Capítulo 1. 🧵
Lyn
Dante se paseaba frente a mí, con sus bermudas cortas, torso desnudo y gafas protegiendo sus ojos de los inhóspitos rayos del sol que quemaba todo a su paso. El día estaba tan soleado que no quería levantarme del camastro, sentía que si pasaba más de diez minutos bajo el sol me iba a derretir como si fuera una paleta en pleno desierto.
Me imaginaba que estaba hablando con su perfecta novia, ya que mantenía esa tonta sonrisa dibujada en los labios. Iba de un lado al otro, paseándose como si...como si no fuera una maldita tentación para mí y mi poca estabilidad emocional. Intentaba no moverme mucho puesto que fingía dormir mientras lo miraba descaradamente sin reparos. Hombros, brazos, torso, piernas, todo. Absolutamente, todo lo que pudiera mirar sin que se diera cuenta.
Lo odiaba tanto, tanto que deseaba se fuera de nuevo y esta vez no regresara. ¿Por qué no se quedó en Cambridge? ¿Por qué tenía que regresar? Todo estaba mejor sin él, yo estaba mejor cuando él estaba lejos.
Se detuvo de golpe apartando el teléfono de su oreja, estaba mirándome, tal vez se preguntaba si estaba despierta o no, ya que hacía el más mínimo movimiento, pero cuando me acomodé sobre el camastro se acercó lo que me hizo temblar en mi lugar. Todos estos días lo estuve evitando a toda costa, ya que tan siquiera hablar con él me ponía nerviosa.
—Lyn —se sentó en el camastro a mi lado.
—Eileen —se rascó la nuca.
—Eileen pues. ¿Ya podemos hablar?
—No sé de qué podemos hablar tú y yo —dije con un tono molesto. Que se diera cuenta de que no tenía ninguna intención de hablar con él y si apenas le daba los buenos días era por educación, nada más.
—Me has estado evitando desde que llegué.
—No te evito, solo no me importa lo que hagas con tu vida —espeté. Estrujaba el teléfono entre sus manos.
—¿Dónde quedó la niña feliz y divertida? Dijiste que nada iba a cambiar, dijiste que ibas a llamar, que ibas a responder mis llamadas y no hiciste nada de eso. No respondiste mis llamadas ni mensajes, tampoco llamaste. Ni un mensaje recibí desde que me fui.
—¿Recuerdas que dijiste que no me ibas a dejar, que no te ibas a ir? ¿Lo recuerdas? —frunció los labios —. Ya se te olvidó, ¿no?
—No se me olvidó —me senté de golpe quitándome las gafas para enfrentarlo.
—¡Pues parece que sí! —grité bajo —. Tú también te fuiste, me dejaste. No me reclames nada cuando fuiste tú quien rompió primero sus promesas —lo señalé. Bajó la mirada con melancolía, pero a mí ese gesto ya no me amedrentaba —. Y no te portes como si te importara porque no es así.
—Me importas, Lyn —quiso coger mi mano pero me aparté. Cualquier contacto de su parte me ponía muy mal, no quería tenerlo cerca. Sentía un agujero en el pecho.
—Lárgate, regresa a Cambridge, a tu vida perfecta con tu novia perfecta. Olvídame como lo hiciste estos años. Soy la manzana podrida de esta familia, la oveja negra —negó con la cabeza —. Lo soy, mamá lo dijo un día antes de que mandara a Dylan lejos de mí.
—Vanessa no sabía lo que decía —me reí.
—Sabía perfectamente lo que decía, dijo que soy una adicta, una mala influencia para ti y para Dylan, por eso te fuiste...
—No me fui por eso —lo miré.
—¿Entonces por qué te fuiste? —pregunté.
—No tiene nada que ver con eso —musitó.
—Ves, ni siquiera me puedes decir que te fuiste por mi culpa porque soy una mala influencia para ti —de nuevo negó con la cabeza —. Lo mejor que puedes hacer es regresar a Harvard, terminar de estudiar y olvidarte de nosotros —me puse de pie, pero cogió mi mano.
—Tenemos que hablar.
—Tú y yo no tenemos nada de que hablar —se puso de pie, quedando frente a mí.
—Me gustaría que fuéramos amigos de nuevo, que puedas confiar en mí como lo hacías antes.
