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Capítulo 2. 🧵

Lyn

Me sentía nerviosa y aterrada al tener a Dante a mi lado. Compartíamos la mesa cuando Gloria dijo que la cena estaba lista y servida. Dens y yo bajamos, Samuel ya había llegado de trabajar y mi madre esperaba con esa gran sonrisa sobre los labios. A veces no creía en su felicidad, dudaba mucho que todo lo que pasara le hiciera sentir feliz en demasía.

Podrían llamarme paranoica, pero tenía un buen sexto sentido que muy pocas veces fallaba.

Mantenía las manos sobre las piernas, con la espalda erguida y los labios en una fina línea. No estaba cómoda en esta situación, no me sentía bien al estar aquí, sentada al lado de Dante y fingir que dentro de mí no había un dilema que se sentía como un huracán que devoraba todo a su paso.

Mamá hizo una señal para que empecemos a cenar cuando Gloria le sirvió a mi padre. Dens se encontraba a mi lado derecho, la miré de reojo, con la mirada me dijo que todo iba a salir bien.

—¿Ya pensaron dónde va a ser la boda? —cogí la cuchara, pero mi mano tembló cuando mamá hizo esa pregunta. Sentí la mirada de Dante sobre mí, pero no tardó en responder. La cuchara continuó su camino hasta llegar a mi boca. Gloria había preparado una rica sopa de zanahoria que para ser sincera era una de mis favoritas.

—Jenna quiere que sea aquí, pero no sé qué digan sus padres, tiene más familia en Nueva York —mamá sonrió feliz. Lo que más amaba además de andar en la iglesia y hacerle la vida imposible a los demás era organizar fiestas sin sentido. No les voy a decir que para mis quince años organizó ella sola mi fiesta (cuando yo no quería), invitó a mil personas de las que conocía solo a Dens y Dani nada más, me compró un gran vestido de color rosa (aunque a mí casi no me gusta ese color, pero siempre ha dicho que el color rosa es para las niñas), parecía un algodón de azúcar con ese vestido. Estaba tan enojada con ella por no respetar mis decisiones que me enfermé del estómago y vomité el vestido, fui tan feliz de quitarme esa cosa fea y pude respirar en paz aunque mi madre estaba tan furiosa conmigo que me dejó de hablar dos semanas.

Para lo poco que me importó.

—Me vas a dejar preparar todo, ¿cierto? —preguntó agitó las pestañas. Siempre hacía eso cuando quería obtener algo de alguien y en este caso quería la aprobación del pobre tonto sentado a mi lado para poder hacerse cargo de la boda.

—Tengo que hablarlo con Jenna, no quiero tomar decisiones por ella —se aclaró la garganta y bebió agua de la copa que tenía frente a él.

Cogí la copa con vino y le di un largo sorbo ante la mirada de mi molesta madre. Me echó una mirada de enojo y después miró la copa vacía.

Tenía un problema con el alcohol que dejé mucho antes de que Dante regresara y ahora que él estaba aquí temía que aquel problema volviera también, porque él era el causante de todos mis males.

—Dile que estaré encantada de preparar todo, ella no se tiene que preocupar por nada.

—Ella es la novia —hablé.

—Concuerdo con Lyn —intervino Samuel antes de que mi madre me dijera que ese no era mi problema y que en todo caso no estaba hablando conmigo —. Deja que los chicos tomen la decisión de donde va a ser la boda y quién la va a organizar —lo miré y me sonrió haciendo un guiño.

Samuel era un buen padre para los tres y no dudo que el hombre con el que mamá se casó y al cual le dijo que yo era su hija también lo era y estaba segura de que si él siguiera vivo me iba a querer igual que Samuel. No entendía a mi madre y su doble moral para conmigo, siempre me tachó de ser una promiscua adicta, viciosa y no sé qué más adjetivos malos, pero ella engañó a mi primer padre, le hizo creer que soy su hija y a Samuel le ocultó la verdad hasta que se vieron de nuevo. Tal vez por eso me odiaba porque no me quedaba callada y cada vez que podía le recordaba lo que hizo mal, que no era tan perfecta como le hacía creer a los demás.

