Tres
Arnold observaba a Ava pasmado, es más, creyó estar soñando.
—No... No hablas en serio —susurró.
Ava se acercó a la orilla de la cama y luego se levantó, la camisa le quedaba arriba de la rodilla por lo que podía ver sus piernas con libertad.
Y su mente comenzó a recordar aquella primera y única vez, la suave textura de su piel, como la podía hacer temblar si le besaba el interior de los muslos.
Sacudió la cabeza para salir del recuerdo, ella lo seguía mirando con desesperación.
—Sí, si me lo pides lo haría —dijo ella sin apartar la vista.
Arnold empuñó una de sus manos.
—No me vas a hacer responsable de tus actos —espetó, Ava trató de acercarse pero él caminó hacia su ventana y luego la miró con enojo—. Si no te quieres casar lo justo y correcto es que hables con Derek, no me quieras hacer. —Pasó una mano por su cabello, le temblaba—. No quieras que la culpa de tus decisiones recaiga en mí.
—Pero, Arnold... —titubeó, lágrimas escaparon de sus ojos—. ¿Quieres que me case?
—Quiero que te hagas responsable de tus actos por una maldita vez en tu vida —terminó gritando él sin querer.
Su corazón estaba desbocado y le costaba respirar, el estómago le estaba dando tantas vueltas que sentía que en cualquier momento vomitaría.
¿Por qué? ¿Por qué insistía en ese tipo de acción que lo estaban matando lentamente?
Ava puso un pie sobre el otro y entrelazó sus manos frente a ella con nerviosismo, en cualquier otra situación la hubiera encontrado adorablemente sexy.
—Yo... Lo siento —susurró ella.
Arnold cerró los ojos e inclinó su cabeza hacia atrás.
—Leyna te ha estado buscando, ni siquiera con eso tienes consideración, se ha esforzado «En muchas maneras» por darte lo mejor y tú...
—Ella puede usar el vestido si tanto...
Arnold abrió los ojos con sorpresa, Ava respiraba de manera errática y había empuñado ambas manos, frunció el ceño con confusión y rememoró ese día que prácticamente le arrancó el corazón.
Y sintió su sangre hervir.
—¿De nuevo? Maldición, Ava, ¡Ya madura!
Ella volteó a verlo, pudo notar que sus ojos destellaban por la ira que la albergaba.
—Si crees que Derek te es infiel ve y confróntalo, deja de usarme para tus...
—¡No sabes de lo que hablas! —interrumpió ella en voz alta.
—Lo mismo hiciste esa vez. —Pasó la mano por su rostro y presionó ambos ojos con sus dedos—. Es increíble, llevas tres años de relación con Derek y sigues...
La volteó a ver con enojo.
—¿Con cuántos te acostaste cuándo no estuve?
Ava jadeó y lo último que Arnold sintió fue un escozor en su mejilla; la miró de soslayo, lágrimas recorrían su rostro pero sabía que eran por el enojo ante su acusación.
—Te odio —susurró y tras tomar sus jeans y playera que habían estado al pie de la cama, salió de su recámara.
Arnold brincó al escuchar la puerta de su departamento ser azotada, luego suspiró y enredó ambas manos en su cabello con frustración.
¿A qué carajos estaban jugando?
Arnold suspiró y no movió el brazo de sus ojos, últimamente lo único que hacía era perderse en sueños mientras dormía en su sillón.
«Fue un error»
Y en todos y cada uno de sus sueños, se encontraba ella repitiendo esa frase una y otra vez dejándolo más roto y vació de lo que ya estaba.
«¿Sabes la diferencia entre amor y deseo?»
Patética excusa que utilizó para justificar lo que habían hecho aquella noche... Pero aún así lo puso a pensar por días hasta que tomó la decisión de tomar el fideicomiso que le dejaron sus padres y viajar por el mundo.
Para escapar, para olvidar.
Y si hubiera sido por él jamás hubiera vuelto, pero Wanda le había pedido vivir con ellos su embarazo, ella era su única familia y viceversa, así que prácticamente llevaba ocho meses en Berlín.
