías con el alma en un hilo.

—Estoy bien —musité. Apoyé mi mejilla en su pecho —. No me pasó nada.

—Pero yo pensé que sí y no sabes como estaba preocupado por no saber nada —dejó un beso en mi frente con cariño.

Nos separamos y puso sus manos en mis mejillas para sonreír aún con lágrimas en los ojos que apartó con los dedos.

—Te extrañé mucho.

—Y yo a ti, cariño. Yo también te extrañé mucho —soltó mis mejillas y se sentó en la esquina del escritorio —. ¿Cómo has estado? ¿Dónde has estado?

—Todos estos días estuve con Denisse —musité —. Estoy bien, estoy limpia —aclaré —. Por si tenías alguna duda de eso —me estrujaba los dedos para quitar un poco el nerviosismo que estaba consumiendo mi cuerpo —. Sé que lo que hice estuvo mal, pero...—un siseo de su parte me hizo callar.

—Sí estuvo mal, pero no lo vas a hacer de nuevo. Nos encargamos de ese problema y espero que no se repita —asentí. Me mordí el interior del labio —. La chica a la que heriste se encuentra bien si es lo que te preocupa —dijo un poco molesto.

—Lo siento tanto y no estoy mintiendo. Juro que me sentí mal después de lo que hice y no... No sé por qué actué así, no sé —empezaba a desesperarme de nuevo y sentía esta opresión en el pecho que me impedía pensar y actuar de una manera correcta.

Estaba hiperventilando así que mi padre cogió la jarra con agua y me sirvió un poco para que pudiera beber mientras que me ayudaba a calmarme.

—Tranquila, Lyn, todo va a estar bien, cariño —pasaba la mano por mi espalda y susurraba palabras tranquilizadoras —. Todo va a estar bien —bebí el agua despacio mojando mi garganta, para refrescarme un poco.

—Lo siento, lo siento —lo miré de reojo.

—No te tienes que disculpar, no por esto —su voz era cálida y dulce —. Sabes que no es tu culpa, ¿verdad? Lo que pasa en tu cabeza —asentí. Sostenía el vaso con ambas manos —. No estás bien —me limpié los labios con el dorso de la mano.

—Lo sé —musité —. Sé que no estoy bien, pero no quiero ir a una clínica, no quiero terminar ahí.

—Es que no vas a terminar ahí, solo quiero lo mejor para ti y tu salud mental, hija —me abrazó con un solo brazo rodeando mis hombros y acercándome a él.

—Papá —dije con la voz rota.

—¿Sí, hija?

—Júrame que no harás nada a mis espaldas.

—Lo juro mientras tú prometas que lo vas a pensar y tomar una buena decisión. Esto no es para mi bien, lo sabes —asentí, mordiendo mi labio.

—Lo sé —escuché una sonrisa de su parte. Me separé y le sonreí.

—Te quiero mucho.

—Y yo a ti, papi —me puse de pie —. Voy a mi recámara, me quiero dar una ducha y hacer algunas cosas —asintió.

—Ve —señaló.

Salí del despacho de mi padre y subí las escaleras, pero antes de llegar a mi recámara me encontré con Gloria en el pasillo. Llevaba toallas sucias en las manos, pero al verme las dejó caer al suelo.

—¡Mi niña! —expresó feliz y sorprendida —. Regresaste —extendió los brazos para rodear mi espalda con ellos y dejar algunos besos en mis mejillas —. Me tenías con el alma en un hilo, no sabes cuán preocupada estaba por ti.

Se separó solo unos centímetros, permitiéndome respirar.

—¿Estás bien?

—Estoy bien. Gracias por preocuparte por mí —sonrió.

—Sabes que te quiero y mucho. Desde que llegaste a esta casa te robaste mi corazón —hice un puchero. Ahora quería llorar pero de felicidad.

—Te quiero mucho, Gloria.

—Y yo te quiero a ti, Lyn —sostenía mis manos.

—¿Sabes si mamá está en la casa?

No es que me preocupara por ella, pero no quería verla, no podría soportar verla en este momento.

—Salió hace rato, pero no dijo a donde iba. Ya sabes como es tu madre —asentí con la cabeza —. ¿Necesitas algo? ¿Tienes hambre? ¿Quiere algo en especial?

—Comí antes de venir, pero me gustaría un té de manzanilla —dije apenada.

—¿Con miel?

—Por favor —sonrió más tranquila.

—No tardo.

—Me voy a dar un baño, lo puedes dejar en la mesita, por favor —asintió y soltó mis manos para recoger las toallas del suelo.

