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Uno

Días atrás

Una mirada... Eso fue todo lo que necesitaron para que todo volviera a comenzar. No se habían visto en años, y se encontraron en la fiesta de compromiso de ella. Solo bastó con que sus miradas se conectaran un momento para darse cuenta de que aún existía ese fuego dentro de él... Uno que al final lo podía consumir.

Lo peor era que ella estaba comprometida con su mejor amigo, al que también había dejado de ver al alejarse de todo para tratar de olvidarla. Porque de eso se trataba la amistad, ¿no? Sacrificios que uno hace por ese ser especial. Pero ni el tiempo ni la distancia pudieron enterrar esa pasión, deseo y amor que ella despertaba.

Tomaba de su copa mientras ella pretendía no estarlo viendo de reojo; siempre era así, fingir no hablarse, no desearla, no querer arrebatarla de los brazos de su mejor amigo. "Es increíble que él no lo haya notado", dijo una dulce voz a su izquierda. Él bajó su copa y volteó, ojos turquesa lo acusaban.

—Es increíble que no lo haya notado —susurró la joven de facciones finas, piel blanca y cabello negro y ondulado que llegó a su lado.

—¿Quién notó qué? —preguntó tentando a la suerte, tal vez hablaba de otra cosa.

Ella puso una mano en su brazo y se acercó a su oído.

—Como te comes a su prometida con los ojos —murmuró.

Se alejó de ella de golpe y la vio con sorpresa, había una silenciosa acusación en su mirada, pero de igual manera encontró cierto entendimiento.

—No sé de qué hablas —rebatió al dejar su copa vacía en la charola de un mesero que iba pasando para después alejarsede la chica, la cual apenas había notado tenía el aliento cargado de alcohol.

—Por favor, Arnold, a mí no me tienes que engañar, estamos en el mismo barco, ¿recuerdas? —insistió ella al seguirlo.

Buscó en la enorme sala a su prima adoptiva, solo ella podía calmar a la chica que lo acusaba, pero al no encontrar a aquella que se había convertido en su pilar, giró para volver a mirar a la que una vez fue su consejera más cercana.

—Leyna, no hagas una escena, por favor —le rogó en voz baja.

La mencionada lo vio con enojo antes de enterrar el dedo índice en su pecho.

—Yo no hago escenas; el decirle al amor de tu vida que está cometiendo un error, no es armar una escena —alegó en voz baja.

Arnold suspiró y sacudió la cabeza, tomó la mano de la angustiada chica y la comenzó a llevar a otra parte de la casa; antes de desaparecer del salón, volteó una vez más, ojos esmeraldas lo veían con algo de enojo, pero él desvió su mirada y siguió.

La llevó hasta un ancho corredor totalmente oscuro, abrió una de las puertas a su izquierda y jaló a la chica detrás de él.

—Leyna, quédate aquí hasta que retomes el control —le ordenó—. Solo una semana, una maldita semana más y se acabará esto —le recordó.

Ella lo miró con lágrimas en sus ojos, claro, una semana para caminar con una sonrisa forzada plasmada en su boca mientras veía al amor de su vida casarse con su mejor amiga.

—Eres un cobarde, esto es tu culpa —recordó ella al sentarse en la cama para después una mano por su cabello negro.

Arnold apretó la punta de su nariz en un ademán de frustración, otra vez iban a pelear.

—No estoy de humor, quédate aquí, tengo que estar allá.

Se dio la vuelta y salió de la recámara cerrando la puerta detrás de él, escuchó llanto y recargó su cabeza en la madera. No había nada que pudiera hacer, ambos habían decidido hacerse a un lado y ahora tenían que cargar con las consecuencias.

—¿Te diviertes? —Esa voz que lo atormentaba todas las noches le preguntó con ironía.

Observó por unos momentos aquellos ojos esmeraldas que le habían robado el aliento una y otra vez desde el primer momento en que la vio, traía su cabello castaño claro recogido en una coleta.

—Mucho —respondió con sarcasmo—. Pero no tanto como la futura esposa.

