Capítulo 15. 🧵
Lyn
Ver dormir a Dante en ese incómodo sofá me hinchaba el corazón. Se quedó a dormir toda la noche conmigo, se aseguró que cenara y siguiera al pie de la letra las recomendaciones que indicó el médico cuando me fue a ver antes de salir de su turno. Estuvo al pendiente y no pensaba irse hasta que yo dejara este lugar.
—Soy tan tonta —me golpeé la frente con la mano abierta. Solté un suspiro y apoyé la cabeza en aquella almohada que estaba más dura que una piedra. Miré el techo por un par de segundos y después miré a Dante que se movió un poco solo para acomodarse de nuevo en el sofá.
Estaba arruinando toda mi vida por las malditas drogas, solo por el maldito vicio que empezó como un tonto juego y que ahora parecía que mi vida dependía de ello. Y no quería eso, no quería que mi vida se fuera al carajo por las adicciones. Lo tenía todo, un gran padre, una buena vida y tal parecía que eso no me era suficiente, que nada me satisfacía lo suficiente como para estar limpia. Tenía que hacer algo para terminar con esto de una vez por todas.
—Buenos días —escuché su voz adormilada y lo miré atenta. Sonreí como la tonta enamorada que era y extendí la mano en su dirección.
—Ven conmigo —se frotó los ojos con una mano y bostezó.
—No me he cepillado los dientes —se sentó en la orilla del sofá —. Huelo mal.
—Tú nunca podrías oler mal, Dante —sonrió y se puso de pie para acercarse y sentarse a mi lado —. Te ves tan guapo cuando acabas de despertar —mi mano subió a su frente para apartar los cabellos que caían sobre esta, revelando aún más lo hermoso que de por sí ya era. Sus pupilas eran más pequeñas de lo usual, tenía los labios secos y aún estaba dormido —. Deberías ir a descansar a la casa.
Negó con la cabeza sin siquiera pensarlo.
—No, nada de eso —cogió mi mano con cuidado, ya que tenía el catéter y me podía lastimar —. No me voy a ir de este lugar hasta que el doctor te dé de alta.
Palmeó mi mano con cuidado y me miró a los ojos directamente.
—Dante.
—Eileen —arrastró cada una de las letras de mi nombre, estaba serio y no era bueno hacerlo enojar. Lo conocía tan bien que sabía cuando estaba enojado y cuando no. Lo conocí desde que éramos pequeños así que sabía casi todo él y digo que casi todo porque uno no termina de conocer a las personas por más años que llevemos conociéndolas.
—No te vas a ir, ¿cierto? —volvió a negar con la cabeza —. Eres necio.
—Creo que en eso nos parecemos mucho. ¿No crees? —me mordí el interior del labio —. No lo vuelvas a hacer, por favor. No te puedes imaginar el miedo que sentí al pensar que no ibas a despertar —dijo sincero —. Es horrible la idea de perderte. No quiero perderte.
—No me vas a perder, lo juro —me acerqué para poner mi mano en su mejilla —. Nunca me vas a perder.
Y no sé por qué siento que no me creyó, no sé si fue el leve temblor en mi voz o por el hecho de que no me escuchaba lo suficientemente convencida de mis propias palabras, pero podía jurar por mi vida que era cierto y que juraba solemne que nunca me iba a perder.
La puerta se abrió por fuera y nos separamos pensando que eran nuestros padres, pero era el doctor que me había atendido el día de ayer.
—¿Cómo te sientes, Eileen? —preguntó entrando.
Cogió la tabla que había en los pies de la camilla sobre la mesita y los revisó escribiendo algo más.
—Ya me siento mejor. ¿Cuándo voy a dejar el hospital?
—Esta tarde, ya hablé con tu padre y viene en camino. Tiene que firmar tu alta —nos miró a Dante y a mí.
Estaba feliz porque iba a dejar este lugar, no es que fuera tan malo, pero no me agradaba pasar un día más aquí cuando podía descansar en mi camita, en mi habitación.
—Sé que esto es algo que no me importa, pero eres muy joven para tener una adicción de este tipo —se acomodó las gafas sobre el puente de la nariz —. Muchas de las veces terminan mal y me gustaría decir que hay peores destinos que la muerte, pero no es así. Solo cuídate, eres muy joven y tienes toda la vida por delante.
Tal vez Dante pensó que le iba a responder con una grosería, pero no fue así, no pretendía ser grosera con él cuando me estaba dando un consejo.
—Gracias doctor —le sonreí. Dante tomó mi mano mientras el doctor sonreía también.