—Cariño, yo también me casé —le recordó cogiendo su mano —, y es una tortura tener que hacerte cargo de todo —resopló —. El vestido, los invitados, ver donde se va a organizar la recepción, hablar con el juez y el padre. Si le puedo ayudar a Jenna lo hago con gusto además ella es tan linda y hemos hablado de eso —Dante tosió la sopa, pero no pasó a mayores.

—¿Se van a casar por la iglesia? —pregunté sin mirar a nadie. Un agujero se formó en medio de mi pecho, se sentía como si estuviera devorando una galaxia entera y mi corazón de paso. Apreté las manos en puños y las bajé para que nadie viera.

En serio esto me estaba matando por dentro, sentía como si me estuvieran enterrando dagas en el cuerpo, desgarraban mi piel y se incrustaban en mi carne, en lo más profundo de mi ser.

—Sí, Jenna así lo quiere —habló Dante a mi lado.

—El matrimonio por la iglesia también es importante —intervino mi madre, como siempre sin que nadie le pidiera su opinión.

—Si Dante y Jenna se quieren casar solo por el civil está bien, si se quieren casar por la iglesia también está bien —habló mi padre —. Lo importante es que ellos sean felices y nada más.

De los dos él era el más comprensivo de todos, no como Vanessa que siempre quería que todo se hiciera como a ella le gustaba.

—Vanessa, si Jenna te pide tu ayuda lo haces si no —dijo serio, porque ya la conocía y sabía lo insistente que podía ser.

Me serví más vino en la copa, me lo terminé y quise servirme más, pero mi madre lo prohibió.

—Ya basta, Eileen, no puedes dejar tus malditos vicios por un día. Dante está aquí, más respeto por favor —sentí la cálida mano de Dante sobre mi pierna, pero la aparté en el momento que me puse de pie con violencia.

—No me siento bien...

—Lyn, hija. No te vayas así —retuve las lágrimas en las esquinas de los ojos, no le iba a dar el gusto a mi madre de verme llorar. Me disculpé y salí del comedor.

Subí las escaleras de prisa y corrí a mi habitación para empujar la puerta y entrar al baño. Me detuve frente al espejo y aparté las lágrimas con violencia para después provocar el vómito que no tardó en abandonar mi cuerpo y derramar lo poco que había comido dentro del lavabo. Una, dos veces hasta que me sentí vacía, al levantar la mirada hacia el espejo me di cuenta de que tenía el maquillaje corrido, me enjuagué la boca y cepillé mis dientes.

—¿Estabas vomitando? —giré despacio la cabeza para encontrarme con Dante cruzado de brazos bajo el umbral de la puerta de mi recámara, se quiso acercar, pero fui más rápida y cerré la puerta del baño —. Vomitaste.

—¡Lárgate!

—¿Por qué lo haces? ¿Desde cuándo? ¿Tu madre lo sabe? —preguntaba del otro lado de la puerta, le puse seguro para que no pudiera entrar —. ¡Responde! —gritó bajito.

—¡No te importa! Deja de andar de metiche —apoyé la espalda contra la puerta cogiendo el picaporte —. No te importa, vete.

—Me importas y quiero, necesito saber desde cuándo haces esto.

Desde que te fuiste.

—No debes hacerlo, no está bien...

—¡Cállate! Tú no eres nadie para decirme lo que debo hacer o no, si está bien o no. Regresa a Harvard y a mí déjame en paz —me deslicé hasta quedar sentada en el suelo.

—No me voy a ir porque me importas y no puedes seguir haciendo esto. Por lo que dice tu madre también bebes y te drogas.