Algo como dolor destelló en sus ojos y ella bajó la mirada avergonzada.

—Debo regresar, Derek...

—Sí, es mejor que lo hagas, yo saldré a tomar aire o algo así —murmuró Arnold.

Ella miró a su alrededor con aprehensión, parecía que en realidad no quería volver a su propia fiesta.

—¿Sabes? Fue muy amable de tu parte prestar la casa de tus padres —alabó.

—Soy el perfecto padrino, estaba entre mis deberes —gruñó empuñando la mano—. Todo para hacer felices a los novios —continuó con sarcasmo.

Ella regresó su mirada a él, sus ojos irradiaban enojo.

—No te puedes quedar callado, ¿verdad?

Arnold sacudió la cabeza con irritación y pasó una mano por su cabello, siempre le salía el veneno sin querer, pero ella ya estaba acostumbrada.

—Debes regresar —susurró al darse la vuelta para dirigirse al jardín. Cuando se dispuso a caminar sintió electricidad correr por su cuerpo, volteó con sorpresa y encontró la mano de ella en su brazo, frunció el ceño y levantó la mirada.

Ella lo veía de esa manera que detenía todo: el tiempo, el universo, la realidad... Sus ojos verdes parecían brillar como si lágrimas fueran a escapar de ellos y su boca estaba parcialmente abierta. Sintió esas ganas de querer abrazarla, más se abstuvo, su corazón palpitaba con fuerza pero con una agonizante lentitud.

—¿Por qué me tratas así? —preguntó en un susurro—. Desde que volviste es como si te pesara estar cerca, no entiendo por qué...

Arnold tragó saliva con nervios, la respuesta a esa pregunta podría cavar una tumba en su amistad con ellos.

—No es así, organicé esto para ustedes, he estado a su lado en todo el proceso. —Su voz se tornó más grave y fría de lo que esperó—. ¿Qué más quieres que haga? ¿Que adule cada que se besan, cuando te toca, cuando se ven con absoluta adoración?

Se detuvo de golpe, estaba hablando más de lo debido y su respiración se había tornado errática. Ella tenía los ojos abiertos de una manera extraña, como si hubiera caído en cuenta de algo, soltó su mano y él la pasó por su rostro en ademán de frustración.

—Arnold...

Dijo su nombre de una manera tan íntima, como un susurro que se daba en esos encuentros que seguro tenía con su prometido cada noche, se miraron a los ojos.

—¿Ava? —Rompieron el contacto instantáneamente, Derek los observaba desde la entrada del pasillo y ella sonrió de esa manera que llevaba haciendo durante toda la fiesta, le dio esa asquerosa mirada de adoración que le revolvía el estómago y causaba náuseas.

—Derek, no encontré a Leyna, pero sí a Arnold —le informó al acercarse para entrelazar sus manos. El chico de mirada azulada y lentes la observó unos segundos antes de darle una sonrisa y ver al mencionado.

—¿Vienes?

Ojos ambarinos vieron la puerta a su lado, estaba seguro que Leyna había escuchado.

—Solo espero a Leyna, se sintió un poco mal, revisaré si está mejor —murmuró.

Sabía que Derek entendería el mensaje, después de todo hacía unos días también estuvo presente en aquel quiebre del que ninguno hablaba.

—Bien, vamos —dijo llevándose a Ava con él.

Arnold suspiró y pasó la mano por su cabello y escuchó de nuevo sollozos del otro lado. Con mucho pesar abrió y cerró la puerta tras de sí, necesitaba a su prima ahí, no sabía cómo ayudar a Leyna si él se sentía igual o peor.

—Me dijeron que la fiesta estuvo llena de eventualidades. —Escuchó.

Wanda se sentó junto a su cabeza y pasó una mano por su cabello con ternura.

—No fue mi intención no ir, olvidé cargar el celular y me quedé dormida —se disculpó.

Arnold quitó el brazo y la observó, sus ojos avellanados lo miraban con lástima. Él sabía que ella también estaba agotada, pero por razones diferentes a las suyas.