—Lo que tú digas mi niña —la vi alejarse por el pasillo hasta que bajó las escaleras y desapareció a los pocos segundos. Entré a mi habitación y cerré la puerta apoyando la espalda contra la madera. Miré el lugar de hito en hito, dándome cuenta de que había extrañado este pequeño rincón y apenas me estaba dando cuenta de ello. El olor a lavanda, los colores lilas y rosas, los diseños pegados en el pizarrón de corcho, el ventanal que daba hacia el mar. Este era mi pequeño espacio, donde me sentía en paz y tranquila.

—Estoy aquí —solté un pequeño suspiro y me separé de la puerta.

Me quité la ropa que Denisse me había prestado y solo me quedé en ropa interior, antes de entrar al baño cerré las cortinas, pero dejé la puerta de la terraza abierta porque aunque era temprano el calor era abrasador.

Entré al baño y me di una larga ducha para despejar mi cabeza de todo lo que había pasado minutos atrás con Dante y su prometida. La verdad es que era muy bonita, alta y rubia, delgada y tenía ese porte de modelo que le calzaba a la perfección. Sentía envidia por ellos, porque no se tenían que esconder y podían besarse a todas horas, cada minuto mientras que nosotros nos escondemos porque lo que estábamos haciendo estaba mal, muy mal.

Al salir del baño me puse solo una blusa de tirantes sin sujetador y un short para sentirme más fresca. Secaba mi cabello con una toalla mientras miraba el mar a través de las cortinas transparentes que se movían con la brisa marina.

Miré mi celular sobre el escritorio y lo cogí para encenderlo, menos mal que tenía un poco de pila y revisé mis redes sociales. Tenía algunas notificaciones, mensajes en WhatsApp y algunos de voz, algunos de ellos eran de Oliver y me imaginaba lo que quería el energúmeno ese.

"Más te vale que no digas quién te vendió la coca si no te puede ir muy mal, Elieen"

"¿Escuchaste eso? Estoy hablando en serio. Si hablas te puedes arrepenti..."

Colgué antes de seguir escuchando su fastidiosa voz que me ponía de malas.

Dejé la toalla a un lado y me puse de pie para coger el cepillo, el celular empezó a sonar y me acerqué al escritorio para responder.

¿Lyn? —la voz de Dens me hizo suspirar —. ¿Cómo estás? ¿Pasó algo?

—Estoy bien, no hace mucho que hablé con papá.

¿Y qué te dijo?

—Sabes que es el hombre más comprensivo de todos así que lo entendió, pero me ha repetido que lo que hice está mal...—me mordisqueé el labio.

Te lo dije, Lyn, no estás actuando bien y me extraña en ti. Te conozco desde hace años y nunca te habías puesto así...

—Sí, lo sé y no sabes como me arrepiento por lo que hice. Me siento cómo una criminal, me da vergüenza ver a mi padre a la cara —Dens suspiró con melancolía.

No actuaste con cordura.

—Ya no me digas que me siento más mal —musité —. Pero te aseguro que no volverá a pasar.

No me jures nada, solo te pido que busques ayuda, ¿lo harás?

—Lo haré.

Sabes que puedes contar conmigo, estaré contigo en las buenas y en las malas —aplane los labios —. Si necesitas algo llámame, aquí voy a estar para ti. Te quiero mucho, Lyn.

—Y yo te quiero a ti, Dens.

Colgamos al mismo tiempo y arrojé el móvil sobre el colchón. Solté un suspiro y levanté la mirada hacia el ventanal al ver a Dante entrar haciendo a un lado las cortinas con los dedos.

Dios.

Era tan guapo con esa postura desaliñada, el cabello sin peinar, la ropa sencilla de color azul que solía usar siempre.

—Lyn...—musitó. El dolor era palpable en su voz, en su mirada triste y las cejas hundidas.

—Vete —tragué saliva con pena. El pecho me dolía solo al escucharlo hablar y más dolor sentía cuando se acercaba con cada paso dado —. No quiero verte. Estaba hablando en serio cuando dije que no te quiero ver. Me diste la espalda, me traicionaste —sacudió la cabeza.

—Ese día dijimos cosas que no sentíamos —se acercaba más y yo retrocedía un paso a la vez —. Estábamos molestos...

—No es cierto, yo fui sincera y dije que no quiero verte, no quiero saber nada de ti —dio un último paso para quedar a una distancia nada prudente. Me acorraló contra su cuerpo y la pared.

—Mientes, eres una mala mentirosa, Eileen —puso dos dedos bajo mi barbilla pero me aparté. Todo el cuerpo me temblaba, desde los pies hasta el último de mis cabellos. Ni siquiera podía pensar con claridad.

—No tengo por qué mentir —la voz se me quebró —. Me haces daño, Dante y necesito estar lejos de ti.

Su mirada, su ceño ligeramente fruncido, sus labios hacia abajo, todo me decía que se encontraba igual o peor que yo. Él también estaba sufriendo, pero esto era lo mejor; Dante era tóxico para mí y necesitaba alejarme de él para poder estar bien, tanto física cómo mentalmente. 

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