—Mucha suerte —giró sobre sus talones y salió de la habitación para dejarnos solos.
—¿En serio harás esto? —indagó —. ¿Vas a buscar ayuda? Lo haremos juntos, no te voy a dejar sola en esto.
—No quiero terminar en una clínica, Dante —le dije tajante. Frunció el ceño.
—Eso no es buscar ayuda, Lyn —solté su mano —. ¿Entonces que pretendes hacer?
—Puedo ir a un psicólogo como hace años —me crucé de brazos molesta —. Puede ser como antes.
—Y evidentemente eso no funcionó —espetó. Se puso de pie pasándose la mano por el cabello. Giró para encararme y se enserió como si eso se pudiera —. No puedes decir que quieres cambiar cuando no haces ni el más mínimo esfuerzo por hacerlo.
—No eres nadie para juzgarme, Dante, ni siquiera tú eres perfecto. También has cometido errores, en este momento lo estás haciendo —entornó los ojos.
—¿A qué te refieres con eso? —se cruzó de brazos.
—Estás engañando a tu novia con tu media hermana, ¿sabes lo descabellado que se escucha eso? ¿Lo comprendes?
—Entonces lo de nosotros es un error, ¿eso es lo que quieres decir?
—No pongas palabras en mi boca que no he dicho —espeté —. Quise decir...
—Ya sé lo que quisiste decir, Lyn.
—¡Escúchame!
—No, escúchame tú a mí —me señaló con un dedo en alto —. Te amo, en verdad te amo más que a mi vida y haría o daría lo que sea con tal de verte feliz. No me importa en lo más mínimo Jenna, no me importa y debería importarme porque se supone que la amo, pero no. Estoy aquí a tu lado y no con ella, estoy aquí para cuidar de ti, pero no quiero verte destruirte de esta manera y si tú no quieres que te ayudemos entonces no podemos estar juntos. No así.
—¿Estás terminando conmigo? —mascullé —. ¿Eso es lo que quieres?
—¿Es lo que quieres tú? —respondió a mi pregunta con otra pregunta, lo que me hizo enojar.
—¡No respondas a mi pregunta con otra pregunta! —me quise poner de pie, pero el catéter en la muñeca me dolió a tal grado que me quejé —. Si eso es lo que quieres está bien, Dante, se terminó. Vete —señalé la puerta —. Vete y déjame sola.
—Si eso es lo que quieres de acuerdo, Lyn —bufó. Dio la vuelta y caminó hacia la puerta para salir y dejarme sola.
Cerró la puerta y solté un sollozo que me estaba quemando el pecho. Los ojos me escocían y quería llorar, quería romper todo lo que había en esta habitación y no saber nada de nadie. Quería morirme.
La puerta no tardó en abrirse, me asusté al ver a mi padre con una pequeña maleta en la mano y esa sonrisa dulce dibujada en sus labios.
—Te traje ropa —primero asomó la cabeza y después entró por completo —. ¿Cómo te sientes? —cerró la puerta detrás de su espalda.
—Ya me siento mejor —se acercó y dejó la maleta encima de la camilla.
Tocaron a la puerta y mi padre abrió, era una enfermera quien me quito el catéter poniendo un pedazo de algodón en la pequeña herida que había quedado en mi muñeca. Le agradeció a la chica y esta nos dejó solos.
—Pensé que iba a salir en la tarde o eso es lo que dijo el doctor —me senté en la orilla de la camilla.
—Dijo que ya te puedes ir —agarró la maleta y me la entregó —. Puedes vestirte para irnos de una vez —asentí y sin decir nada entré al baño para quitarme esta horrible bata que no me cubría casi nada, sentía que se me metía el aire por el trasero.
Dentro de la maleta había un pantalón de chándal de color gris junto a una sudadera del mismo color, un par de calcetines y unas zapatillas de tela, también ropa interior y un peine para desenredarme el cabello que parecía un nido de pájaros.
Al salir de la habitación mi padre miraba a través de la ventana, al verme salir me miró de arriba abajo y sonrió.
—Lista. ¿Ya nos podemos ir? —pregunté.
—Lyn —se acercó. Rodeé la cama para dejarme abrazar por mi padre y le escuché suspirar —. Te quiero mucho, lo sabes.
—Lo sé —correspondí a su abrazo.
—Y sabes que haré cualquier cosa por ti, para verte bien.
—¿A qué viene todo esto? —me separó para poner ambas manos en mis mejillas —. ¿Qué pasa? —pregunté trémula.
—Perdóname —se limitó a decir lo que se me hizo extraño. Cogió la maleta y me invitó a salir de la habitación.