—Hiciste todo lo que pidieron —continuó Wanda, refiriéndose a su papel de padrino en la boda de Ava y Derek.

—Como se espera del padrino —alegó Arnold con sarcasmo.

Wanda suspiró exageradamente, indicando que lo estaba irritando.

—Debiste negarte, esto te está matando —dijo con preocupación.

Arnold soltó una risa sarcástica.

—Pronto acabará, es lo menos que puedo hacer —rebatió, tratando de convencerse a sí mismo de que todo era su deber.

Wanda movió los ojos y se reacomodó, Arnold sabía que ninguna posición le parecía cómoda últimamente. Se sentó y pasó ambas manos por su rostro, tratando de despejarse. Luego se giró para verla, su mano acariciaba de manera lenta el bulto en su vientre.

—No te dejó ir —concluyó Arnold, atando cabos.

Wanda sonrió de manera ausente.

—Dice que es mucho estrés, sabes que exagera, se asustó mucho cuando... —comenzó a explicar.

Arnold suspiró, recordando el pasado.

—No fue el único, creí que... Lo único que logró traerme de regreso y casi lo pierdes —musitó.

Wanda bajó la mirada a su abultado vientre, su sonrisa era genuina y parecía emocionada.

—Ya escogimos nombre —susurró y él la vio con sorpresa—. Arnoldo, como el primer amor de mi vida —concluyó fijando sus ojos avellanados en los de él.

Arnold sintió una presión en su pecho y un ligero jadeo escapó sin querer de sus labios.

—Wanda... —comenzó a decir.

—Johan estuvo de acuerdo, entiende mis razones —lo interrumpió.

Arnold no supo qué decir.

—Lo lamento —se disculpó.

Wanda sonrió.

—Yo no, tu rechazo me llevó a conocerlo, y eso no lo lamento —dijo con positividad.

Arnold deseaba poder ver la vida de la misma manera.


Ava tenía la extraña costumbre de querer pasar tiempo en su dormitorio cuando Derek tenía clases hasta tarde.

Y él nunca le podía negar nada por más que lo intentara.

Así fue como una de esas tardes de ver películas se tornó en la más significante de su vida, marcó un antes y un después en su relación con ellos dos.

Desde el primer momento que Derek llevó a la chica al dormitorio, sus ojos lo atrajeron como abeja a la miel.

Era la nueva chica de intercambio e inmediatamente había hecho migas con Derek y después con Leyna, sin embargo, con él la situación era diferente.

No podían hablar más de cinco minutos sin que uno terminara por molestar al otro, tenían una extraña relación de amistad-odio.

Y un día, literalmente de la nada, ella le dijo que Derek la había invitado a salir, que deberían tratar de llevarse mejor por el chico inglés.

Una situación que tomó a Arnold por sorpresa, pues él creía que entre Leyna y su mejor amigo había algo.

Y los días se hicieron semanas y luego meses; Leyna puso distancia entre ellos con el pretexto de lo absorbente que era su carrera y él no pudo más que observar a la feliz pareja.

Pero, cuando las clases de Derek se extendieron hasta entrada la noche, la presencia de Ava se hizo más presente en su vida, aunque no debía ser así.

Películas, series, caricaturas, documentales; cualquier cosa que en la TV pasara se había convertido en pretexto para que ella llegara.

Y Arnold siempre trataba de mantenerse impasible ante su presencia... Hasta el día que ambos perdieron los estribos.

No supo quién lo comenzó, pero de pronto Ava estaba a horcajadas sobre él en el sillón besándolo con la misma desesperación que él.

Sus manos habían desabotonado su camisa y ahora se paseaban por libertad a lo largo y ancho de su pecho mientras él enterraba los dedos en su cadera.

Y ella, instintivamente, comenzó a frotar y presionar sus partes más íntimas.