—¿Y tú le crees más a ella que a mí? —mi corazón se agrietaba con cada acusación, si bien era cierto todo lo que decía me dolía que precisamente él me juzgara, me señalara como si fuera la peor de las mujeres —. También soy una zorra, una casquivana, una promiscua, ¿eso también te dijo? —murmuré.

—Nunca dijo eso.

—Pero lo piensa y a mí sí me lo ha dicho —una risa burlona escapó de mis labios —. Mira quien señala a quién, la mujer que engañó a su esposo con otro hombre y le hizo creer que la hija que esperaba era suya cuando no era así —me reí. Apoyé la cabeza contra la puerta.

—No hablemos de ese tema, te lo pido. Solo quiero hablar de lo que vi —negué.

—No quiero hablar contigo, solo quiero que me dejes en paz y te vayas. Déjame sola.

—¿Por qué me odias tanto? ¿Qué te hice para que te portes de esta manera conmigo?

—No lo entiendes, nunca lo vas a entender.

Te amo, imbécil, te amo tanto que daría todo para que tú me ames de la misma manera.

En algún momento llegué a pensar que él también me amaba de esta manera tan pasional y desenfrenada, que sentía lo mismo que mi amor anhelaba, que estaba igual de perdido por mí, pero con dolor me di cuenta de que no era así, el día que nos dijo que había aceptado estudiar en Harvard entendí que yo le era insignificante y que nunca iba a sentir lo mismo, de esta manera tan pasional, con este mismo deseo. Ese día mi amor debió morir, pero este se hizo más y más grande, hasta ya no caber en mi pecho, de ahí empezaron los vicios, primero fue la marihuana y el alcohol, dejé lo segundo por lo primero y continué con la cocaína que me vendía Oliver con quien tenía relaciones de vez en cuando. Todo había mejorado un poco, pero con su regreso temía recaer en lo más bajo, tocar y fondo y es lo que no quería hacer.

—Si me dices que pasa tal vez lo entienda.

—No quiero hablar contigo, con todos menos contigo —hundí el rostro entre mis brazos apoyados sobre mis piernas —. Solo déjame en paz.

—No me voy a ir hasta que salgas y hablemos.

—¿Por qué eres tan necio? ¿Qué parte de "no quiero hablar contigo" no entiendes?

—Tú eres insistente, pues yo lo soy más —rodé los ojos.

—No voy a ceder.

—Pues yo menos. Ya me senté en tu cama y voy a ver que hago —me puse de pie como si tuviera un resorte en el culo y abrí la puerta —. Mira, aquí está tu teléfono —me acerqué y le arrebaté el aparato de las manos.

—Largo de mi habitación, eres un chismoso, metiche de lo peor, te odio —le saqué la lengua. La diversión brillaba en sus luceros claros, reía como tonto.

—¿Estás segura de que me odias? Porque yo creo que no es así.

—Lo que creas que tiene sin cuidado —se enserió en un segundo borrando toda diversión de sus labios y luceros —. Largo de mi habitación —ignoró lo que le pedí.

Al contrario, sentí que se acercó un poquito más, subió la mano a mi mejilla y dejó una suave y tortuosa caricia sobre mi piel.

—Hablemos —sacudí la cabeza —. ¿Por qué no?

—Nunca me vas a entender.

—Creo que te entiendo más de lo que piensas —solté un suspiro y di un paso atrás.

—Sal de mi recámara, por favor —llevé las manos detrás de la espalda. Dante suspiró derrotado y dio la vuelta para salir de mi recámara y dejarme sola.

Dens no tardó en llegar y hacerme compañía, solo con ella me pude desahogar cómo tanto quería. Podía fingir bien que las palabras duras de mi madre no hacían mella en mí, pero era todo lo contrario, cada una de ellas me dolía en lo más profundo de mi ser y agrietaban un poco más mi corazón que de por sí estaba frágil. Solo tenía que ser un poco más fuerte y aguantar hasta que Dante se fuera.

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