Entré en pánico al ver primero a Dante, estaba llorando y detrás de él había dos hombres vestidos de blanco que no pertenecían al hospital. En sus ropas tenían bordado el logotipo de una clínica de rehabilitación.
—¿Qué es esto? —di un paso atrás, pero choqué con el torso de mi padre quien me dio un ligero empujón al frente.
—Esto es por tu bien —dijo Dante, pero negué con la cabeza.
Mis ojos se llenaron de lágrimas.
—Te dije que no quiero ir a una clínica —tragué saliva con dificultad —. Te lo dije —lo señalé con el dedo —. ¡Te lo dije!
Dante
Sentía que estaba traicionando a Lyn, pero ni siquiera tuve tiempo para procesarlo, ya que mi padre llegó con estos dos sujetos que venían por ella para llevarla a una clínica de rehabilitación. Ellos hablaron en la noche y llegaron a la conclusión de que esto era lo mejor para su hija y me dolía que las cosas terminaran de esta manera, pero era por su bien.
—No lo permitas —empezó a llorar —. No dejes que me lleven, por favor —abrazó a mi padre quien se encontraba en la misma penosa situación.
—Lyn —se hizo más para atrás cuando los dos hombres dieron un paso quedando a mi altura.
—Por favor, ella va a ir por su cuenta —dije mirando a Lyn —. No se le tienen que llevar a la fuerza.
—Si no coopera será a la fuerza —dijo uno de ellos, pero negué con la cabeza.
—Lo haremos sin forzarla —dije con la mandíbula apretada —. Lyn, por favor —sacudió la cabeza y se aferró a la ropa de mi padre —. No hagas esto más difícil.
La mirada de Vanessa estaba clavada en mi rostro.
—No quiero, por favor no me lleven —levantó la barbilla y miró a papá quien se mantenía impasible en su lugar, sin atreverse a mirarla a los ojos porque al igual que yo iba a ceder, haría todo lo que ella le pidiera —. No me lleven.
—Haz caso —habló Vanessa, molesta. Las facciones de Lyn se endurecieron y miró a su madre de mala manera con ganas de enterrar un cuchillo en la yugular, o esas eran sus intenciones.
—¡Tú cállate! Esto fue tu idea, ¿verdad? No me quieres tener en la casa, no me quieres a tu lado.
—Por favor, Lyn, no hagas las cosas más difíciles —espetó.
Todo pasó tan rápido que apenas tuvimos tiempo a procesar lo que estaba pasando.
En un parpadeo Lyn cogió unas tijeras de un carrito, agarró a la enfermera que empujaba el carrito y acercó la punta de las tijeras a su cuello.
—No voy a ir a ningún lado —nos miraba a todos —. No voy a terminar en una maldita clínica —estaba desquiciada, confundida.
Había entrado en pánico.
—Deja esas tijeras —les hice una seña a los dos hombres para que retrocedieran.
—Lyn, hija —habló mi padre. Lyn dio un paso atrás —. No hagas una tontería.
—¡No te acerques! Nadie se acerque —me quise acercar, pero ella retrocedió —. Ni se te ocurra Dante —la pobre chica solo podía llorar y sollozar —. Si algo le pasa va a ser tu culpa por acercarte —amenazó.
—Deja las tijeras y hablemos —negó con la cabeza. Se veía desesperada —. Podemos llegar a un acuerdo.
—¡No! Ustedes me traicionaron, tú me diste la espalda —seguía retrocediendo en dirección a la puerta. Las personas que se encontraban ahí salieron del hospital, vi que una mujer sacó su teléfono lo que me puso más alerta.
—¿Qué es lo que quieres? Dime —Tenía las manos en alto.
—Solo quiero que me dejen ir —miraba a todos lados, para que nadie se acercara a ellas.
—¿Solo eso?
—No se acerquen —enterró la punta de las tijeras en el cuello de la mujer.
—¡No! —gritamos al ver que empezó a sangrar.
Empujó a la enfermera, rápidamente dio la vuelta y corrió en dirección a la salida. Los dos hombres se adelantaron para alcanzarla.
—¡No! —se detuvieron de golpe —. No la sigan, lleva las tijeras y se puede hacer daño —me rasqué la barbilla.
—Dios mío —Vanessa se dejó caer en una de las sillas que había en el pasillo —. ¿Se dan cuenta de lo mal que está?
—Vanessa, por favor —le pidió mi padre.
—¿A dónde pudo ir? —pregunté.
—Es seguro que fue con Denisse, es su única amiga.
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