Ava gemía ligeramente mientras lo besaba, él pasó las manos a su espalda baja y recargó la cabeza en el respaldo del sillón rompiendo el beso y jadeando, sus ojos se habían cerrado involuntariamente, tal vez quería pasar por alto quién estaba sobre él, o tal vez se estaba perdiendo en el éxtasis del momento, ya no sabía qué.

Ava besó su cuello y le terminó de quitar la camisa, luego bajó sus labios hasta su pecho y llevó sus manos a su pantalón.

Y fue ahí que Arnold logró recapacitar un poco.

—No, espera, Ava.

Ella se impulsó hacia arriba e hizo de nuevo presión sobre ese bulto que ya se asomaba y él no pudo evitar gemir y enterrar con más fuerza las manos en su cadera.

—Por favor —susurró ella volviendo a hacer presión.

Arnold trató de respirar por la boca y ahogó el sonido que sabía que buscaba sacarle para hacerle saber que lo estaba disfrutando, y aunque así era, no podía dejar de pensar en quién era ella.

—No, Derek...

Ella lo silenció con un beso, enredó ambas manos en su cabello café oscuro pero él la empujó un poco para detener lo que estaba pasando.

Ambos se miraron a los ojos, podía ver la pasión y deseo nadando en esos orbes verdes que lo habían atrapado desde el día cero.

Ava tenía los labios rojos y respiraba de manera lenta, su cabello estaba alborotado haciéndola ver aún más atractiva si eso era posible, ninguno hizo o dijo nada.

Arnold trató de reacomodarse en el sillón, una acción que sin querer hizo que ella otra vez hiciera presión sobre su punto más vulnerable.

—Mierda —susurró cerrando los ojos y tratando de retomar control de su cuerpo.

La sintió mover sus manos, él recargó la cabeza de nuevo sobre el respaldo mientras respiraba una y otra vez con lentitud.

Como se negó a abrir los ojos, no sabía lo que la chica estaba haciendo, pero sí sintió cuando tomó su mano y la puso sobre su piel.

Y al sentir la calidez y suavidad bajo su tacto, levantó la cabeza y abrió los ojos de golpe.

Ella se había quitado todas las prendas que cubrían la parte superior de su cuerpo.

Arnold se quedó pasmado y por más que intentó no hacerlo, sus ojos inspeccionaron el torso desnudo que le impedía levantarse.

Ava le dio una tímida sonrisa antes de tomar con una mano su barbilla y fusionar sus labios mientras las manos de él recorrían con emoción la ahora expuesta piel.

Arnold tenía apoyados los brazos sobre el frío mármol, sostenían todo su peso mientras agua recorría su cuerpo.

Tal vez debería abrir la llave del agua fría pues su mente no dejaba de evocar aquella tarde en la que se dejó llevar por sus instintos más primitivos.

Suspiró y abrió los ojos, cuatro días y contando.

Salió de la regadera y se enredó una toalla en la cintura, escuchó el timbre de su departamento y pensó en cambiarse antes de abrir, pero la persona al otro lado de la puerta tocaba una y otra vez con insistencia.

Frunció el ceño e hizo girar los ojos, su primo político era un desesperado.

—Ya, ya escuché; maldición, Johan, ¿no puedes esperar? —espetó abriendo la puerta de golpe y preparándose para gritarle al chico de ojos grises y sonrisa irónica.

Pero se quedó a media palabra cuando orbes verdes lo miraron con cierto resentimiento.

Aunque, abrió los ojos ligeramente más de lo normal al notar su aspecto y él no pudo evitar tensarse.

Ava sacudió un poco la cabeza como tratando de despejarla y entró al departamento con pasos firmes.

Él parpadeó varias veces y se giró para observarla, estaba sumamente tensa y tenía las manos empuñadas.

—¿Qué...? —Titubeó—. ¿Qué haces aquí?

Ella se giró y lo miró con dureza, aunque sus ojos de nuevo se pasearon por su pecho desnudo y la toalla que lo cubría.

—¿Dormiste con Leyna? —preguntó con la voz cargada de enojo.

Y Arnold decidió que mejor cerraba la puerta, eso iba a terminar mal.

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