Capítulo 11. 🧵
Lyn
Dante besaba el interior de mis muslos con pasión pero sin querer llegar a nada más, o al menos no por ahora, ya me había encargado yo de bajarle los pantalones y meterme en medio de sus piernas y hacerlo feliz. Estaba descalza y podía sentir la brisa del mar acariciar mi piel caliente. El aire abrasador se metía en la camioneta, pero no asfixiaba como afuera y debía estar acostumbrada al clima de Cancún, pero aun a mi edad me era imposible andar en la playa a las tres de la tarde o sentía que me iba a dar un golpe severo de calor.
Mantenía mis manos sobre mi estómago mientras Dante dejaba besos en mi piel, con los ojos cerrados y el corazón palpitando cada parte de mi cuerpo. Amaba estos momentos donde no todo era pasional y podíamos disfrutar de la compañía del otro.
—¿Estás bien? —La camioneta se tambaleó por el peso ejercido cuando se movió y quedó a mi lado.
—Estoy bien —levantó mi vestido y con sus dedos empezó a acariciar mi piel, quise apartarlo, pero creo que ya se había dado cuenta de las cicatrices que la adornaban. Eran más que evidentes para él y si aquella noche no dijo nada pronto lo haría.
—¿Segura? —abrí los ojos para encontrarme con el azul de los suyos. Me recordaban tanto al mar que veía cada vez que salía a la terraza. Tenían ese encanto y esa magia que me enamoraban.
—Sí —sonreí y me acerqué un poquito más para poder sentir el calor de su piel cerca de la mía. Deslicé una mano entre las suaves hebras de su cabello y lo atraje a mi boca para besarlo.
—Lyn...—lo callé con un beso voraz que fue incapaz de decir una sola palabra. Me sentía en paz cuando su boca devoraba la mía, cuando su lengua buscaba con desespero mi lengua como si le fuera imposible no besarme y estar cerca de mí. Se separó unos centímetros y los sentí como el infierno —. Quiero que sepas que no es solo sexo, en verdad te amo.
—Y yo te amo a ti —le dije —. Te amo de verdad.
Lo besé de nuevo para hacerlo callar, para que me tocara y si era posible terminar cogiendo aquí como tantas veces lo imaginé.
—Pero tengo que decirte algo —murmuró. Abrí los ojos de golpe mientras él lo hacía lentamente —. No puedes seguir haciendo esto —pasaba la punta de sus dedos sobre las cicatrices que quedaron marcadas en mi piel —. Necesitas ayuda.
—Y la tuve, te lo aseguro. Papá me llevó al psicólogo y jamás lo volví a hacer.
Y era cierto, cuando mi padre se dio cuenta de lo mal que estaba me llevó al psicólogo y él mismo se encargaba de quedarse hasta que la terapia terminara y regresamos juntos a casa, antes de eso pasábamos por pizza y helado, la comíamos en el local para que mi madre no pusiera el grito en el cielo por según ella comer comida chatarra.
—¿No lo has vuelto a hacer? —le dije que no con la cabeza —. ¿Lo juras?
—Lo juro por lo más sagrado que tengo en esta vida que eres tú, no me he lastimado desde hace dos años y no pienso hacerlo.
—Pero vomitar también es una manera de lastimarte y no está bien que lo hagas —mi sonrisa se fue borrando poco a poco.
—Lo sé...
—¿Y por qué lo haces? —frunció levemente el ceño.
—Mamá me recuerda cada día que estoy gorda, que no soy como las otras chicas que son delgadas, con piernas bonitas y torneadas. Dice que tengo panza y brazos anchos, que se me notan los rollitos y...
—Basta —masculló. Tensó tanto la mandíbula que se marcó el hueso a través de la piel —. Esas son puras mentiras —se apartó para sentarse en el suelo de la camioneta —. No es cierto. Tú eres perfecta así como eres —me senté a su lado, poniendo mis manos en sus hombros.
—¿Eso crees?
—No lo creo, lo veo y te aseguro que lo que Vanessa dice es mentira, eres hermosa, mi amor —cogió mi mano derecha para acercarla a sus labios y dejar un suave beso en mi dorso —. No le creas nada de lo que te dice, mucho menos si es algo negativo.
Giró mi muñeca para pasar el dorso por su mejilla.
—Eres tan bonita y que se vayan a la mierda los estúpidos estereotipos de belleza —sonreí y mis ojos se llenaron de lágrimas, pero no quería llorar porque estuviera triste, al contrario, estaba muy feliz porque sus palabras me hacían sentir menos miserable —. No hagas caso a las palabras malintencionadas de tu madre, por favor.
—Está bien.
—Ya estoy aquí para cuidarte de todo —recargó la mejilla en mi mano —. ¿Quieres comer?
No tenía mucha hambre, pero lo que preparó junto a Gloria se veía delicioso, había hecho un flan imposible, mitad pan, mitad flan napolitano y se veía tan rico que lo quería devorar completo, pero tenía que dejar de atascarme de comida para después ir a desechar todo al baño.