Los mismos que Ava tenía organizando su boda.
Fue una mala broma del destino juntar ambos eventos, era como un vívido recordatorio de lo que jamás podría tener.
Porque, por más que intentó olvidar a la chica de ojos verdes, no pudo.
En esos años que transcurrieron desde su partida tuvo solo dos parejas a las cuales nunca pudo darles todo de sí, siempre tenía un límite; al parecer Ava no solo le había roto el corazón, tambien se lo había quedado.
Porque sí, sí sabía la diferencia entre amor y pasión, y él estaba perdidamente enamorado de la futura esposa de su mejor amigo.
Pero al parecer ella solo le tenía ganas, o algo parecido.
—Estoy jodido —se dijo a sí mismo quitando el brazo e incorporándose.
Pasó ambas manos por su rostro, luego por su cabello y terminó entrelazándolas en su nuca.
Tres días.
Sinceramente deseaba con toda el alma que las palabras de Ava fueran ciertas, que lo odiara.
Él también lo hacía, sinceramente no quiso decir aquello pero el enojo tomó control de él, algo que lo llevaba a actuar de maneras tan contradictorias que se sorprendía.
A veces era de una manera pasional, a veces de manera impulsiva y otras, que eran las peores, de manera irracional.
Sabía que debería decirle a Derek aquello que pasó hace tres años y lo que había estado a punto de pasar hace horas, pero no podía, era un cobarde tal y como Leyna decía.
Aunque ella no se lo comentaba por esa cuestión en especial.
Era más bien porque durante sus años de universidad ella se convirtió en su confidente y viceversa.
Y fue la única que se enteró que se iría del país apenas llegara la graduación, cualquier escape con tal de no volver a ver a la feliz pareja.
—Muy, muy jodido —repitió sacudiendo la cabeza.
También era masoquista, en esos años no rompió contacto con Derek; llamadas, mensajes, fotografías, ambos se contaban lo que transcurría en sus vidas, razón por la cual apenas puso un pie en Berlín, su mejor amigo no dudó en pedirle que fuera su padrino.
Y él, por cobardía, culpa o masoquismo, aceptó con la sonrisa más falsa y la felicitación más forzada de su vida.
Suspiró y tras prender el televisor puso una serie de abogados, trató de distraerse con la trama hasta que escuchó un ligero toque en su puerta y frunció el ceño, observó el reloj en su muñeca y se dio cuenta que era poco más de las dos de la madrugada.
No podía ser Johan o Wanda, si hubiera pasado algo le hubieran llamado, por un momento sintió su corazón detenerse y su respiración cortarse, podía ser Ava...
No, después de lo que pasó estaba seguro de que no lo buscaría.
Volvieron a tocar con más insistencia, él suspiró y tras dejar caer su cabeza en el respaldo con frustración y luego levantarse del sillón, se encaminó a la puerta.
Se asomó por el ojillo y sacudió la cabeza, abrió la puerta y observó a la otra persona del otro lado con tristeza antes de hacerse a un lado para dejarla pasar.
Consejera de todos, amante de nadie.
Ese era su título en la universidad, las chicas que la odiaban solían decirlo entre murmuros cada que pasaba.
Lo peor era que no se podía defender porque era cierto.
—¿Hablaste con Ava?
Ella sacudió la cabeza mientras Arnold le entregaba una taza de chocolate caliente.
—Me mandó mensaje, que lo sentía y mañana estaría ahí sin falta —contestó sin apartar la vista del líquido.
Arnold se sentó a su lado en el sillón, el episodio de Suits pausado en la televisión.
—Derek llamó. —Su amigo la vio con preocupación—. Pero desvíe la llamada, no estoy lista.
—Leyna...
—Tal vez nunca lo esté.
Arnold suspiró y puso su taza en la mesa ratona, miró a la pantalla como si en realidad estuviera viendo el capítulo.
—Todos creen que dormimos juntos —rio Arnold—. Irónico, ¿no crees?