—Antes, Dante, antes de que te fueras —apretó mis dedos entre los suyos.
Quería llorar, pero contuve las ganas porque no le iba a dar ese poder, no a él.
—Puede ser igual. Antes de que me vaya —agregó. Me solté de su agarre negando con la cabeza mientras una risa burlona brotaba de mi garganta.
—Eres un idiota —mascullé entre dientes —. ¿Me estás pidiendo retomar nuestra amistad cuando al mismo tiempo me dices que vas a regresar a Cambridge?
—Podemos ser amigos de nuevo, Lyn, la distancia no es ningún problema.
El maldito problema es que yo no quiero ser tu amiga, Dante, yo te amo.
Me aparté dando un paso atrás.
—No, Dante, las cosas no pueden ser igual entre tú y yo, no podemos ser amigos —apreté las gafas entre mis dedos y le di la espalda. Entré a la casa para buscar a Dens que no sé donde se había metido. Dijo que iba por un vaso con agua y ya no regresó.
Me detuve bajo el umbral de la puerta mientras mi amiga reía con Gloria, la chef de la casa, ama de llaves, nana y mucho más. Gloria tenía años trabajando en esta casa, desde antes de que mi madre y yo llegáramos a la mansión Calvet, antes de que falleciera la primera esposa de Samuel, la madre de Dante.
—Gracias, Gloria —les sonreí. Gloria me miró de una manera extraña, pero no preguntó nada —. ¿Qué pasa? —Dens llegó a mi lado.
—Es Dante, maldigo la hora en la que regresó —se enganchó a mi brazo y salimos de la cocina para cruzar el comedor y subir las escaleras.
—¿Qué te dijo? ¿Te hizo algo? —murmuró. Negué con la cabeza.
—Me dijo que podemos ser amigos de nuevo —reí burlona. Fuimos hacia la terraza desde donde se podía ver el mar, la alberca de la casa, el jardín y por qué no, también Dante que seguía sentado en el mismo camastro donde lo dejé.
Miré un par de segundos y me aparté del barandal. Dens se sentó en uno de los sofás con el vaso de agua entre sus dedos. Llevaba puesto un bikini al igual que yo porque la idea era pasar un rato juntas, comer con mis padres y después ir por ahí a divertirnos, pero con esto que pasó ya no tenía ánimos de hacer nada.
—¿Quiere ser tu amigo? —asentí. Dens se rio al igual que lo hice yo.
—¿Tú crees?
—¿Y qué le dijiste?
—Casi lo mando al demonio, pero no lo hice. Solo espero que se largue a Harvard con la tipa esa...
—Jenna —señaló mi amiga.
—Pues con ella. Espero que se vaya y a mí me deje en paz. ¿Por qué tenía que regresar? —fruncí el ceño —. ¿Por qué?
—¿No dijo que tenía que arreglar algunos papeles aquí? —frunció los labios. Me encogí de hombros.
—Creo que sí, no sé y no me importa. Solo quiero que se vaya, Dens, ¿es mucho pedir?
—Si quieres te puedes quedar en mi casa, mis papás no se van a enojar. Les podemos decir que tienes problemas con tu mamá, ya te has quedado otras veces y viste que no dijeron que no —me quedé pensando en aquella posibilidad, salir de esta casa como tanto había querido desde que cumplí los dieciocho y dejar esta vida llena de mentiras, secretos, hipocresía...
—No puedo huir toda la vida. Además, Dante solo se va a quedar un par de semanas, creo que puedo soportarlo e ignorarlo hasta entonces —Dens apoyó la espalda en el respaldo del sofá.
—Piénsalo, mi oferta sigue en pie.
Era verdad que no tenía una buena relación con mi madre, para ella era una adicta, promiscua, rebelde y un sin fin de cosas. Mala hierba, la manzana podrida de la familia Calvet-Benavent. Para ella no era más que una chiquilla calenturienta que no sabía lo que quería y que solo estaba perdiendo el tiempo al estudiar diseño de modas porque para ella eso no era un trabajo como la abogacía, para lo que estudiaba Dante.