—Sí quiero —me sonrió y se apartó para sacar la canasta de mimbre donde venía la comida y las bebidas —. No pensé que fueras tan detallista —sacó los sándwiches, fruta, soda y también un termo que no sé qué contenía. Después sacó dos copas.
—Es que no me conoces realmente —dijo, mirándome a la cara —. Puedo ser todo lo que tú quieras, si me lo pides. Soy multiusos —señaló.
—Yo solo sé que eres el amor de mi vida, eso es todo —antes de abrir el termo se quedó quieto en su lugar sin mover ni un solo músculo. Creí que lo había arruinado todo, pero parecía que no.
—Y tú eres el amor de mi vida también —dejó un beso fugaz sobre mis labios y continuó con lo que estaba haciendo.
—¿Qué es eso? —pregunté cuando sirvió aquello que venía dentro.
—Mimosa —sirvió en una de las copas que me entregó primero y después en la suya que dejó a un lado para cerrar el termo.
Todo se veía tan rico que no sabía por donde empezar, si probar la fruta con picante o el flan, pero lo que sí tenía claro es que no debía comerme todo o después podía no pasarla tan bien con la culpa que llegaba al darme cuenta de lo que había comido.
—¿En Cambridge también haces esto? Me refiero a Jenna —sus facciones cambiaron, ya no se veía feliz ahora estaba tenso.
—No hablemos de ella, por favor —le di una pequeña mordida al sándwich, era de pepperoni con lechuga, alguna vinagreta y tenía queso.
—¿Por qué no? Sigue siendo tu novia y yo la amante —dije con apatía.
Tal vez debía preocuparme el hecho de que Dante le fuera infiel a su novia conmigo porque como mujer no me gustaría que me hicieran lo mismo, que Dante me engañara con alguien más, pero dada la situación en la que estábamos metidos y por el gran amor que juraba tenerle no me importaba que la pobre Jenna estuviera allá creyendo que su novio le era fiel cuando en realidad se estaba tirando a su media hermana.
—Porque estoy contigo y lo demás no importa.
—Está bien, no hablemos de eso —le dije al final. No quería terminar esto mal cuando había empezado tan bien. A su lado me sentía segura y feliz, y eso es lo que importaba, no la cruda realidad que nos esperaba afuera.
Cuando terminamos de comer recogimos todo y dejamos la camioneta igual de limpia, esperamos que sol se metiera y juntos contemplamos el atardecer, como los rayos pintaban el cielo de naranja junto a las pocas nubes que había en ese momento. El reflejo del cielo se pintaba en el mar que a esta hora estaba tranquilo, las olas se movían suaves por la superficie y chocaban contra las rocas del acantilado. Había algunas personas en la playa mirando el atardecer, al igual que algunos surfistas que se adentraban buscando olas grandes, pero desistían al ver que esta vez el mar era un remanso de agua tranquila.
—Me gustarían más días así a tu lado —murmuró cerca de mi oreja.
Me abrazaba por detrás cubriendo mi cuerpo con una frazada que trajo precisamente para esto.
—Quédate, no regreses a Minneapolis y tengamos más días así —me acurruqué en sus brazos para que no me soltara.
—Si pudiera hacerlo...
—Sí puedes, sabes que sí. No me dejes, no lo hagas por favor —le pedí suplicando, casi de rodillas para que no se fuera de nuevo.
—No me voy a ir, no por ahora.
Y aunque sabía que esto sería temporal y que probablemente iba a terminar con el corazón roto y las ilusiones en el suelo sus palabras se sintieron como un bálsamo para mi agrietado corazón.
****
Cuando llegamos a la casa mi madre no estaba y nadie sabía donde andaba porque esa mujer nunca decía a donde iba, mucho menos con quién y no es que sospechara que hiciera algo malo, ya estaba grandecita para saber lo que hacía.
Fui a mi habitación y dejé mis cosas en la cama, revisé el móvil, ya que tenía algunas llamadas perdidas y mensajes de Oliver.
—¿Ahora que quiere este? —bufé y le llamé.
—Qué milagro que respondes mis llamadas, pensé que te había pasado algo —se rio de lo que dijo, pero a mí no me hizo ni un poquito de gracia.
—No es gracioso —me puse de pie y cerré la puerta para que Dante no escuchara. No tenía miedo de lo que pudiera decir, solo era precavida.
—Te metes muchas cosas, no me sorprendería que un día se te pase y cuelgues los tenis.
—Imbécil. Cierra la boca y no digas estupideces —espeté —. ¿Qué quieres?
—Tengo mercancía nueva.
—No quiero nada, por ahora —se empezó a reír, burlándose de mí y mi poca estabilidad emocional.
—Está bien, Lyn, después me vas a buscar desesperada y aquí voy a estar para ti —antes de poder decir algo colgó, dejándome con la boca abierta.