Leyna se encogió de hombros, efectivamente había recibido algunas llamadas y mensajes, los chismes volaban, más si Sarah los iniciaba.
—No lo negué, puedes agradecerme.
Arnold rio y le dio un guiño.
—Me conoces tan bien —comentó él.
—Ellos... ¿Dijeron algo?
Arnold se tensó y desvió la mirada hacia el ventanal por el que podía observar la luna.
—Sí, pero saben la verdad.
Leyna bajó la mirada y Arnold supo qué quería preguntar.
—Si sirve de algo, estaba molesto —susurró.
Leyna le dio una diminuta sonrisa.
—No porque le importe de ese modo, claro está —dijo con la voz ligeramente ahogada.
Él la vio con tristeza y ella se encogió de hombros.
—Ya lo acepté, solo, por un momento olvidé que lo había hecho.
—Uno que duró varios días —recordó él.
Leyna rio ligeramente pero asintió.
Arnold no dijo más y le quitó la pausa a la serie, Leyna dejó su taza junto a la de él antes de acurrucarse en su costado.
Él la abrazó y puso su cabeza encima de la de ella.
—Casi lo logramos, Leyna —susurró.
Ella asintió y se acurrucó más.
Su relación siempre había sido una de casi hermanos, le gustaba pensar que Arnold era ese miembro de su familia que siempre deseó pero que le fue negado.
Es por eso que el día que lo vio totalmente derrotado no se atrevió a pedir detalles, solo se limitó a escuchar lo mucho que amaba y odiaba a Ava, que lo estaba matando verla de la mano de su mejor amigo.
Y él tuvo la misma consideración cuando lloró por horas el día Derek hizo la pregunta.
Consejera de todos, amante de nadie.
Derek la había consultado antes de hacer la propuesta.
—¿Crees que estamos listos? —preguntó aquella tarde.
«No»
—Llevan tres años saliendo, si tú crees que es tiempo, deberías hacerlo.
«Mentirosa» curioso, su voz interna se escuchaba como Arnold.
—Pero quiero saber qué piensas tú.
Leyna forzó una sonrisa.
—Creo que debo empezar a confeccionar el vestido de novia más maravilloso.
Siempre impasible viendo desde afuera, permitiendo que ellos hicieran y deshicieran sin enterarse de nada.
Aunque, hubo un tiempo en el que Derek pareció querer aferrarse a su presencia, fue antes de que Arnold se dedicara a viajar.
Por momentos parecía que quería que Ava creyera que le era infiel, pues cuando la chica de ojos verdes llegaba a preguntar dónde había estado, Derek inventaba clases y tareas.
Jamás aceptó estar con ella.
Algo que la llevó a creer que se avergonzaba de su amistad y prefería mantenerla en lo secreto, y eso la destrozó.
La primera vez que Arnold la escuchó llorar iba saliendo de la biblioteca y la encontró junto a un bebedero tratando de limpiar las lágrimas que empañaban su vista.
Y aunque en aquél tiempo no aceptó que fue por causa de Derek, Arnold sospechó que tenía que ver con un chico, le ofreció su apoyo y oído cada que lo necesitara.
No fue hasta el día que Derek le propuso matrimonio a Ava, que su amigo se enteró de quién era el chico que la tiraba una y otra vez.
—¿Te arrepientes de haberle dicho? —preguntó Arnold en voz baja.
Ella pensó su respuesta unos momentos.
—No, creo que marcó nuestro fin, pero es lo mejor —contestó en un hilo de voz.
Arnold suspiró y pareció hacerlo con pesadez.
—Deberías hacer lo mismo, de todos modos nos iremos y no regresaremos —murmuró ella.
Lo sintió moverse en el sillón y lo miró, Arnold parecía atribulado con algo.
—En mi caso, creo que no le daría un fin —confesó con pesadez.
Arnold miraba el complejo de departamentos con el ceño fruncido.
Para su suerte, Johan y Wanda no iban a poder llevar a Ava a ver el lugar que habían escogido para la despedida de solteros que estaba a escasas treinta y dos horas.