Muchas de las veces me ponía a pensar y llegaba a la conclusión de que tal vez no era su hija porque me trataba tan mal que dudaba que lo fuera, una madre no podía llamar a su hija zorra y adicta nada más porque sí. Sentía que me odiaba y estaba segura de que era así, solo fingía no sentir esto inmenso odio por mí para que mi padre no le dijera nada. Al final no entendía a mi madre y creo que ella tampoco a mí. Tampoco esperaba que lo hiciera, ya no esperaba nada bueno de ella.
—¿Vamos a salir de fiesta? —preguntó, sacándome de mis pensamientos más profundos.
—No tengo ganas de salir esta noche. Mamá parece águila en acecho, solo me vigila para que no haga nada malo —Dens bufó —. Mejor otro día, ¿sí?
—Está bien, yo tampoco tengo muchas ganas de salir hoy —se puso de pie —. Mejor me voy a dar un baño, ya sabes que a tu madre no le gusta que andemos así.
Se refería al hecho de andar en bikini por la casa, si antes no le gustaba ahora mucho menos que Dante andaba por ahí. Catalogaba a mi madre como una "fanática religiosa", ya que cuando le convenía era la mejor de todas las mujeres pero cuando no, que Dios nos salvara. Era hipócrita, criticona, mala madre, una mentirosa infiel. Se pasaba su religión por el culo cuando tenía que guardar las apariencias. Odiaba eso de ella y más odiaba que fuera precisamente mi madre quien me tratara de esta manera, no me bajaba de adicta, promiscua y mentirosa.
Dens entró a mi habitación para darse un baño y ponerse algo decente, cuando salió fue mi turno de darme un baño y vestirme apropiadamente para la cena, mamá estaba tan emocionada porque Dante estaba aquí que le pedía a Gloria prepara cada día la comida que más le gustaba al señorito perfección. Lo detestaba tanto porque él sí podía con todo lo que se le exigió desde pequeño, él sí podía soportar el mal carácter de mi madre y hasta se llevaba mejor con él que conmigo.
No lo odiaba por eso, lo odiaba porque lo amaba tanto que me dolía sentir esto, me ardía el pecho y quería llorar agazapada en una esquina, quería sacarme el corazón, ya no sentir esto que sentía por él porque no se lo merecía, no era decente estar enamorada de mi medio hermano con quien compartía lazos sanguíneos y por eso también me detestaba porque por más que quise no enamorarme cuando me di cuenta ya era demasiado tarde para no hacerlo.
Bajé las escaleras mientras Dens terminaba de arreglarse, quería verse bien para que mi madre no le echara una pedrada como acostumbraba hacer cada que algo no le gustaba. Al bajar fui directamente a la cocina porque olía tan rico, entré y Gloria se encontraba frente a la estufa.
—¿Qué vamos a cenar esta noche? —Gloria se dio la vuelta, sonrió al verme y dejó la cuchara de madera a un lado.
—Te ves muy bonita esta noche, mi niña —le sonreí en agradecimiento.
—Gracias —me apoyé en la mesa de la isla.
—Tu madre me pidió que preparara la comida favorita de Dante —regresó frente a la estufa.
—Chiles rellenos —asintió. Probó la comida a ver si estaba bien de sal y le puso solo una pizca.
—Eileen —giré la cabeza al escuchar mi nombre. Dante estaba entrando a la cocina, él también se había dado un baño y se puso ropa más cómoda y fresca, ya que aunque fuera de noche hacía calor, pero yo ya estaba más que acostumbrada, pero me imagino que él se acostumbró al clima de Massachusetts o quien sabe, tampoco le iba a preguntar.
Llevaba puesta una camisa azul claro con las mangas arremangadas hasta los codos, dos botones sueltos, un reloj adornaba su mano izquierda, unos pantalones de un color más claro que la camisa y unos zapatos cómodos de color negro.
Rodé los ojos y cogí una uva para llevarla a mis labios.
—Te ves muy bonita esta noche —me aparté de la mesa.
—Nos avisas cuando esté la cena, Gloria —pasé a su lado, tan cerca que sentí sus dedos rozar los míos como si lo hiciera a propósito. Me estremecí de los pies a la cabeza, mi piel, mi corazón latiendo a mil por hora. Sentía que iba a vomitar el estómago con tan solo ese contacto.
Si las cosas seguían así me iba a tener que ir de la casa porque no podría soportar estar tan cerca de él, que este amor creciera de esta manera tan descomunal.
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