Escuché golpes en la puerta y rápidamente escondí el celular para abrir, detrás estaba Dante con esa sonrisa que le llegaba hasta los ojos.
—Dice Gloria que ya está la cena, que bajes —fruncí los labios —. ¿Qué pasa?
—No tengo mucha hambre —agarró mi mano y tiró de ella.
—Tú y yo quedamos en algo —asentí —. Vamos. No tienes que comer mucho, pero hazlo —cedí ante la presión y bajé con él al comedor, pero antes de sentarnos Gloria nos pidió lavarnos las manos y solo así nos dejó sentar.
Mi madre ya estaba sentada en la silla lado de mi padre a quien le di un beso en la mejilla mientras mi madre me miraba de mala manera.
—¿A dónde fueron después de que pasaste por Lyn a la universidad? —le preguntó a Dante, quien se sentó a mi lado, apartados de mi madre.
—La llevé al acantilado para ver el mar —no estaba nervioso ni preocupado por sus palabras —. Somos amigos de nuevo —cogió mi mano encima de la mesa, le dio un apretón, pero la aparté cuando mamá nos miró de más.
—¿Son amigos de nuevo? —la pregunta de papá se escuchó feliz —. Eso me alegra, por los dos —señaló —. Ustedes siempre fueron muy unidos y que ahora se lleven bien me da paz —suspiró.
—Estoy haciendo todo para que Lyn me perdone y creo que lo estoy consiguiendo, ¿verdad? —me miró y asentí.
Esta noche Gloria preparó pescado y se veía tan rico con la ensalada a un lado, las especias que lo cubrían, mi apetito se abrió y estaba dispuesta a comerme todo, esta vez.
—Hoy me llegó una invitación —mi madre cambió de tema —. La hija del gobernador se casa en unos días y estamos invitados —cogió la mano de mi padre que esperaba impaciente empezar a cenar, pero siempre fue un caballero, así que esperaría que ella terminara con su chisme para degustar el rico pescado que Gloria cocinó esta noche.
—¿Vamos a ir? —preguntó mi padre.
Pinche el pescado que estaba suave y lo llevé a mi boca. La carne estaba tan suave que se deshizo en mi boca como mantequilla, tenía el sabor justo de la sal y las especias.
—Sí, vamos a ir. Sería bueno que nos vean a todos juntos.
—Pero Dylan no está —comenté. Se molestó por lo que dije, pero era más que cierto.
—Los que estamos en la casa —masculló. No se me hacía raro que mi madre se molestara conmigo por algo que dijera o que no dijera en todo caso, creo que me odiaba por el simple hecho de respirar.
Seguimos cenando sin ningún problema, estaba disfrutando la cena, casi terminaba la ensalada y el pescado y estaba ansiosa por saber que postre seguía al final. Yo quería arroz con leche porque era uno de mis favoritos junto con el pastel imposible, pero Gloria siempre preparaba algo diferente cada día.
—Lyn —la voz de mi madre me hizo detener de golpe.
—¿Sí? —alcé una ceja.
—Deberías empezar a hacer ejercicio, se nota que has estado comiendo de más.
—No le digas esas cosas a la niña —le pidió mi padre, pero su petición le entró por una oreja y le salió por la otra.
—Pero es cierto, mírala —me señaló.
Dejé la cubertería a un lado. Empecé a sentir amargo en la garganta, ya no quería comer un bocado más.
—¿Quieres verte gorda el día de la boda?
—Mamá —murmuré, casi le suplicaba que por favor parara, pero conociéndola no lo haría.
—¿Quieres que todos hablen de ti?
—Vanessa, ya —le pidió mi padre de nuevo. Dante dejó los cubiertos a un lado, se limpió las comisuras de los labios con la servilleta y bajó las manos, acarició mi muslo, pero nada me podía hacer sentir bien en este momento.
—Yo solo digo que...
—¿Puedes callarte, por favor? —arrojé la servilleta sobre la mesa.
—Ya no tengo hambre, gracias mamá —aparté la silla.
—¿Yo qué dije?
—¡Eres una bruja! —le grité —. ¡Te odio! —Un par de lágrimas cayeron de las esquinas de mis ojos, pero era tanta la rabia que sentía en ese momento que lo primero que quería hacer era no ver a mi madre.
—¿Qué te pasa? —escuché la voz de Dante —. ¿Por qué eres así con ella?
Subí las escaleras conteniendo en llanto, aguantando mis ganas de llorar y explotar. Mi pecho subía y bajaba errático, el dolor que sentía aunado al coraje provocaba que la garganta me doliera, como si tuviera algo atascado en medio. Me dejé caer en el colchón escondiendo el rostro en la almohada para gritar lo más fuerte que pude hasta que la garganta me dolió.
Todo estaba saliendo tan bien, pero se había arruinado con los comentarios malintencionados de mi madre, ahora sentía asco por todo lo que comí en el día. Pensaba en todas esa calorías, en todo lo que le metí a mi cuerpo y solo quería vomitar para sacarlo todo de una vez.
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