Su prima había sentido una contracción y estaban en urgencias.
Bufó frustrado mientras se recargaba en la puerta de su auto, por fin lo habían arreglado y ya no necesitaba que nadie lo llevará a ningún lado... Ahora él era el transporte.
Bajó la mirada cuando escuchó las puertas corredizas abrirse, sintió su pecho contraerse y un tirón en su estómago.
Ava traía una falda blanca a la rodilla con una blusa roja y el cabello castaño en una coleta.
Lo miró de soslayo y él solo se limitó a abrirle la puerta del auto.
Después de que ella se subió y hubo cerrado la puerta, suspiró, iba a ser un largo y tormentoso día.
Caminó a su lado del auto y sin cruzar palabra lo arrancó y se dirigió al bar que Johan escogió.
Al llegar, un hombre alto, con tatuajes y una sonrisa pícara los recibió, les enseñó y explicó lo que había planeado para la siguiente noche.
Una banda en vivo, barra libre, animadores de ambos sexos, el bar cerrado solo para Ava, Derek y sus invitados.
Ella asintió a todo lo que el hombre dijo, le daba pequeñas sonrisas y miraba su entorno evitando verlo a toda costa.
Algo que lo hizo sentir culpable en cierto sentido.
Salieron de lugar después de firmar el contrato y acordar la hora de entrada.
Y el viaje de regreso a su complejo se llenó del mismo silencio incómodo que hubo en el viaje de ida.
Arnold dirigió su auto al estacionamiento del complejo y apagó el motor, Ava no reaccionó ante el acto.
—Lamento haber... No debí decir eso —murmuró Arnold empuñando con fuerza el volante.
Ava subió los pies al asiento y juntó las piernas a su pecho, las abrazó y puso la cabeza sobre ellas.
—No te culpo por pensar lo peor, es la imagen que me forje.
Él sacudió la cabeza.
—No, estaba molesto, hablé sin pensar.
—No lo hiciste. —Arnold volteó a verla, ella le dio una sonrisa triste—. Y tienes razón, Derek merece más.
—Tú eres lo que él quiere, eso es...
—¿Sabes? Estaba bien con la boda, cuándo me lo pidió me dije que era lo correcto, el siguiente paso a nuestra relación —dijo ella mirando hacia la ventana—. Y planearla fue emocionante pero conforme se acercó la fecha... Yo...
Arnold la miró con atención, ella giró la cabeza y puso la frente en sus rodillas.
—Me di cuenta de que estábamos cometiendo un error, mi vida está llena de ellos pero este... —Sacudió la cabeza—. Es uno de los más graves... Junto contigo.
Él la vio con sorpresa, Ava giró un poco la cabeza y lo miró con lágrimas en los ojos.
—Debí hacer las cosas diferentes, todas —continuó sin apartar la mirada.
Arnold la vio extrañado, no entendía muy bien a qué se refería y no sabía si quería saber.
Ava suspiró y bajó los pies.
—Tengo arriba lo que van a llevar en los trajes, voy por ello.
—Te acompaño, así no tienes que volver a bajar —dijo él poniendo la mano en la manija de la puerta.
Ava asintió y después de verlo una vez más abrió su puerta y salió del auto, Arnold la imitó.
Caminaron hasta el elevador y al entrar cada uno se recargó en un extremo, Arnold miraba a Ava y ella veía sus pies, al llegar a su piso ella salió primero.
Cuando Arnold entró al departamento no pudo evitar fruncir el ceño, había cajas por todos lados.
—¿Vas a vender?
Ava lo ignoró y se dirigió hasta la barra de la cocina, había tres cajas en ella.
—Derek quiere que nos mudamos a Inglaterra —susurró.
Arnold la vio con sorpresa, Ava tomó las cajas pero no se movió, las miraba como si fueran la cosa más fascinante del planeta.
—Cree que no sé porqué pero. —Se encogió de hombros—, ya no importa.
Arnold miró a su alrededor, no creyó que Derek reaccionara así.
—Lo decidió la semana pasada —susurró.
Ava rio y sacudió la cabeza.
—No, fue una como condición para casarnos —comentó ella con desdén.
Arnold bajó la mirada y frunció más el ceño.
—¿Por qué no dijeron nada?
Escuchó a Ava caminar, levantó la mirada y la vio dejar las cajas en la mesa del comedor, luego lo miró de una manera extraña.
—Porque no es relevante, estemos aquí o en América tú te irás de nuevo apenas Wanda tenga a tu sobrino y Leyna nos apoyara como siempre.
Arnold creyó escuchar algo de veneno en su voz al decir lo último.
Ava suspiró y lo observó.
—Tengo tu camisa... La traeré...
—No hace falta —intervino, en realidad prefería no tenerla de regreso, sería un recordatorio de ella.
Ava sacudió la cabeza.
—No, llévatela, no sería bueno que Derek la vea aquí.
«Buen punto» pensó asintiendo.
Ava caminó y desapareció en uno de los cuartos, Arnold suspiró y cerró la puerta del departamento, no porque planeara quedarse más, si no porque pasó uno de los vecinos y lo había visto con curiosidad.
Ava salió de la recámara con la camisa doblada en sus manos, se acercó a él y se la extendió.
Arnold no entendió porqué su corazón comenzó a latir a gran velocidad y su respiración se entrecortó, miró a la chica frente a él mientras sus manos tomaron vida propia y al tomar la camisa las puso sobre las de ella sin apartar la vista.
Vio como Ava perdió la respiración y llevó sus ojos a los de él, se miraron por varios segundos hasta que ambos soltaron la camisa y llevó las manos a sus mejillas y Ava pasó los brazos alrededor de su cuello antes de perderse en un beso desesperado.
No escondieron nada, se besaron con desesperación y profundidad, cuando ella buscó su lengua él le correspondió; sus respiraciones se hicieron aceleradas, Arnold solo se separaba para besarla desde otro ángulo.
Había echado todo pensamiento coherente por la ventana, se perdió en la calidez y urgencia de los labios sobre los de él.
Arnold los giró y terminó por recargarla en la pared del pasillo, Ava enredó ambas manos en su cabello y él bajó sus manos hasta su cadera y con facilidad la levantó provocando que enroscara las piernas en su cintura.
Al tener falda, no hubo mucho que lo separara de ese lugar en el que sabía que se podía perder y olvidar quién era, presionó su pelvis y Ava rompió el beso e hizo la cabeza hacia atrás para jadear y gemir así que aprovechó para besar su cuello y con su mano izquierda exploró el interior de su blusa llegando hasta sus costillas.
Arnold la presionó más a la pared e instintivamente comenzó un vaivén que le arrancaba suspiros y gemidos a Ava.
Ella bajó las manos hasta sus hombros y escondió la cabeza en su pecho mientras jadeba y gemía una y otra vez.
—Arnold —susurró con la voz cargada de pasión.
Él trató de retomar el control, tenía la cabeza junto a la de ella, ambos respiraban con rapidez y podía jurar que hasta sus corazones se habían sincronizado.
Sintió una de las manos de Ava bajar de su hombro a su pecho, torso y detenerse en el borde de sus jeans, alejó la cabeza y lo vio a los ojos; Arnold respiraba con dificultad, pero se perdió en los orbes verdes que se habían inundado de una exhuberante pasión y deseo.
No rompieron el contacto mientras ella desabotonaba sus jeans y los medio bajaba junto a su ropa interior, y cuando lo tomó en su mano Arnold inhaló y cerró los ojos.
—Demonios —susurró.
Escuchó a Ava reír levemente.
—Me encanta cuando utilizas ese lenguaje —murmuró besando su mandíbula y acariciándolo—. No sabes cómo me pone escucharte así.
Arnold recargó la frente en el hombro de ella y trató de calmar su acelerado corazón, se le dificultaba inhalar y exhalar.
Ava buscó de nuevo sus labios, se besaron con urgencia, él cambió sus manos de posición y la obligó a soltarlo, pero el roce de su piel con la de ella le causaba sensaciones que creyó nunca volver a sentir.
Su cuerpo solo se estremecía con cada movimiento, beso y caricia que Ava hacía y dejaba.
Podía escuchar sus gemidos y la sentía vibrar por debajo de la mano que mantenía en su cintura, el cuerpo de ella se estremecía bajo su tacto y era algo que lo llenaba de sentimientos encontrados.
Ni siquiera pensó en lo incómoda que podía ser la pared pues ella no se quejaba, solo gemía y jadeaba cada que sus labios se separaban.
Se detuvo un momento y trató de retomar el aliento.
«Está mal»
Con ese pensamiento surcando su mente cada cinco segundos sentía que se asfixiaba, que era una mierda de persona y que debería ir al infierno.
Pero lo volvía a besar y mandaba todo al carajo.
Ella pasó una mano por detrás de su nuca y lo atrajo de nuevo pero él se resistió, un poco de conciencia hizo acto de presencia.
—No, espera, está mal.
Sus ojos verdes parecieron llenarse de lágrimas.
—Pero...
—Estas por... —Su voz se quedó ahogada.
Ella miró hacia abajo avergonzada y puso su frente en la mandíbula de él.
—Lo sé —susurró.
Arnold suspiró y cerró los ojos con fuerza, era un malnacido, no debió regresar a Berlín, no debió aceptar ser padrino...
De pronto sintió los labios de Ava dejar un beso en su mandíbula, lo hizo de una manera tan sensual que se estremeció.
—No...
Pero ella no pareció escucharlo, se impulsó hacia arriba y volvió a capturar sus labios haciéndolo perder el diminuto control que aún le quedaba.
La presionó con fuerza a la pared de nuevo y llevó la mano que había permanecido en su hombro por debajo de su falda, comenzó a recorrer su muslo de manera lenta mientras ella jadeaba y hacía la cabeza hacia atrás, él aprovechó para prenderse de su cuello, sabía que no podía marcarla pero...
Los gemidos que soltaba con su nombre y la calidez de su respiración sobre su piel lo estaban volviendo loco.
—Bitte —rogó ella presionando con su mano la cabeza de él a su cuello.
Y su voz al hacer tal petición fue tan sensual y excitante que no dudó para hacer a un lado la tela que estorbaba y unirse a ella en un movimiento.
El grito o gemido que hizo resonó con fuerza en el departamento, incluso habia aventado la cabeza hacia atrás sin importarle el golpe que recibiría a causa de la pared; ambos respiraban con cierta dificultad y él tragó con pesadez mientras ponía la cabeza en su hombro.
Después de unos segundos que parecieron durar una eternidad, donde ninguno quiso hacer movimiento alguno, se miraron a los ojos fijamente.
Ava pasó una mano por el costado de su rostro y lo besó en la comisura de sus labios antes de hacer un movimiento con su cadera que le robó la respiración.
Arnold cerró los ojos con fuerza, se negó a escuchar su voz interna y comenzó a moverse con ella en un vaivén que les sacaba suspiros y gemidos.
Con movimientos torpes y cegados por la pasión que había tomado control de ellos, terminaron por despojarse de las prendas que cubrían sus torsos, Ava pasaba una mano por su espalda mientras Arnold besaba la piel expuesta.
Y los movimientos y besos se hicieron más desesperados, profundos y húmedos.
Ava hizo la cabeza hacia atrás mientras gemía su nombre, sabía que estaba cerca, que la había elevado a ese éxtasis que tanto deseaban.
Y entonces, con un movimiento más, ambos cayeron, Arnold gruñó mientras Ava ponía la cabeza en su cuello y ahogaba su gemido en la piel de él.
Arnold sintió fuego consumirlo, olvidó su nombre, el de ella y que en unos días sería la mujer de otro; solo actuó como su corazón le rogó.
—Te amo —susurró en su cabello.
Ava se tensó y casi en cámara lenta, levantó la mirada y lo vio con horror.
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